A vuelapluma. Así voy a tener que montármelo en estas crónicas desde una Sevilla en la que luce el sol como si estuviéramos en pleno junio. Esto de llegar rebotando desde Valladolid tras un par de paradas obligadas en Cáceres y Mérida y tener que cambiar del Melia Sevilla donde he estado alojado dos días – gentileza de una invitación personal de Manolo Grosso, director del festival, que es todo un detalle por su parte - a una pensión en el barrio de Santa Cruz me ha descolocado de tal forma que durante tres días consecutivos no he tocado el teclado. Así que hoy toca acto de contrición, pasar la tarde encerrado en la Sala de Prensa en lugar de en el Nervión Plaza descubriendo cosas entre las múltiples opciones que sigue ofreciendo este Festival lleno de secciones interesantes y poneros al día, al menos, de las películas de la Sección oficial que he visto hasta el momento. Siento ser más pedestre que de costumbre y no poder embellecer algo estos comentarios con fotos y carteles de las películas que comento – lo haré a posteriori en Mérida, cuando termine este maratón – pero es que os aseguro que no tengo apenas tiempo de nada: voy corre que te corre de las proyecciones del Lope de Vega a las del Nervión Plaza sin apenas tiempo para comer y de allí a casita a descansar y coger fuerzas para otro día sin apenas tiempo para digerir como se debería todo lo que se va viendo, pero así es la vida del cronista que pretende abarcar lo más posible.
DÉJATE CAER de Jesús Ponce (España).
El sevillano Jesús Ponce, autor de esa maravillosa película llamada 15 Días Contigo, ha conseguido todo el apoyo del Festival al presentar al frente de su muy numeroso y entusiasta reparto su segundo filme, Déjate Caer, una comedia amarga alrededor del difícil tránsito a la edad adulta que encarnan una serie de jóvenes ya talluditos que poco a poco se van dando cuenta que eso de pasarse las horas muertas en una plaza bebiendo cerveza y comiendo palmeras de chocolate mientras reflexionan en voz alta sobre el sexo, el trabajo, las broncas familiares, su falta de perspectivas, en fin, sus miserias cotidianas pues no puede durar para siempre: ya sea porque aparece una novia en el horizonte que te obliga a replantearte tus prioridades, ya sea porque necesites independencia económica porque quieres evitar que tus padres te sigan tocando los cojones o porque hay que echar un par de ídems para conseguir a la moza que andas persiguiendo, el caso es que la vida adulta acecha a la vuelta de la esquina y no está para tonterías.
La peli de Jesús Ponce es difícil de clasificar. Por un lado posee una innegable gracia, fruto del buen oído de su director para los diálogos y las situaciones surrealistas que se van desarrollando en pantalla. Por otro resulta tan voluntariamente localista – según ese viejo y muy respetable principio de tratar temas universales sin salir de tu propio barrio y de lo que mejor conoces – que su propuesta inequívocamente sevillana puede descolocar a más de uno. Al fin y al cabo, Déjate Caer se complace en perpetuar una serie de tópicos sobre los andaluces que no se yo hasta qué punto pueden ser reales o con los que pueden sentirse identificados los destinatarios del filme. Alguno anda por aquí bastante cabreado con la película por ese motivo. También es verdad que la deriva de esa comedia que pretende funcionar por pura acumulación de frase divertida tras frase divertida alrededor de situaciones cotidianas fácilmente reconocibles (un poco en la línea de Tapas, por poner un ejemplo relativamente reciente) hacia temas mucho más serios como el forzado tránsito a la edad adulta que viven sus protagonistas no acaba de cuajar en una propuesta redonda, sino que es puro desequilibrio. Déjate Caer es una montaña rusa en la que a ratos uno se lo pasa francamente bien con las cuitas de sus protagonistas y el arte que tiene Jesús Ponce para arrancarte la sonrisa, pero también tiene multitud de situaciones dramáticas pésimamente resueltas, baches narrativos del tamaño de un camión y algún que otro exceso perfectamente prescindible. Lástima, porque está muy lejos de la brillantez de su excelente ópera prima.
