La 55 Semana Internacional de Cine de Valladolid ha arrancado marcada por la polémica. Y no, por una vez no se debe al caos organizativo, afortunadamente, sino a las muy desafortunadas declaraciones del Alcalde de la ciudad respecto a Leire Pajín, que han planeado como una sombra sobre la jornada inaugural hasta tal punto que tanto en la rueda de prensa del equipo de También la Lluvia como en la de la concesión de la Espiga de Oro a toda su carrera a Antonio Banderas, las primeras preguntas versaron sobre si iban a estrechar la mano y hacerse las fotos protocolarias con el edil vallisoletano o por el contrario seguirían la senda marcada por la Ministra de Cultura, que ha pasado por la Seminci en un visto y no visto como protesta contra Javier León de la Riva, sujeto al que parece que tampoco va a pasarle demasiada factura su inadmisible arrebato sexista de pésimo gusto. Tanto el grupo liderado por Iciar Bollain como el actor malagueño salieron al paso como pudieron de la violenta situación creada, dejando claro, eso sí, su postura al respecto que no es otra que la de condenar dichas declaraciones, como haría cualquier persona sensata.
No cabe la más mínima duda que la película elegida por la Academia del Cine Español para representarnos en los Oscars – tarea ardua esa, por cierto – que ha inaugurado fuera de concurso esta 55 Seminci es, ante todo, una película de su guionista Paul Laverty. La pareja de Iciar Bollaín, colaborador habitual de Ken Loach desde hace años, vuelve de nuevo a tratar en También la Lluvia muchas sus temáticas recurrentes, pero en esta ocasión la pericia como realizadora de Iciar Bollain consigue que la película crezca y supere ese cierto esquematismo, esa tendencia a resultar algo maniqueo, que a menudo lastra un poco sus colaboraciones con el viejo rockero anarquista inglés. Hay un planteamiento muy interesante en También La Lluvia, ese viejo recurso del cine dentro del cine que en esta ocasión está tratado con más inteligencia de lo habitual: un equipo de rodaje se traslada en el año 2000 por cuestiones presupuestarias a Bolivia para filmar una versión del descubrimiento de América por Cristóbal Colón que centra su mirada en la figura de Bartolomé de las Casas y su lucha para conseguir que los derechos de los indígenas fueran observados de la misma forma que los que cualquier otra persona. Objetivo encomiable, sin duda, pero las buenas intenciones se diluyen con los actos ya que el equipo de rodaje liderado por un productor, Luis Tosar, al que inicialmente solo le importa conseguir como sea sacar adelante la película al menor coste posible y un director, Gael Garcia Bernal, cuyo proceso es en cierta medida inverso al del productor ya que empieza demostrando ciertas dudas y acaba intentando hacer realidad su filme sin importarle demasiado lo que tenga que sacrificar por el camino, establecen un evidente paralelismo que reproduce los abusos cometidos en el pasado. Es un colonialismo distinto, pero el proceso se repite en cierta forma cinco siglos después.
Además, el discurso político de la película enlaza con la rebelión real protagonizada por la población indígena contra la multinacional – americana, por supuesto – que con el auspicio del gobierno boliviano pretende cobrar tarifas abusivas por el agua potable, cuya exclusividad pretende, una rebelión en la que se ven implicado de forma clara uno de los protagonistas locales de la película y, por extensión, todo el equipo de rodaje. Bollain tiene la inteligencia de mostrar ese proceso de cine dentro del cine de una forma distinta a como suele hacerse habitualmente, intercalando la realidad del día a día del rodaje con las secuencias de la película que se está rodando, estableciendo un continuo diálogo del cual surge ese paralelismo que a nadie se le escapa, pero estableciendo asimismo su juego con el conflicto del agua y la distinta forma en la que los españoles van reaccionando al mismo – en este campo destaca un estupendo Karra Elejalde que pese al poco tiempo del que dispone en pantalla clava su doble papel de Colón y del actor en crisis que lo interpreta – según su grado de compromiso y sus ideales.
