Reconozcámoslo: tras haber tocado fondo el año pasado en una gala bochornosa, la Academia lo tenía relativamente fácil para subir el nivel hasta mínimos dignos o incluso conseguir un espectáculo decente. Además tenía a su favor un 2006 con una espléndida cosecha de títulos (¿verdad que en este año no cuesta nada enumerar cinco títulos españoles no ya dignos sino notables?) y un showman de probada eficacia como Corbacho pilotando una nave cuyo motor en la sombra, según todos los indicios, ha sido un Alejandro Amenábar que al parecer llevaba meses tomándose muy en serio la tarea de levantar una gala demasiado desprestigiada en los últimos años, que más que ayudar al cine español parecía más proclive a torpedearlo desde su misma línea de flotación.
Y la cosa resultó. Resultó por varias razones. La primera es que le pese a quien le pese, ese Corbacho trasmutado en un Billy Cristal patrio que ha sabido reírse a fondo de un cine español mal acostumbrado a tratarse demasiado en serio a si mismo o a ponerse trascendente, le dio una vidilla considerable al tema. Con algún que otro momento memorable, como la desconcertante entrega del falso Goya a la Mejor Edición Musical – les juro que servidor pensó que se le había pasado una categoría – las brutales parodias de las cuatro pelis nominadas a la Mejor Película – que lástima que la primera, la de Volver, resultara a la postre la mejor del cuarteto (“No madre, si no me das miedo, sino repelús: estás hecha una zarrapastrosa” “Ya sabía yo que no tenía que hacer las paces con Almodóvar: tres cuartos de hora de película como la bruja de Los Lunnis”) y por supuesto, algún que otro venenoso hachazo soltado hacia los presentes – hubo crueldad manifiesta con el sketch de Isabel Coixet recordando su insuperable recogida del Goya del año pasado – Puede que se pasara de escatológico en algún que otro momento, pero hay que reconocer que estuvo de lo más entretenido visto en la gala en años. Y hacía mucha falta alguien así.
Ayudó también el tono general de una ceremonia mucho más pendiente de recordar lo mucho bueno que se ha hecho este año en el cine español que de regodearse en la habitual victimismo de esa crisis en la que parece ser que estamos permanentemente instalados. Hay motivos para estar contentos con la cosecha del 2006 y el discurso de la nueva presidenta – por más que por momentos pareciera que iba a soltarnos todo el mito de la caverna de Platón – iba más en ese sentido de celebrar el cine como una mmanera estupenda de contar historias y de emocionarnos, y dejarse de sandeces y lloriqueos. Todo iba engrasadito y muy rápido – las apariciones sobre el escenario de los encargados de dar los premios eran fugaces y sin gracietas prefabricadas – y los premiados se atuvieron casi siempre a la regla de los 30 segundos, con lo que quedó claro una cosa: si la ceremonia, mucho más ligerita de lo habitual, volvió a irse a las tres horas de duración, habrá que reconocer que la culpa la tiene esa hora larga de anuncios que en cuatro interminables bloques publicitarios rompía el ritmo cantidad y tentaba con emigrar a otros canales. TVE haría bien en plantearse empezar antes la transmisión, cambiar el formato o inventarse nuevas formas de financiar el invento porque pase que los galardonados no se excedan en sus discursos para no hacer la gala interminable pero que eso sea una carta blanca para que quepan más anuncios me parece indignante. La verdad: prefiero escuchar lo que tienen que decir los que ganan que tragarme tantos spots de cosas que no pienso comprar por más que insistan esos pelmazos.
Los premios en sí estuvieron de lo más repartidos y se equilibraron alrededor de las tres películas que sin duda más lo merecían. Se puede defender con argumentos que Volver es la Mejor Película del año, por más que un servidor prefiera en su corazoncito, por poco, al Laberinto del Fauno de Guillermo del Toro que durante gran parte de la gala pareció que iba a arrasar y al final se quedó con siete Goyas dejando los dos mejores para sentar las bases de un mejor entendimiento futuro entre los Almodóvar y la Academia, muy necesaria para el buen funcionamiento de una parte importante del cine español – no hay que desdeñar el peso que El Deseo tiene actualmente en este país en el campo audiovisual – pero para el que escribe estas líneas estuvo francamente bien el reconocimiento en forma de tres valiosos y merecidísimos Goyas a AzulOscuroCasiNegro, la punta de lanza de un grupo de jóvenes debutantes que pueden darnos muchas alegrías en años venideros. Alatriste picó donde más se lo merecía y no debería quejarse mucho pues su penoso guión la hace estar un peldaño por debajo de estas tres por mucho que siga pensando que atesora más virtudes que defectos y hasta la gran damnificada de la noche, Salvador, trincó casi por eliminación un Goya al Mejor Guión Adaptado que le valió para reivindicarse y tener su momentito de gloria. Ha habido ediciones que otras ni de eso han disfrutado.
