De una forma o de otra, el sexo ha marcado esta jornada de Sitges. Si exceptuamos Monsters, una curiosa peli indie usa que propone un mundo en el que enormes entes alienígenas tentaculares con pinta de haberse escapado de una novela de Lovecraft llegan a la Tierra en una sonda e infectan precisamente la zona limítrofe entre Mexico y EE.UU. dando lugar a su cierre y a unas cuantas metáforas jugosas sobre muros, inmigración y tal, el resto de filmes vistos hoy tenían el sexo bien como motor fundamental del argumento o bien como detonante de los hechos que en ellos tenían lugar. Además en formas francamente diversas.
Como un día resulte que los vampiros existen de verdad, creo que nos van a poner de vuelta y media con toda la razón del mundo: entre Crepúsculo y sus secuelas, series como True Blood y las doscientas mil versiones que se hacen para cine – mañana sin ir más lejos tenemos aquí el innecesario remake Usa de esa joya llamada Déjame Entrar - yo en su lugar estaría un poco hasta los colmillos de tanto tópico y tanta gilipollez creada alrededor suyo. Lo último que les faltaba es que Dennis Gansel, el sobrevalorado realizador de aquella tontería efectista que fue La Ola, haya decidido llevar a cabo una especie de versión vampírica fashion de Gossip Girl y situar a cuatro megapijas de la muerte, estupendas, bellas y ambiciosas en el centro de su última película, We Are The Night, enésimo detestable pase de prensa matinal – vaya rachita llevamos – que nos hemos desayunado esta mañana.
La cosa va de tres vampiras de cientos de años de edad cuya líder – una Nina Hoss morbosilla con pinta de ejecutiva – lleva años buscando un amor perdido y cree encontrarlo en una ladronzuela del tres al cuarto de cuyos ojos cae tan rendida que claro, no tiene más remedio que pegarle un par de muerdos y convertirla en la pata que le faltaba a la silla. Encaprichada de la nueva vampiro – cuyo proceso de conversión consiste básicamente en pasar de ser una tirada total a comprar en tiendas megafashion, bailotear por los night clubs berlineses con música a todo volumen, atizarse chupitos de sangre como si fueran tequilas y sentirse muy, muy, muy culpable por el comportamiento descocado de sus tres compañeras de correrías – la pobre Nina sufrirá lo indecible porque la novata bebe los vientos por un chulazo rubio que para colmo es poli y encima sus errores irán haciendo progresivamente imposible la vida disipada que todas comparten en Berlin. O sea, una lesbi-vampiro frustrada sexualmente que no veas…
We Are the Night es un desastre absoluto se mire por donde se mire: ya sea por su puesta en escena videoclipera, por la música a todo volumen que atonta al espectador, por su horterismo militante o por esa especie de extraña vena falsamente feminista de las cuatro protas - los vampiros machos llevan años extintos, ellas se encargaron de liquidar a los últimos y tienen hecha la promesa de no convertir a ningún varón nunca jamás - que las convierten en una especie de versión degenerada y con colmillos de Sexo en Nueva York pero con (aun) menos gracia, lo cierto es que la película aburre profundamente al más voluntarioso y no se esfuerza lo más mínimo en aportar algo vagamente original a un tema tan manoseado como el vampirismo, lo que por cierto aquí en Sitges debería ser motivo suficiente para no estar ni siquiera seleccionada. Si acaso como que lo degrada un poco. Lo más salvable, la escena de presentación en un avión cuyo pasaje y tripulación ha sido masacrada en pleno vuelo y la transformación patito feo de la joven Karoline Herfurth, una especie de Lisbeth Salander cutre, en una guapisima pija con ropa de marca que conduce deportivos lujosos. De lo más fashion, oyes.
Había enorme expectación por ver la primera película de Srdjan Spasojevic, que se había vendido como la Martyrs de este año, la película que provocaría vómitos y abandonos de la sala, la experiencia más salvaje que íbamos a tener ocasión de disfrutar – es un decir – este año. Lo cierto es que yo diría que A Serbian Film, aunque no ha provocado desmayo alguno que yo sepa – abandonos del pase de prensa sí – ha cumplido las expectativas en gran parte. Porque pocos podrán dudar que esta película contiene en su interior una secuencia en concreto que si no es lo más bestia jamás visto en una pantalla de cine, debe estar francamente cerca, una escena cuya sola concepción dice mucho de lo enfermos que están sus creadores. No tengo la más mínima intención siquiera de describirla pero no se piensen que es por consideración a quienes puedan ver la película en el futuro. Es porque se me pone mal cuerpo solo de pensar en ella.
