Coinciden en cartelera dos películas que poseen varias cosas en común, siendo quizás la más interesante de ellas la voluntad de recuperar esas atmósferas del cine de investigación y un tanto paranoico que tanto impacto causaron a finales de los 70, una herencia hasta cierto punto inevitable del enrarecido clima social que dejó la Administración Nixon y la movilización posterior que Hollywood hizo para posicionarse en aquellos turbulentos tiempos de cambio. Creo que una de las pocas cosas positivas que nos ha dejado la saliente Administración Bush es haber conseguido crear un ambiente de abierto cuestionamiento de las muy discutibles políticas post 11-S, lo que sumado a la desconfianza que provocan fenómenos como la globalización de la economía y el creciente poder de las multinacionales están dando lugar a películas que, como Los Tres Días del Cóndor, La Conversación o Todos Los Hombres del Presidente en su momento, parecen marcadas por el signo de los tiempos que vivimos.
Veamos. The Internacional es una película de Tom Tykwer que navega a medio camino entre el cine de acción deudor de la trilogía de Bourne y el cine de conspiraciones con la originalidad de situar en el centro de la trama como objeto de investigación de la misma y a la vez supervillano de la historia a uno de esos megabancos internacionales que mientras el dinero fluya con naturalidad por sus arcas, no le hace ascos a nada: lo mismo adquiere unos misiles para un bando en conflicto que le vende al otro la forma de contrarrestarlos, financia golpes de estado en países del tercer mundo, conspira para hacerse con el tráfico de armas que le permitirá el control de cientos de pequeñas guerras o contrata profesionales asesinos que se encarguen de limpiarle de obstáculos el camino, no vaya a ser que a algún político o ejecutivo le dé un ataque de conciencia.Contra semejante corporación, se alza un pétreo Clive Owen, agente de la Interpol de inflexibles principios capaz de cualquier cosa para derrumbar a los malos y un hermoso florero llamado Naomi Watts, ayudante del Fiscal del Distrito en NY, que acabará por desistir cuando caiga en la cuenta, pobrecita mía, que por la vía legal poco se puede hacer contra un sistema que no solo ampara sino que bendice tan dudosas prácticas en aras del orden establecido.The Internacional es un thriller narrado con buen ritmo, especialmente en su primera media hora y que tiene a su favor una secuencia de acción impresionante en el Museo Guggenheim de NY con la que podrán relamerse tanto aquellos desposeídos por la crisis a los que ya les gustaría tener la posibilidad de emprenderla a tiros con los esbirros del banco de turno que le comen mes a mes los ahorros con la hipoteca como aquellos que aborrecen las imposturas del arte moderno en uno de los edificios más emblemáticos del mismo, que acabará redecorado alegremente a balazos.Tampoco está mal la reveladora conversación posterior entre el héroe y el perturbador personaje al que da vida el estupendo Armin Müeller-Stahl, que anticipa una resolución que, afortunadamente, tiene la inteligencia de huir de la trampa complaciente ya que, como hasta el menos informado sabe, pese a los intentos de Hollywood de convencernos de lo contrario a base de insistir machaconamente con sus finales felices poblados de justicia y del triunfo de la legalidad, eso rara vez sucede. Es The Internacional pues un buen producto comercial hecho con habilidad y soltura narrativa que quizás demasiado a menudo se queda a dos aguas entre los dos géneros en los que se mueve y que, forzando sus argumentos, puede inducir a cierta sensación de irrealidad pero ya se sabe: el realismo en estos tiempos tiende a imitar a la ficción.En La Sombra del Poder nos encontramos por el contrario con una investigación periodística como las de antaño, de esas que echábamos de menos hace tiempo en las pantallas. Un asesinato que se enlaza con un improbable suicidio que conduce a un congresista en alza y a una comisión que investiga el terrorífico paisaje, bastante real en algunos escenarios como Irak y Afganistán, en el que las empresas seguridad formadas por ex-militares y mercenarios de todo tipo se benefician de millonarias subcontratas con el Gobierno USA y con los nuevos regimenes instaurados en aquellos países para mantener el nuevo orden establecido.Para tirar del hilo de esta conspiración en la que estas empresas tampoco parecen detenerse ni andarse con remilgos con tal de mantener sus millonarios privilegios, aparece la figura de un periodista del viejo estilo, fondón y descreído de la frivolidad con la que las nuevas tecnologías presentan la información, que tendrá que formar un improbable tandem con una novata y soportar las presiones de una