Resulta curioso comprobar como pueden cumplirse las expectativas. El Festival de Cine Español de Málaga siempre me había suscitado algunas dudas razonables como por ejemplo por qué ninguno de los considerados grandes autores españoles - Almodóvar, Amenabar, Trueba, los tres con peli nueva en el 2009 - estrenan aquí sus nuevas propuestas o la impresión de que Málaga era un festival que invertía mucho más en el famoseo, los saraos y en pasear a sus invitados (¡ese Star System epañó, mucho más televisivo que cinematográfico!) para que las fans berreen a gusto a su paso y arranquen alguna camiseta que otra en lugar de currarse una programación seria y coherente. Y la verdad es que, con todos los reparos que haya que ponerle a la escasa experiencia de solo un fin de semana allí, mi sensación es que, en efecto, Málaga es un festival, digamos, diferente en el que conviven extrañísimas decisiones de programación con un fervor adolescente choni style que raya la histeria y que en el fondo parece ser su principal motor – lo explica muy bien este magnífico artículo de Gregorio Belinchón en El País, que suscribo al 100% por lo poco que he visto – con lo que la verdad es que, por mucho que me fastidie admitirlo, no tengo más remedio que reconocer que éste no es ni mucho menos el mejor camino para que el cine español se reivindique en un Festival sin duda necesario pero que creo muy mal orientado. En fin, vamos con el cine visto que es lo que importa:
Fuga de Cerebros es un intento bienintencionado de trasplantar a nuestro cine la comedia cafre USA al más puro estilo de los Hermanos Farrelly – el principal referente de la película es Algo pasa con Mary, aunque haya guiños más que directos a otras obras cumbre del género como American Pie, aunque eso si, cambiando tartas de manzana por torrijas, que es como más patrio – siguiendo a un tiempo el modelo New Choni Cinema tipo Mentiras y Gordas en el que actores forjados en el medio televisivo traspasan su gancho comercial a la gran pantalla para conseguir que las hordas adolescentes se dejen los cuartos los fines de semana abarrotando las salas comerciales, lo que me parece un objetivo tan loable como cualquier otro. La estimable idea hubiera corrido mejor suerte si sus autores no hubieran olvidado que las pelis de los Farrelly funcionan porque por muy delirantes que sean sus premisas y muy bestias que sean sus gags, sus historias están ancladas en realidades más o menos creíbles, algo que no ocurre en esta estrambótica historia de cinco frikis que se cuelan en Oxford para que uno se declare a la chica de sus sueños. Más allá de su asumida condición de subproducto, Fuga de Cerebros sale adelante gracias a sus actores - Mario Casas demuestra sus posibilidades cómicas en un registro diametralmente opuesto al de Mentiras y Gordas, inspirado en el arte de la humillación que domina Ben Stiller pero el mejor de la función es Alberto Amarilla, que compone un ciego desternillante cuyo empeño por integrarse en la sociedad le lleva a obviar su ceguera – y a algún que otro gag afortunado que por desgracia corre el riesgo de perderse entre el marasmo de escatología y cafradas varias que se suceden en pantalla y la innecesaria sobredosis de cameos del tramo final, que juega al quien es quien de actores de multitud de series televisivas. Pese a todo, arrasará en taquilla: la fórmula Farrelly + actores televisivos + sexo (hay un tan gozoso como gratuito polvo entre Mario Casas y Amaia Salamanca que servirá de indudable reclamo) será imbatible. Cuestión distinta es preguntarse qué demonios pinta una película como Fuga de Cerebros en la Sección Oficial del Festival de Cine Español de Málaga...La misma reflexión se podría hacer sobre la desastrosa Bullying, una película que corrobora aquello de que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno. Josecho San Mateo firma aquí una aproximación al tema del acoso escolar que, para que ustedes se hagan una idea, consigue convertir por comparación a la interesante pero sin duda fallida Cobardes del dúo Corbacho/Cruz en una obra maestra sobre el particular. Aparte del imperdonable desaguisado achacable a la organización de proyectar una película rodada en catalán en un espantoso doblaje al castellano, hecho por el que tuvo que pedir disculpas el director del Festival en persona, Bullying es una horrible colección de tópicos sobre el acoso escolar en el que parece que sus responsables no se han molestado en documentarse para pergreñar una ficción que cualquiera podría construir con retazos de noticias de telediario e informaciones sensacionalistas, por la que desfilan personajes que de forma caprichosa son verdugos o victimas sin que se ofrezca ninguna explicación a su comportamiento más allá de unos superficiales y a todas luces insuficientes apuntes que rozan lo estrambótico por lo forzado. Bullying es el perfecto ejemplo de cómo una obra que se pretende un arma para combatir un determinado problema puede, gracias a su increíble torpeza, convertirse en un producto de lo más contraproducente: no solo no funciona como película sino que ni siquiera puede salvarse su carácter de película denuncia ya que con su colección de tópicos insoportables y falaces, es imposible que sea tomada en serio por parte de los posibles destinatarios de la misma, ya sean docentes, padres y desde luego, unos