Antes de eso – porque hay un antes y sobre todo un después de esa escena, que marca un punto de inflexión para todo lo que ocurre después en el filme – hay que reconocer que A Serbian Film es una película bastante interesante y muy bien realizada. La historia gira alrededor de un actor porno de gran éxito, ahora retirado y padre de familia con dificultades económicas, a quien le hacen una suculenta oferta para rodar un último filme, sin guión y sin darle demasiadas explicaciones, una especie de contrato a ciegas que podrá proporcionar a su familia la estabilidad económica que necesita. Milos – un estupendo Srdjan Todorovic que recuerda vagamente a Birol Ünel – acepta y se embarca así en un viaje por el sexo cafre, extremo y violento, real hasta grados insoportables, que irá derivando en una espiral incontrolable en la cual se van alcanzando progresivamente nuevas cuotas de salvajismo jugando con la perversión no ya de sus artífices, sino la de la propia mirada del espectador.
¿Recuerdan aquella famosa frase “Les advertimos que las imágenes del filme que emitimos a continuación pueden herir su sensibilidad”? Pues A Serbian Film no hiere la sensibilidad: es tan cafre que directamente la mata. Una y otra vez. Y cuando piensas que no se pueden alcanzar nuevas cotas de degeneración, va la película y supera ampliamente tus expectativas más alocadas, estableciendo nuevos y desagradables listones de repulsión. La pregunta del millón es ¿sirve para algo todo esto? Para el que esto escribe no, aunque no negaré que la experiencia de hoy me ha resultado fascinante y toda una prueba de resistencia – y les aseguro que uno tiene bastante aguante – para ver cuan lejos está dispuesto a llegar un cineasta para embarcar al espectador en su propia mirada enferma.
No hay mensaje posible sobre la degeneración que puede llegar a alcanzar la representación del sexo y la violencia porque la propia película rebasa tan ampliamente esos límites que invade el espacio para cualquier consideración. En su segunda hora el carrusel de hechos deleznables, enfermizos y pasotes varios es tal que solo quedan dos opciones: o uno deja de ver la película y se larga de la sala o se queda y con algo de suerte, consigue superar la repulsión para tomárselo todo un poco a coña, dejando a un lado el inquietante pensamiento de que se está siendo cómplice de un juego perverso de los autores del filme con la mirada morbosa del espectador. Reconozco que yo pasé a ese otro lado durante la proyección y quizás eso y el callo que uno ya tiene a estas alturas me inmunizó un poco ante sus efectos. Pero vaya tela.
L’Autre Monde, título original de esta película del francés Gilles Marchand que en el mercado internacional se distribuirá como Cielo Negro, es una película que juega con la provocación y la tentación del atractivo fruto prohibido para enhebrar un confuso discurso acerca de lo fácil (?) que resulta perderse en los mundos virtuales, en esas realidades alternativas generadas por los videojuegos y los espacios sociales de encuentro, esos sitios donde según la tesis del director, un puñado de desorientados jóvenes pueden llegar a diluir su propia identidad. Algo que se me antoja a todas luces exagerado - ¿Recuerdan cuando se decía alegremente aquello de que los juegos de rol inducían al asesinato? Pues más de lo mismo… - pero que además está desarrollado en el filme de una manera tan pueril y simplista que nadie con dos dedos de frente podrá tomárselo demasiado en serio.
La película cuenta la historia de Gaspard, un joven normal con novia y amigos que un buen día salva a una chica de un intento de suicidio. Una serie de peripecias le llevarán a descubrir por un lado que dicho intento está relacionado con un mundo virtual, Black Hole – sin chistes groseros fáciles, por favor – del que la chica en cuestión está tan colgada que como le mola mucho lo que pasa en él cuando muere allí, quiere probar si haciendolo en la realidad le lleva a una experiencia similar. Por otro descubre, y el espectador con él, que la chica en cuestión es una bomba sexual de primer orden (Louise Bourgoin se llama la moza) y que la promesa de encamarse con semejante pibón hace que pierda la cabeza por completo, dejando plantada novia y amigos y embarcándose en un juego virtual de previsibles consecuencias. Y no, no es una errata: previsibles, no imprevisibles.