Los premios a las interpretaciones estaban bastante cantados – magnífico que el primero fuera para el gran Antonio De La Torre – y solo de relativa sorpresa puede calificarse el Goya para Ivana Baquero (por cierto, que miedo dio esa niña en su coherente y elaboradísimo discurso de agradecimiento, una pasada) en detrimento de la favorita Juani. A mi me hubiera gustado más que el Goya de Carmen Maura fuera para Blanca Portillo pero tanto monta, monta tanto: están todas tan bien en la peli de Almodóvar que lo mismo hubiera dado que fuera para una de las figurantes del pueblo del manchego… Juan Diego y Penélope cumplieron los pronósticos, el primero atropelladísimo y emocionando al otro Juan Diego, el Botto, con un discurso tan emotivo como pelin incoherente; la segunda emocionada como si nunca hubiera existido aquel Goya por La Niña de Mis Ojos y la reconocieran por primera vez y en su segunda subida al escenario convirtiéndose en toda una portavoz del sonoro ausente de la fiesta, que imagino disfrutaría en la tranquilidad de su casa – a la que por cierto tiene todo el derecho del mundo, hasta ahí podíamos llegar – del éxito de Volver.
Por lo demás y dejando de lado La Otra Crónica, mucho más frívola, que trataré de ofreceros mañana aun a riesgo de resultar algo pesado, diré que solo me rechinaron un poco los dientes con dos premios: la concesión del Goya a la Mejor Película de Habla Hispana a ese horror llamado ‘Las Manos’ que tuve la desgracia de padecer en el pasado festival de Huelva y que es algo así como la rancia puesta en imágenes de una de esas ‘Vidas Ejemplares’ que tanto les gustaba enseñar a los maestros de nuestros padres durante todo el franquismo – ya verán, ya, cuando se estrene… o mejor no: ahórrense el trago – que salvo que sea por su condición de peli argentina no entiendo como se ha impuesto a En La Cama o a American Visa; y cuando mi paisana Bebe recibió el Goya a Mejor Canción por ‘Tiempo Pequeño’ – no tengo nada contra la canción compuesta a medias por ella y Lucio Godoy, que de hecho me gusta, pero me pone infinitamente más el Imaginarte de Lantana de AzulOscuroCasiNegro – Y es que siempre hay que quejarse de algo, incluso cuando, como es el caso, creo que Los Goya y el cine español han salido reforzados de la gala de anoche.
Y la cosa resultó. Resultó por varias razones. La primera es que le pese a quien le pese, ese Corbacho trasmutado en un Billy Cristal patrio que ha sabido reírse a fondo de un cine español mal acostumbrado a tratarse demasiado en serio a si mismo o a ponerse trascendente, le dio una vidilla considerable al tema. Con algún que otro momento memorable, como la desconcertante entrega del falso Goya a la Mejor Edición Musical – les juro que servidor pensó que se le había pasado una categoría – las brutales parodias de las cuatro pelis nominadas a la Mejor Película – que lástima que la primera, la de Volver, resultara a la postre la mejor del cuarteto (“No madre, si no me das miedo, sino repelús: estás hecha una zarrapastrosa” “Ya sabía yo que no tenía que hacer las paces con Almodóvar: tres cuartos de hora de película como la bruja de Los Lunnis”) y por supuesto, algún que otro venenoso hachazo soltado hacia los presentes – hubo crueldad manifiesta con el sketch de Isabel Coixet recordando su insuperable recogida del Goya del año pasado – Puede que se pasara de escatológico en algún que otro momento, pero hay que reconocer que estuvo de lo más entretenido visto en la gala en años. Y hacía mucha falta alguien así.
