Clint Eastwood cumplirá en mayo 81 años. Apenas acaba de estrenar esta Más Allá de la Vida cuando ya se halla inmerso en la producción de un biopic sobre J. Edgar Hoover que protagonizará Leonardo Di Caprio y ha anunciado otro proyecto, nada menos que un musical con Beyoncé, que solo llamará la atención de todos aquellos desinformados que no estén al tanto de la fructifera relación que el director y actor estadounidense ha mantenido siempre con la música, más allá de que acostumbre a escribir sus propias BSO (cosa que por cierto, vistos los resultados en esta última propuesta, debería ir pensando seriamente en dejar en manos de otros, pero eso es otra historia). No me cabe duda que, afortunadamente para todos nosotros, la mejor forma que conoce para ahuyentar la muerte es seguir haciendo lo que más le apasiona: dirigir película tras película.
Es evidente que no se puede pasar de puntillas por el hecho de que Más Allá de la Vida es una película que aborda el tema de la muerte, aunque en realidad se equivoca de medio a medio aquel que acuda a la sala pensando que va a encontrarse con la primera película de género fantástico de Eastwood: por mucho que gran parte de la obra del cineasta gire en torno a la muerte como motor directo o indirecto de gran parte de los guiones ajenos sobre los que trabaja, a este director humanista y vital donde los haya, no le interesa lo más mínimo ofrecer respuestas, ni siquiera que atisbemos cual es su postura personal acerca de lo que hay después de la muerte. No, en realidad Más Allá de la Vida no se construye acerca de lo que viene después del fin de la existencia: muy al contrario, lo que a Eastwood verdaderamente le interesa es como lidian los seres humanos con la vida cuando la muerte les ronda muy de cerca.
El astuto y algo funcional guión de Peter Morgan se articula alrededor de tres historias en paralelo que muestran precisamente tres formas distintas de enfrentarse con esa muerte ante la que vivimos cada vez más de espaldas. El interés radica bastante más en cómo Eastwood desarrolla visualmente esas tres historias que la forma en la que Morgan se las va a arreglar para hilarlas al final. Y es que Eastwood, con su ya conocida elegancia, y su sentido clásico de la puesta en escena entendido en la mejor de sus acepciones, si bien no consigue que las tres nos interesen de la misma forma – hay un desequilibrio evidente entre la fuerza dramática de la desesperada búsqueda de Markus o esa lucha de Geroge consigo mismo y contra la soledad a la que le condena su don que la forma en que Marie reorganiza su vida tras estar a punto de perecer en un tsunami - sí logra que unas y otras fluyan de forma apacible y, mucho más importante, que haya aspectos conmovedores en todas ellas, esos detalles de buen observador capaz de narrar de forma precisa manejando elementos muy simples con una enorme inteligencia y sensibilidad.
Así, más allá del arrollador comienzo con la secuencia del tsunami – probablemente la mejor escena de acción pura que Eastwood haya rodado nunca, sobrecogedora – los momentos más brillantes de Más Allá de la Vida son aquellos que enriquecen los dramas internos de sus personajes por encima de las tramas que siguen: escenas como la de la prueba a ciegas en la clase de cocina donde se construye todo un mundo de sugerencias y complicidad entre los personajes de un acertado Matt Damon y una magnífica Bryce Dallas Howard, la primera noche que Markus pasa en su nueva habitación en la casa de acogida, donde instala una cama adicional para su desaparecido hermano gemelo o el plano en el que Marie toma conciencia de todo lo perdido tras haberse visto forzada a reconducir su vida son mucho más explícitas de lo que ocurre en el interior de todos ellos que cualquier diálogo.
Eastwood persigue la emoción por encima de cualquier otra cosa. Pero lo hace con la sobriedad que le caracteriza, sin subrayados – si exceptuamos un horrendo inserto en la escena final, impropio de un cineasta habitualmente dotado para esquivar la sensiblería como él - y alejado por completo de las claves de lo fantástico: la existencia del más allá que se nos ofrece tal cual no evita el mordaz repaso habitual a los mercaderes de lo espiritual. Eastwood retrata personajes de una fragilidad dolorosa que luchan por salir adelante enfrentados a una realidad que siempre les supera. Al fin y al cabo, parece decirnos el cineasta, no hay mejor forma de prepararse para esa experiencia profundamente personal, inquietante y misteriosa que es la muerte que reflexionar sobre nuestra forma de convivir con ella.
