
HABEMUS PAPAM – La Conjura de los Necios y el Papa Paralizado


El comienzo de Habemus Papam no puede calificarse sino de brillante. A la afilada descripción del proceso de votación – impagable la imagen de esos cardenales comportándose como niños desde un primer momento y ¡rezando a Dios por no ser el escogido! – Moretti le da una jugosa vuelta de tuerca introduciéndose en la ficción como ese psicoanalista ateo y cínico convocado de urgencia para resolver la situación al que por supuesto, le resulta del todo punto imposible hacer su trabajo en condiciones, algo que le permite el suficiente juego como para no dejar títere con cabeza en una sucesión de situaciones ridículas, absurdas y desternillantes en las que no faltan gags de lo más elaborados, líneas de diálogo punzantes, momentos de inusitada ternura y una celebración del absurdo de la situación tal que habría hecho las delicias de, digamos, un Azcona o un Billy Wilder cualquiera.

A todo esto, Moretti tiene un as en la manga, ese maravilloso actor llamado Michel Piccoli que está simplemente impecable como ese Papa aterrado, sobrepasado por los acontecimientos que toma las de villadiego a las primeras de cambio y se embarca en un viaje a ninguna parte mientras reflexiona sobre su vida y lo que le ha llevado a su actual situación. El problema de la película es una cuestión de enfoque: cuando resulta más evidente que Moretti debería centrar su discurso en el proceso que atraviesa su personaje central, se le va la mano con la parte bufa y prefiere recrearse en ocurrencias divertidas pero inocuas como ese torneo de voleibol que le monta a los cardenales, con lo que la sutileza y la mala leche de toda su primera parte desaparece para dejar paso a un humor más de brocha gorda que casi, solo casi, malogra una propuesta que, en cualquier caso, resulta de lo más entretenida y ocurrente.

Más allá de algún hallazgo cómico impagable – hay varios de irresistible gracia y notable irreverencia diseminados a lo largo del metraje – Habemus Papam es una de esas películas que, llegados a un determinado punto, parece gustarse demasiado a si misma. Y aunque los que compartimos esa sana vena cínica con la que aproximarse a una institución tan ridícula en ciertos comportamientos que no parece asumir la condición muy humana y por lo tanto, incoherente, llena de defectos y finalmente risible de aquellos que la componen podemos celebrar sus gracias y pasar un rato estupendo, es de lamentar una mayor contención que hubiera llevado su maravillosa premisa inicial a mejores resultados. Pero creo sinceramente que eso a Moretti le importa un bledo, así que… En cualquier caso, no deja de resultar curiosa la elección de una película como ésta para un Festival de Cine que, recordemos, en sus inicios se denominaba “Semana de Cine Religioso y Derechos Humanos” ¿Carga de profundidad de los programadores, quizás? Naa, deben ser imaginaciones mías...

EL PERFECTO DESCONOCIDO… Que ojalá lo hubiera seguido siendo


Pues va a ser que no. Si quisiéramos hacer un chiste fácil, podríamos argüir que la presencia del personaje de Colm Meaney en la película es algo así como la confirmación del fracaso sin paliativos del sistema educativo español en lo que al inglés se refiere: ni uno solo de los habitantes del pueblito, ya sea joven o viejo, policía o campesino, parece hablar o entender una sola palabra de inglés. Ni tan siquiera, y esto sí que clama al cielo, un alemán despistado que se pasea por allí, cuando cualquiera que haya estado alguna vez en Alemania sabe que allí prácticamente todo cristo habla más que decentemente el idioma de Shakespeare.


PROFESOR LAHZAR, El placer de las películas sencillas y bien hechas.


Arranca la película con un hecho terrible: el suicidio ahorcándose en clase de una profesora de primaria, siendo su cuerpo descubierto por uno de sus alumnos. Con semejante mazazo en la cabeza, la película nos presenta de inmediato al protagonista de la historia, ese profesor sustituto, argelino de origen, inmigrante y exiliado político que huye de su pasado y que se ofrece como sustituto para una clase lógicamente traumatizada ante la inexplicable desaparición de su profesora, cuyos alumnos de diez años han de lidiar, cada uno a su manera, con el inevitable duelo. El Profesor Lahzar, todo amabilidad, sensibilidad, inteligencia y comprensión – esos valores que hacen que nunca olvides a un profesor que haya sido capaz de conjugarlos con la paciencia de aguantarte para enseñarte algo – será el encargado de acompañarles en ese proceso.

Viendo las imágenes de la película de Falardeau, un prodigio de sencillez y sentido común capaz de plantear con precisión y contundencia no solo cuestiones interesantísimas relativas a la figura y el papel de un profesor hoy en día, tocando de frente y sin ambages la evolución del modelo tradicional hacia este sistema actual en el que, más que con niños, los profesores parecen abocados más a tratar con residuos radioactivos, como se afirma con no poca sorna en un momento del filme, sino tocando asimismo con precisión temas como la inmigración, el exilio, la incomprensión, la extraña actitud ante la muerte, el abandono parental o las distintas formas de enfrentarse al proceso de duelo, uno se plantea seriamente por qué demonios resulta absolutamente imposible imaginarse una película así, tan sencilla, bien hecha y repleta de inteligencia, en el cine español. Parece como si los franceses – recuerden La Clase, Hoy Comienza Todo, Ser y Tener... – o sus primos francófonos canadienses tuvieran una especial sensibilidad a la hora de abordar un tema tan esencial para el futuro de cualquier país como es la educación. Como me gustaría, en estos tiempos oscuros en los que la crisis parece la excusa ideal para recortar lo que nunca se debería tocar, que alguien tuviera en España los arrestos (y el talento, claro) suficientes para hacer una película la mitad de valiente, efectiva y bien realizada que ésta.

Su protagonista, Mohammed Felag, es desde ya un candidato claro para hacerse con el Premio de Interpretación Masculino por encarnar a ese profesor que desde la humildad y el afecto consigue conectar con esos niños y, más allá de enseñarles lo de siempre, educarles en algo aun más importante, los valores que son necesarios para saber conducirse por la vida. Con el humor como una forma de mostrar la realidad, con afecto, sin cruzar nunca la línea de la sensiblería y dejando caer de vez en cuando notables cargas de profundidad que no pasan desapercibidas – ojo a ese chaval, por cierto de apellido Garrido, que desvela en clase como quien no quiere la cosa un terrible hecho del pasado de su familia que te deja literalmente clavado en la butaca o la catarsis entre los dos niños principales, ambos un prodigio de naturalidad – Profesor Lahzar juega sus cartas con inteligencia, toca el corazón del espectador y conmueve de principio a fin. Para recordar por un rato a ese buen profesor o profesora que todos tuvimos alguna vez.

Por primera vez en 12 años no iré a la (a mi) Seminci. Así que esta vez, más que nunca, te leeré con atención. Serás mi cordón umbilical con Pucela. :)
ResponderEliminarGracias por seguir ahí.
Un saludo.
Alberto