Coinciden en cartelera dos superproducciones que comparten algunos elementos comunes: ambas indagan en el pasado de personajes muy conocidos por el gran público por su pertenencia a sagas de gran éxito, ambas cuentan con directores noveles que sin embargo ya habían dado muestras de su capacidad en trabajos previos y, por supuesto, ambas afrontaban el reto de salir airosas tanto de las enormes expectativas generadas por la industria – es decir, el dinero – como las de los acérrimos fans de los personajes, celosos guardianes de su esencia y a los que conviene no desairar demasiado.
Lobezno es un spin-off, una película surgida al abrigo del éxito del personaje en la franquicia previa de los X-Men. El carisma de este amnésico mutante de afiladas garras, mal genio considerable y un factor de curación que lo hace prácticamente imposible de matar, solo comparable al de Spiderman en los comics Marvel que le vieron nacer, hacía inevitable que Hollywood lo situara como protagonista absoluto de una superproducción que intentara explotar el enorme potencial de un personaje estupendo. Sin embargo, el sudafricano Gavin Hood convierte su película en un quiero y no puedo de lo más descorazonador, una obra que fracasa por partida doble: ni consigue configurarse como algo más que el habitual entretenimiento superheroico al uso ni aporta la profundidad necesaria a un personaje cuya bien conocida dualidad animal y su lucha interior para no ceder a sus instintos, que tanto juego podría haber dado, apenas queda levemente apuntada a favor de un dudoso y confuso sentido del espectáculo.Hugh Jackman encarna con notable convicción a Lobezno – aunque hay que reconocer que es su antagonista Liev Schreiber quien atrae todas las miradas con su feroz Dientes de Sable – pero todo su entusiasmo no es suficiente para compensar la dispersión dramática que supone la acumulación de mutantes anodinos que pasan de puntillas por la pantalla restando interés en lugar de sumarlo. Tan entretenidilla como olvidable, resulta curioso que Lobezno comparta con la reciente Watchmen un destello de genio en esos títulos de crédito iniciales que muestra el paso de los protagonistas por infinidad de conflictos bélicos como una serie de violentas postales, un arranque esperanzador que por desgracia se diluye con demasiada rapidez dando lugar a una película fallida y desangelada.Star Trek es sin embargo otra cosa: la difícil tarea de insuflar nueva vida a una saga lastrada por años de películas planas y soporíferas recayó sobre los hombros de J.J. Abrams, un tipo que declaró desde un primer momento su desinterés rayano en la ignorancia sobre el universo trekkie pero que contaba a su favor con ser el creador de series de culto como Alias y Perdidos y haber demostrado un excelente olfato como renovador del género fantástico produciendo la excelente Monstruoso. Abrams ha refundado la mitología de Star Trek echando atrás la mirada en busca de los primeros pasos de esos personajes emblemáticos y convirtiendo esta aventura inicial de los Kirk, Spock y compañía en una espectacular space opera que en el fondo bebe más del universo que Lucas forjó para su Star Wars que de la mítica serie de Gene Rodenberry de la que esta película es algo así como un musculado capitulo cero.Los personajes están ahí, Abrams mantiene intactas sus señas de identidad y los trata con respeto, tirando del guiño nostálgico cuando es necesario pero insuflándoles nueva energía. Toda la película se beneficia de un ritmo trepidante que consigue enganchar al espectador y lo que es más sorprendente, mirar con nuevos ojos a una saga que muchos dejamos por imposible hace años. El modélico enfoque del talentoso Abrams es el espejo donde debería mirarse en el futuro cualquier proyecto que pretenda revitalizar una franquicia alicaída.
Lobezno es un spin-off, una película surgida al abrigo del éxito del personaje en la franquicia previa de los X-Men. El carisma de este amnésico mutante de afiladas garras, mal genio considerable y un factor de curación que lo hace prácticamente imposible de matar, solo comparable al de Spiderman en los comics Marvel que le vieron nacer, hacía inevitable que Hollywood lo situara como protagonista absoluto de una superproducción que intentara explotar el enorme potencial de un personaje estupendo. Sin embargo, el sudafricano Gavin Hood convierte su película en un quiero y no puedo de lo más descorazonador, una obra que fracasa por partida doble: ni consigue configurarse como algo más que el habitual entretenimiento superheroico al uso ni aporta la profundidad necesaria a un personaje cuya bien conocida dualidad animal y su lucha interior para no ceder a sus instintos, que tanto juego podría haber dado, apenas queda levemente apuntada a favor de un dudoso y confuso sentido del espectáculo.Hugh Jackman encarna con notable convicción a Lobezno – aunque hay que reconocer que es su antagonista Liev Schreiber quien atrae todas las miradas con su feroz Dientes de Sable – pero todo su entusiasmo no es suficiente para compensar la dispersión dramática que supone la acumulación de mutantes anodinos que pasan de puntillas por la pantalla restando interés en lugar de sumarlo. Tan entretenidilla como olvidable, resulta curioso que Lobezno comparta con la reciente Watchmen un destello de genio en esos títulos de crédito iniciales que muestra el paso de los protagonistas por infinidad de conflictos bélicos como una serie de violentas postales, un arranque esperanzador que por desgracia se diluye con demasiada rapidez dando lugar a una película fallida y desangelada.Star Trek es sin embargo otra cosa: la difícil tarea de insuflar nueva vida a una saga lastrada por años de películas planas y soporíferas recayó sobre los hombros de J.J. Abrams, un tipo que declaró desde un primer momento su desinterés rayano en la ignorancia sobre el universo trekkie pero que contaba a su favor con ser el creador de series de culto como Alias y Perdidos y haber demostrado un excelente olfato como renovador del género fantástico produciendo la excelente Monstruoso. Abrams ha refundado la mitología de Star Trek echando atrás la mirada en busca de los primeros pasos de esos personajes emblemáticos y convirtiendo esta aventura inicial de los Kirk, Spock y compañía en una espectacular space opera que en el fondo bebe más del universo que Lucas forjó para su Star Wars que de la mítica serie de Gene Rodenberry de la que esta película es algo así como un musculado capitulo cero.Los personajes están ahí, Abrams mantiene intactas sus señas de identidad y los trata con respeto, tirando del guiño nostálgico cuando es necesario pero insuflándoles nueva energía. Toda la película se beneficia de un ritmo trepidante que consigue enganchar al espectador y lo que es más sorprendente, mirar con nuevos ojos a una saga que muchos dejamos por imposible hace años. El modélico enfoque del talentoso Abrams es el espejo donde debería mirarse en el futuro cualquier proyecto que pretenda revitalizar una franquicia alicaída.
Este artículo, levemente modificado, aparecerá el Lunes 18 de Mayo en el periódico gratuito Voz Emérita
1 comentario:
Coincido.
Aunque en Star Trek me costó librarme de la imagen de Zachary Quinto como Sylar.
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