miércoles, julio 09, 2008

LAS CRÓNICAS DE NARNIA: EL PRINCIPE CASPIAN

Reconozco que la primera adaptación de esta serie de novelas de C.S. Lewis “Las Crónicas de Narnia: El León, La Bruja y El Armario” me sorprendió de forma más que agradable. Probablemente porque no esperaba más de ella que un sucedáneo algo infantiloide surgido a la luz del éxito de la espléndida trilogía de El Señor de los Anillos, lo cierto es que Andrew Adamson supo encontrar el tono justo para desmarcarse de la pesada sombra del director neocelandés y proporcionarle a su visión de Narnia el tono justo para encandilar a los más pequeños sin que por ello se resintiera el interés que la película podía tener para el público adulto. Sin duda que esa fiel lectura en clave católica del filme – con el león Aslan convertido en un trasunto del mismísimo Jesucristo, resurrección incluida – y su catálogo de valores morales de amplio espectro además de aciertos de casting como sus cuatro jóvenes protagonistas, el fauno James McAvoy o, sobre todo, encomendarle a Tilda Swinton que diera vida a una de las villanas más pérfidas y sin embargo coherentes del cine comercial reciente, además de un inteligente uso (que no abuso) de los efectos digitales para recrear ese mundo de fantasía ayudaron no poco a cimentar un merecido éxito de taquilla que cogió algo por sorpresa incluso a los mismos productores del filme.Paradójicamente esta segunda entrega de Narnia tenía a priori bastantes papeletas para resultar un fiasco: más allá de las expectativas creadas, la sobreabundancia de producciones del género surgidas en los últimos años (Eragón, Las Crónicas de Spiderwick, Un Puente hacia Terabitha o La Brújula Dorada, además del consolidado Harry Potter, con algún que otro sonoro fracaso artístico y de taquilla) sumado a la dificultad de mantener el listón podían hacer pensar que la franquicia perdería pie en su segunda entrega. Pues bien, Adamson nos ha descolocado por segunda vez ya que su Principe Caspian es un más que decente producto cinematográfico, capaz de sobreponerse a las dificultades con una fórmula sencilla pero muy eficaz: profundizar en su propuesta a base de hacer el tono algo más oscuro, añadir unos cuantos toques shakesperianos que otorguen dimensión dramática a la trama y hacer de la sutilidad bandera para ganarse la complicidad del público adulto. De alguna forma, Adamson se las ha apañado para conseguir un mayor margen de libertad y eso se ha traducido en un guión bastante más sólido que el de la primera entrega con el que ha construido una película que cumple a la perfección con su primer cometido, que no es otro que entretener al público.

Podría decirse que El Príncipe Caspian es una película ideal para los amantes del género fantástico. En ella se mezclan de forma inteligente y bien dosificada un buen puñado de elementos del género: hay aventura con unas elevadas dosis de épica, hay magia con su lado oscuro habitual, están las criaturas mitológicas de siempre peleando por su supervivencia (un tema que Adamson ya tocó en Shrek), y hay un villano carismático (espléndido Sergio Castellito) con una pinta a medio camino entre un conquistador español del siglo XVI y un judío cabreado de los de Mel Gibson en su Pasión de Cristo que se convierte por derecho propio en el rey de la función, aunque solo sea porque además de su lógica ambición de convertirse en Rey en lugar del Rey, tiene que lidiar con no pocas conspiraciones a su alrededor de sus correligionarios, algo que da lugar a alguna que otra secuencia divertida a lo largo de la historia.

El trabajo de Adamson detrás de la cámara resulta en esta película en mi opinión mucho mejor que en su predecesora: véase como muestra el asalto nocturno al castillo de los Telmarinos, contado con sobriedad y sin efectismos a través de una sencilla exposición narrativa y resuelto con la dosis exacta de dramatismo para mantener fija la atención del espectador. Por más que la propuesta siga siendo inevitablemente deudora del camino abierto por Jackson – algo que se deja notar en momentos como la batalla final con las máquinas de guerra, la insólita aparición de la naturaleza para salvar el día de forma muy parecida a como lo hacían los ents tolkinianos o la crecida del río – Adamson se busca la vida para introducir notas que le otorguen a su película un sello algo más personal. Así, el original duelo entre Peter y Miraz con las continuas interrupciones al grito de “¡Un descanso!” (más propio de un sketch de los Monty Python que de una superproducción de estas características) o esa esplendida y tensísima escena en la que, llevados por la desesperación, a punto está el bando de los buenos a caer en la tentación de revivir a la Bruja Blanca para combatir el mal con el mal son dos buenos ejemplos en los que Adamson consigue que uno olvide aunque sea por un instante el omnipresente referente.

