Y es que hay que echarle un par de bemoles para plantear de entrada algo tan inabarcable como el fin del mundo tal y como lo conocemos – literalmente: un meteorito inmenso se dispone a colisionar con la Tierra y arrasar cuanto existe en ella – y olvidarse casi por completo de ello hasta el extremo de dejarlo reducido a poco menos que un decorado argumental de fondo para contar una historia que va por derroteros muy distintos de los que cabría esperar como es fijar la mirada en el enconado enfrentamiento entre un protagonista forzado a defender a sus sobrinos del acoso de un psicópata empeñado en dedicar las últimas horas de su existencia a vengarse del hombre que le metió en prisión a través de su prole. Es decir, es una visión del Apocalipsis desde una perspectiva casi minimalista.
Parece sencillo, pero no lo es: atreverse a ignorar las posibilidades argumentales que ofrecía algo tan sugerente como el fin del mundo y centrar la mirada en ese thriller áspero y brutal, dejar a un lado alegremente el componente de ciencia-ficción para sumergirse de lleno en una especie de odisea con reminiscencias vagamente Peckinpah sin abandonar por ello ese peculiar costumbrismo que delata la procedencia del autor demuestra varias cosas. Para empezar que estamos ante un director con las ideas muy claras sobre lo que quiere conseguir, poseedor tanto de una mirada personal como de una evidente vocación de sorprender, dotado de un enorme talento narrativo y lo que en mi opinión lo hace aun más valioso, volcado por completo en conseguir que su película transpire por todos lados eso tan difícil de definir y a la vez tan imprescindible en una película de estas características como una atmósfera, un estilo propio capaz de atrapar hasta tal punto al espectador que éste se deje llevar por la historia olvidando sus planteamientos iniciales y hasta alguna que otra debilidad de guión. Y lo consigue, vaya que si lo consigue.
Apoyándose en un esplendido trabajo de fotografía de Miguel Ángel Mora que proporciona a la imagen ese aire quemado que refuerza ese ambiente árido, seco, que preside el tono negrísimo y desesperanzado de la historia y con una elaborada planificación que desemboca en una puesta en escena de inusitada fuerza, 3 Días consigue su objetivo de arrebatar al espectador y embarcarlo en un viaje alrededor de las pulsiones más primarias del ser humano, un inevitable choque entre aquel que hace de la venganza irracional y violenta su única fuente de motivación – un inquietante, magnífico Eduard Fernández capaz de inspirar miedo con solo la mirada - y el que, acuciado por el peligro y el instinto de defender a los suyos, se verá obligado a asumir el papel de atribulado protector – Victor Clavijo, casi siempre airoso en un personaje de lo más intenso –
Ambientar la historia no en el presente sino en un pasado reciente indeterminado – aunque no se afirma en ningún momento puede deducirse de elementos como los vehículos, los primitivos videojuegos, los televisores en blanco y negro, la ausencia de móviles, los noticiarios construidos con imágenes de archivo – resulta un detalle nada insignificante que habla de la seriedad de la propuesta y además me gusta mucho la facilidad con la que González dota a su tenebroso cuento de una rara poética: en algún que otro momento particularmente inspirado – Lucio subiéndose el coche para contemplar el cielo que caerá sobre sus cabezas, la madre que se sienta en el porche de la casucha de campo escopeta en mano esperando a aquel que sabe que está por venir, esa ominosa segunda visita al pueblo ya abandonado con el recurso del juego de adivinanzas, el hermosísimo travelling lateral que cierra la película – se deja sentir la habilidad del director para crear imágenes y secuencias tan bellas como en el fondo perturbadoras.
Tan notable es la valentía algo suicida del realizador que uno hasta perdona las evidentes debilidades de un guión al que no le hubiera venido mal pulir ciertos detalles que a algunos pueden incluso sacarles de tan hipnótica propuesta – estoy pensando en lo que ocurre con la madre y en la inexplicable decisión de Alejandro de no informar al menos a los dos hermanos mayores sobre lo que puede suceder para que éstos al menos puedan comprender su comportamiento – y celebrar que en España haya gente con el arrojo suficiente no solo para idear una marcianada semejante sino productores capaces de contagiarse el sentido del riesgo de realizadores como Francisco Javier González y financiarle el poner en pie sus propuestas. Pongámosles nombres, porque la ocasión lo merece: Antonio Pérez y, en la sombra, un tal Antonio Banderas.
Observese el contraste entre la secuencia que abre la película - los primeros rastros del asteroide destruyendo un satélite, una escena que bien podría formar parte de Armageddon - y una posterior en la que se aprecia la enorme tensión generada entre los dos personajes principales.
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