sábado, septiembre 25, 2010

SAN SEBASTIAN 2010 Palmares alicaido y al fin Paul Giamatti



Un año más la lectura del palmarés de la 58 edición del Festival de Cine de San Sebastián ha ido acompañada de sonoros abucheos por parte de los periodistas presentes en la sala de prensa del Kursal. A estas alturas resulta ya casi una tradición. Y eso que este año, dado el consenso general sobre el pobre nivel general de la Sección Oficial a concurso y, aun más importante, a falta de una obra indiscutible que desairar dejándola fuera del palmarés como sucedió con Still Walking de Kore-Eda o El Secreto de sus Ojos de Juan Jose Campanella los dos últimos años, cabía pensar que el Jurado gozaría de mayor impunidad. De hecho, podían premiar cualquier cosa y encontrar argumentos para justificarlo. Y la verdad es que si me paro a pensarlo, eso es exactamente lo que han hecho.


La Concha de Oro ha ido a parar a manos de los Neds de Peter Mullan, una crónica personal de la adolescencia en el turbulento Glasgow de 1972 que tiene a su favor la frescura de sus jóvenes intérpretes – Mejor Actor para Connor McCarron -, su contundencia y el indiscutible conocimiento del tema que trata que Mullan exhibe, pero a la que tras un arranque magnífico se le va de las manos en su intento de alejarse de precedentes más o menos reconocibles con un personaje central cuya fulgurante evolución de niño modelo y brillante estudiante a violento gamberro no parece estar demasiado bien justificada desde el guión. Es una película correcta a la que no le faltan defensores pero uno podía encontrar fácilmente dos o tres entre el resto que habrían merecido más el máximo galardón del Festival.


Como la perturbadora Pa Negre de Agustí Villalonga, oscura y compleja vuelta de tuerca a la posguerra española que pese a utilizar de nuevo el familiar recurso de la mirada de un niño para desvelar los secretos y contradicciones del mundo de los adultos conseguía una atmósfera densa poblada de personajes que se debaten entre su instinto de supervivencia y la fidelidad a unos principios morales que en la Cataluña profunda de 1944 no daban para comer. Dura como el pedernal, bien dirigida y bien construida, Pa Negre solo se ha llevado el justo reconocimiento de Mejor Actriz para Nora Navas, esplendida en el papel de la atribulada madre del chaval protagonista. Poca recompensa para la película más sólida de la competición.


El cine catalán, omnipresente en Donosti, consiguió un segundo reconocimiento con el Premio Especial del Jurado para Elisa K, arriesgado y desigual experimento narrativo para contar un hecho francamente espinoso, la violación de una niña de once años, un trauma que no recordará hasta catorce años después. Es la película que más polémicas ha provocado entre detractores y defensores. Yo me cuento entre los segundos, pese al enorme lastre que supone que la forma de presentar las circunstancias de esa violación sean imposibles de creer. El buen trabajo de las dos actrices que encarnan a la protagonista y el buscado contraste formal entre pasado y presente están entre los logros de un filme del que muchos abominaron por su omnipresente e intrusiva voz en off.


Del premio a Mejor Director al chileno Raúl Ruiz por sus Misterios de Lisboa no puedo decir gran cosa, más que nada porque opté por no tragarme completo su folletín de cuatro horas y pico, ya que Donosti ofrecía muchas cosas interesantes que ver en tan desmesurado espacio de tiempo. Los que la aguantaron dicen que es una maravilla. Nadie puede contradecirles: a los que no les gustaba les abandonó la paciencia mucho antes y se fueron de la sala. Este premio debería haber ido a las ensangrentadas manos del coreano Kim Jee Woon por su brutal y brillante I Saw the Devil pero con el Jurado de este año – a saber Goran Paskjalevik, Raya Martin, Claudia Llosa y Pablo Trapero, cuatro directores que hacen un cine en las antípodas del coreano, más la maquilladora Jo Allen, la documentalista Lucy Walker y el actor Jose Coronado - era impensable que se llevara no ya éste sino ningún otro premio.


La pedrea correspondió al fotógrafo Jimmy Gimferrer por lo único salvable de esa vergonzosa tomadura de pelo llamada Aita, un premio al Mejor Guión para la noruega Home For Christmas, concesión poco comprensible para una película blandengue ideal para ver en Navidades y sufrir una sobredosis de buenos sentimientos y una Mención Especial sacada de la manga para la simpática y muy berlanguiana La Mezquita.

