viernes, octubre 29, 2010

SEMINCI 2010 J06 En el Camino El Mural



EN EL CAMINO, El integrismo que ni cesa ni ceja


Pocas bromas hoy con la última película de Jasmila Zbanic. Y no sería porque no estábamos avisados: hace unos años la misma realizadora ya nos sacudió de forma considerable en Grbavica, en la que los frutos envenenados de la guerra que azotó Bosnia se abrían paso de forma descarnada entre los intentos de la población por recuperar una cierta normalidad. Na Putu (En El Camino) va por derroteros bien distintos pero su contundencia resulta similar. Amar y Luna son una joven pareja de enamorados musulmanes bosnios que tienen que solucionar un par de problemas en su relación. Uno es su incapacidad para tener hijos, que hace que se planteen someterse a un tratamiento de fertilidad con el fin de concebir y el otro es la afición a la vida disoluta de Amar, un cabecita loca que es tan musulmán practicante como usted y yo católicos, o sea, que su debilidad por el alcohol le lleva a una suspensión temporal de empleo y sueldo que no encaja nada bien.

En estas se encuentra por casualidad con un viejo amigo y compañero de armas en la guerra, Bahraji, que le ofrece un trabajo temporal como profesor de informática en una comunidad musulmana cercana a un lago. Pese a las reticencias de Luna, las normales que cualquiera habría puesto solo con ver al tal Bahraji, al que su indumentaria y actitud pero sobre todo el hecho de que su esposa vaya cubierta con un burka de la cabeza a los pies delatan como miembro de una de esas comunidades wahabistas que practican la versión más integrista de la religión islámica, Amar acepta y a partir de ese momento se pueden ustedes imaginar el resto: lavado progresivo de cabeza del mozo, que comienza poco a poco a asumir las actitudes intolerantes de sus fanáticos hermanos, lo que le lleva a chocar de frente tanto con Luna como con su entorno habitual, mucho más moderado.

En el Camino es una película en la que aunque ves venir desde lejos el desastre que se avecina y nada te sorprende demasiado funciona muy bien porque su directora consigue hacer comprensible tanto el proceso de conversión que atraviesa Amar como el desgarro en el que se debate Luna, incapaz de reconocer al hombre del que se enamoró. En ese sentido En el Camino se convierte por momentos en una auténtica película de terror - ¡ese viaje alucinante al campamento wahabista del que uno siente desde el primer instante la tentación de poner pies en polvorosa lo antes posible por más que sus habitantes se muestren siempre amables y atentas con su invitada! - en su somera descripción de la facilidad con la que estos proselitistas pueden captar para sus fines a gente que anda perdida, necesitada de un trabajo o simplemente de una comunidad en la que apoyarse.

Como una parte esencial de la práctica de su fe consiste en mostrar a sus hermanos musulmanes el camino correcto, su determinación y perseverancia resulta inquebrantable y gente de pocos recursos como el propio Amar se encuentran indefensos ante ese proceso. Aunque yo les garantizo que con una mujer al lado como Luna si tenemos en cuenta que una de las primeras cosas que le prohíben al muchacho es el sexo prematrimonial no sé, me da a mi que más de uno se daría cuenta a tiempo justo en ese instante del marrón en el que se está metiendo.

Hay un extraordinario trabajo – uno más en una Seminci dominada claramente por poderosas actrices en papeles de mujeres fuertes – por parte de la actriz Zrinka Cvitesic que sabe conjugar dulzura, incredulidad, dolor y finalmente determinación en un papel nada sencillo de equilibrar. Por otra parte resulta sumamente interesante la forma en la que Jasmila Zbanic contrapone las dos formas de entender la fe musulmana que pueden coexistir en un país como Bosnia que tantas matanzas y exilios forzados sufrió durante aquella terrible guerra. En el Camino es quizás una película sencilla en sus planteamientos y previsible tanto en su desarrollo como en su resolución, pero eso no la hace menos interesante. Ni menos importante en su toque de atención sobre un tema al que conviene no ignorar más de lo debido, lo que la emparenta en cierto sentido con otra película de la Sección Oficial, La Extraña.





EL MURAL, Naftalina e imposturas.

A priori, esta película argentina de Hector Olivera no carecía de multitud de elementos interesantes: Buenos Aires en un momento particularmente convulso, 1933, con un gobierno democrático pero presidido por un militar, un editor de periódicos poderoso y antifascista llamado Natalio Botana que es algo así como una especie de William Randolph Hearst en versión liberal y porteña y un artista bien conocido por sus ideas comunistas, el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, que llega a Buenos Aires de la mano de su amigo Pablo Neruda para presentar una exposición que será contratado por Botana para pintar un mural en el sótano de su mansión y ser de paso su huésped mientras lleva a cabo el trabajo. La presencia de la hermosa esposa de Sequeiros, la poetisa Blanca Luz Brum y el romance que surge entre ella y Botana (y entre ella y Neruda, y entre ella y su todavía esposo Sequeiros y entre ella y cualquier extra que pase por allí… bueno esto último no, pero casi) pretende ser el motor del filme.

El principal problema (aunque no el único) de El Mural es en mi opinión su apuesta estética y narrativa. La ambientación de esa época, tan genial como acartonada – para que nos entendamos como en una mala película de Garci, de esas en las que la excelente dirección artística contagia a los actores de un inmovilismo tal que les impide transmitirnos la emoción que debería – y una puesta en escena que de tan académica parece hasta rancia dando la constante impresión de que huele a naftalina hace imposible que uno se enganche a una historia en la que se dan cita de forma bastante desequilibrada elementos tan dispares como el compromiso político de uno con sus ideales, el proceso artístico, hijos frustrados con sus padres y una turbulenta sucesión de enredos sentimentales cuyos protagonistas apenas quedan bosquejados en el guión (mejor corramos un tupido velo sobre la imagen que deja la película de la tal Blanca Luz Brum y no digamos sobre Neruda, reducido a una especie de idiota balbuceante) cuya mezcla no termina de cuajar en ningún momento.

Si a eso sumamos el absurdo empeño de Bruno Bichir porque su Siqueiros parezca estar declamando teatralmente sus frases de forma continua, que Carla Peterson es poco más que un atractivo florero y que a sus dos mejores interpretes de la función, Ana Celentano y Luis Machin, les pesaba que justo ayer les habíamos visto hacer otra pareja muy distinta en Sin Retorno lo que provocaba una curiosa sensación de deja vu, el resultado es que El Mural, sin ser una película deleznable – hasta ahí podríamos llegar con los interesantes elementos que maneja – se queda muy por debajo de sus posibilidades hasta hacerse aburrida, desaprovechando pese al buen hacer de Luis Machin el que sin duda era su personaje más fascinante, ese editor carismático y comprometido, cuyo capricho por tener una sala de poker pintada por Siqueiros dio lugar a ese mural, Ejercicio Plástico, infinitamente más interesante que la película que cuenta su peculiar gestación.



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