A Azcona, tan humilde y huidizo que durante mucho tiempo incluso hubo quien jugó con su natural aversión a la exposición pública y a la prensa proclamando que ni tan siquiera existía – Berlanga decía que le venía muy bien, pues así podía atribuirse en solitario los méritos de las películas que hicieron juntos – probablemente no le hubiera gustado el reconocimiento unánime y el tributo que desde tantos medios se le han rendido. Hubiera movido un poco la cabeza y habría dicho “Que exageración” o algo semejante.
Les confieso una cosilla: desde que empecé hace unos años a moverme por diversos Festivales y a conocer un poquito el mundillo del cine de este país, siempre tuve la secreta ambición de que en una de éstas pudiera toparme con mi admirado Azcona. Siempre que he escuchado entrevistas suyas o le he visto por televisión me parecía alguien afable, accesible, uno de esos con los que quizás no hubiera costado demasiado trabajo entablar una conversación sobre cualquier cosa, no necesariamente sobre el cine o su obra. Ya no será posible.
Es un lugar común afirmar que con la muerte de Azcona desaparece el mejor guionista que ha tenido nunca el cine español, aquel que consiguió con obras tan bien escritas como El Pisito, Plácido o El Verdugo retratar de manera increíblemente precisa esa sociedad española de la posguerra, tan dada a encontrar una sonrisa en medio de las cosas más terribles. La palabra que mejor le ha definido, creo, es humanidad: Azcona siempre encontraba una forma de conseguir que el espectador pudiera identificarse con la parte humana de sus personajes, aun de aquellos que se comportaban de una forma mezquina o poco edificante, porque sabía que en el fondo, todos los seres humanos tenemos esa extraña y desconcertante habilidad para pasar de un lado a otro del espejo con desarmante facilidad.
Hoy en día, yo no estaría escribiendo estas líneas si no fuera por Azcona. No exagero ni una palabra: Plácido probablemente sea la película de cine español que más veces he visto a lo largo de mi vida y una de las que sin duda me enseñaron desde bien pequeño a aprender que el cine servía para contar muchas más cosas que historias de vaqueros, soldados y romanos. Me enseñó además, mucho antes que yo tuviera la más mínima idea de quien era Billy Wilder, a apreciar el absurdo cotidiano, a descubrir que las películas podían tener un lenguaje oculto que contaba más que una simple historia y a realizar una crítica demoledora de una situación sin dejar por ello en ningún momento de intentar arrancarte una sonrisa cómplice o hacer que amaras a sus criaturas, no importa lo patéticos que pudieran llegar a ser sus comportamientos en pantalla, ya que su acercamiento, siempre humano, siempre realista en el mejor sentido que podía ofrecer un agudísimo observador de las contradicciones y las paradojas de lo cotidiano te obligaba una y otra vez a comprender a esos personajes.
Azcona está asimismo detrás de obras imprescindibles en mi cinefilia como La Escopeta Nacional (“¡¡Lo que yo he unido en la tierra no lo deshace ni Dios en el cielo!!” aquella sentencia del cura franquista Agustín González, es una de mis frases favoritas de todos los tiempos), La Gran Comilona, la extravagante Tamaño Natural - ¡yo también quería una muñeca! – la rompedora Un Hombre llamado Flor de Otoño, la divertidísima La Vaquilla, sus colaboraciones con Trueba en El Año de las Luces, Belle Epoque y La Niña de Tus Ojos, sus impecables adaptaciones de El Bosque Animado – una de esas raras ocasiones en que una película puede ser un placer aun mucho mejor que un gran libro – y La Lengua de las Mariposas... tantas y tantas estupendas películas...
No llegué nunca a conocer a Azcona. Por lo tanto, creo que es de justicia dejar que la gente que sí le conoció y que sabe mucho más de la persona que yo escriba sobre él. De entre los muchos artículos que le han dedicado hoy los periódicos me quedo con estos:
Ángel Sánchez Harguindey, Azcona deja el Mundanal Ruido
David Trueba, Con los Pies en la Tierra
Carlos Boyero, El guión era un arte
En cualquier caso, más allá de que el mejor homenaje es y será disfrutar una y otra vez con sus películas – o leer alguna de sus novelas, asignatura que por cierto tengo pendiente – creo que lo mejor es dejar al propio Azcona expresarse como a él sin duda le hubiera gustado, con una charla con un viejo amigo como Luis Alegre. Una charla cualquiera de café filmada es lo que parece esta esplendida entrevista que le hizo hace ahora poco más de un año.
"Ya está” dicen que fue lo último que dijo. Pues sí, maestro. Ya está. Muchas gracias por todo. De verdad.
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