THE WARD, El regreso de Carpenter
Una película de John Carpenter siempre es una buena noticia, sobre todo si tenemos en cuenta que el autor de clásicos indiscutibles del género como La Noche de Halloween o La Cosa llevaba un buen puñado de años sin hacer un largometraje. Concretamente ésta es solo su segunda película en lo que llevamos de década, nueve años después de aquella entretenida Fantasmas de Marte. Y conociendo como las gasta el viejo outsider, más desencantado que nunca con la vertiente comercial que ha tomado el género en los últimos años, a saber cuánto tendremos que esperar por la siguiente. The Ward, que podría traducirse como El Pabellón, narra la historia de una atractiva moza (una resultona y eficaz Amber Heard) algo desequilibrada y con cierta tendencia a pegarle fuego a las casas que es internada en una institución mental que recuerda vagamente a Shutter Island – afortunadamente es algo menos tétrica que ésta – y en la que traba conocimiento con otras cuatro pacientes, todas mujeres, todas bastante atractivas por cierto (el planteamiento es algo así como el sueño dorado de un celador poco escrupuloso) que son tratadas de sus diversos problemas mentales por un médico amable y dispuesto a experimentar cosas nuevas con sus encerradas pacientes. Hasta ahí todo correcto. El problema es que en dicha institución también ronda el horrible espectro de una antigua paciente, que aparte de matarnos a sustos con sus sorpresivas apariciones parece dispuesta a aniquilar una por una a todas las internas mientras la protagonista intenta averiguar la verdad de su historia.
The Ward no puede ser una película de género más clásica. Todos los tópicos imaginables que a ustedes puedan pasársele ahora mismo por la cabeza cuando piensan en una institución mental están en la película: una heroína con la que identificarse, enfermeras jefe chungas, celadores tan corteses como implacables, el inquietante e impoluto manicomio, desnudos en las duchas, rebelión, electroshocks, médicos que ocultan cosas y por supuesto, terroríficas apariciones a cargo de la bicha de turno. Carpenter conoce bien su oficio: como viejo maestro del mismo que es, sabe narrar la historia y usar tanto su habilidad visual como su música para generar inquietud en el espectador pulsando los resortes adecuados para cada momento hasta llegar a una resolución final que encantará a algunos y probablemente decepcionará a la mayoría, aunque solo sea por su falta de originalidad. ¿Cuál es el problema de The Ward entonces? Ninguno en realidad: cumple con lo suyo. Ahora bien, de Carpenter uno tiene derecho, por trayectoria fílmica y tiempo en el oficio, a esperar una cierta innovación sobre un tema tan manido. En ese campo el viejo maestro decepciona: no hay en el filme ninguna aportación al género que merezca la pena destacarse. A diferencia del Shutter Island de Scorsese que generó tanta discrepancia, The Ward provoca indiferencia dentro de su corrección formal. Y no creo que Carpenter, que siempre ha tenido una vena bastante iconoclasta y combativa, pueda sentirse demasiado satisfecho con el resultado.
SECUESTRADOS Jesús, que agobio de película.
Dice Miguel Angel Vivas, director de Secuestrados, que en el origen del proyecto estaba la idea de hacer sentir a cualquier espectador, desde la comodidad de la butaca, las enormes dosis de angustia, impotencia y frustración que genera uno de estos secuestros en el propio domicilio que tanto han crecido en los últimos años en España, en especial debido a bandas especializadas en este tipo de asaltos compuestas en su mayor parte por delincuentes de países del este de Europa. No cabe duda que lo ha conseguido y con creces: puedo dar fe que Secuestrados es una de las experiencias más tensas que he tenido ocasión de seguir en una pantalla de cine en mucho tiempo.
Si ayer decíamos que La Casa Muda tenía uno de sus puntos fuertes en ese supuesto único plano secuencia en el que está rodada toda la película, Secuestrados se apunta al mismo bando de la corrección formal, pero con matices: desde el primer e impactante plano secuencia del prólogo en el que se nos cuenta la resolución de un secuestro anterior al que vamos a vivir, el realizador deja claro su juego. Seguirá con su cámara bien pegado al cogote de sus personajes y en no demasiados planos secuencia contará todo el angustioso proceso del secuestro de una familia bien en su chalet recién adquirido desde su inicio hasta su resolución, prácticamente en tiempo real.