Es evidente que no se puede pasar de puntillas por el hecho de que Más Allá de la Vida es una película que aborda el tema de la muerte, aunque en realidad se equivoca de medio a medio aquel que acuda a la sala pensando que va a encontrarse con la primera película de género fantástico de Eastwood: por mucho que gran parte de la obra del cineasta gire en torno a la muerte como motor directo o indirecto de gran parte de los guiones ajenos sobre los que trabaja, a este director humanista y vital donde los haya, no le interesa lo más mínimo ofrecer respuestas, ni siquiera que atisbemos cual es su postura personal acerca de lo que hay después de la muerte. No, en realidad Más Allá de la Vida no se construye acerca de lo que viene después del fin de la existencia: muy al contrario, lo que a Eastwood verdaderamente le interesa es como lidian los seres humanos con la vida cuando la muerte les ronda muy de cerca.
El astuto y algo funcional guión de Peter Morgan se articula alrededor de tres historias en paralelo que muestran precisamente tres formas distintas de enfrentarse con esa muerte ante la que vivimos cada vez más de espaldas. El interés radica bastante más en cómo Eastwood desarrolla visualmente esas tres historias que la forma en la que Morgan se las va a arreglar para hilarlas al final. Y es que Eastwood, con su ya conocida elegancia, y su sentido clásico de la puesta en escena entendido en la mejor de sus acepciones, si bien no consigue que las tres nos interesen de la misma forma – hay un desequilibrio evidente entre la fuerza dramática de la desesperada búsqueda de Markus o esa lucha de Geroge consigo mismo y contra la soledad a la que le condena su don que la forma en que Marie reorganiza su vida tras estar a punto de perecer en un tsunami - sí logra que unas y otras fluyan de forma apacible y, mucho más importante, que haya aspectos conmovedores en todas ellas, esos detalles de buen observador capaz de narrar de forma precisa manejando elementos muy simples con una enorme inteligencia y sensibilidad.
Así, más allá del arrollador comienzo con la secuencia del tsunami – probablemente la mejor escena de acción pura que Eastwood haya rodado nunca, sobrecogedora – los momentos más brillantes de Más Allá de la Vida son aquellos que enriquecen los dramas internos de sus personajes por encima de las tramas que siguen: escenas como la de la prueba a ciegas en la clase de cocina donde se construye todo un mundo de sugerencias y complicidad entre los personajes de un acertado Matt Damon y una magnífica Bryce Dallas Howard, la primera noche que Markus pasa en su nueva habitación en la casa de acogida, donde instala una cama adicional para su desaparecido hermano gemelo o el plano en el que Marie toma conciencia de todo lo perdido tras haberse visto forzada a reconducir su vida son mucho más explícitas de lo que ocurre en el interior de todos ellos que cualquier diálogo.
Eastwood persigue la emoción por encima de cualquier otra cosa. Pero lo hace con la sobriedad que le caracteriza, sin subrayados – si exceptuamos un horrendo inserto en la escena final, impropio de un cineasta habitualmente dotado para esquivar la sensiblería como él - y alejado por completo de las claves de lo fantástico: la existencia del más allá que se nos ofrece tal cual no evita el mordaz repaso habitual a los mercaderes de lo espiritual. Eastwood retrata personajes de una fragilidad dolorosa que luchan por salir adelante enfrentados a una realidad que siempre les supera. Al fin y al cabo, parece decirnos el cineasta, no hay mejor forma de prepararse para esa experiencia profundamente personal, inquietante y misteriosa que es la muerte que reflexionar sobre nuestra forma de convivir con ella.
Este articulo, levemente modificado, se publicó en el periódico Voz Emérita el 24 de Enero del 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario