El que mejor lo resumió fue Steven Spielberg. Antes de entregar el Premio a la Mejor Película, recordó – nunca sabremos si de motu propio o debido a una inspiración brillante de algún guionista anónimo – que las películas perdedoras engrosarían las listas de títulos hoy tan indiscutibles como Ciudadano Kane, El Graduado o Toro Salvaje que en su momento tampoco consiguieron el reconocimiento que merecían. Es parte del juego. Así pues, La Red Social, Cisne Negro, Origen o Valor de Ley, obras todas ellas que es posible que con el paso de los años permanezcan más en la memoria del espectador que la aseadita y por otra parte irreprochable El Discurso del Rey, tienen argumentos para consolarse.
Confieso que me da una pereza considerable escribir la crónica de los Oscar de este año. Ni siquiera para afilar el colmillo y ponerme a despotricar en modo cínico, como a veces sucede con alguna película que pide a gritos que se le haga un traje a medida en una crítica. Pero es que me pasó lo mismo cuando vi El Discurso del Rey: muy bonita, muy correcta, muy bien interpretada, simpaticona a ratos… pero tan anodina y mil veces vista que ni me apeteció ponerme a juntar palabras para hablar de ella en su momento. Con los Oscar de anoche igual: siendo el de los actores el colectivo más numeroso de entre todos los gremios que pueblan ese ente tumultuoso llamado Academia de Hollywood era evidente que una película que trata de un actor ayudando a un aspirante a actor (¿Qué significa ser Rey sino interpretar a la perfección un papel marcado de antemano?) a sobreponerse a sus limitaciones para llevar a cabo la interpretación de su vida iba a acariciar ese ego imposible de subestimar de los actores hasta el punto de provocar diversos desatinos consecutivos, a saber: que su funcional guión – repleto de diálogos brillantes e irónicos, cierto, pero con una estructura de manual incapaz de proporcionar la más mínima sorpresa – se impusiera a la arriesgada propuesta de Christopher Nolan en Origen (que tiene sus fallos, claro, pero que intuyo que su mayor defecto posiblemente sea resultar incomprensible para muchos de los que tenían que votarla…), que Tom Hooper se llevara Mejor Dirección por encima de los en mi opinión mucho más brillantes (y difíciles) trabajos de Fincher, Aronofsky y los Coen y que finalmente ganara el Oscar a la Mejor Película, confirmando que esto del voto preferencial es un arma de doble filo: como seguramente sabe muy bien Harvey Weinstein si tienes una de esas películas sencillas y efectivas capaces de emocionar un poco, gustar a casi todo el mundo y de la que apenas puedes decir nada malo, conseguirás que la mayoría de Académicos la pongan en su top-3 y te llevarás el premio gordo. Y si no, siempre te queda en la recámara The Fighter, una especie de versión white trash con ramalazos indie de la misma película – analícenla un poco detenidamente y se darán cuenta de ciertas semejanzas sonrojantes – con la que rebañar dos interpretaciones de reparto y hacer la gracia completa.
Empezaba a estar mal acostumbrado. Los triunfos en pasadas ediciones de En Tierra Hostil y No Es País Para Viejos me habían creado la ilusión de que algo se movía en la Academia y que ese colectivo tradicionalmente conservador e inmovilista empezaba a cogerle el gustillo a propuestas algo más arriesgadas. Pero lo que está claro es que una propuesta sencilla, bien hecha y con capacidad de emocionar, por mil veces vista que sea su fórmula, tiene más fácil conseguir el consenso necesario que películas que, aunque a mi me parezcan muy superiores, son mucho más incómodas para el espectador medio. Porque sin duda a más de uno le habrá repelido la sensación desasosegante que te crean películas tan distintas como Cisne Negro o Winter’s Bone, porque el retrato francamente desolador de las miserias de nuestro tiempo, protagonizado por niñatos francamente antipáticos que es La Red Social resulta de lo más indigesto, porque un western como Valor de Ley no es un western como los de antes ni tampoco una obra desmitificadora o crepuscular, porque Origen peca de arriesgada, de enrevesada, de demasiado pretenciosa y repleta de efectos visuales, porque Toy Story 3, en fin, son muñecos animados y ya tienen su Oscar en su propia categoría, porque The Fighter como ya he dicho, es una variante boxística de El Discurso del Rey (y sin tanto glamour donde va a parar, que en una hablamos de la realeza inglesa, bien vestida, educada y todo eso y en otra no dejan de ser unos pobres malhablados, horteras, putones y hasta yonkis) y porque Los Chicos Están Bien y 127 Horas, simplemente, son aun peores películas.