Tengo claro que las cosas que menos me convencen de El Príncipe Caspian tienen más que ver con mi cínica forma de ver la vida que con su puesta en imágenes. Por ejemplo, sigo sin soportar a ese León Aslan que se permite el lujo de tirarse 1300 años y tres cuartas partes de la película pasando de los muchos desastres que asolan a Narnia y sus sufridos habitantes para hacer su decisiva aparición solo tras un acto de fe de uno de los protagonistas. Yo lo hubiera crucificado otra vez, por pasota. Tampoco se entiende muy bien, por muy perseguido que esté, que ese Principe Caspian (un guapete pero francamente soso Ben Barnes) se decida alegremente a ponerse al frente del ejército de seres fantásticos de Narnia para masacrar telmarinos, que pese a todo no dejan de ser su propio pueblo, oiga. Por último, tampoco veo la necesidad de convertir al personaje de Anna Popplewell en una especie de Legolas adolescente con morritos y su inocuo coqueteo con el Príncipe Casposo.

En fin, más allá de estos detallitos o de la a todas luces desmesurada duración del metraje – las dos horas y pico amenazan en su inacabable tramo final con asemejar a la película de Adamson con lo peor de El Retorno del Rey – lo cierto es que El Príncipe Caspian es una película entretenida que deja un buen sabor de boca gracias a sus ajustadas interpretaciones – además del estupendo trabajo de Castellito en un registro que le es completamente ajeno, merece la pena citar aquí a Peter Dinklage y la brevísima aparición de Alicia Borrachero – al excelente partido que saca de los parajes naturales de Nueva Zelanda, a una esplendida BSO de Harry Gregson-Williams que sigue de cerca los pasos de Hans Zimmer y a un detalle final que para mi resulta de lo más inspirado, esa contraposición entre el mundo fantástico de Narnia y el mundo real en el que los hermanos Prevensie se manejan tan mal y al que sin embargo son perfectamente conscientes que han de volver al finalizar su rol en Narnia. Esa dualidad siempre presente otorga al filme una lectura moral y una madurez que sin duda hubiera hecho las delicias de C.S Lewis.

jueves, julio 03, 2008

LA PESADILLA DE DARWIN: Globalización, cinismo y EL HORROR

Hoy jueves tres de julio tengo el honor de participar, por segundo año consecutivo, en los Cursos de Verano de la UNED Mérida. Este año, dentro de un curso general denominado Cine y Derechos Humanos, me ha tocado moderar una mesa redonda sobre el magnífico documental La Pesadilla de Darwin de Hubert Sauper, cuya proyección seguia una conferencia sobre Globalización y Desarrollo desde la perspectiva de los derechos económicos que llevará a cabo Mercedes Gómez Adanero, profesora de la UNED. En la mesa redonda estaremos un servidor, Mercedes y José Luis Múñoz de Baena, al que ya tuve el placer de conocer el año pasado en el ciclo de Cine y Derecho en otra mesa redonda alrededor de M, el Vampiro de Dusseldorf, un cinéfilo tan apasionado por el cine como yo, admirador de la obra de Kubrick y Kurosawa – sobre el que tiene a punto un libro de próxima publicación – y con cuyo cineclub en Madrid, estoy seguro, vamos a colaborar muchas veces en el futuro. Para el periódico digital de la UNED Sin Distancia se me ha pedido que escriba un artículo sobre el documental de hoy, artículo (bueno, más bien crítica) que hoy comparto con vosotros:

Érase una vez un lago, el Victoria, cuyas orillas comparten tres países: Uganda, Kenia y Tanzania. En la década de los cincuenta se introdujo en ese ecosistema una especie exótica, la Perca del Nilo, un depredador sumamente voraz que con el paso de los años acabó por conseguir que unas doscientas especies de peces autóctonas desaparecieran por completo, amenazando el equilibrio ecológico de esas aguas. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga, la carne de la Perca del Nilo abrió un suculento mercado para las empresas extranjeras sobre el que en la actualidad gira una industria multimillonaria que abastece a algunos países de Europa y Japón, donde este pescado es de consumo común.

Parecía una gran oportunidad para los habitantes de los tres países de alrededor del lago: los hombres podrían dedicarse a pescar día a día las percas que llevan a las fábricas y en éstas, las mujeres son la mano de obra que lleva a cabo los procesos que permiten que dicho pescado llegue bien empaquetadito a nuestros mercados de forma diaria. Las empresas crean puestos de trabajo, éstas dinamizan las economías de los países que las acogen y los mandatarios de los mismos pueden estar contentos de la buena imagen que tienen de cara al exterior

Idílico ¿no? Pues si escarbamos un poco a lo mejor no, ya que la globalización sirve atroces paradojas y La Pesadilla de Darwin, el documental de Hubert Sauper que hoy se proyecta en la UNED de Mérida en el marco del Curso de Verano “Cine y Derechos Humanos”, es una de las más demoledoras jamás vistas en una pantalla de cine: la perca que alimenta cada día a dos millones de personas en el exterior y engrosa las arcas de las multinacionales, mata literalmente de hambre a los habitantes de Tanzania. La gente que vive alrededor del lago tiene prohibido pescar para consumo privado para no perjudicar la venta – la concesión es en exclusiva para las empresas, y no creo que tenga que especificarle como se consiguen dichas concesiones de los Gobiernos africanos ¿verdad? - y la industrialización ha disparado los precios de este pescado hasta extremos tan inalcanzables para la población civil, que tienen que conformarse con comer sus desechos para sobrevivir. Literalmente.