Black Heaven resulta ridícula en sus planteamientos, moralista en exceso y puesta en imágenes con más bien poca imaginación. Las imágenes generadas por ordenador de ese mundo virtual causan no poca vergüenza ajena, aunque solo sea por lo desfasadas que quedan respecto a lo que hay en el mercado hoy en día y en ningún momento resulta creíble el planteamiento del director, salvo cuando su cámara se deleita con el rotundo físico de Louise Bourgoin y entiendes que el pobre gañán pierda el oremus y lo que sea necesario para pasarse por la piedra a semejante bicha. Pero vamos, que ni por esas cuela una película tan pobre en discurso como en su puesta en imágenes.
Por último, y quizás para compensar tanto desfase, llegó Im Sang-Soo con su remake de una vieja película coreana de 1960 del mismo título desconocida para el que esto escribe y la elegancia de su puesta en escena nos permitió a todos respirar un poco. La historia de La Doncella juguetea con una de las fantasías masculinas más recurrentes, esa sirvienta dispuesta en un momento determinado a satisfacer también tus necesidades sexuales, la pornochacha de toda la vida, pero con una atmósfera mucho más perturbadora y un elemento social de clase que le otorgan cierto interés. Tras un prologo en el que una chica se suicida sin que lleguemos a saber nunca sus motivos y ante cierta indiferencia de una población que se divierte en sábado noche, Sang-Soo introduce a la joven protagonista como doncella de una familia de clase alta formada por una joven esposa que espera gemelos, una niña de pocos años de lo más espabilada y un padre que es un atractivo hombre de negocios acostumbrado a conseguir todo lo que desea que, en cuanto tiene ocasión, seduce a la joven doncella y la convierte en su amante ocasional.
También hay dos elementos muy importantes en la película: uno es la ama de llaves – una excepcional Yun Yeo-Jong que parece trasplantada de la Rebeca de Hitchcock – que observa todo lo que ocurre en la casa y cuya ambigüedad entre esa servidumbre aceptada de toda la vida que conlleva una obediencia ciega y los cínicos comentarios que hace sobre los comportamientos de los señores hacen que durante gran parte del metraje uno no tenga del todo claro de parte de quien está. El otro es la casa en sí misma, una lujosa e impresionante mansión que haría las delicias de los productores del programa “¿Quién Vive Ahí?” y cuyas inacabables escaleras, recovecos, habitaciones y salones lujosos son casi otro elemento más de la película.
The Housemaid está rodada con mucha elegancia, en especial en lo que a las escenas de sexo se refiere, a las que el director ha dedicado un especial mimo para ser de un explicito considerable, pero no agresivo para con el espectador, lo que sumado a la belleza de los protagonistas lo convierte en un espectáculo de agradecer. Desarrolla tanto la presentación de los personajes como el desarrollo del inevitable conflicto que se desata cuando el affaire entre señor y doncella salga a la luz con movimientos sinuosos de cámara que poco a poco revelan la humillación, brutalidad, sumisión y dolor con la que evolucionan las relaciones entre los personajes que se van radicalizando poco a poco, especialmente cuando entra en escena como un ángel vengador la madre de la esposa engañada, un deleznable personaje cuya malevolencia de amplio espectro enrarece aun más el ya de por sí opresivo ambiente de esa casa. Es una lástima que el realizador no sepa como rematar su propuesta y se pierda tanto y nos pierda en un tramo final más efectista que efectivo, pelín sacado de madre, pero a cambio Im Sang-Soo remata su perturbadora propuesta con un surrealista plano final que habría encantado a Buñuel o a David Lynch. Es una película sin duda algo desigual en sus resultados, que deja un regusto más bien amargo por lo que podría haber sido pero que ofrece una lectura acaso más profunda de lo que podría parecer sobre las diferencias sociales en Korea del Sur, buenas interpretaciones y una puesta en escena estilizada y depurada que da como resultado una obra perturbadora y en el fondo elegante.
Buf, que jartera de sexo y cine ;-)
WE ARE THE NIGHT, Sexo pijo lésbico
Como un día resulte que los vampiros existen de verdad, creo que nos van a poner de vuelta y media con toda la razón del mundo: entre Crepúsculo y sus secuelas, series como True Blood y las doscientas mil versiones que se hacen para cine – mañana sin ir más lejos tenemos aquí el innecesario remake Usa de esa joya llamada Déjame Entrar - yo en su lugar estaría un poco hasta los colmillos de tanto tópico y tanta gilipollez creada alrededor suyo. Lo último que les faltaba es que Dennis Gansel, el sobrevalorado realizador de aquella tontería efectista que fue La Ola, haya decidido llevar a cabo una especie de versión vampírica fashion de Gossip Girl y situar a cuatro megapijas de la muerte, estupendas, bellas y ambiciosas en el centro de su última película, We Are The Night, enésimo detestable pase de prensa matinal – vaya rachita llevamos – que nos hemos desayunado esta mañana.
