sábado, diciembre 12, 2020

MY MEXICAN BRETZEL - No todo estaba inventado...

 

Este fin de semana llega a las salas de cine MY MEXICAN BRETZEL, una película que no podéis dejar escapar bajo ningún concepto porque en un año 2020 especialmente afortunado en lo que a descubrimientos de nuevas formas narrativas se refiere dentro del cine español, la asombrosa propuesta de Nuria Giménez Lorang brilla con luz propia. Estos días leí un titular referido a ella que rezaba “No todo estaba inventado en el cine” que he adoptado porque me parece especialmente apropiado y que da buena cuenta de la enorme importancia que tiene esta joya, que muchos descubrimos durante el confinamiento dentro de ese bálsamo que fue la edición online del Festival D’A de Barcelona el pasado mes de mayo, donde consiguió merecidamente el Premio del Público tras haber ganado Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guión en la sección Cine Español de Gijón y el Premio especial Found Footage en Rotterdam.

Los Barret, Vivian y León, la pareja protagonista de esta película. O no.

My Mexican Breztel se abre con esta cita: "La mentira es solo otra forma de contar la verdad" atribuida a un tal Paravadin Kanvar Kharjappali. Y enseguida comienza una sucesión de imágenes de archivo de pilotos volando biplanos y recuerdos familiares filmados en Super 8. No hay diálogos. Apenas hay sonido y cuando lo hayla propia directora advirtió en su presentación de la película en el D'A que no hay que preocuparse por los silencios, que su película es que es asíentra de manera sorpresiva: un tren que cruza la pantalla, el vuelo de un avión, el jolgorio de una fiesta distante. Uno sabe intuitivamente que ese montaje de sonido no se corresponde con las imágenes que se han filmado y está viendo, entre otras cosas porque el Super 8 no registra el sonido ambiente.

León paseando su palmito por la playa...

Lo que sí hay son subtítulos sobre las imágenes. Se nos informa antes que empiecen a aparecer que dichos subtítulos son extractos del diario de Vivian Barret, la mujer que aparece en las imágenes que vemos. El dispositivo narrativo es claro: las imágenes se rodaron en su momento con un sentido… pero los subtítulos, siempre en primera persona con Vivian desgranando sus pensamientos más íntimos y el montaje de las imágenes con esos subtítulos nos narran otra historia muy diferente…

Con ustedes, Vivian Barret, la protagonista de My Mexican Breztel...

El juego que propone la directora Nuria Giménez es simplemente apasionante: uno sabe que esa colección de vacaciones, paseos turísticos por diversas capitales europeas y del otro lado del Atlántico más esos momentos de intimidad rodados en la década de los '50 y '60 del pasado siglo no tenían otra intención inicial que documentar esos instantes. Pero los subtítulos y el montaje crean, a partir de ellas, toda una apasionante historia. Y qué historia. De repente, nos vemos atrapados en una suerte de melodrama que podría haber firmado el mismísimo Douglas Sirk. Amor, frustración, infidelidad, insatisfacción, culpa, remordimiento, viajes, lujo... Todo creíble, todo inventado... El cine son 24 mentiras por segundo que crean algo absolutamente real que emociona hasta la medula.

Vivian sopesando las implicaciones de las difíciles decisiones que tendrá que tomar

La película es pues una preciosa joya en la que la verdad de las imágenes crea una historia falsa que a su vez se convierte en el cine más real posible. Un inteligentísimo y fascinante trampantojo en el que zambullirse hasta el fondo y perderse en su arriesgadísima apuesta. Para el recuerdo queda esa fascinante Vivian Barret, personajazo donde los haya y la forma de contar la historia de su vida dividida entre su realidad y su deseo, que a su vez es la historia de otra falsedad, ésta representada ante sí misma y los demás. Inmensa e inacabable.

El cine, la vida, la literatura...