Cierto es que a la película le pesa un poco alguna ligereza de manual en su resolución - ¡ese cambio brusco del personaje de Luis Tosar de productor cabroncete a tipo concienciado! – pero no es menos cierto que Bollain hace aquí el que probablemente sea su mejor trabajo desde el punto de vista narrativo: la película está muy bien rodada, especialmente en las complejas escenas de masas, y la entrega de un reparto al que se le nota especialmente encantado con la propuesta hace que También La Lluvia se eleve muy por encima del maniqueísmo que le ronda a base de establecer una serie de lecturas a diversos niveles que enriquecen el material de partida. Por más que a alguno le pueda parecer que estamos ante otro complaciente discurso buenrrollista de izquierdas, no es menos cierto que la situación que describe, esa revuelta indígena contra una situación a todas luces injusta es algo que están tan al orden del día hoy como hace cinco siglos. Y la exhibición de dignidad de la que hace gala la película supera para este cronista los reparos que puedan ponérsele a la propuesta.
Desde hace ya bastante tiempo, la presencia de una película danesa a concurso en cualquier Festival de Cine suele significar un dramón en toda regla, habitualmente punteado por un toque de pederastia por aquí – si puede ser con incesto, mejor que mejor – una familia disfuncional por allá – si alguna vez le invitan a una reunión familiar danesa, huyan: en ellas puede pasar de todo, desde revelaciones escabrosas a psicodramas que desemboquen en tremebundas catarsis – una pizca de enfermedad terminal para sazonar y una sensación general de que encontrar una buena comedia en el cine del país de Lars Von Trier es una tarea más compleja que leer un día en el periódico, que sé yo, que a Rajoy le ha dado por apartar del PP a impresentables como el Alcalde de Valladolid o a procesados como el inefable Francisco Camps.
El caso es que al cine nórdico en general y al danés en particular le va de maravilla abordando una y otra vez películas de temática sórdida, dramones los aspectos más duros de la vida cotidiana, obras de esas que uno ve con el corazón encogido y el gesto crispado mientras espera a que se desarrolle en la pantalla la inevitable tragedia que promete su argumento. Si encima se llama Una Familia como que uno tiene la sensación de que no hay escapatoria posible. En su tercera película la realizadora P nos presenta la historia de los Rheinwald, una familia de prestigiosos panaderos, proveedores de la Real Casa Danesa cuya cabeza, Rikard, padre de cuatro hijos de dos madres diferentes, está gravemente enfermo sin que haya un sucesor en el negocio familiar a la vista. La hija mayor, Ditte, es galerista y acaba de recibir una fabulosa oferta de trabajo para una importante firma en Nueva York lo que le lleva a plantearse trasladarse allí con su pareja artista. Sin embargo, ernille Fischer Christensenlas esperanzas depositadas por el padre en ella para que tome las riendas del negocio familiar, mezcladas con un acusadísimo complejo de Electra de la que siempre ha sido la niña de papá y la inevitable responsabilidad que implica ser la hija mayor en esa familia chocan de frente con sus deseos de partir. Como pueden imaginar el drama está servido y en su punto: la enfermedad del padre arrastrará como un pesado ancla a toda la familia hasta el fondo.
Una Familia es una película muy bien estructurada desde el guión y que cuenta con dos fabulosas interpretaciones a cargo de sus dos personajes principales, ese padre testarudo y obsesionado con el negocio familiar que ha sido la razón de su existencia – un Jesper Christensen que a lo largo del film incluso se transforma físicamente de manera brutal, otorgándole una enorme credibilidad a sus personajes – y esa hija que se debate entre sus deseos y su sentido de la responsabilidad a la que da vida una estupenda Lene Maria Christensen. Además cuenta con una excelente fotografía de Jacob Ihre y una puesta en escena con la cámara muy cerrada sobre los rostros de los actores, sacando todo el partido posible a su trabajo y transmitiendo una sensación de cercanía que a veces, especialmente en su duro tramo final, puede resultar sumamente incómoda para el espectador. La película, que removerá las entrañas de todo aquel que alguna vez haya tenido a alguno de sus progenitores presa de una larga y terrible enfermedad o que tema pasar por ese trance en un futuro cercano, no contará nada nuevo, pero lo que cuenta lo cuenta francamente bien en un trabajo notable que posiblemente encuentre algún acomodo en el palmarés final.