adolescentes que en el mejor de los casos, se tomarían a coña tanta tontería. La pregunta que cabe hacerse ante Bullying no es ya que demonios pinta en la Sección Oficial sino de quien ha sido la brillante idea de proyectarla el sábado, primer día grande del festival: su pobreza cinematográfica unida a su nulo poder mediático al no contener ni un solo rostro reconocible en su reparto hubiera debido relegarla a un espacio algo más discreto.Afortunadamente, la primera jornada fue salvada por una película que debería haber competido en la Sección Oficial pero que al haber participado previamente en el Festival de Tudela se vio relegada a inaugurar la sección paralela ZonaZine, cajón de sastre que uno intuye segunda división del Festival pero que, visto lo visto, quizás conviene seguir más que la propia Sección Oficial. 25 Kilates es una más que estimable muestra de cine de género puro y duro, un thriller urbano ambientado en una Barcelona poco proclive a la postal en la que un esplendido Francesc Garrido y una estimulante Aida Folch, él un tipo expeditivo, cobrador de deudas con un claro código moral que ejerce su oficio con profesionalidad y ella una timadora del tres al cuarto que sobrevive gracias a lo poco que le enseñó un padre ludópata y proclive a meterse en líos, se ven arrastrados en una trama de estafas, joyas y dinero en el que no faltan ni los habituales policías corruptos ni peligrosos mafiosos de nuevo cuño o periodistas ávidos de carnaza, personajes que por cierto se expresan en un saludable bilingüismo, utilizando alternativamente el catalán y el castellano cuando procede sin otro referente que la naturalidad más desarmante, la forma más inteligente y sencilla de combatir esa indeseable corrección lingüística que nos rodea.Con una realización que bebe del mejor lenguaje televisivo – estoy pensando en la estupenda The Wire – capaz de sacar partido del formato digital gracias a un montaje trepidante y a una trama bien urdida que respeta las convenciones del género, capaz de atar bien los múltiples hilos que maneja respetando la inteligencia del espectador, el debutante Patxi Amezcua ha conseguido una notable película de una interesante factura visual que sigue la senda de obras como La Caja 507 o Nadie Hablará de Nosotras Cuando Hayamos Muerto y consigue una vez más demostrar que en el cine español hay profesionales técnicos y actores entregados capaces de sacar adelante una obra de género sin que haya espacio alguno para el sonrojo, sino más bien al contrario motivos para cuestionarse por qué no vemos más a menudo en el panorama del cine español propuestas de este calibre, no especialmente caras y realizadas con dignidad. Por cierto, se estrena el viernes que viene y si tienen suerte y les cae cerca alguna de las escasas copias que se pongan en circulación, vayan a verla. Es una de esas películas de las que deseas que se mantengan en cartel el tiempo suficiente para que sus arriesgados productores recuperen la inversión que han hecho en ella. Calidad no le falta.
Mañana, segunda parte de la crónica con Carmelo Gomez y Hugo Silva metidos a narcos gallegos en Agallas, Tristán Ulloa y Emilio Gutierrez Caba enredados en una nebulosa moral en Un Buen Hombre y las dudas razonables de una pareja en crisis formada por Alberto San Juan y Natalia Mateo en La Vergüenza, interesantísima opera prima de David Planell
Fuga de Cerebros es un intento bienintencionado de trasplantar a nuestro cine la comedia cafre USA al más puro estilo de los Hermanos Farrelly – el principal referente de la película es Algo pasa con Mary, aunque haya guiños más que directos a otras obras cumbre del género como American Pie, aunque eso si, cambiando tartas de manzana por torrijas, que es como más patrio – siguiendo a un tiempo el modelo New Choni Cinema tipo Mentiras y Gordas en el que actores forjados en el medio televisivo traspasan su gancho comercial a la gran pantalla para conseguir que las hordas adolescentes se dejen los cuartos los fines de semana abarrotando las salas comerciales, lo que me parece un objetivo tan loable como cualquier otro. La estimable idea hubiera corrido mejor suerte si sus autores no hubieran olvidado que las pelis de los Farrelly funcionan porque por muy delirantes que sean sus premisas y muy bestias que sean sus gags, sus historias están ancladas en realidades más o menos creíbles, algo que no ocurre en esta estrambótica historia de cinco frikis que se cuelan en Oxford para que uno se declare a la chica de sus sueños. Más allá de su asumida condición de subproducto, Fuga de Cerebros sale adelante gracias a sus actores - Mario Casas demuestra sus posibilidades cómicas en un registro diametralmente opuesto al de Mentiras y Gordas, inspirado en el arte de la humillación que domina Ben Stiller pero el mejor de la función es Alberto Amarilla, que compone un ciego desternillante cuyo empeño por integrarse en la sociedad le lleva a obviar su ceguera – y a algún que otro gag afortunado que por desgracia corre el riesgo de perderse entre el marasmo de escatología y cafradas varias que se suceden en pantalla y la innecesaria sobredosis de cameos del tramo final, que juega al quien es quien de actores de multitud de series televisivas. Pese a todo, arrasará en taquilla: la fórmula Farrelly + actores televisivos + sexo (hay un tan gozoso como gratuito