My Mexican Bretzel es una propuesta novedosa que va mucho más allá del falso documental. Su hallazgo narrativo convierte lo banal en heroico, lo intrascendente en trágico, lo inocente en perverso, lo disfrutable en prisión y el amor en desencanto. Una película maravillosa, única… y posiblemente el descubrimiento más gozoso del cine español del 2020. Apuntad el nombre de su directora: Nuria Giménez Lorang. Conviene seguirle la pista muy de cerca en el futuro...

A ver si pueden ustedes discutirme que este plano no lo habría firmado el mismísimo Douglas Sirk en sus mejores momentos...

PD: Ah, por cierto: en esta reseña falta un dato que algunos considerarían fundamental para acabar de entender la redondez de la propuesta de My Mexican Bretzel, un dato que he ocultado a propósito. No os costará mucho trabajo encontrarlo si lo buscáis en otros artículos y os animo a hacerlo, porque cuando lo averigüéis (es algo que tiene que ver con el origen de los materiales con los que Nuria Giménez ha construido su película) le añadirá una capa más de grandeza a la propuesta. Pero en realidad es que ni tan siquiera es necesario saberlo para apreciarla en lo que vale... y yo también he aprendido de My Mexican Bretzel que no es necesario saber ni desvelar absolutamente todo...

MY MEXICAN BRETZEL EN DIAS DE CINE

lunes, diciembre 07, 2020

MANK - Elogio de lo poliédrico

 

A la hora de encarar el análisis de una película como Mank surge una primera dificultad ¿cuál de las numerosas formas de aproximarse a ella sería la más adecuada, teniendo en cuenta que prácticamente todas ellas son correctas y todas tienen un peso específico que no debería ignorarse? Empecemos por lo que NO es: cualquiera que se acerque a ella esperando encontrarse una película sobre Ciudadano Kane verá decepcionadas en gran medida sus expectativas, porque Mank, resulta hasta un punto absurdo afirmarlo teniendo en cuenta su título, gira alrededor de la figura del escritor Herman J. Mankiewicz, por más que su guión para la opera prima de Welles sea su trabajo más reconocido y el proceso de escritura de su primera versión el punto de arranque de la película.

Siguiendo con esa línea, podríamos desde aquí defender que Mank es una película que entra en el famoso debate acerca de la autoría de ese guión, que desató encarnizadas luchas entre los que lo atribuían prácticamente en exclusiva a Mankiewicz siguiendo la tesis defendida en su momento por la crítica Pauline Kael y los que defendieron en todo momento que Orson Welles jugó un papel igualmente esencial en su versión definitiva, con lo que entraríamos en el terreno del cine como una actividad esencialmente colaborativa, algo en lo que Fincher parece tener mucho que decir por su propia experiencia a lo largo de su carrera en Hollywood. 

También se podría decir que, en tanto en cuanto biopic de Herman J. Mankiewicz, Mank es una mirada entre descarnada y nostálgica al viejo sistema de estudios del Hollywood dorado de los años 30 y no andaríamos precisamente desencaminados. Si atendemos a su parte formal, se podrían escribir líneas y líneas sobre el homenaje visual que Fincher y sus colaboradores, muy especialmente su director de fotografía Erik Messerschmidt, han querido rendir a un estilo de hacer películas ya desaparecido y a partir de ahí, enhebrar un interesante discurso acerca de cómo una película que aparenta denostar a Orson Welles y ensalzar a Mankiewicz en el debate sobre la autoría del guión que decíamos antes, se empeña de forma tan denodada en homenajear de forma tan deliberada en lo visual a Ciudadano Kane, con guiños explícitos incluidos y qué nos dice esa tensión entre aparentes opuestos sobre las intenciones finales de Fincher.

