Esto, que en realidad no es bueno ni malo en si mismo ya que apañados iríamos si tuviéramos que juzgar todos los filmes que se hacen adaptando material literario según dicho razonamiento, no es más que un punto de partida para establecer que, para aquellos que como yo no han leído la novela y al desconocer la resolución de la misma no pueden anticiparse al interesante apunte final que obliga a rebobinar la película en su cabeza y replantearse todo lo que acaba de ver – aunque de un modo muy distinto al que lo hace, por poner un ejemplo, el cine de M. Night Shyamalan -, Expiación contiene al menos una muy interesante reflexión sobre las relaciones entre la ficción y la realidad o, más concretamente, la manera en la que puede llegar a utilizarse la ficción para reinventar o reformular la realidad según los intereses del autor, un elemento de discusión que por otra parte lleva acompañando al arte cinematográfico desde los mismos inicios de su existencia.
Centrándonos en el interesante filme de Joe Wright, Expiación está estructurado en tres partes bien diferenciadas, tanto temática como estilísticamente. El primer y mejor bloque apuesta claramente por plantear al espectador una inusual presentación de personajes que introduce uno de los temas centrales de la película: la objetividad de los hechos y la subjetividad del observador. Wright no utiliza un sistema demasiado novedoso, pero su puesta en escena es brillante: saltos en el tiempo, repetición de la misma escena desde puntos de vista distintos, un montaje medido que permite fijar un ritmo cadencioso adecuado al aburrimiento estival de los personajes y un acertado uso de una esplendida partitura de Darío Marianelli en la que los acordes se entremezclan con el rítmico golpeteo de las teclas de la máquina de escribir, esencial para la trama.
Wright utiliza todos esos elementos para presentarnos a Briony, una chica de trece años con una imaginación algo calenturienta tan obsesionada por escribir teatro que a veces parece percibir la realidad como un escenario donde las personas desarrollan un papel predeterminado; su hermana Cecilia, una mujer que parece reprimir sus pensamientos y esconderse detrás del humo de un cigarrillo para huir de lo que siente en su interior y Robbie, el hijo jardinero de una ama de llaves de la casa que ha conseguido estudiar la carrera de medicina gracias al mecenazgo del adinerado padre de las chicas y que ama a Cecilia. El desarrollo de ese triángulo de relaciones y pasiones que se desatan en unas pocas horas al socaire de un caluroso día de verano queda fatalmente marcado por una serie de desafortunados malentendidos y la percepción de la realidad de Briony, que al no interpretar correctamente lo que ve acaba por formular una terrible acusación que sentenciará el destino de todos los integrantes del mismo durante el resto de sus días.
El trabajo de Wright tras la cámara en este primer bloque resulta impecable, todos los actores cumplen a la perfección con lo que se espera de ellos – mención especial para la revelación Saoirse Ronan como Briony y esa viva imagen de la bondad que representa James Mc Avoy – y la historia engancha con la fuerza de esa tormenta reprimida que está a punto de desatarse, consiguiendo despertar genuino interés por los personajes y su devenir posterior. Tan brillante arranque da paso a un segundo bloque de corte mucho más clásico en el que hay un salto de cuatro años y la película se transforma en un melodrama bélico ambientado en los inicios de la II Guerra Mundial en el que nos volvemos a reencontrar con los personajes viviendo las consecuencias de aquel terrible día: Robbie está retirándose a las playas de Dunkerque como el resto del ejército británico destacado en la Francia cada vez más ocupada por los alemanes y Briony y Cecilia trabajan por separado como enfermeras en Londres, una renunciando a su carrera universitaria – pero no a su pasión por escribir – para purgar la carga del pecado que acarrea siempre encima y otra esperando el regreso de Robbie del frente.
Este segundo bloque, de mucho menos interés y con algunos terribles lastres de ritmo interno, rompe por completo con el estilo narrativo del primer bloque: la narración deja de ser tan sobria y precisa y como prueba de que la forma – un, eso si, maravilloso trabajo de dirección artística de Sarah Greenwood - se va imponiendo al contenido, los avatares de Robbie en la guerra se ilustran con un espectacular a la par que ampuloso plano secuencia en Dunkerque en el que un elaborado e inacabable travellling pasea por una playa llena de miles de soldados a la espera de ser repatriados, una escena tan magnífica considerada de forma aislada como en el fondo bastante irrelevante para la película. Baste citar que de mucha mayor importancia es aquella en la que Robbie se derrumba detrás de una pantalla de cine donde se proyecta una vieja película francesa en la que dos amantes se besan, otra dolorosa representación de la realidad a través de la ficción que recuerda al soldado todo lo que ha perdido.
Por momentos, la película parece perder pulso. El proceso de expiación al que hace referencia el título mantiene a una Briony ya adulta atrapada en un dilema imposible de resolver: por mucho que quiera, no puede dar marcha atrás en el tiempo y ni siquiera su confrontación con sus mayores miedos – en la escena clave del apartamento, que cierra este segundo bloque – le sirve para encontrar la paz que tanto precisa. Pero es en el tercer bloque, sobrio y directo, donde una Briony ya anciana y escritora de enorme éxito – Vanesa Redgrave en una tan breve como emocionante intervención, dando toda una lección actoral – reflexiona en voz alta sobre su vida y, mirándonos directamente, nos ofrece las claves para entender gran parte de lo expresado en el filme, sacando a la luz una brillante tesis sobre las relaciones entre ficción y realidad. No hay que quitarle mérito, aunque posiblemente provenga de su material literario inicial, pues no cabe duda que Expiación raya en su tramo final a gran altura con esta intervención de Redgrave. Y aun habría sido mejor si nos hubieran ahorrado una cursi y absolutamente prescindible coda final que es algo así como querer curar una hemorragia masiva con una tirita: cuando una peli golpea tanto y tan duramente no son admisibles componendas de ese tipo por bienintencionadas que parezcan.
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