Para mi hay olvidos bastante imperdonables en el palmarés, empezando por esa tan magnífica como salvajemente despendolada ave extraña dentro del Zinemaldia (sobre todo viendo el resto de películas de la Sección Oficial) que era la coreana I Saw the Devil, pasando por esa entrañable historia mínima bien contada y bien interpretada que era la argentina Cerro Bayo y terminando por Pa Negre, que como queda dicho, debió conseguir algo más de reconocimiento por su solidez que ese justo premio a la Mejor Actriz para Nora Navas…


En resumen, ha sido un palmarés tan alicaído como la propia edición de este año, la última con Mikel Olarciegui al frente. Veremos el año que viene con Jose Luis Rebordinos, un tipo fogueado no solo desde dentro de los fogones del propio festival sino al frente de otros como la Semana de Cine Fantástico y de Terror que se celebra en esta misma ciudad si se le da un nuevo impulso a este Festival y de paso se endereza un poco el errático rumbo de los últimos años.



Epilogo: El viernes por la tarde, tras asistir a la rueda de prensa de la estupenda Barney’s Version, donde tuve ocasión de derretirme en la silla mientras la bellísima Rosamund Pike respondía mirándome a los ojos a la pregunta que les había hecho a ella y a Paul Giamatti sobre cómo habían trabajado eso tan difícil de conseguir en una pantalla llamado química, salí del Kursaal en dirección al Hotel Maria Cristina, donde esperaba conseguir lo que no había podido lograr y tanto me había frustrado el día anterior. No tuve que esperar mucho: al rato apareció Paul Giamatti, impecablemente vestido de negro, enredando con su móvil, paseando por el hall de forma distraída, sin que nadie le molestase. Pensé para mis adentros que eso jamás habría podido ocurrir con Julia Roberts. Afortunadamente.


Me acerqué y le saludé. Me recordaba de la rueda de prensa y estrechó mi mano de forma efusiva. Me preguntó si me había gustado la película. Le dije la verdad, que me parecía estupenda y que iba a tratar de conseguir llevarla al Festival de Mérida, aunque estando en manos de la Universal, sabía de antemano que era tarea imposible: las majors no hacen semejantes concesiones a festivales pequeños y casi desconocidos como Mérida. Entonces me preguntó por la ciudad y se la situé en el mapa. Le conté acerca del Teatro Romano, del Festival de Teatro Clásico (le sorprendió saber que dos mil años después el teatro seguía sirviendo a las funciones para las fue construido) y del de cine. Luego hablamos un rato de su carrera. Le dije lo mucho que me gustaban Entre Copas y American Splendor y que además había visto ésta última hacia poco por la reciente muerte de Harvey Pekar.

Incluso saqué a colación Cold Souls, esa película estilo Como Ser John Malkovich que aun sigue sin distribución en España y que a él le parece un bizarro divertimento. “La verdad es que tiene usted una carrera de lo más diversa e interesante” Se echó a reír “Me alegra que lo digas. Me gusta pensar que es así, si” Le pregunté si estaba disfrutando la estancia en la ciudad y dijo que lo poco que había tenido ocasión de ver le había encantado. “Lástima del tiempo” comenté “la lluvia lo ha estropeado un poco” “Está bien” dijo él “Creo que un poco de lluvia también le da cierto encanto” Pensaba en lo estúpido que era que estuviéramos hablando del tiempo cuando lo reclamó la agente de prensa para otro compromiso. Cogí al vuelo al primero que pasaba por allí y le pedí que nos hiciera la ansiada foto. Me volvió a estrechar la mano y se despidió con una sonrisa “Nice to meet you”. Y se fue. Me pareció un tipo inteligente, amable, divertido, de esos con los que uno puede compartir una cerveza, una cena y encontrar temas de conversación suficiente para no aburrirse lo más mínimo. Salí del Maria Cristina. Objetivo cumplido.


SAN SEBASTIAN 2010 Con Oti Rodriguez Marchante para el blog Una de Piratas

Hoy he conseguido algo que me apetecía desde hace mucho tiempo atrás: invitar a Oti Rodriguez Marchante, crítico de cine del periódico ABC al que admiro y al que desde hace ya algún tiempo tengo el honor de poder llamar amigo a que compartiera con nosotros una de las tradiciones de la última jornada de cualquier Festival: comer cuántos más amigos mejor en un sitio tranquilo y al finalizar, con el cafelito, votar las películas de la Sección Oficial y diseñar nuestro propio Palmarés como si fuéramos el Jurado. Del resultado de esos votos os daré buena cuenta mañana por la mañana. Ahora quiero compartir sobre todo con los integrantes del magnífico Blog Una de Piratas que pasean de vez en cuando por CineMérida (¡Un saludo para vosotros, compañeros tripulantes!) este pequeño video dedicado en especial para ellos. Disfrutadlo.