Por otro lado, es difícil ignorar las poderosas lecturas políticas que hay en la película sobre el inmenso poder de manipulación del cine y cómo lo que se cuenta en ella acerca de la intervención de los noticiarios de los grandes estudios en la campaña a la elección de 1934 del Gobernador de California entre el republicano Frank Merriam y el demócrata Upton Sinclair entronca directamente con nuestro mundo de las fake news y la situación actual, por no mencionar que el complejo de culpabilidad del propio Mank, siquiera como inspirador o cómplice silente de aquellos actos determina en gran medida algunos de sus actos posteriores. Toda esa parte que no es estrictamente cine dentro del cine enriquece enormemente la propuesta y añade capas de significado a un filme mucho más complejo de lo que podría parecer a simple vista.

 

Tampoco debe ignorarse, como muy bien apuntaba Alejo Moreno en su pieza para Días de Cine sobre Mank, el componente freudiano que impregna toda la película, en tanto en cuanto Mank parte de un guión escrito por el propio padre del director, Jack Fincher, periodista, editor y guionista que falleció en el 2003 sin ver este proyecto convertido en una realidad por los impedimentos que los estudios pusieron a la visión que padre e hijo tenían del mismo y que ahora David Fincher, con el beneplácito de la carta de libertad absoluta que Netflix ha puesto en sus manos, lleva a cabo tal y como fue concebida, otorgando a la figura del guionista una suerte de reivindicación universal sin dejar de lado su partes más oscuras, algo que cuesta no ver como una carta de amor de un hijo hacia el oficio de su padre y un homenaje póstumo al mismo.


Finalmente, aunque no menos importante, Mank no deja de ser un cuento con moraleja incluida sobre un antihéroe con enormes claroscuros: si su descripción de Herman J. Mankiewicz deja claras su ácida inteligencia, su sentido irónico de la vida, su clarividencia a la hora de sacar partido de un sistema que apenas le exige explotar una mínima parte de su talento como escritor para vivir bastante bien y su indiscutible brillantez, el guión tampoco escatima recursos a la hora de pintarle como un alcohólico incorregible, un pobre tipo incapaz de utilizar su talento para algo mejor, un hombre frustrado porque es plenamente consciente de su condición de vendido al sistema, de su debilidad y sus incoherencias y muy especialmente, alguien con enormes remordimientos por su capacidad de hacer daño incluso a aquellos que le quieren y apoyan, a pesar de ser consciente de lo que conllevan sus actos.

Dirán ustedes que llevan leyendo un buen rato y que en realidad no estoy entrando a fondo en la película propiamente dicha, y la verdad es que no les falta razón. Pero en mi defensa diré que todos los enfoques anteriormente descritos han de tenerse en cuenta de forma simultánea a la hora de analizar los méritos y defectos de una película tan deslumbrante como melancólica y triste, que se afana por construirse a imagen y semejanza de esa Ciudadano Kane que siempre merodea entre las sombras desde su misma estructura narrativa. Fincher no se anda con disimulos: la película se articula alrededor de un tiempo presente – el de Mank construyendo postrado en una cama el primer borrador de la película en su encierro en un rancho, alejado de todas las tentaciones que dificultan su talento y con la ayuda de una eficaz secretaria (Lily Collins, muy correcta en su papel de guía del espectador) – y una multitud de flashbacks que son introducidos con líneas de un guión de cine, casi como si la película estuviera construyéndose a sí misma ante nuestros ojos, en el que se despliega todo el pasado de Mank. Exactamente igual que en Kane, cuya estructura Mank refleja de forma especular pero con una diferencia: aquí no hay un enigma que desentrañar, sino que Rosebud se ha hecho carne y es el propio Mank a quien la película va desmenuzando poco a poco, pieza a pieza, siguiendo un puntilloso recorrido que no deja aspecto ni recoveco de la fascinante y a ratos repulsiva personalidad de su protagonista sin tocar en su afán de crear un retrato poliédrico que si bien no justifica, ayuda a comprender sus decisiones y sus actos.