Así pues paso de rasgarme las vestiduras con el triunfo de El Discurso del Rey, porque me parece lógico, por más que sea un paso atrás respecto a ediciones anteriores. De la misma forma, nada hay que reprochar a los cuatro premios de interpretación, Natalie Portman, Colin Firth, Melissa Leo y Christian Bale realizan trabajos irreprochables y aunque uno pueda guardar sus preferencias personales por Bardem, Jacki Weaver o Geoffrey Rush – lo de Natalie Portman no es ni siquiera discutible: su papel en Cisne Negro es impresionante – ésta es una de esas ocasiones en las que nada parece descabellado.
Por lo demás, todo siguió su curso con predecible e implacable lógica: los cuatro premios técnicos a Origen (los dos de sonido, Efectos Visuales y Fotografía, quizás la única algo discutible ante el trabajo de Matthew Libatique en Cisne Negro) y el reconocimiento en montaje, guión adaptado y BSO a La Red Social, siendo curioso en este último caso que primará más la idoneidad de la música de Trent Reznor y Atticus Ross a sus imágenes para crear esa atmósfera malsana que la grandiosidad sinfónica de Hans Zimmer para Origen o la belleza del tema central de Alexandre Desplat para El Discurso del Rey, partituras mucho más disfrutables fuera de la sala de cine, así como Mejor Película de Animación y Mejor Canción Original (el segundo oscar en 20 nominaciones de Randy Newman era, quien lo diría, la menos ñoña de las cuatro aburidísimas nominadas) para Toy Story 3 y dos premios también lógicos – Dirección Artística y Vestuario – para la decepcionante Alicia de Tim Burton. En cualquier caso, no deja de resultar algo alarmante y un mal síntoma que propuestas tan estimables como Valor de Ley o Winter’s Bone se fueran de vacío.
Por supuesto, a título personal me quedo con el enorme subidón de alegría y el orgullo que supuso que INSIDE JOB, el imprescindible documental que estuvo en el V Festival de Cine Inédito de Mérida el pasado diciembre, ganase el Oscar de su categoría, con lo que más de unos cuantos se sentirán hoy en mi ciudad como unos privilegiados. Lástima que no hiciera lo propio Incendies en Mejor Película de Habla No Inglesa para que la gracia fuera completa, pero era evidente, por razones parecidas a las expresadas al respecto del triunfo de El Discurso del Rey, que ganaría In a Better World, obra mucho más amable y menos incómoda que la canadiense que refleja mejor los gustos de la Academia.
En lo que se refiere a la Ceremonia, es evidente que la apuesta por rejuvenecer el show con James Franco y Anne Hathaway no salió como se esperaba. Más por la desidia de él, que pareció perdido e incómodo durante toda la gala, haciendo gala de una insólita indolencia como si la cosa no fuera con él, desbaratando los esfuerzos de su co-presentadora, fresca y entusiasta toda la noche. Cuanto más parecía esforzarse Hathaway – cambios de traje incluidos y ya tiene mérito: estaba impresionante en todos y cada uno de los hasta ocho que lució – por entretener y divertir al personal, más pasota y acartonado parecía el protagonista de 127 Horas, cuyo palpable aburrimiento se transmitía al espectador. La cosa alcanzó tintes dramáticos cuando apareció en escena Billy Crystal y más de uno se sintió inclinado a desear con todas sus fuerzas que se quedara sobre el escenario para animar aquello un poco. Encima dio paso a un virtual Bob Hope en lo que parecía un plan predestinado por unos guionistas malévolos para hundir definitivamente en la miseria al presentador masculino de la Gala. Las comparaciones resultaron más odiosas que nunca.