IT’S A FREE WORLD de Ken Loach.(Gran Bretaña)
El mayor azotador de conciencias del cine actual y su compinche habitual en estas lides Paul Laverty han fijado su mirada en el desolador panorama de la inmigración y aquellos que se benefician de manera despiadada de la misma construyendo una más que aleccionadora parábola a través de un personaje, Angie, que una vez que es despedida de la empresa de trabajo temporal que abastece a las distintas empresas que buscan mano de obra barata y complaciente, decide instalarse por su cuenta y poner en marcha su propia empresa de trabajo temporal. Al principio podría pensarse que Angie tiene una idea del negocio que casi se podría considerar como un servicio a la comunidad y a la sociedad, ya que sirve de puente entre las empresas que necesitan esa mano de obra barata y esos desesperados que necesitan un trabajo, cualquier trabajo, para salir adelante en este mundo tristemente globalizado. Sin embargo según la empresa va creciendo y se multiplican los beneficios, comprobamos que Angie no es sino la pieza más de un mecanismo francamente siniestro que devora cuantas buenas intenciones haya en el camino y solo se rige por el dinero y el beneficio.
La denuncia de la película de Loach está construida de forma inteligente, resultando sumamente efectiva. Como siempre pasa con su cine, uno perdona las debilidades de la propuesta – que hay unas cuantas, empezando por el personaje principal, cuyas contradicciones son tan tremendas que puede pasar de ser una madre teresa acogiendo ilegales en su propia casa a una auténtica hija de puta despiadada en busca de beneficios, sin que dicho proceso esté del todo bien explicado – por la necesidad de que existan filmes como éste que nos recuerden de forma constante que detrás de las comodidades que disfrutamos diariamente hay otras realidades en forma de batallones de desposeídos que se encargan de todas esa tareas que a nosotros nos repugna hacer, pero que son esenciales para que el sistema funcione.
Quizás estemos ante la película más sólida de la filmografía de Loach en lo que va de siglo – anda ahí, ahí con Sweet Sixteen y desde luego es bastante superior a la mucho más maniquea El Viento que agita la Cebada que le valió una sorprendente y discutible Palma de Oro en Cannes el año pasado – no porque hable de cosas desconocidas sino que lo hace con una precisión y una frialdad expositiva que sacude lo suyo al espectador. Muchos dirán, no sin cierta razón, que no deja de ser más de lo mismo y que tampoco aporta gran cosa a lo que Loach lleva tratando en su cine desde hace años. Me parece bien y puedo comprenderlo, pero para este cronista las películas de Loach son muy importantes por motivos que van mucho más allá de sus valores puramente cinematográficos: a veces se le irá la mano pero su rabia y su voluntad de despertar nuestras adormecidas conciencias debería encontrar un mínimo eco en el espectador inteligente, que sabrá ver más allá del aparente panfleto.
ADAMA MESHUGA de Dror Shaul (Israel)
En un kibutz israelí de los años 70, Dvir, un chico de 12 años, comienza a ser consciente de la aparente enfermedad mental que padece su madre. En esta comunidad cerrada y regida por estrictas reglas, Dvir advierte la contradicción en la que viven todos: se rigen por una teórica igualdad que abandonan para dejar de lado a los más débiles, como a la madre de Dvir. La posibilidad de salir de ese mundo cerrado, reflejada en un pretendiente francés que ansía llevársela del Kibutz y las inquietudes propias de la pubertad acaban por convertir la vida de Dvir en una compleja carrera de obstáculos para alcanzar la madurez necesaria para sobrevivir.
La película seleccionada este año por Israel para ir a los Oscars es una mirada nada complaciente al mundo de los Kibutz que me temo que habrá levantado más de una ampolla en su país de origen. Huyendo del habitual enemigo común – no aparece ni un solo palestino en el filme, como por otro lado es lógico tratándose de un kibutz – la película fija su contundente denuncia en la intolerancia y el fanatismo con el que tan peligrosamente se conducen unas sociedades pensadas en principio para compartir todo y aprovechar de la mejor forma posible los recursos y el trabajo propio de cada uno, pero que en el fondo derivan hacia un modelo autoritario, fanático y paranoico frente al otro, al diferente, que reprime y termina por expulsar a los disidentes del pensamiento único a la vez que proclama de forma temeraria la viabilidad de su modelo de forma curiosamente parecida a la que hacía M. Night Shyamalan en El Bosque.
No diría que Adama Meshuga (Sweet Mud, Barro Dulce en su título inglés) sea una buena película – lastrada por sus buenas intenciones, carga demasiado las tintas en el drama de la madre de su parte final y resulta hasta algo repetitiva en su denuncia, restando la poca fuerza que tenía a su bastante irreal desenlace – pero es interesante como reflejo de una forma de pensar de esa parte de la sociedad israelí que practica el sionismo más extremo como forma de supervivencia y por la manera en que muestra el funcionamiento interno de los kibutz, una de las claves del éxito de los asentamientos israelíes en los primeros años de existencia del estado. El cine israelí – muy presente en varias secciones en Sevilla por cierto – parece gozar de muy buena salud (recordemos La Banda Nos Visita, premiada hace poco en Valladolid) y viene demostrando desde hace mucho que no se agota en el incombustible Amos Gitai.
MI HERMANO ES HIJO ÚNICO de Daniele Luchetti
1961, Italia. Accio, un rebelde adolescente, vive con su familia en la ciudad de Sabaudia. Cabreado con su familia, decide unirse a un partido neo-fascista con el fin último de irritarlos. Accio está desesperado por impresionar a Francesca, la novia de su atractivo hermano mayor, Manrico. Manrico es el principal líder local de la escena política de izquierdas. Mientras el conflicto de lealtad entre los dos hermanos se desarrolla, los choques violentos aumentan entre las dos facciones políticas, la liberal y la fascista, en el marco de la Italia convulsa de los años 70.
La sombra de La Mejor Juventud es alargada: que los guionistas de aquella estupenda serie de televisión convertida en película de culto por obra y gracia de Marco Tulio Giordana sean los mismos de esta película de Luchetti solo viene a confirmar los numerosos puntos de contacto entre aquella y esta propuesta. De nuevo se echa un vistazo a la reciente historia de Italia usando para ello como excusa la relación personal entre dos hermanos de creencias políticas muy diferentes interesados en la misma chica y cuya evolución a lo largo de los años trata de ser el motor de un filme con ciertos aires televisivos y vocación de revisión histórica.
Lo cierto es que Mi Hermano Es Hijo Único es una peliculita agradable y bien interpretada que se deja ver con cierto agrado: ni se mete demasiado en asuntos escabrosos ni carga en exceso las tintas sobre su carga política, demasiado consciente que aquello no es sino el marco donde desarrollar su historia. Elio Germano hace un trabajo estupendo como el joven adolescente rebelde que encuentra el vehículo ideal para dar rienda suelta a toda su frustración y rabia abrazando los ideales fascistas para luego evolucionar lentamente hacia las posiciones sostenidas por Manrico y su adorada Francesca. En mi opinión carece de la entidad y de la originalidad exigible para entrar en el Palmarés, pero tampoco se la puede acusar de no cumplir bien con su cometido: sabe perfectamente lo que quiere contar y la forma más directa de hacerlo. Simpática a la vez que simple.