Hay un problema de índole moral con Secuestrados que tiene que ver tanto con su apuesta formal como las posibles connotaciones ideológicas del filme. En cuanto a lo primero no se entiende demasiado bien si la decisión narrativa consiste en elaborados y precisos planos secuencia que se construyen como una coreografía al servicio de la historia, las razones por las que de vez en cuando el director pasa a utilizar el split screen, una pantalla partida en la que vemos simultáneamente (también en planos secuencia, ojo) lo que les ocurre a personajes que están en sitios distintos. No tiene demasiada justificación ni se entiende demasiado el criterio seguido y rompe acaso de forma caprichosa sus propias reglas formales, provocando cierta perplejidad. Por otro lado, no faltará quien vea un posicionamiento afín a las de la derecha o incluso una lectura racista del tema tratado –ambas cuestiones le provocan no poco escándalo a su director, que las niega por completo – debido a la distinta forma en la que evolucionan los tres asaltantes de la casa, dos albaneses y un español, y a la forma en la que el director resuelve la película, que a nadie dejará indiferente.
Hay quien piensa que ésta es una película sádica, que su uso de la violencia es un espectáculo gratuito y prescindible y que no debería prestársele mucha atención entre otras cosas por alguno de sus ilustres precedentes (¿Les suena un tal Haneke y Funny Games? Pues eso…) pero yo estoy de acuerdo solo en parte: creo que a pesar de que en ciertos momentos hay demasiado ruido y confusión, Secuestrados es una película que te coge por el cuello y te mantiene en una tremenda tensión todo el filme, que todos los actores están, (sin excepción, pero convendría destacar el magnífico trabajo de Manuela Vellés) tan entregados como convincentes en sus papeles y que aunque hay debilidades manifiestas en su resolución, Secuestrados puede ser una de las sorpresas del cine español de este año, una apuesta de género notable que consigue plenamente su objetivo, que no es otro que angustiar y aterrorizar al espectador con un temor nada fantástico y sí con una base muy real. Cuestión distinta es lo que pueda ayudar este filme a esa perniciosa cultura del miedo que tanto daño ha hecho y seguirá haciendo en el futuro. Pero de eso podemos hablar largo y tendido otro día. Prefiero quedarme con las buenas sensaciones que me produjo en general el filme, aunque tenga mis reservas con ciertos aspectos del mismo.
RARE EXPORTS: A CHRISTMAS TALE. Jodido Santa Claus
A estas alturas aun hay mucha gente que desconoce que la imagen icónica que tenemos de Santa Claus, el barbudo gordito y bonachón vestido de rojo y blanco que reparte regalos en Navidad es una de las mejores ideas de marketing de la historia. Se lo inventó Coca Cola y la cosa ha funcionado tan bien que casi todo el mundo se olvida que en la tradición nórdica donde nació, Santa Claus era ante todo una especie de coco que se utilizaba para atemorizar y disciplinar a los hijos díscolos, un personaje terrorífico que se presentaba en tu casa en Navidad y no hacía, sino que más bien exigía que se le hicieran regalos, como si fueran ofrendas.