jefa responsable ante los dueños del periódico para, a base de tesón, inteligencia y paciencia, ir colocando en su sitio las piezas del puzzle.Russell Crowe protagoniza con notable convicción – su presencia y su mirada imponen lo suyo pese a su desmadejada apariencia - esta trama repleta de sorpresas y giros insospechados en la que está muy bien rodeado de un reparto más que competente en el que brillan a gran altura Helen Mirren, Robin Wright Penn y un Ben Affleck que parece cada vez más dispuesto a que nos vayamos olvidando de su hasta hace bien poco bien merecida fama de actor insulso. Resulta creíble su personificación de un periodista del de esos que no tienen amigos sino fuentes, empeñados en dar con la verdad sin perder ni un ápice del cinismo de viejo zorro de la profesión – impagables esos afilados diálogos con su jefa Helen Mirren – y capaces de manejarse con soltura en esos débiles márgenes morales que le permiten hacer bien su trabajo.A La Sombra del Poder – absurdo título español de State of Play, miniserie de la BBC en la que se basa esta película que desconozco pero que ardo en deseos de ver – le beneficia una planificación sobria que dosifica de forma inteligente la información, introduce con habilidad las distintas piezas que componen el relato y sabe como enganchar la atención del espectador, deslizando bajo su apariencia de thriller una denuncia política de primer orden que uno sabe más que real. Le sobra, eso sí, cierto retruécano final que parece más destinado a satisfacer los deseos de los productores del filme que a seguir la lógica interna del relato, dejando el regusto de un a obra que no acaba de convencer del todo pese a ser, sin ningún género de dudas, un entretenimiento más que digno.Resulta interesante comparar los elementos en común de ambas películas: la determinación rayana en la obsesión de sus protagonistas que les hace descuidar aspectos de su vida personal – ambos visten de forma desastrada, duermen poco, no tienen una relación o la perdieron por su dedicación profesional, se enfrentan a su objetivo con una saludable carga de ironía y, lo más divertido, sus mesas de trabajo, abarrotadas de papeles, informes y fotografías en aparente caos son idénticas entre sí, revelando claramente la disposición mental de sus dueños – También está la forma de operar de las empresas perseguidas, no ya ilegal sino de una amoralidad impresionante; las dificultades casi insalvables con las que los protagonistas han de enfrentarse incluso de su propios jefes, que les presionan hasta límites insospechados y la insoportable sensación de que más bien poco se puede hacer para alterar el estado actual de las cosas, un enemigo al que no se puede individualizar, que permanece casi siempre invisible o en la sombra, amparado por el sistema y que provoca, sobre todo, impotencia.
Veamos. The Internacional es una película de Tom Tykwer que navega a medio camino entre el cine de acción deudor de la trilogía de Bourne y el cine de conspiraciones con la originalidad de situar en el centro de la trama como objeto de investigación de la misma y a la vez supervillano de la historia a uno de esos megabancos internacionales que mientras el dinero fluya con naturalidad por sus arcas, no le hace ascos a nada: lo mismo adquiere unos misiles para un bando en conflicto que le vende al otro la forma de contrarrestarlos, financia golpes de estado en países del tercer mundo, conspira para hacerse con el tráfico de armas que le permitirá el control de cientos de pequeñas guerras o contrata profesionales asesinos que se encarguen de limpiarle de obstáculos el camino, no vaya a ser que a algún político o ejecutivo le dé un ataque de conciencia.Contra semejante corporación, se alza un pétreo Clive Owen, agente de la Interpol de inflexibles principios capaz de cualquier cosa para derrumbar a los malos y un hermoso florero llamado Naomi Watts, ayudante del Fiscal del Distrito en NY, que acabará por desistir cuando caiga en la cuenta, pobrecita mía, que por la vía legal poco se puede hacer contra un sistema que no solo ampara sino que bendice tan dudosas prácticas en aras del orden establecido.The Internacional es un thriller narrado con buen ritmo, especialmente en su primera media hora y que tiene a su favor una secuencia de acción impresionante en el Museo Guggenheim de NY con la que podrán relamerse tanto aquellos desposeídos por la crisis a los que ya les gustaría tener la posibilidad de emprenderla a tiros con los esbirros del banco de turno que le comen mes a mes los ahorros con la hipoteca como aquellos que aborrecen las imposturas del arte moderno en uno de los edificios más emblemáticos del mismo, que acabará redecorado alegremente a balazos.Tampoco está