Javier Rebollo es uno de esos directores surgidos en los últimos tiempos que hacen las delicias de la redacción de Cahiers du cinema y plantean un cine a menudo calificado con adjetivos rimbombantes de esos que tanto nos gusta usar a los plumillas como riguroso, personal, insobornable, comprometido con su visión, etc. Para el común de los espectadores suelen ser cineastas muy minoritarios cuyas obras resultan en la mayoría de los casos poco accesibles o directamente incomprensibles, de esos hinchan la vena a parte de este país y que, sin embargo, como los responsables de Fuga de Cerebros o Mentiras y Gordas, son igualmente esenciales, gusten más o menos, para la buena salud general de nuestro cine.
Viene esto a cuento porque servidor fue de los que se aburrió soberanamente con Lo Que sé de Lola, la anterior película de Rebollo, y eso que tenía en su reparto a Lola Dueñas, una mujer que siempre consigue interesarme mucho cuando aparece en pantalla. Así que La Mujer sin Piano, segunda película del realizador y segunda obra española a concurso en la Sección Oficial, me imponía cuanto menos cierto respeto. Con una puesta en escena en la que predominan los planos fijos, los silencios, el off visual y sonoro, la sobriedad y, en fin, el minimalismo expresivo, Rebollo nos cuenta el retrato de una ama de casa hastiada de su vida insulsa e incluso aun más de su marido que, una noche de insomnio, se lía la peluca a la cabeza, se calza unos tacones, trinca una maleta y decide abandonar de una vez, romper con todo y tomar el primer autobús a cualquier destino lejos de su monótona existencia. Pero no todo será tan fácil.
Una sobria y muy contenida Carmen Machi, espléndidamente alejada de sus registros televisivos pero a la vez capaz de ofrecer una comicidad basada en prácticamente lo opuesto a lo que le conocíamos hasta ahora, se embarca así tras protagonizar una somera descripción de su aburrida existencia en un viaje nocturno por un Madrid despoblado, inhóspito y fantasmal en el que se diría que todo el universo parece conspirar contra ella y su deseo de partir. Resulta sumamente divertido – o al menos a mi me lo parece, que en esto, como en todo, el gusto va por barrios – asistir a la repetición de situaciones en las que esa ama de casa decidida se encuentra multitud de estúpidas trabas para las cosas más simples, ya sea comprar un billete, hacerse con un bocadillo, echar un cigarrito o usar un ascensor. Parece como si todas las señales le gritarán que lo que está a punto de hacer no es lo correcto, lo normal, lo que se espera de ella.
En su peregrinar, que a mi me recuerda bastante al viaje a ninguna parte del protagonista de la peli de Scorsese con la que me he tomado la libertad de titular esta crónica, aunque ambas películas formal y temáticamente se parecen como un huevo a una castaña, Rosa encuentra un cómplice, un surrealista y divertido inmigrante polaco con mentalidad de Mc Gyver y una facilidad desconcertante tanto para recordar las cosas más absurdas como para soltar las más delirantes perlas de sabiduría con el que, en las horas que comparten, consigue conectar de un modo sumamente peculiar. La relación entre marciana y tierna que describe Rebollo, siempre en difícil equilibrio, puede llegar a crispar los nervios de cualquiera – los tiempos muertos y los planos alargados marca de estilo abundan en el metraje – pero hay un cierto toque Kaurismaki que en su simplicidad que puede conseguir el milagro de hacer que esos ataques de autoría se pasen por alto. Lo cierto es que, cuanto más pienso en ella, más me surgen sus aciertos que sus defectos, así que debe ser, pese a todo, una buena señal.
10 to 11 El coleccionista y la memoria.
El año pasado una película turca, La Caja de Pandora, se alzó con la Concha de Oro otorgada por el Jurado que presidía Jonathan Demme, para perplejidad de todos los que vimos como esa obra maestra llamada Still Walking y la esplendida Camino se iban de vacío en el Palmarés. Tal y como está el panorama, no sería de extrañar que el Jurado de este año – que puede premiar casi cualquier cosa, dado que hasta el momento no hemos visto en la Sección Oficial esa gran película que genere un consenso semejante al del pasado año – pueda repetir la jugada con esta más que correcta aunque algo redundante película de la realizadora Pelin Esmer que narra la vida de uno de los personajes más peculiares vistos en Donosti: un coleccionista que ha dedicado la mayor parte de su vida a acumular cientos de objetos en su piso en una suerte de síndrome de Diógenes más o menos atenuado que ve como se pone en peligro la gran obra de su vida cuando sus vecinos deciden reconstruir el edificio con la excusa del temor a los terremotos y para revalorizar sus posesiones. Sin sitio donde ir ni donde llevar sus colecciones, Mithat no tiene más remedio que buscar la complicidad de Ali, el simple portero de su edificio, para resistir todo lo que pueda.
10 to 11 es una película de éstas que obliga a replantearse la relación que los seres humanos mantenemos con las cosas. Todos acumulamos cosas inútiles por las más diversas razones, aunque no lleguemos al extremo de Mithat y todos nos aferramos a ellas y a la extraña seguridad que nos proporcionan esos objetos y ese orden en nuestras vidas. Sin ir más lejos, les confieso que durante la proyección de la película un servidor estuvo reflexionando sobre la inmensa cantidad de catálogos y pressbooks inútiles que uno acumula durante los festivales. La historia está bien contada y el desarrollo de la relación de ese viejo maniático con el portero que de forma progresiva ve en ella una oportunidad para mejorar su propia vida es interesante. El unico lastre de la película es, como por otro lado suele pasar demasiado a menudo en el cine turco, son los planos innecesariamente alargados (¿cuándo se darán cuenta los realizadores turcos que el estilo de Nuri Bilge Ceylan no es tan fácil de imitar?), la reiteración de determinadas situaciones e ideas que en lugar de apuntalar las columnas de la película las debilitan y como consecuencia de todo ello, un ritmo cadencioso en exceso y un metraje desmesurado.
El caso es que hay algunas ideas interesantes: el gag repetido de la dinamo manual, la inteligente forma en la que se nos apuntas datos esenciales sobre el pasado de Mithat a través de viejas grabaciones, ese tomo 11 de la enciclopedia que se convierte en un símbolo de la relación entre Mithat y Alí, cierto sentido del humor… Pero a partir del momento en el que uno puede anticipar todo lo que va a suceder hasta el final, la segunda hora de película solo sirve para confirmar sin sobresalto alguno lo que ya se apuntaba, con lo que el interés va dejando paso progresivamente a cierto aburrimiento que ni el trabajo de puesta en escena ni la naturalidad de los actores pueden conseguir que levante el vuelo. 10 to 11 es pues una película correcta y en cierto sentido irreprochable, pero ni emociona ni deja demasiada huella en el espectador más allá de, quizás, cuestionarse uno mismo en función de nuestra propia relación con los objetos que poseemos.
LOS CONDENADOS, La forma y el fondo.
La última película española a concurso, la primera obra de ficción de Isaki Lacuesta, realizador de Cravan Vs Cravan y La Leyenda del Tiempo, es una de esas películas que consiguen cabreardme pero no porque estén ni mucho menos exentas de elementos interesantes. En relación directa con lo que apuntaba más arriba sobre La Mujer sin Piano de Javier Rebollo, ésta es otra de esas películas que, como pasaba el año pasado con Tiro en la Cabeza de Jaime Rosales, plantea un tema interesantísimo pero lo hace de una forma tan árida, tan radical y tan a contracorriente del relato convencional que bien pareciera que su realizador se está dedicando a hacer una selección previa entre los espectadores antes de entrar en materia, quedándose solo con aquellos que sean capaces de aguantar un buen rato con poco más que unos leves apuntes de información sobre los personajes y las relaciones entre ellos, que uno intuye intensas y con pasado doloroso de por medio, pero ha de intuirlo porque no es que se ofrezcan demasiadas explicaciones al respecto, y un desarrollo moroso y rebuscado que obliga a tirar de una santa paciencia de la que a estas alturas de Sección Oficial algunos ya andamos un tanto escasos para seguir enganchados a su propuesta.
