La carta de presentación de la programación de la 11ª Edición del BAFF – Barcelona Asian Film Festival – hace un recordatorio al destartalado e inmenso cine de Goodbye Dragon Inn (Tsai Ming Lian, 2003) para, uniéndolo a otro cine enorme e igualmente destartalado, el que aparece en la película Serbis de Brillante Mendoza, llamar la atención sobre el triste fenómeno de la desaparición progresiva en nuestras ciudades de esas salas de cine grandes, llenas de butacas, no siempre cómodas pero llenas de encanto donde muchos hemos forjado gran parte de nuestra cinefilia. Esa reivindicación del cine como “espacio romántico y reducto de resistencia” teñido con no poca nostalgia se materializa en una de las sedes principales de este hermoso festival, la sala Rex, un viejo cine “como los de antes” que aun resiste, supongo que heroicamente y con no poco sacrificio, el signo de los nuevos tiempos, con sus más de 500 butacas, su palco superior y esa peculiar atmósfera que, créanme los emeritenses que estén leyendo estas líneas, me transportó ayer de inmediato al añorado Cine Mª Luisa de mi infancia donde tomaron forma tantos sueños.
El BAFF cumple 11 años. Tenía ganas desde hacía mucho tiempo de acudir a un festival que se esfuerza por traer lo mejor de un cine, el asiático, que salvo raras excepciones, nunca encuentra distribución en España. Triste paradoja, siendo el cine asiático - por más que esta etiqueta no sirva para abarcar semejante enormidad y diversidad de cinematografías salvo de un modo puramente geográfico - el más libre, pujante e innovador que se hace ahora en el mundo. Barcelona tiene la inmensa suerte de contar durante una semana con un Festival que entre su Sección Oficial y sus tres secciones paralelas (Asian Selection, Emergentes y Focus Sudeste Asiático) suma más de una cincuentena larga de títulos que sirven para tomarle el pulso actual a las nuevas tendencias que nos llegan de ese Oriente que sigue siendo demasiado lejano. Desde los títulos más comerciales a los más extremos experimentos narrativos, pasando por un puñado de obras premiadas en los más prestigiosos festivales del mundo, el BAFF me parece un festival tan fascinante como apetecible, que me encantaría disfrutar hasta el final pero del que por desgracia, apenas podré tener un atisbo. Sin embargo, ayer tuve ocasión de conocer a sus responsables – gente cuya pasión por su trabajo comparto por completo – y esa breve experiencia, que, quien sabe, quizás abra alguna puerta a colaboraciones entre el BAFF y el Festival de Cine Inédito de Mérida (¿habrá algún cine que cumpla mejor con la condición de inédito que la mayor parte del cine asiático?) en el futuro. Solo por eso habrá merecido la pena.
SERBIS (Brillante Mendoza, Filipinas): Un nuevo concepto de cine familiar.
Empecemos por el final: en el último plano de esta atrevida y desigual obra un personaje se aleja por fin del inmenso cine que ha servido de único marco espacial de la película y descubrimos que ese destartalado cine lleva por nombre Family, es decir, Familia. No es ni mucho menos una casualidad ni algo gratuito, sino la última ironía destinada al espectador de un realizador que ha dedicado los anteriores 94 minutos a desgranarnos la elaborada y compleja red de relaciones establecidas entre los distintos miembros de esa familia que vive, ama, se odia, se frustra, sueña y trabaja en el laberíntico espacio de un cine decadente que se dedica a la proyección de películas eróticas pero que no es otra cosa que un bullicioso punto de reunión de la comunidad homosexual de la ciudad de Manila, que se dedica en ese espacio de libertad a practicar alegremente el cruising, la prostitución o simplemente a dar rienda suelta a sus necesidades. Mientras los clientes del local se dedican a sus cosas, ocupando los inacabables pasillos de las distintas plantas del cine, la familia se enfrenta a sus problemas cotidianos y dirime sus conflictos en un ambiente cuanto menos peculiar.Así, la mirada de un niño de pocos años convive con absoluta naturalidad con esa realidad que es a la vez saludablemente desprejuiciada y un tanto neorrealista, que Brillante Mendoza retrata con largos travellings que siguen a los personajes en su continuo deambular por esa fascinante (por decadente) fábrica de lúbricos sueños, sin ahorrarnos el más mínimo detalle sórdido: en Serbis no faltan ni las escenas de sexo explícito – algunas ciertamente gratuitas – ni fijaciones con el propio cuerpo – no se pueden imaginar el juego que da un forúnculo del culo de uno de los personajes a lo largo del filme - ni tampoco una voluntad de envolver toda esa atmósfera que es el verdadero motor del filme con una historia familiar que la vehicule de alguna forma incluyendo algún momento