viernes, septiembre 24, 2010

SAN SEBASTIAN 2010 J07 Cerro Bayo Addicted to Love


Me siento frustrado. No me tengo por una de esas personas que pierden el oremus por los famosos que año tras año visitan Donosti, aunque reconozco que me hizo una especial ilusión coincidir en mi primer año con mi ídolo Woody Allen, disfrutar de la inteligencia de los dos últimos Premios Donostia Meryl Streep y Sir Ian McKellen, de la impresionante belleza de Naomi Watts, de la simpatía de Miranda Otto (Eowyn de El Señor de los Anillos, que uno también tiene su lado friki) o las ganas de cachondeo de Ben Stiller, Robert Downey Jr, Quentin Tarantino o Brad Pitt. Pero sin embargo en esta edición debo ser uno de los pocos acreditados que se ha quedado sin ver de cerca a la reina Julia Roberts y no es algo que me quite el sueño. Pero hoy llegaba para presentar Barney’s Version el gran Paul Giamatti, uno de los actores a quien más admiro: Entre Copas, American Splendor, La Joven del Agua, Cinderella Man… y me sentía inquieto. Me apetece estrechar su mano, saludarle, decirle lo mucho que le admiro, hacerme una foto con él y, si se deja, hasta charlar un poco. Mientras escribía la crónica de ayer un compañero me dijo “Voy al Maria Cristina, a ver si pillo al Paul Giamatti, que llegaba a mediodía”.

Mi primer impulso, lo juro, fue acompañarle. No tenía película hasta un par de horas después pero enseguida juzgue que iba a ser complicado que estuviera por allí, tenía una crónica por acabar, un video que subir, etc. Servidumbres autoimpuestas algo absurdas. El caso es que me fui a mi cafetería con Wi-Fi a terminar el trabajo y a la media hora se presenta mi colega Toni Llena con una foto con Paul Giamatti. “Pues sí que estaba” me cuenta “Le he pillado al vuelo en el hall del Hotel…” Ahorraré al lector la sarta de improperios que pudieron salir de mi boca en ese instante por no haber seguido a mis instintos y traté de concentrarme en terminar la tarea pendiente. Toni volvió a irse. Al cabo de quince minutos, un breve sms: “Aun está por aquí” Huelga decir que dejé lo que estaba haciendo, recogí los bártulos lo más rápido que pude y enfilé hacia el Maria Cristina. Por supuesto ya se había marchado apenas cinco minutos antes de mi llegada al Hotel. De nuevo, les ahorraré la segunda sarta de improperios. Y aquí estoy, rumiando mi mala suerte y buscando huecos en el plan de mañana, a ver si consigo pillar a mi ballena blanca antes de su rueda de prensa. Cosas que pasan. Mañana les cuento como termina esta película.




Vamos con el cine, que es lo que importa. La penúltima película de la Sección Oficial, la argentina Cerro Bayo, ha sido una agradable sorpresa. No solo porque sea una buena película, sino también porque resulta amena y divertida, lo que no deja de resultar chocante si pensamos que todo su argumento se desata alrededor de un hecho en principio tan poco proclive a la comedia como un intento de suicidio. Estamos en un pequeño pueblo patagónico cercano a Bariloche, un par de días antes de que comience la temporada de esquí, uno de los acontecimientos más esperados de cada año. Todo se trastoca cuando la matriarca de la familia protagonista intenta suicidarse inhalando gas sin conseguir su objetivo. Solo consigue un coma irreversible. A partir de aquí todos los demás miembros de la familia ven alteradas sus vidas y sus pequeños planes de futuro.

La hija solícita de la matriarca se vuelca en cuidados sin entender muy bien lo que ha pasado, su hermana un poco cabeza loca y con problemas de dinero vuelve de Buenos Aires al poblacho del que siempre quiso salir para cumplir con su obligación de hija, el marido de la primera, que trabaja en una inmobiliaria, ve como se paraliza su negocio por el percance mientras que la hija de ambos, aspirante a modelo, persigue peculiares métodos para mejorar su aspecto físico y ganar un concurso de belleza y su hermano sueña con reunir el dinero suficiente para poder volar a Europa. Ah, y por ahí circulan rumores sobre una jugosa cantidad de pasta que la anciana habría ganado en el casino antes de intentar su viaje hacia el otro barrio.