Aquí ya podemos bajar a un cierto nivel de detalle y alabar el excelente trabajo de un reparto muy ajustado donde Gary Oldman brilla con un papel que le permite ser excesivo sin caer en la sobreactuación, incisivo cuando la situación lo requiere e incluso por momentos ofrecer un lado más frágil y hasta tierno. A su lado, además de la ya mentada Lily Collins, conviene destacar a una estupenda Amanda Seyfred en el papel de Marion Davies, retratada de forma mucho más amable y seguramente certera de cómo ha pasado a la historia, una característica que comparte con el William Randolph Hearst que incorpora Charles Dance: ambos aceptan y toleran a Mank valorando su inteligencia incluso cuando su comportamiento no invitaría precisamente a tolerarlo. Los dos protagonizan algunos de los pasajes más hermosos de Mank: el paseo nocturno en los jardines de Xanadu repleto de complicidad entre Mank y Marion Davies (con referencia a Dulcinea incluida) tras una charla posterior a una cena que se complica o la soberbia secuencia de la cena de disfraces, donde un borracho Mank enhebra una quijotesca visión del joven y ahora corrompido Hearst – sobre la que posteriormente construirá su borrador – sin advertir que su propia figura también pelea contra molinos de viento y es tan quijotesca o más que la del propio Hearst, quien le devuelve a su triste realidad de ‘mono de feria’ de esa corte de la que le expulsa sin más aspavientos que una simple amonestación que hiere mucho más que el abierto desprecio, una escena que Fincher monta en paralelo con la discusión entre Welles y Mank en el rancho una vez el primero se ha apoderado del guión para hacerlo suyo, otra devastadora derrota más que sumar en el debe del fracasado escritor.

Fincher, del que ya conocemos su gusto por el detalle, no pierde ocasión de dejar clara su postura sobre Hollywood. Aunque su mirada tenga su punto de nostalgia, que hará felices a todos los que puedan reconocer los numerosos personajes reales y homenajes que hay en el filme – y que deberán solo a su cultura general, pues el filme no se detiene en explicaciones sobre quién es tal o cual – escenas como el paseo de Louis Mayer para dar un cínico discurso a sus empleados sobre la necesidad de reducirse sus sueldos para salvar el estudio, la divertida reunión de los guionistas a sueldo con David O’Selznick y Josef Von Sternbeck para venderles un argumento para una película o los sucesivos encontronazos dialécticos de Mank con un insidioso pero eficaz Irving Thalberg dejan bien a las claras el vitriolo respecto del tema que supuran unas líneas que se diría muy inspiradas por el estilo de Aaron Sorkin, lo cual no es sino el mayor elogio que un servidor puede hacer sobre el estilo de Jack Fincher pulido por Eric Roth, como saben muy bien quienes me conocen y siguen.

Por lo demás la película gana en las distancias cortas, sea en la precisa descripción de la relación de Mank con su esposa, esa “pobre Sara” – excelente Tuppence Middleton - a la que no le hace falta mucho espacio para asentar su papel de ancla en la vida del escritor o la de Mank con su hermano Joseph (Tom Phelprey) que trata de advertirle sobre los riesgos que corre y aun peor, las injusticias que su texto comete, especialmente con Marion Davies, una herida de la que tanto el escritor como el espectador es consciente, en especial de la crueldad que supone que ese retrato surja de una ingenuidad como la de la magnífica escena de la despedida del estudio de Davies que entronca con la parte política del filme, cuando Mank le pide que hable con Hearst para que detenga los noticiarios, un momento particularmente logrado y definitorio de la parte más oscura de su protagonista en su reacción al separarse de ella.