Resulta sorprendente, no obstante, la falta de ritmo y agilidad de la Gala, que resultó más rancia y vetusta que nunca cuando se presuponía que su apuesta por rostros frescos y jóvenes iba a ir en la dirección contraria. La corrección fue tal que ni el video introductorio con los presentadores recorriendo las películas nominadas en busca de inspiración en la figura de Alec Baldwin (¿un mal presagio?) ni el monólogo inicial se salió un milímetro del humor blanco que presidió toda la ceremonia, agrandando en el recuerdo el vitriolo exhibido por Ricky Gervais en los últimos Globos de Oro.
El único gran golpe de efecto de la ceremonia, la presencia de un semi momificado Kirk Douglas de 95 años tirando requiebros a Anne Hathaway y desesperando a las nominadas a mejor Actriz de Reparto (You know…?) duró un suspiro y es una muy mala señal que varias horas después era el único momento digno de recuerdo en una gala que inclusó se permitió el lujo de privarnos de la emoción de escuchar a Coppola, Eli Wallach y Kevin Bronlow, cuyos Oscar de Honor se les habían dado días antes en una ceremonia aparte, haciendo aun más absurda su fugaz presencia en el escenario.
Para cuando, tras la coronación final de El Discurso del Rey, un coro de melosos niños entonó la atemporal Over the Rainbow sobre el escenario – la ceremonia fue pródiga en homenajes nostálgicos aquí y allá, pero sin una idea central clara que vehiculara los mismos - ya hacía tiempo que estaba claro que habíamos asistido a la ceremonia más sosa de los últimos años, que los esfuerzos de la arrolladora Anne Hathaway habían resultado en vano – que lástima que a esta todoterreno no le pusieran un mejor partenaire – y que añorábamos tiempos mejores. Como dice Luis Martinez en su estupenda crónica en El Mundo “Que vuelva Billy Crystal. Ricky Gervais, solo tú eres necesario. Los demás son contingentes.” Pues eso.
Confieso que me da una pereza considerable escribir la crónica de los Oscar de este año. Ni siquiera para afilar el colmillo y ponerme a despotricar en modo cínico, como a veces sucede con alguna película que pide a gritos que se le haga un traje a medida en una crítica. Pero es que me pasó lo mismo cuando vi El Discurso del Rey: muy bonita, muy correcta, muy bien interpretada, simpaticona a ratos… pero tan anodina y mil veces vista que ni me apeteció ponerme a juntar palabras para hablar de ella en su momento. Con los Oscar de anoche igual: siendo el de los actores el colectivo más numeroso de entre todos los gremios que pueblan ese ente tumultuoso llamado Academia de Hollywood era evidente que una película que trata de un actor ayudando a un aspirante a actor (¿Qué significa ser Rey sino interpretar a la perfección un papel marcado de antemano?) a sobreponerse a sus limitaciones para llevar a cabo la interpretación de su vida iba a acariciar ese ego imposible de subestimar de los actores hasta el punto de provocar diversos desatinos consecutivos, a saber: que su funcional guión – repleto de diálogos brillantes e irónicos, cierto, pero con una estructura de manual incapaz de proporcionar la más mínima sorpresa – se impusiera a la arriesgada propuesta de Christopher Nolan en Origen (que tiene sus fallos, claro, pero que intuyo que su mayor defecto posiblemente sea resultar incomprensible para muchos de los que tenían que votarla…), que Tom Hooper se llevara Mejor Dirección por encima de los en mi opinión mucho más brillantes (y difíciles) trabajos de Fincher, Aronofsky y los Coen y que finalmente ganara el Oscar a la Mejor Película, confirmando que esto del voto preferencial es un arma de doble filo: como seguramente sabe muy bien Harvey Weinstein si tienes una de esas películas sencillas y efectivas capaces de emocionar un poco, gustar a casi todo el mundo y de la que apenas puedes decir nada malo, conseguirás que la mayoría de Académicos la pongan en su top-3 y te llevarás el premio gordo. Y si no, siempre te queda en la recámara The Fighter, una especie de versión white trash con ramalazos indie de la misma película – analícenla un poco detenidamente y se darán cuenta de ciertas semejanzas sonrojantes – con la que rebañar dos interpretaciones de reparto y hacer la gracia completa.