Estudiando la vertiente más cercana al mito original, un cachondo director finlandés llamado Jalmari Helander, que ya había explorado el tema en dos cortos precedentes, se ha montado una película tan irreverente como efectiva poniendo al jodido Santa en el sitio donde corresponde, es decir, en el de una bestia parda congelada en hielo bajo una montaña a la que conviene no despertar. Y no digamos nada de sus “alegres ayudantes”. Siguiendo a un padre y un hijo que viendo la progresión de las excavaciones que un grupo de americanos está llevando a cabo en la montaña deciden prepararse para lo peor armándose hasta los dientes, Helander consigue una película desopilante en la que se invierten los papeles tradicionales y se subvierte el imaginario navideño del espectador. Aquí la buena voluntad brilla por su ausencia, prima el pragmatismo y el humor absurdo y surrealista tan propio de los nórdicos consiguiendo un puñado de momentos impagables y convirtiendo a esta película, junto con la terrorista Bad Santa de Terry Zwigoff, en el mejor antídoto contra la increíble cantidad de gilipolleces que tenemos que aguantar cada año con la excusa de tan entrañables fiestas. La película no será un prodigio de puesta en escena ni sus actores demasiado carismáticos, pero resulta complicado no seguirla con una sonrisa de complicidad puesta, que bien puede transformarse en abierta carcajada en su parte final, en la que Helander da rienda suelta a su vena más abiertamente transgresora y provocadora. Una de esas deliciosas rarezas que solo parece posible disfrutar en Festivales como Sitges.
FASE 7. Los argentinos y el Apocalipsis
Con tantas películas sobre desastres por epidemias de virus, zombies, infectados y demás desastres que hemos aguantado en los últimos años ¿Nunca se han preguntado que harían ustedes si tuvieran la ocasión de anticiparse a la misma y atrincherarse en la propia casa bien provistos de víveres y todo lo necesario para sobrevivir hasta que todo amaine? Pues al parecer Nicolas Goldbart sí y partiendo de un argumento que recuerda vagamente al de la española [REC] – el punto de partida también es un edificio puesto en cuarentena ante la sospecha de un agente infeccioso, pero a diferencia de aquella, en Fase 7 es en el exterior donde la epidemia acaba con la población mientras los vecinos del inmueble continúan viviendo tan ricamente – y desmbocando acaso de forma involuntaria en algo muy cercano a aquella joya del humor negro del cine español que es La Comunidad de Alex de la Iglesia, Fase 7 plantea de forma directa el inevitable absurdo que conlleva enfrentarse a una situación de las características descritas.
Una pareja, formada por Coco (un Daniel Handler que con su gesto de desconcierto perpetuo encarna a la perfección la desidia de un personaje abrumado por todo lo que sucede a su alrededor) y Pipí, su mujer embarazada de siete meses, dirimen sus diferencias habituales – las de cualquier pareja en su situación – mientras el mundo se vuelve loco a su alrededor y dentro de su mismo edificio, la paranoia empieza a adueñarse de los vecinos, abocados a un tan estúpido como inevitable enfrentamiento por las diferencias sobre como afrontar tan compleja situación. En semejante panorama se puede dar la paradoja de que un pirado por las armas convencido de las teorías conspiratorias pueda llegar a convertirse en el mejor aliado para sobrevivir pese a que en la vida normal jamás harías el más mínimo caso a un tipo tan tronado. O puede que un entrañable abuelete como el encarnado por Federico Luppi, al saberse acorralado, se convierta en una tan eficaz como descontrolada máquina de matar gente a escopetazo limpio. Todo en el ambiente cerrado de un edificio que se va convirtiendo poco a poco en un gigantesco espacio donde jugar al paintball con balas de verdad mientras el mundo exterior se derrumba de forma inevitable.
La mejor arma de Fila 7 es su magnífico, aunque negrísimo, sentido del humor que se apoya tanto en el gag visual como sobre todo en esa verborrea tan propia de los diálogos del cine argentino que aquí alcanza cotas de surrealismo y absurdo verdaderamente sublimes. Los egoísmos, las paranoias, las miserias cotidianas en fin de cada uno afloran con facilidad de forma paralela al aumento de la tensión, borrando la leve pátina social con la que la recubrimos de forma habitual y consiguiendo una película que aunque abraza de forma clara el cine de género – no en vano tanto los referentes visuales como sobre todo musicales del filme remiten precisamente al cine de John Carpenter, una influencia reconocida en rueda de prensa por su director – no deja de tener una serie de interesantes lecturas sobre la miseria moral del argentino contemporáneo, incapaz de colaborar o simplemente ponerse de acuerdo sobre las cosas más simples, con lo que claro, así como se lo van a montar para levantar el país. ¿Viste?
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