Quizás la mejor definición que pueda darse de una obra tan poliédrica y rica como Mank sea una que se utiliza a menudo para hablar de Ciudadano Kane, que no deja de ser un fascinante puzzle de innumerables piezas que trata de recomponer ese enigma que fue Herman J. Mankiewicz y sobre el que podría seguir dando vueltas un buen rato tocando más aspectos que merecerían cierto desarrollo, como la referencia (real) a la ayuda que Mank prestó a un buen número de refugiados judíos para que llegaran a América desde Europa, sus relaciones con el sindicato de guionistas – un espacio que debería haber sido propicio para sus ideas de izquierda y del que sin embargo siempre huyó por miedo a las repercusiones laborales que podría implicar – retratadas con cierta ambiguedad o su abierto desprecio por la ignorancia de quienes tenían las riendas de los estudios en su época – el retrato de Louis Mayer es devastador en este aspecto, incluyendo una frase en la que dice ignorar lo que son los campos de concentración – pero de la misma forma que la película se cierra con esa escena en la que Mank habla de la ausencia de Welles y él de la ceremonia de los Oscar donde se les concedió la estatuilla a Mejor Guión y suelta una venenosa perla al respecto, conviene cerrar este artículo con la sugerencia de una reflexión sobre lo que implica que una película como ésta, que estrenada en salas convencionales en ausencia de una pandemia quizás podría haber tenido cierta capacidad de impacto sobre el público, sea una realidad solo gracias a la luz verde a su producción de Netflix.


A buen seguro Fincher es perfectamente consciente de la cínica paradoja que encierra que una obra que es a la vez homenaje y elegía por unos tiempos del cine que ya no volverán solo pueda estar al alcance del público a través solo de una plataforma VOD. Es el (¿triste?) signo de estos tiempos.



 

jueves, noviembre 12, 2020

¿Dónde Está La Magia? - Artículo para la XV Edición del Festival de Cine Inédito de Mérida

 

¿DÓNDE ESTÁ LA MAGIA?

Foto: Charly Morlock

En Hannah y Sus Hermanas, hay una escena en la que el personaje que interpreta Woody Allen le explica al de Dianne Wiest cómo superó su depresión y una crisis de fe. Allen le cuenta que tras un chapucero intento de suicidio, se echó a andar horas por las calles, confundido y asustado, con la mente hecha un lío mientras todo le parecía violento e irreal… hasta que encontró un cine y se metió dentro sin fijarse siquiera en lo que echaban, buscando un momento para poner en orden sus pensamientos, ser lógico y volver a ver el mundo desde una perspectiva racional. La película era Sopa de Ganso de los Hermanos Marx. Se puso a verla. Al rato, comenzó a decirse a sí mismo: “¿Cómo puedes pensar siquiera en suicidarte? ¿Cómo puedes ser tan estúpido? Mira a toda esa gente ahí arriba en la pantalla pasándoselo en grande ¿Y qué si Dios no existe y solo tenemos esta vida? ¿No querrías ser parte de esa experiencia? No todo es horrible: debería dejar de amargarme la vida y disfrutar de ella mientras dure” y empezó a relajarse y a pasárselo bien.

Allen expresó de forma brillante algo que todos sabemos: que el cine puede ser curativo. Que durante las dos horas que uno está sentado en una sala, a solas con la historia que le están contando en la pantalla, emocionándose con esos personajes y lo que les ocurre, deja a un lado temporalmente los problemas de su vida y se toma un necesario respiro de la asfixia que a veces sentimos. El cine como tabla de salvación a la que aferrarse cuando todo parece ser naufragio a tu alrededor o quizás solo para hacer un poco mejor tu existencia. Que no es poco.

En este 2020 hemos sufrido como nunca antes. La vida nos ha cambiado por completo, echamos de menos lo que tuvimos y miramos al futuro con incertidumbre y desconfianza. Una de las pocas cosas que nos ha salvado ha sido la Cultura y muy especialmente el Cine. Primero en nuestras casas y después en las salas, en esos espacios seguros. Lo he observado y vivido en primera persona en San Sebastián, en Sitges, en Valladolid: gente feliz por reencontrarse en sus festivales. Pese a las mascarillas, pese a la distancia de seguridad, pese a la reducción de aforos, pese a no poder hacer corrillos a la salida para enredarse en tertulias interminables sobre lo visto… felices por disfrutar de esa experiencia compartida, felices por olvidarse un rato del maldito virus, de las preocupaciones, del ruido, del dolor, felices por reírse, por asustarse, por emocionarse. Felices de recuperar el cine en las salas. Felices por reconquistar sus salas.