Empezaba a estar mal acostumbrado. Los triunfos en pasadas ediciones de En Tierra Hostil y No Es País Para Viejos me habían creado la ilusión de que algo se movía en la Academia y que ese colectivo tradicionalmente conservador e inmovilista empezaba a cogerle el gustillo a propuestas algo más arriesgadas. Pero lo que está claro es que una propuesta sencilla, bien hecha y con capacidad de emocionar, por mil veces vista que sea su fórmula, tiene más fácil conseguir el consenso necesario que películas que, aunque a mi me parezcan muy superiores, son mucho más incómodas para el espectador medio. Porque sin duda a más de uno le habrá repelido la sensación desasosegante que te crean películas tan distintas como Cisne Negro o Winter’s Bone, porque el retrato francamente desolador de las miserias de nuestro tiempo, protagonizado por niñatos francamente antipáticos que es La Red Social resulta de lo más indigesto, porque un western como Valor de Ley no es un western como los de antes ni tampoco una obra desmitificadora o crepuscular, porque Origen peca de arriesgada, de enrevesada, de demasiado pretenciosa y repleta de efectos visuales, porque Toy Story 3, en fin, son muñecos animados y ya tienen su Oscar en su propia categoría, porque The Fighter como ya he dicho, es una variante boxística de El Discurso del Rey (y sin tanto glamour donde va a parar, que en una hablamos de la realeza inglesa, bien vestida, educada y todo eso y en otra no dejan de ser unos pobres malhablados, horteras, putones y hasta yonkis) y porque Los Chicos Están Bien y 127 Horas, simplemente, son aun peores películas.
Así pues paso de rasgarme las vestiduras con el triunfo de El Discurso del Rey, porque me parece lógico, por más que sea un paso atrás respecto a ediciones anteriores. De la misma forma, nada hay que reprochar a los cuatro premios de interpretación, Natalie Portman, Colin Firth, Melissa Leo y Christian Bale realizan trabajos irreprochables y aunque uno pueda guardar sus preferencias personales por Bardem, Jacki Weaver o Geoffrey Rush – lo de Natalie Portman no es ni siquiera discutible: su papel en Cisne Negro es impresionante – ésta es una de esas ocasiones en las que nada parece descabellado.
Por lo demás, todo siguió su curso con predecible e implacable lógica: los cuatro premios técnicos a Origen (los dos de sonido, Efectos Visuales y Fotografía, quizás la única algo discutible ante el trabajo de Matthew Libatique en Cisne Negro) y el reconocimiento en montaje, guión adaptado y BSO a La Red Social, siendo curioso en este último caso que primará más la idoneidad de la música de Trent Reznor y Atticus Ross a sus imágenes para crear esa atmósfera malsana que la grandiosidad sinfónica de Hans Zimmer para Origen o la belleza del tema central de Alexandre Desplat para El Discurso del Rey, partituras mucho más disfrutables fuera de la sala de cine, así como Mejor Película de Animación y Mejor Canción Original (el segundo oscar en 20 nominaciones de Randy Newman era, quien lo diría, la menos ñoña de las cuatro aburidísimas nominadas) para Toy Story 3 y dos premios también lógicos – Dirección Artística y Vestuario – para la decepcionante Alicia de Tim Burton. En cualquier caso, no deja de resultar algo alarmante y un mal síntoma que propuestas tan estimables como Valor de Ley o Winter’s Bone se fueran de vacío.