GEGENÜBER de Jan Bony (Alemania)
Georg es uno de esos hombres esencialmente buenos que decía Antonio Machado, un policía muy popular entre sus colegas por su tranquilidad y serenidad. Su compañero Michael también lo admira por la aparente armonía que reina en su matrimonio con Anne, una profesora de primaria. Pero cuando a Georg le ofrecen un ascenso, empieza a perder el control sobre la perfecta fachada de su “intacta” familia. Los conflictos que han ido dominando la vida de la pareja durante años, comienzan a salir a la superficie: la lucha de Anne por ser reconocida, la crisis de pareja encubierta y la envidia de Michael provocaran que todos los esfuerzos del buen Georg para salvar su matrimonio solo parezcan empeorar la situación hasta hacerla insostenible.
Reconozco que me costó muchísimo trabajo entrar en esta a ratos bastante sórdida película alemana. Aparte de no entender muy bien cierta tendencia del cine germano a iluminar fatal sus escenas, Gegenüber se toma su tiempo en revelar la verdadera naturaleza del conflicto familiar que quiere sacar a la luz y para cuando lo hace corre cierto riesgo de que el espectador potencial de la cinta haya desconectado un poco de la misma. Sin embargo por el camino va dejando sutiles pistas en la forma que tiene Georg de relacionarse con el mundo y muy especialmente con su esposa Anne que pueden hacer más comprensibles (que no justificables) los terribles arrebatos que invaden a ésta, incapaz de comunicarse con su esposo si no es a través de unos episodios en el curso de los cuales somete al afable Georg a unas sesiones de violencia doméstica y crueldad mental que provocan en el espectador una reacción parecida a aquella de la que se hablaba el año pasado en la película Mi Hijo, en la que todo el mundo aplaudía cuando al fin alguien le daba una bien merecida hostia al insoportable personaje de Natalie Baye.
Jan Bony construye una película interesante a base de dotar a los personajes de un buen número de razones que expliquen sus comportamientos: por poner un ejemplo es magistral la secuencia en la que Anne corre a contarle a su adorado padre el ascenso de Georg buscando en sus ojos un atisbo de reconocimiento y éste la despacha con una brutal frase (“No me extraña que te haya superado: te has pasado la vida teniendo un hijo tras otro”) que la hunde de nuevo en la más absoluta miseria, la depresión y la rabia. Georg soporta estoicamente los arrebatos de su esposa porque la ama sinceramente y trata como puede de salvar su amistad con Michael intentando esquivar un ascenso que no deseaba, pero todos sus esfuerzos fracasan por lo que, cada vez más solo y aislado, no puede sino desahogarse llorando en silencio allí donde nadie puede verle. La escalada de violencia de Anne hacia Georg y la pasividad de éste alcanzan límites inconcebibles pero, por extraño que parezca, la forma en la que la narración se desarrolla permite al espectador entenderles hasta el desenlace del filme.
Gegenüber es una película más interesante que lograda: sus buenas interpretaciones y un guión bastante férreo en lo que a la psicología y motivaciones de sus personajes se refieren compensan una realización poco atrayente basada en una desacertada puesta en escena que se diría deudora de los peores tics del fenecido Dogma, con un evidente exceso de cámara al hombro y una continua aproximación a los rostros de los personajes que pretende captar la angustia de los mismos y lo único que hace es realzar su vocación feísta. Obliga al espectador a un esfuerzo de generosidad por su parte para conectarse con una historia y unos personajes en ocasiones algo sórdidos con los que resulta francamente incómodo identificarse. No obstante justo es reconocerle al filme firmado por Jan Bony cierto interés y que sabe extraer del jodido material que tiene entre manos algún que otro momento logrado como la sucesión de siniestras reuniones familiares donde la humillación siempre parece estar al acecho de los personajes.
De momento eso es todo, que no es poco. Cuando pueda os hablaré de la estupenda Irina Palm, la terrible Palma de Oro en Cannes Cuatro Meses, Tres Semanas, Dos Días, la sorprendente Izgnanie de Andrey Zvagintsev que ha provocado encendidas discusiones entre partidarios y detractores y las últimas entregas de Claude Chabrol (La Chica Cortada en Dos) y Fatih Akin (Al Otro Lado)