Estamos en un país latinoamericano indeterminado, en medio de la jungla, con un equipo de voluntarios que trabajan excavando para recuperar los cuerpos de unos guerrilleros asesinados por los militares en una insurrección frustrada hace décadas. Dos supervivientes de aquella masacre colaboran para encontrar los restos de un tercer compañero, convertido en mártir de la causa, mientras la culpa de aquellos que consiguieron escapar de la represión huyendo a Europa choca frontalmente con el reproche de los que quedaron atrás y pagaron un alto precio por ello. Los secretos, las mentiras, los ideales perdidos, las revoluciones frustradas, el mundo que sigue igual o peor que antes, las explicaciones a las nuevas generaciones y los ajustes de cuentas pendientes antes de que sea demasiado tarde son elementos que en uno u otro momento aparecen por la película de Isaki Lacuesta.
¿A que parece interesante? Pues la cosa no funciona por el empeño de su realizador en convertir lo que podría haber sido una estupenda reflexión sobre todos los temas apuntados en un ejercicio de estilo que busca tan a fondo marcar las distancias y la frialdad de las relaciones entre los personajes que es el espectador el que acaba por distanciarse de ellos, haciendo una tarea casi imposible encontrar esa necesaria identificación que permita interesarse por sus problemas, emocionarse con ellos. Para cuando Isaki Lacuesta nos regala el que probablemente sea el plano más memorable del festival, un plano fijo sobre el rostro de la actriz Barbara Lennie que lo sostiene de forma impresionante mientras suelta unas cuantas y necesarias verdades sobre la cantidad de mierda que la generación anterior ha dejado caer sobre sus cabezas como un peso muerto del que parece imposible deshacerse, es posible que haga ya tiempo que el espectador se haya desconectado de la película, acaso en defensa propia. Y es una verdadera lástima, porque hay verdad, dolor, talento e inteligencia en la película de Lacuesta y habla de un tema importante, lo que le queda a aquella generación que protagonizó las revoluciones del siglo pasado yendo de derrota en derrota y la herencia que dejan en unos hijos que a menudo ni comprenden ni aceptan semejante legado. Podría haber sido una gran película. Pero, por desgracia en la opinión del que escribe, acaba por importar más la forma que el fondo.
VENGO DE BUSAN Pues para esto, mejor no hubieras venido
Les voy a contar un secreto a voces: en muchas ocasiones las películas de la Sección Oficial que uno ha de ver por obligación por ese corolario para críticos de la Ley de Murphy que dice que si hay una sola película a concurso que no has visto, será precisamente esa la que gane la Concha de Oro y a ti se te quedará una cara de gilipollas que no veas – créanme, ya lo he vivido y no es nada agradable – provocan una sensación de hastío tal que uno por momentos siente ganas de hacer como Homer Simpson y gritar un sonoro “¡Me aburro!” en mitad del silencio sepulcral de una sala en la que les juego lo que quieran, la inmensa mayoría de los allí reunidos estaba echando pestes del tremendo ladrillo que nos estaban endosando.
Parecía además una broma cruel del destino – o una coña final de los programadores – que la última película de la Sección Oficial, la coreana Vengo de Busan, la última esperanza que nos quedaba para salvar una selección indigna de un Festival A como éste, fuera probablemente la peor de todas las que optan a la Concha de Oro. Para cortarse las venas. La película de Jeon Soo-il cuenta la historia de In-Hwa, una chica de 18 años que en las primeras escenas tiene un bebé e inmediatamente lo da en adopción para volver a su vida cotidiana lo antes posible. El problema es que su vida cotidiana está llena de soledad, aburrimiento, hastío vital, desorientación y alineamiento. A su alrededor, la violencia verbal y física constante con la que convive – hay un hermoso plano fijo en un karaoke en el que mientras ella canta en una habitación vemos a un grupo de estudiantes humillar a golpes a su mejor amiga, sin que se llegue a explicar por qué – la aíslan emocionalmente hasta límites inhumanos difíciles de comprender, como esa escena en la que un borracho cae al río y se hunde ante su total indiferencia, con lo que acaba por no quedarle otra que intentar recuperar su bebé, a ver si así consigue encontrarle algo de sentido a su vida. Yo entre tanto por más que lo intenté no conseguí encontrarle el sentido a la presencia de tan anodino y plumbeo filme en la Sección Oficial. Eso sí: el plano en el que la chica empieza a golpearse la cabeza de forma desesperada en el autobús para ver si siente algo o si despierta bien podría ser la metáfora perfecta de lo que hemos vivido los acreditados en esta Sección Oficial.