Ayudó también el tono general de una ceremonia mucho más pendiente de recordar lo mucho bueno que se ha hecho este año en el cine español que de regodearse en la habitual victimismo de esa crisis en la que parece ser que estamos permanentemente instalados. Hay motivos para estar contentos con la cosecha del 2006 y el discurso de la nueva presidenta – por más que por momentos pareciera que iba a soltarnos todo el mito de la caverna de Platón – iba más en ese sentido de celebrar el cine como una mmanera estupenda de contar historias y de emocionarnos, y dejarse de sandeces y lloriqueos. Todo iba engrasadito y muy rápido – las apariciones sobre el escenario de los encargados de dar los premios eran fugaces y sin gracietas prefabricadas – y los premiados se atuvieron casi siempre a la regla de los 30 segundos, con lo que quedó claro una cosa: si la ceremonia, mucho más ligerita de lo habitual, volvió a irse a las tres horas de duración, habrá que reconocer que la culpa la tiene esa hora larga de anuncios que en cuatro interminables bloques publicitarios rompía el ritmo cantidad y tentaba con emigrar a otros canales. TVE haría bien en plantearse empezar antes la transmisión, cambiar el formato o inventarse nuevas formas de financiar el invento porque pase que los galardonados no se excedan en sus discursos para no hacer la gala interminable pero que eso sea una carta blanca para que quepan más anuncios me parece indignante. La verdad: prefiero escuchar lo que tienen que decir los que ganan que tragarme tantos spots de cosas que no pienso comprar por más que insistan esos pelmazos.
Los premios en sí estuvieron de lo más repartidos y se equilibraron alrededor de las tres películas que sin duda más lo merecían. Se puede defender con argumentos que Volver es la Mejor Película del año, por más que un servidor prefiera en su corazoncito, por poco, al Laberinto del Fauno de Guillermo del Toro que durante gran parte de la gala pareció que iba a arrasar y al final se quedó con siete Goyas dejando los dos mejores para sentar las bases de un mejor entendimiento futuro entre los Almodóvar y la Academia, muy necesaria para el buen funcionamiento de una parte importante del cine español – no hay que desdeñar el peso que El Deseo tiene actualmente en este país en el campo audiovisual – pero para el que escribe estas líneas estuvo francamente bien el reconocimiento en forma de tres valiosos y merecidísimos Goyas a AzulOscuroCasiNegro, la punta de lanza de un grupo de jóvenes debutantes que pueden darnos muchas alegrías en años venideros. Alatriste picó donde más se lo merecía y no debería quejarse mucho pues su penoso guión la hace estar un peldaño por debajo de estas tres por mucho que siga pensando que atesora más virtudes que defectos y hasta la gran damnificada de la noche, Salvador, trincó casi por eliminación un Goya al Mejor Guión Adaptado que le valió para reivindicarse y tener su momentito de gloria. Ha habido ediciones que otras ni de eso han disfrutado.
Los premios a las interpretaciones estaban bastante cantados – magnífico que el primero fuera para el gran Antonio De La Torre – y solo de relativa sorpresa puede calificarse el Goya para Ivana Baquero (por cierto, que miedo dio esa niña en su coherente y elaboradísimo discurso de agradecimiento, una pasada) en detrimento de la favorita Juani. A mi me hubiera gustado más que el Goya de Carmen Maura fuera para Blanca Portillo pero tanto monta, monta tanto: están todas tan bien en la peli de Almodóvar que lo mismo hubiera dado que fuera para una de las figurantes del pueblo del manchego… Juan Diego y Penélope cumplieron los pronósticos, el primero atropelladísimo y emocionando al otro Juan Diego, el Botto, con un discurso tan emotivo como pelin incoherente; la segunda emocionada como si nunca hubiera existido aquel Goya por La Niña de Mis Ojos y la reconocieran por primera vez y en su segunda subida al escenario convirtiéndose en toda una portavoz del sonoro ausente de la fiesta, que imagino disfrutaría en la tranquilidad de su casa – a la que por cierto tiene todo el derecho del mundo, hasta ahí podíamos llegar – del éxito de Volver.
Por lo demás y dejando de lado La Otra Crónica, mucho más frívola, que trataré de ofreceros mañana aun a riesgo de resultar algo pesado, diré que solo me rechinaron un poco los dientes con dos premios: la concesión del Goya a la Mejor Película de Habla Hispana a ese horror llamado ‘Las Manos’ que tuve la desgracia de padecer en el pasado festival de Huelva y que es algo así como la rancia puesta en imágenes de una de esas ‘Vidas Ejemplares’ que tanto les gustaba enseñar a los maestros de nuestros padres durante todo el franquismo – ya verán, ya, cuando se estrene… o mejor no: ahórrense el trago – que salvo que sea por su condición de peli argentina no entiendo como se ha impuesto a En La Cama o a American Visa; y cuando mi paisana Bebe recibió el Goya a Mejor Canción por ‘Tiempo Pequeño’ – no tengo nada contra la canción compuesta a medias por ella y Lucio Godoy, que de hecho me gusta, pero me pone infinitamente más el Imaginarte de Lantana de AzulOscuroCasiNegro – Y es que siempre hay que quejarse de algo, incluso cuando, como es el caso, creo que Los Goya y el cine español han salido reforzados de la gala de anoche.