Por supuesto, a título personal me quedo con el enorme subidón de alegría y el orgullo que supuso que INSIDE JOB, el imprescindible documental que estuvo en el V Festival de Cine Inédito de Mérida el pasado diciembre, ganase el Oscar de su categoría, con lo que más de unos cuantos se sentirán hoy en mi ciudad como unos privilegiados. Lástima que no hiciera lo propio Incendies en Mejor Película de Habla No Inglesa para que la gracia fuera completa, pero era evidente, por razones parecidas a las expresadas al respecto del triunfo de El Discurso del Rey, que ganaría In a Better World, obra mucho más amable y menos incómoda que la canadiense que refleja mejor los gustos de la Academia.
En lo que se refiere a la Ceremonia, es evidente que la apuesta por rejuvenecer el show con James Franco y Anne Hathaway no salió como se esperaba. Más por la desidia de él, que pareció perdido e incómodo durante toda la gala, haciendo gala de una insólita indolencia como si la cosa no fuera con él, desbaratando los esfuerzos de su co-presentadora, fresca y entusiasta toda la noche. Cuanto más parecía esforzarse Hathaway – cambios de traje incluidos y ya tiene mérito: estaba impresionante en todos y cada uno de los hasta ocho que lució – por entretener y divertir al personal, más pasota y acartonado parecía el protagonista de 127 Horas, cuyo palpable aburrimiento se transmitía al espectador. La cosa alcanzó tintes dramáticos cuando apareció en escena Billy Crystal y más de uno se sintió inclinado a desear con todas sus fuerzas que se quedara sobre el escenario para animar aquello un poco. Encima dio paso a un virtual Bob Hope en lo que parecía un plan predestinado por unos guionistas malévolos para hundir definitivamente en la miseria al presentador masculino de la Gala. Las comparaciones resultaron más odiosas que nunca.
Resulta sorprendente, no obstante, la falta de ritmo y agilidad de la Gala, que resultó más rancia y vetusta que nunca cuando se presuponía que su apuesta por rostros frescos y jóvenes iba a ir en la dirección contraria. La corrección fue tal que ni el video introductorio con los presentadores recorriendo las películas nominadas en busca de inspiración en la figura de Alec Baldwin (¿un mal presagio?) ni el monólogo inicial se salió un milímetro del humor blanco que presidió toda la ceremonia, agrandando en el recuerdo el vitriolo exhibido por Ricky Gervais en los últimos Globos de Oro.
El único gran golpe de efecto de la ceremonia, la presencia de un semi momificado Kirk Douglas de 95 años tirando requiebros a Anne Hathaway y desesperando a las nominadas a mejor Actriz de Reparto (You know…?) duró un suspiro y es una muy mala señal que varias horas después era el único momento digno de recuerdo en una gala que inclusó se permitió el lujo de privarnos de la emoción de escuchar a Coppola, Eli Wallach y Kevin Bronlow, cuyos Oscar de Honor se les habían dado días antes en una ceremonia aparte, haciendo aun más absurda su fugaz presencia en el escenario.
Para cuando, tras la coronación final de El Discurso del Rey, un coro de melosos niños entonó la atemporal Over the Rainbow sobre el escenario – la ceremonia fue pródiga en homenajes nostálgicos aquí y allá, pero sin una idea central clara que vehiculara los mismos - ya hacía tiempo que estaba claro que habíamos asistido a la ceremonia más sosa de los últimos años, que los esfuerzos de la arrolladora Anne Hathaway habían resultado en vano – que lástima que a esta todoterreno no le pusieran un mejor partenaire – y que añorábamos tiempos mejores. Como dice Luis Martinez en su estupenda crónica en El Mundo “Que vuelva Billy Crystal. Ricky Gervais, solo tú eres necesario. Los demás son contingentes.” Pues eso.