La cosa va de tres vampiras de cientos de años de edad cuya líder – una Nina Hoss morbosilla con pinta de ejecutiva – lleva años buscando un amor perdido y cree encontrarlo en una ladronzuela del tres al cuarto de cuyos ojos cae tan rendida que claro, no tiene más remedio que pegarle un par de muerdos y convertirla en la pata que le faltaba a la silla. Encaprichada de la nueva vampiro – cuyo proceso de conversión consiste básicamente en pasar de ser una tirada total a comprar en tiendas megafashion, bailotear por los night clubs berlineses con música a todo volumen, atizarse chupitos de sangre como si fueran tequilas y sentirse muy, muy, muy culpable por el comportamiento descocado de sus tres compañeras de correrías – la pobre Nina sufrirá lo indecible porque la novata bebe los vientos por un chulazo rubio que para colmo es poli y encima sus errores irán haciendo progresivamente imposible la vida disipada que todas comparten en Berlin. O sea, una lesbi-vampiro frustrada sexualmente que no veas…
We Are the Night es un desastre absoluto se mire por donde se mire: ya sea por su puesta en escena videoclipera, por la música a todo volumen que atonta al espectador, por su horterismo militante o por esa especie de extraña vena falsamente feminista de las cuatro protas - los vampiros machos llevan años extintos, ellas se encargaron de liquidar a los últimos y tienen hecha la promesa de no convertir a ningún varón nunca jamás - que las convierten en una especie de versión degenerada y con colmillos de Sexo en Nueva York pero con (aun) menos gracia, lo cierto es que la película aburre profundamente al más voluntarioso y no se esfuerza lo más mínimo en aportar algo vagamente original a un tema tan manoseado como el vampirismo, lo que por cierto aquí en Sitges debería ser motivo suficiente para no estar ni siquiera seleccionada. Si acaso como que lo degrada un poco. Lo más salvable, la escena de presentación en un avión cuyo pasaje y tripulación ha sido masacrada en pleno vuelo y la transformación patito feo de la joven Karoline Herfurth, una especie de Lisbeth Salander cutre, en una guapisima pija con ropa de marca que conduce deportivos lujosos. De lo más fashion, oyes.
Había enorme expectación por ver la primera película de Srdjan Spasojevic, que se había vendido como la Martyrs de este año, la película que provocaría vómitos y abandonos de la sala, la experiencia más salvaje que íbamos a tener ocasión de disfrutar – es un decir – este año. Lo cierto es que yo diría que A Serbian Film, aunque no ha provocado desmayo alguno que yo sepa – abandonos del pase de prensa sí – ha cumplido las expectativas en gran parte. Porque pocos podrán dudar que esta película contiene en su interior una secuencia en concreto que si no es lo más bestia jamás visto en una pantalla de cine, debe estar francamente cerca, una escena cuya sola concepción dice mucho de lo enfermos que están sus creadores. No tengo la más mínima intención siquiera de describirla pero no se piensen que es por consideración a quienes puedan ver la película en el futuro. Es porque se me pone mal cuerpo solo de pensar en ella.
Antes de eso – porque hay un antes y sobre todo un después de esa escena, que marca un punto de inflexión para todo lo que ocurre después en el filme – hay que reconocer que A Serbian Film es una película bastante interesante y muy bien realizada. La historia gira alrededor de un actor porno de gran éxito, ahora retirado y padre de familia con dificultades económicas, a quien le hacen una suculenta oferta para rodar un último filme, sin guión y sin darle demasiadas explicaciones, una especie de contrato a ciegas que podrá proporcionar a su familia la estabilidad económica que necesita. Milos – un estupendo Srdjan Todorovic que recuerda vagamente a Birol Ünel – acepta y se embarca así en un viaje por el sexo cafre, extremo y violento, real hasta grados insoportables, que irá derivando en una espiral incontrolable en la cual se van alcanzando progresivamente nuevas cuotas de salvajismo jugando con la perversión no ya de sus artífices, sino la de la propia mirada del espectador.