¿Sorprendidos? Esperen, lo mejor está aún por llegar: el pescado ha de transportarse de alguna forma y hay una flotilla de vetustos aviones de carga rusos y ucranianos que se encarga de dicha labor. Eso significa una continua población flotante pero en el fondo permanente de pilotos, transportistas y demás personal de vuelo masculino que, claro está, después de unos cuantos días de duro trabajo viajando y acarreando cajas de pescado tiene derecho a disfrutar de cierto relax. A su alrededor se crea un florido y prospero negocio de prostitución que se alimenta de la situación de desesperación y miseria creada y sus consecuencias son las previsibles: mujeres que se juegan la vida a diario con hombres de paso a quien nadie pedirá explicaciones si una noche se les va la mano, ETS, SIDA, etc. Ah, también hay una creciente población de niños abandonados que se pelean como salvajes por un tazón de arroz o por esos restos de las percas que nosotros los occidentales jamás consumiríamos y que se drogan… quemando el plástico sobrante del proceso de envasado del pescado, en lo que parece otra siniestra paradoja, otra terrible vuelta de tuerca más de la globalización.

Por cierto ¿conocen ustedes algún transportista que haga un viaje a cualquier destino para cargar mercancías que no aproveche para llevar a dicho destino otro tipo de mercancías allí demandadas? Es curioso, porque el personal de esos vuelos esquiva una y otra vez la cuestión de qué transportan sus aviones cuando llegan para cargar el pescado… Vaya, quizás la respuesta esté en las guerras de países vecinos como Sudán o Congo.

La Pesadilla de Darwin es una de las más sonoras patadas a nuestras tranquilas y anestesiadas conciencias de despreocupados occidentales felices que el que escribe estas líneas ha tenido ocasión de ver nunca en una pantalla de cine. Hubert Sauper, el brillante director y guionista detrás de este escalofriante cuento de terror contemporáneo, tiene el buen sentido de limitarse a exponer los hechos siguiendo el hilo de sus descubrimientos con una seriedad exenta del más mínimo atisbo de sensacionalismo o manipulación. Sauper desgrana todos los elementos que les he descrito – y muchos, muchos más que he guardado y que no tienen cabida en el espacio de este artículo – con un estilo en las antípodas de, pongamos, un Michael Moore cualquiera: sabe de sobra que el material que tiene en las manos es tan explosivo, tan honda su capacidad de conmocionar al espectador, tan impresionantes los hechos que narra que no tiene que añadir su opinión. Le basta con las inevitables conclusiones a las que llegará por su cuenta el espectador.

Pocas veces el cine ha retratado de forma tan admirable los peligros de la globalización, eso que empezó por definirse como un proceso fundamentalmente económico consistente en la creciente integración de las distintas economías nacionales en un único mercado capitalista mundial y que, por supuesto, esconde diariamente historias tan terroríficas como las que se narran en este documental imprescindible que debería ser de obligado visionado en institutos de enseñanza secundaria y universidades para que muchos tuvieran un atisbo de lo que verdaderamente implica.

Ah, un par de detalles que no me resisto a mencionar: si una vez visto el documental usted intenta tranquilizar su conciencia pensando que no forma parte de la cadena de los hechos porque simplemente nunca ha consumido Perca del Nilo, vaya olvidándose: en cualquier Mercadona se puede encontrar al muy razonable precio de 8 € el kilo (y no siempre viene identificado como Perca del Nilo), solo en Mercabarna (Barcelona) se venden cada año del orden de 2 millones de kilos de este pescado y, lo más divertido, en aproximadamente un 32% de los restaurantes de Madrid que ofrecen mero en sus menús del día en realidad es Perca del Nilo lo que consumimos. Si no me creen, echen un ojo a este artículo de El País del 19 de Agosto del 2006:

http://www.elpais.com/articulo/madrid/Perca/Nilo/lugar/mero/elpepuespmad/20060819elpmad_2/Tes

Por otro lado, La Pesadilla de Darwin, ganadora del Premio del Cine Europeo al Mejor Documental además de varios galardones en Venecia, Sydney o México por citar algunos, estuvo nominado al Oscar al Mejor Documental en el 2006. La Academia decidió darle el Oscar a El Viaje del Emperador, ya saben, esa preciosa y enternecedora historia de pingüinos. Saquen sus propias conclusiones.