jueves, noviembre 28, 2019

LA HIJA DE UN LADRÓN, Sara contra la soledad - XIV Festival de Cine Inédito de Mérida


Es innegable la vertiente social de La Hija de un Ladrón, debut como directora de Belén Funes, formada en la ESCAC y en la escuela de cine de San Antonio de los Baños (Cuba) por cuanto seguimos muy de cerca la vida de su protagonista, Sara, madre veinteañera de un bebé que trata de salir adelante como puede con las escasas armas de las que dispone: vive en un centro de acogida, el padre de su hijo es solidario con Sara pero renuente a mantener una relación afectiva como la que ella querría, trabaja de limpiadora en lo que le va saliendo, tiene un hermano pequeño que se encuentra en otro centro de menores y para colmo de males, un padre recién salido de la cárcel que le desordena la vida con su simple presencia y cuyo pasado común desconocemos, pero intuimos a través de lo que se dice – y sobre todo lo que no se dice – en sus sucesivos encuentros.


Con semejantes mimbres, si sumamos al cóctel que la puesta en imágenes de Funes apuesta por un estilo narrativo muy deudor del cine de los hermanos Dardenne, con la cámara siempre muy pegada al rostro de la protagonista o siguiéndola a pocos centímetros de su espalda mientras Sara se mueve frenética de un lado a otro sin apenas un momento de respiro, cualquiera diría que estamos antes una película que reúne todos los elementos precisos para convertirse en una de esas miradas de denuncia sobre la crisis económica y los más desfavorecidos de nuestra sociedad. Y ahí está la brillantez de una de las películas más hermosas que ha dado el cine español de este 2019, porque la propuesta de Belén Funes va por otro lado completamente distinto: todos esos elementos están ahí, pero lo que le interesa a la directora y a su guionista Marçal Cebrían no es tanto ese decorado de fondo, sino el viaje y el estado emocional de Sara, su protagonista.


En efecto, Sara – una excepcional Greta Fernández cuyo trabajo está repleto de verdad – sale adelante por sus medios y porque cuenta a su alrededor con una pequeña pero efectiva red de solidaridad compuesta de pequeños gestos que le permiten buscar y aprovechar las pequeñas oportunidades que le van surgiendo por el camino. Ella no se queja ni maldice su destino, ni mucho menos culpa a un sistema injusto. Sara no tiene tiempo para eso, sabe cuáles son las prioridades y las cartas que le han tocado en suerte. Es su estabilidad emocional la que está en juego cuando su padre aparece de nuevo en su vida – un Eduard Fernández que clava su rol de padre abandónico y fluctuante - provocando una desestabilización continua ante esa imposible promesa de futuro, lastrada tanto por el comportamiento errático de él como por la insobornable determinación de ella a creerle pese a las numerosas pruebas que acumula en su contra. Porque pese a todo es su padre y no puede simplemente olvidarse de él sin más (“Lo llevo en la cara” llega a decir)


“La Hija de un Ladrón” es una película que juega de forma admirable con el fuera de campo. Hay muchísimas zonas en esta historia que no conocemos, pero que intuimos, que tienen que ver con el pasado de los personajes. Funes sabe que no son imprescindibles para la historia que está narrando y deja ese espacio al espectador para que construya esa parte como mejor le parezca, centrándose en el presente. Esa determinación en construir una película en la que los personajes conocen un pasado que es ajeno a los espectadores, le da a la película una enorme fuerza: hay frases, gestos, miradas y acciones que nos remiten a algo que tiene que ver con una complicidad que puede que aún exista o no, pero que provoca que el espectador sea consciente de las múltiples heridas que arrastran esos personajes, lo que le ayuda a empatizar con ellos y especialmente con esa Sara que solo quiere ser “una persona normal”


Ahí es donde se encuentra el verdadero corazón emocional de la película. Porque resultan conmovedores los continuos esfuerzos de Sara para conseguir lo que todos ansiamos, que no es otra cosa que alguien nos quiera, se preocupe por nosotros y no nos deje solos. Funes construye así, con la inestimable colaboración y entrega absoluta de su actriz principal, pero también con una realización transparente y un magnífico ojo para el detalle más rutinario, un retrato complejo y poliédrico de una mujer capaz de enfrentarse a la dureza del día a día con una naturalidad y una resiliencia digna de admirarse… pero al mismo tiempo increíblemente frágil en la parte emocional, siempre al borde de romperse. Una joven sin duda luchadora y superviviente, pero también herida en lo profundo que busca de forma desesperada esa ‘normalidad’ inaprensible.