¿Recuerdan aquella famosa frase “Les advertimos que las imágenes del filme que emitimos a continuación pueden herir su sensibilidad”? Pues A Serbian Film no hiere la sensibilidad: es tan cafre que directamente la mata. Una y otra vez. Y cuando piensas que no se pueden alcanzar nuevas cotas de degeneración, va la película y supera ampliamente tus expectativas más alocadas, estableciendo nuevos y desagradables listones de repulsión. La pregunta del millón es ¿sirve para algo todo esto? Para el que esto escribe no, aunque no negaré que la experiencia de hoy me ha resultado fascinante y toda una prueba de resistencia – y les aseguro que uno tiene bastante aguante – para ver cuan lejos está dispuesto a llegar un cineasta para embarcar al espectador en su propia mirada enferma.
No hay mensaje posible sobre la degeneración que puede llegar a alcanzar la representación del sexo y la violencia porque la propia película rebasa tan ampliamente esos límites que invade el espacio para cualquier consideración. En su segunda hora el carrusel de hechos deleznables, enfermizos y pasotes varios es tal que solo quedan dos opciones: o uno deja de ver la película y se larga de la sala o se queda y con algo de suerte, consigue superar la repulsión para tomárselo todo un poco a coña, dejando a un lado el inquietante pensamiento de que se está siendo cómplice de un juego perverso de los autores del filme con la mirada morbosa del espectador. Reconozco que yo pasé a ese otro lado durante la proyección y quizás eso y el callo que uno ya tiene a estas alturas me inmunizó un poco ante sus efectos. Pero vaya tela.
L’Autre Monde, título original de esta película del francés Gilles Marchand que en el mercado internacional se distribuirá como Cielo Negro, es una película que juega con la provocación y la tentación del atractivo fruto prohibido para enhebrar un confuso discurso acerca de lo fácil (?) que resulta perderse en los mundos virtuales, en esas realidades alternativas generadas por los videojuegos y los espacios sociales de encuentro, esos sitios donde según la tesis del director, un puñado de desorientados jóvenes pueden llegar a diluir su propia identidad. Algo que se me antoja a todas luces exagerado - ¿Recuerdan cuando se decía alegremente aquello de que los juegos de rol inducían al asesinato? Pues más de lo mismo… - pero que además está desarrollado en el filme de una manera tan pueril y simplista que nadie con dos dedos de frente podrá tomárselo demasiado en serio.
La película cuenta la historia de Gaspard, un joven normal con novia y amigos que un buen día salva a una chica de un intento de suicidio. Una serie de peripecias le llevarán a descubrir por un lado que dicho intento está relacionado con un mundo virtual, Black Hole – sin chistes groseros fáciles, por favor – del que la chica en cuestión está tan colgada que como le mola mucho lo que pasa en él cuando muere allí, quiere probar si haciendolo en la realidad le lleva a una experiencia similar. Por otro descubre, y el espectador con él, que la chica en cuestión es una bomba sexual de primer orden (Louise Bourgoin se llama la moza) y que la promesa de encamarse con semejante pibón hace que pierda la cabeza por completo, dejando plantada novia y amigos y embarcándose en un juego virtual de previsibles consecuencias. Y no, no es una errata: previsibles, no imprevisibles.
Black Heaven resulta ridícula en sus planteamientos, moralista en exceso y puesta en imágenes con más bien poca imaginación. Las imágenes generadas por ordenador de ese mundo virtual causan no poca vergüenza ajena, aunque solo sea por lo desfasadas que quedan respecto a lo que hay en el mercado hoy en día y en ningún momento resulta creíble el planteamiento del director, salvo cuando su cámara se deleita con el rotundo físico de Louise Bourgoin y entiendes que el pobre gañán pierda el oremus y lo que sea necesario para pasarse por la piedra a semejante bicha. Pero vamos, que ni por esas cuela una película tan pobre en discurso como en su puesta en imágenes.
THE HOUSEMAID, Sexo elegante con pornochacha
Por último, y quizás para compensar tanto desfase, llegó Im Sang-Soo con su remake de una vieja película coreana de 1960 del mismo título desconocida para el que esto escribe y la elegancia de su puesta en escena nos permitió a todos respirar un poco. La historia de La Doncella juguetea con una de las fantasías masculinas más recurrentes, esa sirvienta dispuesta en un momento determinado a satisfacer también tus necesidades sexuales, la pornochacha de toda la vida, pero con una atmósfera mucho más perturbadora y un elemento social de clase que le otorgan cierto interés. Tras un prologo en el que una chica se suicida sin que lleguemos a saber nunca sus motivos y ante cierta indiferencia de una población que se divierte en sábado noche, Sang-Soo introduce a la joven protagonista como doncella de una familia de clase alta formada por una joven esposa que espera gemelos, una niña de pocos años de lo más espabilada y un padre que es un atractivo hombre de negocios acostumbrado a conseguir todo lo que desea que, en cuanto tiene ocasión, seduce a la joven doncella y la convierte en su amante ocasional.