francamente divertido (la irrupción de una cabra en la sala con la consecuente interrupción de la proyección y, ejem, otras cosas) que permita al espectador relajarse de vez en cuanto ante semejante asalto a su sensibilidad.Lo cierto es que Serbis parece una película más preocupada por provocar o escandalizar al espectador que por estructurar de forma coherente la historia que trata de contar. Y a pesar de que no le falta algún momento inspirado y que da cierto juego esa poderosa imagen de un cine que sin duda en el pasado debió conocer tiempos mejores que esas inenarrables películas eróticas que ahora proyecta – casi como si de una perversa versión decadente de Cinema Paradiso se tratara – cuesta un poco entender las razones que llevaron a Sean Penn, Presidente del Jurado de Cannes el año pasado, a solicitar un segundo visionado de esta película, algo que llamó la atención en su momento. Claro que, teniendo en cuenta que la peli se volvió de Cannes sin premio alguno, a lo mejor es que simplemente se había quedado dormido durante la primera proyección…
Es curioso, pero la primera cosa que se me viene a la cabeza para definir la última película de la directora de El Bosque del Luto y Shara – película esta última con la que se impuso en el BAFF del 2003 – es el comienzo de esos viejos chistes: ¿Saben aquel que van un francés, un tailandés y una japonesa, conviven un tiempo en una casa y les sale una película? Pues eso: la historia de Nanayo se articula alrededor de la llegada de una joven japonesa a Tailandia y su improvisada acogida en una casa donde conviven una madre soltera y su hijo de poca edad, un taxista amigo de ésta con un pasado algo doloroso y un francés atractivo que parece buscar refugio y encontrarse a si mismo en ese lugar apartado del mundo. Por supuesto la joven solo habla japonés y un poco de inglés, los tailandeses thai y el francés, pues francés, con lo que esa especie de casa de retiro instalada en medio del bosque donde sus habitantes se dedican al dolce far niente, a aprender y darse masajes unos a los otros y a reflexionar sobre sus vidas se convierte en una especie de Babel improvisada donde sin embargo sus habitantes encuentran la forma de comunicarse pese a las dificultades y llegar a cierto tipo de difícil equilibrio.A Kawase no le preocupa la historia, le preocupa crear una atmósfera y transmitir una serie de sensaciones basadas en su naturalismo narrativo y en esa puesta en escena contemplativa que se apoya primordialmente en la belleza de la naturaleza y en la interacción de los personajes, a los que la directora se acerca siempre con cierto disimulo, con una cámara ausente que da la impresión de no estar allí, a la caza permanente de ese momento de intimidad, hermoso, poético o intenso que sirva para la construcción de esa atmósfera relajada, contemplativa. Precisamente por eso, Kawase apenas muestra algunos trazos que permitan entender a sus criaturas, dejando al espectador la tarea de rellenar los huecos del pasado de los mismos que justifiquen sus actos en el presente. La historia no le interesa demasiado y eso acaba por perjudicar a la película por más que uno pueda sentirse subyugado ante la deslumbrante belleza de Kyoto Hasegawa – uno podría estar eternamente contemplando a esa hermosa mujer despertarse del sueño y desperezarse, transmitiendo una sensualidad apabullante – o se interese por el destino de ese chaval listo como el hambre al que su madre está empeñada en convertir en monje. Retrato leve de un puñado de personajes perdidos y dolientes que conforman una peculiar familia, lo más logrado de Nanayo, propuesta interesante a ratos pero que provoca cierta indiferencia muchos más y desde luego una obra menor dentro del cine de Kawase, tiene que ver con las dificultades de comunicación de los mismos, las situaciones que se provocan – a veces francamente divertidas - y el modo en que se superan y, como siempre en Kawase, la omnipresente presencia de la Naturaleza no ya como un personaje más, sino como ese orden universal e inmutable capaz de tranquilizar los atribulados espíritus de las criaturas que lo pueblan. En fin, que Nanayo no es una película desdeñable, pero sí algo desmañada y habrá, con no poca razón, quien le reproche que al fin y al cabo a su escasa historia le falta sustancia.
Mañana una peli indonesia, The Rainbow Troops, y la muy esperada Breathless del coreano Yang Ik Kune. Y no más porque caramba, hay un Madrid-Barça que tengo que ver en alguna parte como sea ;-)
Mañana una peli indonesia, The Rainbow Troops, y la muy esperada Breathless del coreano Yang Ik Kune. Y no más porque caramba, hay un Madrid-Barça que tengo que ver en alguna parte como sea ;-)
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