La XV Edición del FCIMerida no es una edición cualquiera. Y no solo por la ilusión que representa el volver a encargarme de sus contenidos tras mi paso por la Filmoteca de Extremadura, sino por el enorme reto que suponía configurar una programación con ese elemento ‘curativo’ siempre en la cabeza. Esta vez teníamos que huir del drama. No están los tiempos para dramas. Están para buscar la magia y sentir la belleza, para disfrutar de la música que fue y sigue siendo parte de nuestras vidas, para volver a soñar aventuras como los niños que quizás hemos olvidado que fuimos, para saber cuando es necesario ejercer la resistencia incluso cuando parece no tener demasiado sentido ante lo inevitable, para recordar que la dignidad y los principios con los que regir tu vida siempre son importantes, para darse cuenta que detrás de las redes sociales sigue habiendo personas de carne y hueso que sufren más de lo que dejan entrever detrás de un filtro, para aferrarse con fiereza a un proyecto con el que quizás sacar a los tuyos adelante, para ver milagros como una dehesa de Extremadura convertida en la lejana sabana africana, para redescubrir a un pintor y a su obra como nunca antes lo habíamos imaginado, para (¿por qué no?) estar a tiempo de rehacer tu vida prestando atención a las cosas a las que antes quizás no lo hacíamos. Incluso para saber que Wuhan no es solo el origen de una pandemia, sino una ciudad china donde ambientar otras historias de cine que nada tienen que ver con el dichoso COVID-19 y el ruido que genera a su alrededor.

 

Todo eso y mucho más lo vais a encontrar en esta XV Edición en la que, sin dejar de lado la irrenunciable apuesta por el cine de autor de calidad que nos caracteriza, nos hemos esforzado mucho para conseguir que de verdad os merezca la pena y os compense acudir a la sala de cine en estos tiempos difíciles en lugar de quedaros en casa. Viajaremos por el cine documental y el de ficción, tendremos cine de animación, cortometrajes y sesiones dobles pensadas minuciosamente para que las piezas encajen y ofrezcan una experiencia aún más enriquecedora e inolvidable. Festival viene de Fiesta, no lo olvidemos nunca.

Viajaremos por Francia (mucho, nos ha salido una edición especialmente francófona sin pretenderlo de antemano), Reino Unido, Polonia, EE.UU., Bélgica y China. Hasta tendremos algo parecido a una vuelta al mundo en varios Museos siguiendo las pistas de una increíble historia del pintor extremeño Zurbarán en el portentoso trabajo de Arantxa Aguirre, uno de nuestros Premios Miradas de este año. Pero antes acompañaremos al otro Premio Miradas, la gran actriz Petra Martínez, en un viaje que nos llevará hasta los remotos parajes de Almería.

Y luego está Extremadura. Extremadura y sus autores. Nuestros maravillosos autores. Nunca antes en el FCIMerida hemos tenido tal representación extremeña en su programación como ahora: cuatro cortometrajes (Fenomenal, La Nacencia, Influencer, Tártaro) de otros tantos autores extremeños que estarán codo con codo con los grandes nombres – aunque la mayoría sean directores debutantes o de segundas películas – que protagonizan nuestra Sección Oficial. Tendremos allí el privilegio de estrenar en Extremadura Karen, el segundo largometraje de la extremeña María Pérez Sanz, una obra heterodoxa, arriesgadísima y brillante que va a descolocar no poco y hasta Noite Perpetua, un cortometraje del talentoso director portugués Pedro Peralta que un día decidió contar una historia acaecida en Castuera durante la Guerra Civil, que también estrenamos en nuestra región.