Y con esto y una espiga de Oro para el amigo Antonio Banderas, que ha paseado su sensatez, su simpatía y su cercanía por una rueda de prensa en la que esquivó como buenamente pudo hablar de su nuevo papel a las órdenes de Pedro Almodóvar en ese esperado reencuentro y se mostró sumamente feliz de su paso relámpago por Valladolid, despedimos una intensa primera jornada más marcada de lo que a más de uno le habría gustado por el inefable alcalde Pedro León de la Riva, al que por lo visto le han montado un soberano pollo a la entrada de la Gala de Inauguración. Lógico.
TAMBIÉN LA LLUVIA, Laverty mejorado por Bollaín.
No cabe la más mínima duda que la película elegida por la Academia del Cine Español para representarnos en los Oscars – tarea ardua esa, por cierto – que ha inaugurado fuera de concurso esta 55 Seminci es, ante todo, una película de su guionista Paul Laverty. La pareja de Iciar Bollaín, colaborador habitual de Ken Loach desde hace años, vuelve de nuevo a tratar en También la Lluvia muchas sus temáticas recurrentes, pero en esta ocasión la pericia como realizadora de Iciar Bollain consigue que la película crezca y supere ese cierto esquematismo, esa tendencia a resultar algo maniqueo, que a menudo lastra un poco sus colaboraciones con el viejo rockero anarquista inglés. Hay un planteamiento muy interesante en También La Lluvia, ese viejo recurso del cine dentro del cine que en esta ocasión está tratado con más inteligencia de lo habitual: un equipo de rodaje se traslada en el año 2000 por cuestiones presupuestarias a Bolivia para filmar una versión del descubrimiento de América por Cristóbal Colón que centra su mirada en la figura de Bartolomé de las Casas y su lucha para conseguir que los derechos de los indígenas fueran observados de la misma forma que los que cualquier otra persona. Objetivo encomiable, sin duda, pero las buenas intenciones se diluyen con los actos ya que el equipo de rodaje liderado por un productor, Luis Tosar, al que inicialmente solo le importa conseguir como sea sacar adelante la película al menor coste posible y un director, Gael Garcia Bernal, cuyo proceso es en cierta medida inverso al del productor ya que empieza demostrando ciertas dudas y acaba intentando hacer realidad su filme sin importarle demasiado lo que tenga que sacrificar por el camino, establecen un evidente paralelismo que reproduce los abusos cometidos en el pasado. Es un colonialismo distinto, pero el proceso se repite en cierta forma cinco siglos después.
Además, el discurso político de la película enlaza con la rebelión real protagonizada por la población indígena contra la multinacional – americana, por supuesto – que con el auspicio del gobierno boliviano pretende cobrar tarifas abusivas por el agua potable, cuya exclusividad pretende, una rebelión en la que se ven implicado de forma clara uno de los protagonistas locales de la película y, por extensión, todo el equipo de rodaje. Bollain tiene la inteligencia de mostrar ese proceso de cine dentro del cine de una forma distinta a como suele hacerse habitualmente, intercalando la realidad del día a día del rodaje con las secuencias de la película que se está rodando, estableciendo un continuo diálogo del cual surge ese paralelismo que a nadie se le escapa, pero estableciendo asimismo su juego con el conflicto del agua y la distinta forma en la que los españoles van reaccionando al mismo – en este campo destaca un estupendo Karra Elejalde que pese al poco tiempo del que dispone en pantalla clava su doble papel de Colón y del actor en crisis que lo interpreta – según su grado de compromiso y sus ideales.
Cierto es que a la película le pesa un poco alguna ligereza de manual en su resolución - ¡ese cambio brusco del personaje de Luis Tosar de productor cabroncete a tipo concienciado! – pero no es menos cierto que Bollain hace aquí el que probablemente sea su mejor trabajo desde el punto de vista narrativo: la película está muy bien rodada, especialmente en las complejas escenas de masas, y la entrega de un reparto al que se le nota especialmente encantado con la propuesta hace que También La Lluvia se eleve muy por encima del maniqueísmo que le ronda a base de establecer una serie de lecturas a diversos niveles que enriquecen el material de partida. Por más que a alguno le pueda parecer que estamos ante otro complaciente discurso buenrrollista de izquierdas, no es menos cierto que la situación que describe, esa revuelta indígena contra una situación a todas luces injusta es algo que están tan al orden del día hoy como hace cinco siglos. Y la exhibición de dignidad de la que hace gala la película supera para este cronista los reparos que puedan ponérsele a la propuesta.