polvo entre Mario Casas y Amaia Salamanca que servirá de indudable reclamo) será imbatible. Cuestión distinta es preguntarse qué demonios pinta una película como Fuga de Cerebros en la Sección Oficial del Festival de Cine Español de Málaga...La misma reflexión se podría hacer sobre la desastrosa Bullying, una película que corrobora aquello de que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno. Josecho San Mateo firma aquí una aproximación al tema del acoso escolar que, para que ustedes se hagan una idea, consigue convertir por comparación a la interesante pero sin duda fallida Cobardes del dúo Corbacho/Cruz en una obra maestra sobre el particular. Aparte del imperdonable desaguisado achacable a la organización de proyectar una película rodada en catalán en un espantoso doblaje al castellano, hecho por el que tuvo que pedir disculpas el director del Festival en persona, Bullying es una horrible colección de tópicos sobre el acoso escolar en el que parece que sus responsables no se han molestado en documentarse para pergreñar una ficción que cualquiera podría construir con retazos de noticias de telediario e informaciones sensacionalistas, por la que desfilan personajes que de forma caprichosa son verdugos o victimas sin que se ofrezca ninguna explicación a su comportamiento más allá de unos superficiales y a todas luces insuficientes apuntes que rozan lo estrambótico por lo forzado. Bullying es el perfecto ejemplo de cómo una obra que se pretende un arma para combatir un determinado problema puede, gracias a su increíble torpeza, convertirse en un producto de lo más contraproducente: no solo no funciona como película sino que ni siquiera puede salvarse su carácter de película denuncia ya que con su colección de tópicos insoportables y falaces, es imposible que sea tomada en serio por parte de los posibles destinatarios de la misma, ya sean docentes, padres y desde luego, unos adolescentes que en el mejor de los casos, se tomarían a coña tanta tontería. La pregunta que cabe hacerse ante Bullying no es ya que demonios pinta en la Sección Oficial sino de quien ha sido la brillante idea de proyectarla el sábado, primer día grande del festival: su pobreza cinematográfica unida a su nulo poder mediático al no contener ni un solo rostro reconocible en su reparto hubiera debido relegarla a un espacio algo más discreto.Afortunadamente, la primera jornada fue salvada por una película que debería haber competido en la Sección Oficial pero que al haber participado previamente en el Festival de Tudela se vio relegada a inaugurar la sección paralela ZonaZine, cajón de sastre que uno intuye segunda división del Festival pero que, visto lo visto, quizás conviene seguir más que la propia Sección Oficial. 25 Kilates es una más que estimable muestra de cine de género puro y duro, un thriller urbano ambientado en una Barcelona poco proclive a la postal en la que un esplendido Francesc Garrido y una estimulante Aida Folch, él un tipo expeditivo, cobrador de deudas con un claro código moral que ejerce su oficio con profesionalidad y ella una timadora del tres al cuarto que sobrevive gracias a lo poco que le enseñó un padre ludópata y proclive a meterse en líos, se ven arrastrados en una trama de estafas, joyas y dinero en el que no faltan ni los habituales policías corruptos ni peligrosos mafiosos de nuevo cuño o periodistas ávidos de carnaza, personajes que por cierto se expresan en un saludable bilingüismo, utilizando alternativamente el catalán y el castellano cuando procede sin otro referente que la naturalidad más desarmante, la forma más inteligente y sencilla de combatir esa indeseable corrección lingüística que nos rodea.Con una realización que bebe del mejor lenguaje televisivo – estoy pensando en la estupenda The Wire – capaz de sacar partido del formato digital gracias a un montaje trepidante y a una trama bien urdida que respeta las convenciones del género, capaz de atar bien los múltiples hilos que maneja respetando la inteligencia del espectador, el debutante Patxi Amezcua ha conseguido una notable película de una interesante factura visual que sigue la senda de obras como La Caja 507 o Nadie Hablará de Nosotras Cuando Hayamos Muerto y consigue una vez más demostrar que en el cine español hay profesionales técnicos y actores entregados capaces de sacar adelante una obra de género sin que haya espacio alguno para el sonrojo, sino más bien al contrario motivos para cuestionarse por qué no vemos más a menudo en el panorama del cine español propuestas de este calibre, no especialmente caras y realizadas con dignidad. Por cierto, se estrena el viernes que viene y si tienen suerte y les cae cerca alguna de las escasas copias que se pongan en circulación, vayan a verla. Es una de esas películas de las que deseas que se mantengan en cartel el tiempo suficiente para que sus arriesgados productores recuperen la inversión que han hecho en ella. Calidad no le falta.
Mañana, segunda parte de la crónica con Carmelo Gomez y Hugo Silva metidos a narcos gallegos en Agallas, Tristán Ulloa y Emilio Gutierrez Caba enredados en una nebulosa moral en Un Buen Hombre y las dudas razonables de una pareja en crisis formada por Alberto San Juan y Natalia Mateo en La Vergüenza, interesantísima opera prima de David Planell
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