Hay otra maravillosa escena de The Majestic (Frank Darabont, 2001) en la que Martin Landau, en la platea de un cine abandonado que quiere restaurar, se preguntaba “¿Por qué quedarse en casa a mirar una caja? ¿Porque es cómodo, porque no tienes que vestirte, porque simplemente te sientas en el sillón y ya está? ¿Cómo se puede llamar a eso espectáculo, a quedarte solo en tu salón? ¿Dónde está la magia?”

 


The Majestic - Where's The Magic? - VO 

The Majestic - ¿Dónde Está la Magia? - VE 

 

Vosotros sabéis dónde está la magia. Venid a compartidla un año más en vuestro Festival de Inédito de Mérida.

David Garrido Bazán
Director de Programación y Contenidos del XV FCIMerida

 

viernes, marzo 06, 2020

INVISIBLES, Mujeres en el Parque (del Príncipe)

Las vemos cada día. Pasan a nuestro lado, nos cruzamos con ellas, a veces si somos constantes en nuestros paseos nos llegan a resultar hasta vagamente familiares. Y sin embargo, como bien indica el título de esta película, quizás la única concesión a una suerte de reivindicación de género que luego comprobaremos que no existe como tal, suelen ser invisibles. Adquieren ese superpoder, como se verbaliza en un diálogo de la película en un tono a medio camino entre la resignación y la ironía.

Gracia Querejeta ha construido ante todo una película honesta y coherente. Honesta porque en ningún momento pretende ir más allá de lo que ‘Invisibles’ establece desde sus primeros compases: acercarse a las vidas de tres amigas cercanas a los cincuenta que pasean juntas todos los jueves por la mañana en un parque y que aprovechan ese breve espacio de libertad e intimidad para contarse sus cosas del día a día. Desgranan sus problemas, sus miedos, ilusiones y frustraciones, hablan de su insatisfacción laboral y emocional, se desahogan, riñen, se desnudan unas a otras y siguen adelante, lidiando con los sinsabores y las pequeñas alegrías de sus vidas. Es coherente porque su apuesta narrativa consiste en no salir jamás del espacio donde las encontramos, ese estupendo Parque del Príncipe de Cáceres por cuyos caminos nuestras protagonistas, de tres en tres o de dos en dos, pasean y hablan mientras la cámara las sigue en todo momento, atenta a un guión que privilegia en todo momento los diálogos y el descomunal trabajo de tres actrices soberbias sobre las que recae en exclusiva el peso de la propuesta.


Conviene detenerse aquí un momento porque es de justicia que valorar como se merece esa coherencia. Supongo que habrá a quien ‘Invisibles’ pueda parecerles algo repetitiva y que no acaben de entrar en una película que desde el punto de vista puramente visual quizás ofrezca poco atractivos al espectador pese a que la directora y su equipo se buscan la vida para hacer de la necesidad virtud y sacar todo el rendimiento posible de la rígida estructura que se ha autoimpuesto con ciertas dosis de imaginación. Pero es que es precisamente el mantenerse fiel a esa idea desde el principio lo que permite primero que la película tenga un punto de originalidad, alejándose voluntariamente de propuestas similares en temática y en segundo lugar que alcance unas muy altas cotas de complicidad del espectador con sus protagonistas, complicidad imprescindible para conseguir la identificación con ellas y la respuesta emocional que hace que ‘Invisibles’ funcione de forma admirable. Desde ahí, Gracia Querejeta merece un reconocimiento en lo formal que a veces no ha tenido con anteriores películas de su filmografía: en ‘Invisibles’ sale triunfante de su apuesta.