UNA FAMILIA, Cine danés a lo suyo
Desde hace ya bastante tiempo, la presencia de una película danesa a concurso en cualquier Festival de Cine suele significar un dramón en toda regla, habitualmente punteado por un toque de pederastia por aquí – si puede ser con incesto, mejor que mejor – una familia disfuncional por allá – si alguna vez le invitan a una reunión familiar danesa, huyan: en ellas puede pasar de todo, desde revelaciones escabrosas a psicodramas que desemboquen en tremebundas catarsis – una pizca de enfermedad terminal para sazonar y una sensación general de que encontrar una buena comedia en el cine del país de Lars Von Trier es una tarea más compleja que leer un día en el periódico, que sé yo, que a Rajoy le ha dado por apartar del PP a impresentables como el Alcalde de Valladolid o a procesados como el inefable Francisco Camps.
El caso es que al cine nórdico en general y al danés en particular le va de maravilla abordando una y otra vez películas de temática sórdida, dramones los aspectos más duros de la vida cotidiana, obras de esas que uno ve con el corazón encogido y el gesto crispado mientras espera a que se desarrolle en la pantalla la inevitable tragedia que promete su argumento. Si encima se llama Una Familia como que uno tiene la sensación de que no hay escapatoria posible. En su tercera película la realizadora P nos presenta la historia de los Rheinwald, una familia de prestigiosos panaderos, proveedores de la Real Casa Danesa cuya cabeza, Rikard, padre de cuatro hijos de dos madres diferentes, está gravemente enfermo sin que haya un sucesor en el negocio familiar a la vista. La hija mayor, Ditte, es galerista y acaba de recibir una fabulosa oferta de trabajo para una importante firma en Nueva York lo que le lleva a plantearse trasladarse allí con su pareja artista. Sin embargo, ernille Fischer Christensenlas esperanzas depositadas por el padre en ella para que tome las riendas del negocio familiar, mezcladas con un acusadísimo complejo de Electra de la que siempre ha sido la niña de papá y la inevitable responsabilidad que implica ser la hija mayor en esa familia chocan de frente con sus deseos de partir. Como pueden imaginar el drama está servido y en su punto: la enfermedad del padre arrastrará como un pesado ancla a toda la familia hasta el fondo.
Una Familia es una película muy bien estructurada desde el guión y que cuenta con dos fabulosas interpretaciones a cargo de sus dos personajes principales, ese padre testarudo y obsesionado con el negocio familiar que ha sido la razón de su existencia – un Jesper Christensen que a lo largo del film incluso se transforma físicamente de manera brutal, otorgándole una enorme credibilidad a sus personajes – y esa hija que se debate entre sus deseos y su sentido de la responsabilidad a la que da vida una estupenda Lene Maria Christensen. Además cuenta con una excelente fotografía de Jacob Ihre y una puesta en escena con la cámara muy cerrada sobre los rostros de los actores, sacando todo el partido posible a su trabajo y transmitiendo una sensación de cercanía que a veces, especialmente en su duro tramo final, puede resultar sumamente incómoda para el espectador. La película, que removerá las entrañas de todo aquel que alguna vez haya tenido a alguno de sus progenitores presa de una larga y terrible enfermedad o que tema pasar por ese trance en un futuro cercano, no contará nada nuevo, pero lo que cuenta lo cuenta francamente bien en un trabajo notable que posiblemente encuentre algún acomodo en el palmarés final.
Y con esto y una espiga de Oro para el amigo Antonio Banderas, que ha paseado su sensatez, su simpatía y su cercanía por una rueda de prensa en la que esquivó como buenamente pudo hablar de su nuevo papel a las órdenes de Pedro Almodóvar en ese esperado reencuentro y se mostró sumamente feliz de su paso relámpago por Valladolid, despedimos una intensa primera jornada más marcada de lo que a más de uno le habría gustado por el inefable alcalde Pedro León de la Riva, al que por lo visto le han montado un soberano pollo a la entrada de la Gala de Inauguración. Lógico.
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