mal la reveladora conversación posterior entre el héroe y el perturbador personaje al que da vida el estupendo Armin Müeller-Stahl, que anticipa una resolución que, afortunadamente, tiene la inteligencia de huir de la trampa complaciente ya que, como hasta el menos informado sabe, pese a los intentos de Hollywood de convencernos de lo contrario a base de insistir machaconamente con sus finales felices poblados de justicia y del triunfo de la legalidad, eso rara vez sucede. Es The Internacional pues un buen producto comercial hecho con habilidad y soltura narrativa que quizás demasiado a menudo se queda a dos aguas entre los dos géneros en los que se mueve y que, forzando sus argumentos, puede inducir a cierta sensación de irrealidad pero ya se sabe: el realismo en estos tiempos tiende a imitar a la ficción.En La Sombra del Poder nos encontramos por el contrario con una investigación periodística como las de antaño, de esas que echábamos de menos hace tiempo en las pantallas. Un asesinato que se enlaza con un improbable suicidio que conduce a un congresista en alza y a una comisión que investiga el terrorífico paisaje, bastante real en algunos escenarios como Irak y Afganistán, en el que las empresas seguridad formadas por ex-militares y mercenarios de todo tipo se benefician de millonarias subcontratas con el Gobierno USA y con los nuevos regimenes instaurados en aquellos países para mantener el nuevo orden establecido.Para tirar del hilo de esta conspiración en la que estas empresas tampoco parecen detenerse ni andarse con remilgos con tal de mantener sus millonarios privilegios, aparece la figura de un periodista del viejo estilo, fondón y descreído de la frivolidad con la que las nuevas tecnologías presentan la información, que tendrá que formar un improbable tandem con una novata y soportar las presiones de una jefa responsable ante los dueños del periódico para, a base de tesón, inteligencia y paciencia, ir colocando en su sitio las piezas del puzzle.Russell Crowe protagoniza con notable convicción – su presencia y su mirada imponen lo suyo pese a su desmadejada apariencia - esta trama repleta de sorpresas y giros insospechados en la que está muy bien rodeado de un reparto más que competente en el que brillan a gran altura Helen Mirren, Robin Wright Penn y un Ben Affleck que parece cada vez más dispuesto a que nos vayamos olvidando de su hasta hace bien poco bien merecida fama de actor insulso. Resulta creíble su personificación de un periodista del de esos que no tienen amigos sino fuentes, empeñados en dar con la verdad sin perder ni un ápice del cinismo de viejo zorro de la profesión – impagables esos afilados diálogos con su jefa Helen Mirren – y capaces de manejarse con soltura en esos débiles márgenes morales que le permiten hacer bien su trabajo.A La Sombra del Poder – absurdo título español de State of Play, miniserie de la BBC en la que se basa esta película que desconozco pero que ardo en deseos de ver – le beneficia una planificación sobria que dosifica de forma inteligente la información, introduce con habilidad las distintas piezas que componen el relato y sabe como enganchar la atención del espectador, deslizando bajo su apariencia de thriller una denuncia política de primer orden que uno sabe más que real. Le sobra, eso sí, cierto retruécano final que parece más destinado a satisfacer los deseos de los productores del filme que a seguir la lógica interna del relato, dejando el regusto de un a obra que no acaba de convencer del todo pese a ser, sin ningún género de dudas, un entretenimiento más que digno.Resulta interesante comparar los elementos en común de ambas películas: la determinación rayana en la obsesión de sus protagonistas que les hace descuidar aspectos de su vida personal – ambos visten de forma desastrada, duermen poco, no tienen una relación o la perdieron por su dedicación profesional, se enfrentan a su objetivo con una saludable carga de ironía y, lo más divertido, sus mesas de trabajo, abarrotadas de papeles, informes y fotografías en aparente caos son idénticas entre sí, revelando claramente la disposición mental de sus dueños – También está la forma de operar de las empresas perseguidas, no ya ilegal sino de una amoralidad impresionante; las dificultades casi insalvables con las que los protagonistas han de enfrentarse incluso de su propios jefes, que les presionan hasta límites insospechados y la insoportable sensación de que más bien poco se puede hacer para alterar el estado actual de las cosas, un enemigo al que no se puede individualizar, que permanece casi siempre invisible o en la sombra, amparado por el sistema y que provoca, sobre todo, impotencia.
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