Por supuesto, nada de todo lo anterior funcionaría sin el excepcional trabajo de sus tres actrices, modélicas en sus arquetipos - que no tópicos: los trasciende - de mujeres bajo circunstancias muy distintas que evolucionan y crecen en la escasa hora y media en la que se desarrollan sus historias. Emma Suárez es una ejecutiva soltera que siempre se ha sentido muy segura tanto de su atractivo físico como de su posición laboral y a la que el paso de los años comienza a hacerle mella, resquebrajando esa seguridad y generándole unos problemas que simplemente no se encuentra preparada para afrontar; Adriana Ozores es una profesora de matemáticas hastiada, descreída tanto de su trabajo como de un matrimonio rutinario que no la satisface, pero en los que aguanta por la fuerza de la costumbre sin esperar demasiado de ninguno de ambos mientras el cinismo y la ironía con las que tiñe su máscara también comienzan a romperse bajo el peso de la responsabilidad hasta convertirse en desesperación; por su parte el personaje de Nathalie Poza comienza un poco a la sombra de las otras dos, acomplejada y atrapada en una relación en la que trata de mantenerse a flote negándose a ver la realidad pese a la feroz humillación que a veces le supone por el simple miedo a quedarse sola de nuevo mientras asume que no ya no va a cumplirse su deseo íntimo de ser madre, un personaje que va creciendo a base de ternura y verdad hasta ponerse a la altura de sus compañeras, más fuertes que ella solo en apariencia.


En sus conversaciones de jueves a jueves de estas mujeres surgen temas tan familiares para cualquiera como el acoso laboral y el techo de cristal, la sexualidad insatisfecha, la maternidad frustrada, las carencias emocionales, el miedo al fracaso o a la soledad, la resignación a asumir ciertas verdades innegables por mucho que traten de esconderse, las pequeñas trampas que todos nos hacemos para salir adelante y también silencios que cuentan a voces aquello que tratan de esconder. Pero el mérito de todo ello es hacerlo con absoluta y a veces dolorosa naturalidad, sin alardes y sin enarbolar ningún tipo de bandera de ejemplaridad, sino más bien al contrario, hasta el punto que uno no puede sino empatizar con sus problemas, que en el fondo, de otra forma, seguramente también sean los tuyos si tienes ya una cierta edad y experiencia de vida. Los pequeños puntos de fuga que suponen los breves cameos de Pedro Casablanc, Blanca Portillo o Fernando Cayo no hacen sino apuntalar aun más la coherencia interna de la película mientras que la habilidad y el talento de las tres actrices para dotar de profundidad, sentido cómico y matices esas conversaciones hacen el resto.


‘Invisibles’ es pues una película engañosamente sencilla, que a plena luz del día, entre árboles y bancos, desmadeja con asombrosa facilidad las tragicomedias cotidianas de tres mujeres cercanas a la cincuentena, esas que pasean en ropa deportiva, zapatillas cómodas y pelo recogido, mujeres a las que rara vez el cine en general y el español en particular, como fiel y algo triste reflejo de la sociedad en la que vivimos, presta la atención que merecen y a la que quizás solo le sobra una desigual BSO de Federico Jusid que a veces peca de intrusiva. Sería muy hermoso que una película que en realidad es una apuesta arriesgada y valiente pese a la paradoja que supone el hecho innegable que son muchas de las mujeres cercanas a esa edad las que sostienen con su entrada semanal este negocio siempre tocado del cine, consiguiera encontrar a su público y se mantuviera en la cartelera el tiempo suficiente para recompensar la honestidad y la coherencia con la que se ha llevado a cabo.



Y también, por qué no decirlo, para que muchos entiendan que a veces merece la pena salir de las grandes ciudades y que en pequeñas capitales de provincia como Cáceres existen espacios maravillosos como ese Parque del Príncipe donde pueden contarse este tipo de historias sin que eso afecte lo más mínimo a su credibilidad, sino más bien al contrario. Eso también es algo que ‘Invisibles’ reivindica y de lo que merece la pena hacerse eco, porque desde lo local se puede ser universal. 

Presentación en Filmoteca de Extremadura del rodaje de 'Invisibles' con Leire Iglesias, Consejera de Cultura e Igualdad, Nathalie Poza, Gracia Querejeta y un servidor (Abril del 2019) Invisibles contó con las Ayudas a Producción de Largometrajes de la Junta de Extremadura 2017