Mañana conoceremos el Palmarés. Para mi la única película irreprochable y redonda del Festival es El Secreto de sus Ojos de Campanella, pero es una apuesta tan segura y tan fácil que intuyo que el Jurado no lo reconocerá con la Concha de Oro, aunque en esta ocasión, a diferencia del escándalo que supuso el año pasado la ausencia de Still Walking, tiene un pase: el jurado puede votar prácticamente cualquier cosa. En las interpretaciones, Jens Albinus debería ganar el Mejor Actor por su papel de pedófilo en lucha consigo mismo en This is Love, aunque le perjudica que la película no funcione y la tentación de darselo a Robert Duvall por Get Low o incluso a Darín. En actrices la cosa está aun más complicada: mi favorita es sin duda Julianne Moore por Chloe pero tanto Frances O’Connor por Blessed, Isabelle Carriere por El Refugio o incluso Carmen Machi por La Mujer Sin Piano serían una buena opción, la dirección debería ser bien para Campanella, bien para el chino Lu Chuan por City of Life or Death, que en buena lógica también debería trincar el de fotografía. Y bueno, el Premio Especial del Jurado puede ser para cualquiera, dependiendo si lo consideran una Concha de Plata o un premio artístico, y si es este último caso, puede que Los Condenados o La Mujer Sin Piano tengan opciones. En cualquier caso, lo que está bien claro es que ésta es una edición que no pasará ni mucho menos a la historia, salvo quizás por ser sorprendentemente floja. Y mucho menos si se compara con el altísimo nivel que ha dado Zabaltegui y sus Perlas de Otros Festivales, muchas de las cuales no he tenido tiempo de reseñar en estas dos ultimas jornadas (la espectacular Venganza de Johnnie To, la impresionante Cinco Minutos de Gloria de Oliver Hirschbiegel, El Imaginario del Dr. Parnassus que nos ha devuelto al mejor Terry William, la emocionante London River,…) y a las que deberían estar muy atentos cuando se estrenen en próximas fechas.
Viene esto a cuento porque servidor fue de los que se aburrió soberanamente con Lo Que sé de Lola, la anterior película de Rebollo, y eso que tenía en su reparto a Lola Dueñas, una mujer que siempre consigue interesarme mucho cuando aparece en pantalla. Así que La Mujer sin Piano, segunda película del realizador y segunda obra española a concurso en la Sección Oficial, me imponía cuanto menos cierto respeto. Con una puesta en escena en la que predominan los planos fijos, los silencios, el off visual y sonoro, la sobriedad y, en fin, el minimalismo expresivo, Rebollo nos cuenta el retrato de una ama de casa hastiada de su vida insulsa e incluso aun más de su marido que, una noche de insomnio, se lía la peluca a la cabeza, se calza unos tacones, trinca una maleta y decide abandonar de una vez, romper con todo y tomar el primer autobús a cualquier destino lejos de su monótona existencia. Pero no todo será tan fácil.
Una sobria y muy contenida Carmen Machi, espléndidamente alejada de sus registros televisivos pero a la vez capaz de ofrecer una comicidad basada en prácticamente lo opuesto a lo que le conocíamos hasta ahora, se embarca así tras protagonizar una somera descripción de su aburrida existencia en un viaje nocturno por un Madrid despoblado, inhóspito y fantasmal en el que se diría que todo el universo parece conspirar contra ella y su deseo de partir. Resulta sumamente divertido – o al menos a mi me lo parece, que en esto, como en todo, el gusto va por barrios – asistir a la repetición de situaciones en las que esa ama de casa decidida se encuentra multitud de estúpidas trabas para las cosas más simples, ya sea comprar un billete, hacerse con un bocadillo, echar un cigarrito o usar un ascensor. Parece como si todas las señales le gritarán que lo que está a punto de hacer no es lo correcto, lo normal, lo que se espera de ella.
En su peregrinar, que a mi me recuerda bastante al viaje a ninguna parte del protagonista de la peli de Scorsese con la que me he tomado la libertad de titular esta crónica, aunque ambas películas formal y temáticamente se parecen como un huevo a una castaña, Rosa encuentra un cómplice, un surrealista y divertido inmigrante polaco con mentalidad de Mc Gyver y una facilidad desconcertante tanto para recordar las cosas más absurdas como para soltar las más delirantes perlas de sabiduría con el que, en las horas que comparten, consigue conectar de un modo sumamente peculiar. La relación entre marciana y tierna que describe Rebollo, siempre en difícil equilibrio, puede llegar a crispar los nervios de cualquiera – los tiempos muertos y los planos alargados marca de estilo abundan en el metraje – pero hay un cierto toque Kaurismaki que en su simplicidad que puede conseguir el milagro de hacer que esos ataques de autoría se pasen por alto. Lo cierto es que, cuanto más pienso en ella, más me surgen sus aciertos que sus defectos, así que debe ser, pese a todo, una buena señal.
10 to 11 El coleccionista y la memoria.
El año pasado una película turca, La Caja de Pandora, se alzó con la Concha de Oro otorgada por el Jurado que presidía Jonathan Demme, para perplejidad de todos los que vimos como esa obra maestra llamada Still Walking y la esplendida Camino se iban de vacío en el Palmarés. Tal y como está el panorama, no sería de extrañar que el Jurado de este año – que puede premiar casi cualquier cosa, dado que hasta el momento no hemos visto en la Sección Oficial esa gran película que genere un consenso semejante al del pasado año – pueda repetir la jugada con esta más que correcta aunque algo redundante película de la realizadora Pelin Esmer que narra la vida de uno de los personajes más peculiares vistos en Donosti: un coleccionista que ha dedicado la mayor parte de su vida a acumular cientos de objetos en su piso en una suerte de síndrome de Diógenes más o menos atenuado que ve como se pone en peligro la gran obra de su vida cuando sus vecinos deciden reconstruir el edificio con la excusa del temor a los terremotos y para revalorizar sus posesiones. Sin sitio donde ir ni donde llevar sus colecciones, Mithat no tiene más remedio que buscar la complicidad de Ali, el simple portero de su edificio, para resistir todo lo que pueda.
10 to 11 es una película de éstas que obliga a replantearse la relación que los seres humanos mantenemos con las cosas. Todos acumulamos cosas inútiles por las más diversas razones, aunque no lleguemos al extremo de Mithat y todos nos aferramos a ellas y a la extraña seguridad que nos proporcionan esos objetos y ese orden en nuestras vidas. Sin ir más lejos, les confieso que durante la proyección de la película un servidor estuvo reflexionando sobre la inmensa cantidad de catálogos y pressbooks inútiles que uno acumula durante los festivales. La historia está bien contada y el desarrollo de la relación de ese viejo maniático con el portero que de forma progresiva ve en ella una oportunidad para mejorar su propia vida es interesante. El unico lastre de la película es, como por otro lado suele pasar demasiado a menudo en el cine turco, son los planos innecesariamente alargados (¿cuándo se darán cuenta los realizadores turcos que el estilo de Nuri Bilge Ceylan no es tan fácil de imitar?), la reiteración de determinadas situaciones e ideas que en lugar de apuntalar las columnas de la película las debilitan y como consecuencia de todo ello, un ritmo cadencioso en exceso y un metraje desmesurado.
El caso es que hay algunas ideas interesantes: el gag repetido de la dinamo manual, la inteligente forma en la que se nos apuntas datos esenciales sobre el pasado de Mithat a través de viejas grabaciones, ese tomo 11 de la enciclopedia que se convierte en un símbolo de la relación entre Mithat y Alí, cierto sentido del humor… Pero a partir del momento en el que uno puede anticipar todo lo que va a suceder hasta el final, la segunda hora de película solo sirve para confirmar sin sobresalto alguno lo que ya se apuntaba, con lo que el interés va dejando paso progresivamente a cierto aburrimiento que ni el trabajo de puesta en escena ni la naturalidad de los actores pueden conseguir que levante el vuelo. 10 to 11 es pues una película correcta y en cierto sentido irreprochable, pero ni emociona ni deja demasiada huella en el espectador más allá de, quizás, cuestionarse uno mismo en función de nuestra propia relación con los objetos que poseemos.
LOS CONDENADOS, La forma y el fondo.
La última película española a concurso, la primera obra de ficción de Isaki Lacuesta, realizador de Cravan Vs Cravan y La Leyenda del Tiempo, es una de esas películas que consiguen cabreardme pero no porque estén ni mucho menos exentas de elementos interesantes. En relación directa con lo que apuntaba más arriba sobre La Mujer sin Piano de Javier Rebollo, ésta es otra de esas películas que, como pasaba el año pasado con Tiro en la Cabeza de Jaime Rosales, plantea un tema interesantísimo pero lo hace de una forma tan árida, tan radical y tan a contracorriente del relato convencional que bien pareciera que su realizador se está dedicando a hacer una selección previa entre los espectadores antes de entrar en materia, quedándose solo con aquellos que sean capaces de aguantar un buen rato con poco más que unos leves apuntes de información sobre los personajes y las relaciones entre ellos, que uno intuye intensas y con pasado doloroso de por medio, pero ha de intuirlo porque no es que se ofrezcan demasiadas explicaciones al respecto, y un desarrollo moroso y rebuscado que obliga a tirar de una santa paciencia de la que a estas alturas de Sección Oficial algunos ya andamos un tanto escasos para seguir enganchados a su propuesta.
Estamos en un país latinoamericano indeterminado, en medio de la jungla, con un equipo de voluntarios que trabajan excavando para recuperar los cuerpos de unos guerrilleros asesinados por los militares en una insurrección frustrada hace décadas. Dos supervivientes de aquella masacre colaboran para encontrar los restos de un tercer compañero, convertido en mártir de la causa, mientras la culpa de aquellos que consiguieron escapar de la represión huyendo a Europa choca frontalmente con el reproche de los que quedaron atrás y pagaron un alto precio por ello. Los secretos, las mentiras, los ideales perdidos, las revoluciones frustradas, el mundo que sigue igual o peor que antes, las explicaciones a las nuevas generaciones y los ajustes de cuentas pendientes antes de que sea demasiado tarde son elementos que en uno u otro momento aparecen por la película de Isaki Lacuesta.
¿A que parece interesante? Pues la cosa no funciona por el empeño de su realizador en convertir lo que podría haber sido una estupenda reflexión sobre todos los temas apuntados en un ejercicio de estilo que busca tan a fondo marcar las distancias y la frialdad de las relaciones entre los personajes que es el espectador el que acaba por distanciarse de ellos, haciendo una tarea casi imposible encontrar esa necesaria identificación que permita interesarse por sus problemas, emocionarse con ellos. Para cuando Isaki Lacuesta nos regala el que probablemente sea el plano más memorable del festival, un plano fijo sobre el rostro de la actriz Barbara Lennie que lo sostiene de forma impresionante mientras suelta unas cuantas y necesarias verdades sobre la cantidad de mierda que la generación anterior ha dejado caer sobre sus cabezas como un peso muerto del que parece imposible deshacerse, es posible que haga ya tiempo que el espectador se haya desconectado de la película, acaso en defensa propia. Y es una verdadera lástima, porque hay verdad, dolor, talento e inteligencia en la película de Lacuesta y habla de un tema importante, lo que le queda a aquella generación que protagonizó las revoluciones del siglo pasado yendo de derrota en derrota y la herencia que dejan en unos hijos que a menudo ni comprenden ni aceptan semejante legado. Podría haber sido una gran película. Pero, por desgracia en la opinión del que escribe, acaba por importar más la forma que el fondo.
VENGO DE BUSAN Pues para esto, mejor no hubieras venido
Les voy a contar un secreto a voces: en muchas ocasiones las películas de la Sección Oficial que uno ha de ver por obligación por ese corolario para críticos de la Ley de Murphy que dice que si hay una sola película a concurso que no has visto, será precisamente esa la que gane la Concha de Oro y a ti se te quedará una cara de gilipollas que no veas – créanme, ya lo he vivido y no es nada agradable – provocan una sensación de hastío tal que uno por momentos siente ganas de hacer como Homer Simpson y gritar un sonoro “¡Me aburro!” en mitad del silencio sepulcral de una sala en la que les juego lo que quieran, la inmensa mayoría de los allí reunidos estaba echando pestes del tremendo ladrillo que nos estaban endosando.
Parecía además una broma cruel del destino – o una coña final de los programadores – que la última película de la Sección Oficial, la coreana Vengo de Busan, la última esperanza que nos quedaba para salvar una selección indigna de un Festival A como éste, fuera probablemente la peor de todas las que optan a la Concha de Oro. Para cortarse las venas. La película de Jeon Soo-il cuenta la historia de In-Hwa, una chica de 18 años que en las primeras escenas tiene un bebé e inmediatamente lo da en adopción para volver a su vida cotidiana lo antes posible. El problema es que su vida cotidiana está llena de soledad, aburrimiento, hastío vital, desorientación y alineamiento. A su alrededor, la violencia verbal y física constante con la que convive – hay un hermoso plano fijo en un karaoke en el que mientras ella canta en una habitación vemos a un grupo de estudiantes humillar a golpes a su mejor amiga, sin que se llegue a explicar por qué – la aíslan emocionalmente hasta límites inhumanos difíciles de comprender, como esa escena en la que un borracho cae al río y se hunde ante su total indiferencia, con lo que acaba por no quedarle otra que intentar recuperar su bebé, a ver si así consigue encontrarle algo de sentido a su vida. Yo entre tanto por más que lo intenté no conseguí encontrarle el sentido a la presencia de tan anodino y plumbeo filme en la Sección Oficial. Eso sí: el plano en el que la chica empieza a golpearse la cabeza de forma desesperada en el autobús para ver si siente algo o si despierta bien podría ser la metáfora perfecta de lo que hemos vivido los acreditados en esta Sección Oficial.
Mañana conoceremos el Palmarés. Para mi la única película irreprochable y redonda del Festival es El Secreto de sus Ojos de Campanella, pero es una apuesta tan segura y tan fácil que intuyo que el Jurado no lo reconocerá con la Concha de Oro, aunque en esta ocasión, a diferencia del escándalo que supuso el año pasado la ausencia de Still Walking, tiene un pase: el jurado puede votar prácticamente cualquier cosa. En las interpretaciones, Jens Albinus debería ganar el Mejor Actor por su papel de pedófilo en lucha consigo mismo en This is Love, aunque le perjudica que la película no funcione y la tentación de darselo a Robert Duvall por Get Low o incluso a Darín. En actrices la cosa está aun más complicada: mi favorita es sin duda Julianne Moore por Chloe pero tanto Frances O’Connor por Blessed, Isabelle Carriere por El Refugio o incluso Carmen Machi por La Mujer Sin Piano serían una buena opción, la dirección debería ser bien para Campanella, bien para el chino Lu Chuan por City of Life or Death, que en buena lógica también debería trincar el de fotografía. Y bueno, el Premio Especial del Jurado puede ser para cualquiera, dependiendo si lo consideran una Concha de Plata o un premio artístico, y si es este último caso, puede que Los Condenados o La Mujer Sin Piano tengan opciones. En cualquier caso, lo que está bien claro es que ésta es una edición que no pasará ni mucho menos a la historia, salvo quizás por ser sorprendentemente floja. Y mucho menos si se compara con el altísimo nivel que ha dado Zabaltegui y sus Perlas de Otros Festivales, muchas de las cuales no he tenido tiempo de reseñar en estas dos ultimas jornadas (la espectacular Venganza de Johnnie To, la impresionante Cinco Minutos de Gloria de Oliver Hirschbiegel, El Imaginario del Dr. Parnassus que nos ha devuelto al mejor Terry William, la emocionante London River,…) y a las que deberían estar muy atentos cuando se estrenen en próximas fechas.
1 comentario:
Para lo bueno y para lo malo, mejor dicho, para las pelis buenas y las malas, me parece una crónica de casi cierre de lo más interesante.
Aunque parece evidente que poco tienen que ver en su planteamiento, resulta oportuna la alusión a "Jo, qué noche", que, aunque con sus limitaciones, es una película que me entusiasma y he revisitado muchas veces.
Los coleccionistas compulsivos podríamos ser legión si el buen juicio y la falta de espacio o de medios no nos contuviera, así que el planteamiento de "10 to 11" a priori parece prometedor. Lástima si se pierde. Me gustaría verla.
Lo de los tochos (que en este caso vienen de Busan) es inevitable. Con lo que cuesta hacer una peli, a veces me pregunto cómo la gente se toma tanto esfuerzo para engendrar bodrios infumables. Y si encima les dan cancha, la culpa es compartida por los seleccionadores. Pero en fin... No te cortes las venas, que te quedan bien largas.
A estas alturas no conozco los resultados del palmarés. Ya nos dirás.
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