‘La Hija de un Ladrón’ cultiva un terreno poco proclive a la épica y sin embargo gracias a eso se convierte en el que posiblemente sea el más certero retrato de esas miles de mujeres que hay en este país que buscan ser felices con algo tan sencillo como tener un trabajo digno para salir adelante con su esfuerzo, poder criar a sus hijos sin sobresaltos y, si además fuera posible, ser de paso felices con una pareja o algo parecido a una familia, por alejada que pueda estar esa institución hoy en día de su sentido más tradicional. Es, en suma, esa heroicidad de lo cotidiano que prácticamente nadie reivindica en el cine actual, mucho más preocupado por la exaltación de lo extraordinario y un furibundo individualismo que por ese pequeño gesto de cariño o afecto que todos necesitamos para huir de la soledad y salir adelante.




martes, noviembre 26, 2019

EMA, Libre Te Quiero - XIV Festival de Cine Inédito de Mérida


El arranque de Ema es apabullante. Y no me refiero solo a la fuerza de su primer plano, un semáforo en llamas colgado sobre una calle vacía que da paso a nuestra protagonista portando un lanzallamas. Es la forma en la que Pablo Larraín elige para suministrarnos la información. Con un montaje sincopado en el que se entremezcla una performance de un grupo de danza alrededor de una suerte de sol en llamas con escenas de la vida cotidiana, nos vamos enterando que Ema, una de las principales bailarinas del grupo y Gastón, su pareja y coreógrafo del grupo, acaban de atravesar un momento particularmente duro: han devuelto al niño que adoptaron un año atrás por verse incapaces de lidiar con él. Y el peso de la culpa, además de la reprobación social general de un hecho tan tremendo, les afecta en su relación.

Las tres primeras cosas que aprendemos de Ema son que ama bailar por encima de todas las cosas, que está muy decidida a ejercer su libertad en todo momento, por contradictoria, agresiva o provocativa que pueda ser su conducta y que tiene muy claro que las reglas no van con ella, ya sean las que emanan de la autoridad o simplemente por las que suelen regirse las relaciones entre las personas, ya sean de trabajo, amistad, afectivas o sexuales. Ema va a su ritmo, es un alma libre a la que resulta imposible además de inútil tratar de poner límites. Y también sufre. Sufre lo indecible por ese hijo al que ha devuelto por no estar quizás preparada para ser madre, pero que le ha dejado un vacío imposible de llenar, un vacío repleto de reproches, hacia su pareja y hacia sí misma. Busca su refugio en sus amigas, en su grupo de baile con el que practica un reguetón que pone de los nervios a su expareja y en una serie de relaciones en las que la seducción, el sexo, juega un papel fundamental. Ema baila como folla y como se relaciona, con una total libertad, dejándose llevar por el instinto y obviando las reglas. Su conducta puede parecer errática e incluso incoherente, pero en el fondo es consecuente con su forma de entender la vida. Otra cosa es que la vida se lo permita. Luego está lo del lanzallamas, claro…


Pablo Larraín, retratista del pasado reciente de Chile en una trilogía tan imprescindible como la que forman Tony Manero, Post-Mortem y No y autor de un par de películas que huían como el demonio de encajar comodamente en el género biopic como Jackie y Neruda, regresa ahora al Chile actual para tomarle el pulso a una nueva generación que se abre paso no ya a codazos, sino perreando a ritmo de un reguetón al que puede que no volvamos a ver de la misma forma tras esta película, en la que un grupo de chicas lo defiende frente no ya frente a otras formas más tradicionales del baile sino con el mismo afán rupturista que Ema aplica a sus relaciones afectivas, una ruptura que se escenifica en una divertida escena en la que mientras Gastón carga contra el reguetón las chicas lo defienden colocándolo frente al espejo de su propia frustración. Y ante la afirmación que encima ‘sabe rico’ y es como ‘bailar un orgasmo’, a ver quien es el guapo que argumenta en contra.