También hay dos elementos muy importantes en la película: uno es la ama de llaves – una excepcional Yun Yeo-Jong que parece trasplantada de la Rebeca de Hitchcock – que observa todo lo que ocurre en la casa y cuya ambigüedad entre esa servidumbre aceptada de toda la vida que conlleva una obediencia ciega y los cínicos comentarios que hace sobre los comportamientos de los señores hacen que durante gran parte del metraje uno no tenga del todo claro de parte de quien está. El otro es la casa en sí misma, una lujosa e impresionante mansión que haría las delicias de los productores del programa “¿Quién Vive Ahí?” y cuyas inacabables escaleras, recovecos, habitaciones y salones lujosos son casi otro elemento más de la película.
The Housemaid está rodada con mucha elegancia, en especial en lo que a las escenas de sexo se refiere, a las que el director ha dedicado un especial mimo para ser de un explicito considerable, pero no agresivo para con el espectador, lo que sumado a la belleza de los protagonistas lo convierte en un espectáculo de agradecer. Desarrolla tanto la presentación de los personajes como el desarrollo del inevitable conflicto que se desata cuando el affaire entre señor y doncella salga a la luz con movimientos sinuosos de cámara que poco a poco revelan la humillación, brutalidad, sumisión y dolor con la que evolucionan las relaciones entre los personajes que se van radicalizando poco a poco, especialmente cuando entra en escena como un ángel vengador la madre de la esposa engañada, un deleznable personaje cuya malevolencia de amplio espectro enrarece aun más el ya de por sí opresivo ambiente de esa casa. Es una lástima que el realizador no sepa como rematar su propuesta y se pierda tanto y nos pierda en un tramo final más efectista que efectivo, pelín sacado de madre, pero a cambio Im Sang-Soo remata su perturbadora propuesta con un surrealista plano final que habría encantado a Buñuel o a David Lynch. Es una película sin duda algo desigual en sus resultados, que deja un regusto más bien amargo por lo que podría haber sido pero que ofrece una lectura acaso más profunda de lo que podría parecer sobre las diferencias sociales en Korea del Sur, buenas interpretaciones y una puesta en escena estilizada y depurada que da como resultado una obra perturbadora y en el fondo elegante.
Buf, que jartera de sexo y cine ;-)
3 comentarios:
Me he leido de un tirón tus cuatro últimas crónicas, que he recibido por e-mail todas seguiditas, y he disfrutado como un enano.
Impresionantes.
Certeras, incisivas, críticas, amenas (en algún momento me he reído a carcajadas)...
Así que gracias por tan buen rato, que hace mucha falta.
Esta mañana en la tertulia de "Las mañanas de 4" hablaban de "A serbian film", cuestionando su trasgresión hasta límites inconcebibles, y contando alguna escena a través de una crónica de presnsa de forma más explícita que tú, así que la cosa trae cola, como ves. Creo que tu tono es de lo más adecuado.
Ya hablaremos de esta y otras pelis y de tus magníficas crónicas.
Si tienes un minuto echa un vistazo a tu correo, que te mandé un e-mail hace un par de días, y dime cuándo vuelves.
Abrazos, y que tengas buenos sueños.
Maravilloso trabajo, David. Como siempre, no me sorprende, pero siempre es admirable. Ya sabes, lo mucho que te aprecio, y ya sabes, las ganas que tengo, junto a "tito" de verte y compartir una nueva tertulia de piratas en vivo y en directo. Me ha encantado el concurso de Tony, ya sabes que te sigo siempre, aunque a veces no me atrevo a manifestarme. Espero que un día me enseñes tu ciudad y me sirvas de guía. "Elige bien quien te guía" dice un eslogan muy cercano, me gusta. Un abrazo, de oso, de esos que son de verdad y que se quedan prendidos. Hasta pronto, David.
imponente seguimiento el tuyo
y ahora Valladolid ¡qué barbaro!
un abrazo
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