Larraín ama mucho al personaje de Ema y por eso le hace el mayor de los regalos, que es hacerlo libre hasta sus últimas consecuencias. Resulta muy interesante pensar en lo incómodo que puede resultar para la audiencia el comportamiento agresivo de Ema en todos los ámbitos cuando probablemente si su personaje fuera un hombre seguramente su voluntad de forzar las cosas y cambiar su entorno de la forma en la que ella lo intenta no sería juzgado de la misma forma. Pero hay una mirada en torno a un furibundo individualismo que resulta de lo más actual y que invita a una profunda y desprejuiciada reflexión, especialmente cuando la película progresa al ritmo de los planes que Ema va desarrollando mientras, por el camino, Larraín nos suelta un par de coreografías, verdaderos interludios musicales incandescentes.


Es conmovedor asistir al espectáculo que supone ver como Ema y sus amigas asaltan y se adueñan con total impunidad del espacio urbano que les rodea – incluso si es para quemarlo hasta las cenizas – mientras la joven, interpretada de forma maravillosa por ese gran descubrimiento que atiende al nombre de Mariana Di Girolamo, va concretando ante nuestros alucinados ojos sus planes de forma tan atrevida como transgresora, dibujando un cuadro en el que la perplejidad e incluso cierta incredulidad queda en el ánimo del espectador.


Sea como fuere, Ema hace gala de un saludable desparpajo a la hora de abordar uno de esos personajes inolvidables que quedan en la retina y en el corazón del espectador. A ello no es ajeno el depurado trabajo de un Pablo Larraín muy aplicado aquí en huir de referentes narrativos previos en su cine y saliendo airoso del reto rodar las escenas de baile y de sexo como si fueran intercambiables mientras convierte los cruces de reproches entre la pareja protagonista en una suerte de intercambio de directos al alma de cada uno, más frágiles de lo que quieren aparentar, pero también fuertemente decididos en su empeño, especialmente en el caso de esa Ema visceral, primaria y salvaje a la que esta película le rinde un muy particular canto de libertad destinado a demoler prejuicios.




domingo, noviembre 24, 2019

DE REPENTE, EL PARAÍSO La Mirada Desarmante - XIV Festival de Cine Inédito de Mérida


Hay un momento especialmente brillante dentro de la ingente cantidad de instantes inspirados que componen ‘De Repente, El Paraíso’ (It Must Be Heaven) que tiene lugar en la oficina en París de un productor francés al que Elia Suleiman ha acudido presumiblemente con la intención de conseguir financiación para su próximo proyecto. El productor le informa, muy amablemente, que en efecto siente una especial afinidad y simpatía por la causa palestina y que suele trabajar en esa línea de películas ‘útiles’ a dicha causa… pero que el proyecto que Suleiman les ha presentado ‘no es lo suficientemente palestino’ y que, de hecho, ‘podría estar ambientado en cualquier parte, incluso fuera de Palestina’ por lo que no va a participar en el mismo. De inmediato vemos el contraplano de un silente Elia Suleiman, que con apenas media sonrisa que asoma por su amable pero hierático rictus, provoca de nuevo la hilaridad y la infinita complicidad con el espectador que a esas alturas lleva ya un buen rato paseando con él por las calles de París.

Un productor occidental diciéndole al director palestino más importante de la historia que sus películas no son lo suficientemente palestinas es una contundente declaración de intenciones – además de seguramente algo que el propio Suleiman habrá tenido que vivir en sus carnes más de una vez y más de dos – que resume a la perfección la esencia de su cuarto largometraje tras las irresistibles (por favor, búsquenlas si no las conocen) Crónica de una Desaparición, Intervención Divina y El Tiempo que Nos Queda con las que cimentó su bien merecida fama de digno heredero de grandes como Buster Keaton, Charles Chaplin o Jacques Tati en las que contrapone una mirada entre perpleja, socarrona y humanista al mundo generalmente absurdo que le rodea, riéndose sin disimulo de la autoridad en todas sus formas y cultivando el gag visual sin necesidad de palabras para construir un discurso a la vez profundamente humanista y, aunque no lo parezca, rabiosamente político. Porque el humor es una forma de resistencia.


En efecto, Suleiman comienza su película en su Nazaret natal, pero rápidamente abandona Palestina para llevar esa mirada curiosa, tierna, inquisitiva y en fin, desarmante, primero a París y después a Nueva York y descubrir si allí las cosas tienen tan poco sentido como en su casa. Si las primeras películas de Suleiman trataban de explicar lo que era Palestina y lo que significa ser palestino al mundo sin necesidad de salir de su tierra pero utilizando unas armas de la comedia absurda y sobre todo un tono que se sitúa en las antípodas de las películas más ‘concienciadas’ el proceso es ahora a la inversa: Suleiman sale de su país y recorre París y Nueva York paseando su mirada lúcida e inquisitiva para demostrarnos por la vía rápida que la insensatez, la falta de identidad propia, lo contradictorio, lo absurdo no es ni mucho menos patrimonio de ese país y no-país a la vez al que pertenece, sino que es un fenómeno global: todos somos Palestina y su circunstancia, todos estamos rodeados de injusticia, de abusos de autoridad, de muros que no podemos franquear, de desigualdades dolorosas y, por supuesto, del más completo de los absurdos ¿Cómo se quedan? 


Por supuesto todo esto nos cala como una suave lluvia de la forma más entrañable y a la vez divertida, con Suleiman paseando – y paseándonos – por los distintos espacios que habita, siempre observando, nunca interfiriendo, jamás hablando (salvo en una ocasión, que también se convierte en toda una declaración con solo dos palabras pronunciadas) y desarmando con su simple mirada todo ese absurdo que hay a nuestro alrededor: su estilo es tan depurado que Suleiman pertenece por derecho propio no solo a la hermosa tradición de aquellos gigantes del cine clásico que nombraba antes, sino a esos otros coetáneos suyos como Roy Andersson o Aki Kaurismäki que hacen lo que les da la real gana con su cine sin encomendarse ni a Dios ni Amo, pero tampoco al espectador, al que se limitan a invitar amablemente para que compartan su viaje en sus propios términos y si les parece bien, estupendo. Y si no, pues también.


Por ese delicioso camino, una miríada de gags maravillosos y otros quizás no tanto, pero todos disfrutables en lo que valen, un leve hilo conductor que no es otro que el propio Suleiman guiándonos, una magnífica selección musical que entremezcla de forma harto desprejuiciada temazos árabes con Leonard Cohen o Nina Simone, un hilarante guiño a Extremadura y una carga de profundidad a las imposturas del cine globalizado en el cameo de Gael García Bernal en la otra productora neoyorquina que Suleiman también visita y un plano final que nos recuerda que la esperanza del pueblo palestino y tal vez la futurible solución del conflicto (“Habrá Palestina” le dice en una escena anterior una y otra vez un vidente a Suleiman mientras le lee las cartas “Pero no será en su tiempo de vida. Ni en el mío” precisa) reside en sus jóvenes… aunque igual éstos estén de momento a otras cosas tal vez más importantes.


Soy plenamente consciente que muchos de los que me lean no compartirán mi desmesurado entusiasmo por esta pequeña maravilla del cine que nos ha regalado Elia Suleiman y que hemos tenido la suerte y el privilegio de disfrutar en Mérida, pero si les soy sincero, no es algo que me preocupe. Si no le preocupa al propio director ¿Quién soy yo para preocuparme? Ojalá que la vean y la disfruten tanto como yo lo he hecho. Sin más.