Cerro Bayo es una de esas películas sencillas, bien construidas, que resultan irresistiblemente simpáticas porque todo lo que pretende contar lo cuenta muy bien, porque los actores están estupendos – ojo a Verónica Llinas, que el Jurado podría tenerla en cuenta para el premio de interpretación, incluso por encima de Adriana Barraza e Inés Efrén que también están soberbias – y porque la narración avanza ligera y fluida mientras se va construyendo el entramado de relaciones entre todos ellos, sin dejar de lado un tan saludable como puntual sentido del humor que funciona de maravilla. Las pequeñas rencillas, las envidias, los deseos, las debilidades y flaquezas en las que tropiezan los personajes victimas simplemente de su naturaleza humana los hace entrañables y cercanos al espectador, que se implica con ellos como pocas veces han tenido ocasión en esta desesperante Sección Oficial, dando como resultado una de las películas acaso más redondas que hemos tenido ocasión de ver. No deja de ser una película pequeña, pero no le quitemos méritos, que al fin y al cabo solo es la segunda obra de la realizadora Victoria Galardi tras aquella Amorosa Soledad que ganó aquí el Premio de la Juventud hace dos años. Conviene tenerla en cuenta.

También ha estado bien Addicted to Love, la película china de Liu Hao que ha cerrado la Sección Oficial a competición. Crispa un poco los nervios porque tiene un sentido del ritmo un poco comatoso y abunda en cierta repetición de planos fijos de la desvencijada casa del protagonista que por momentos me hizo temblar recordando la pavorosa experiencia de Aita de ayer. Pero no, afotunadamente Addicted to Love tiene una historia interesante que contar, aunque se tome su tiempo hasta llegar a ella. La protagoniza un obrero jubilado, padre de tres hijos ya mayores, que pasa su tiempo comprando en el mercado con un viejo amigo y esperando pacientemente a que llegue su hora. Un día reconoce una cara familiar, un antiguo amor al que hace décadas que no ve. Y de repente encuentra un sentido a su aburrida existencia: reconquistar aquel viejo primer amor largo tiempo perdido. Ambos comienzan a verse en secreto, pero han de vencer las reticencias tanto de la hija de ella como de la propia, que no ven con demasiados buenos ojos este nuevo comportamiento, que juzgan impropio de su edad, de ambos ancianos.


La capacidad de convicción de Addicted to Love habría sido mucho mayor, estoy seguro, si no fuera porque precisamente ayer vimos en Perlas otra película china, Apart Together con muchos, demasiados puntos en común con ésta. Sin embargo, y pese a que lo ya mencionado del ritmo lastra los logros de la propuesta, tampoco conviene quitarle ciertos méritos. Por ejemplo la interpretación de su protagonista principal Niu En Pu, magnífico en su sobriedad y especialmente acertado en uno de los mejores tramos del filme, aquel en el que resuelve pasar todas las mañanas en una guardería en compañía de niños porque la nieta de su amada está allí y espera así tener la ocasión de reencontrarla. Hay ahí una jugosa reflexión sobre la forma en la que los ancianos pueden llegar con el tiempo a comportarse como auténticos niños. Tampoco está mal su sentido del humor, entre tierno y absurdo, con esos juegos mentales algo chorras pero muy divertidos que se trae con su nieto. Ni su mirada socarrona a la forma de progresar de los funcionarios en la China Comunista. Y sobre todo, la enorme delicadeza y ternura de la que hace gala en el último tramo del filme, con ambos ancianos metidos a fondo no solo en su amor otoñal, sino en una tarea aun más importante: enfrentarse al incipiente Alzheimer cuyos primeros síntomas ella está empezando a sufrir. No es un filme en absoluto desdeñable aunque resulte comprensible que pueda crispar los nervios a más de uno con sus largos planos fijos, sus silencios y su ritmo pausado. Hay poesía, humor, inteligencia… son cualidades que han estado ausentes en muchas películas de la Sección Oficial.

jueves, septiembre 23, 2010

SAN SEBASTIAN 2010 J06 AMIGO AITA APART TOGETHER



Imagino que sabrán ustedes que uno de los movimientos más interesantes que están teniendo lugar en el mundo del cine contemporáneo ocurre en las Islas Filipinas, donde una serie de nuevos y brillantes realizadores como Brillante Mendoza, Raya Martin (por cierto, miembro del Jurado este año), etc parecen haberse convertido en los últimos años en los nuevos niños mimados de la cinefilia moderna, tal y como antes lo fueron los realizadores iraníes o coreanos. No sé hasta qué punto esto es sintomático o no de una realidad pero tengo claro que estas súbitas pasiones desatadas suelen ser pasajeras, debilidades momentáneas que pasan al olvido tan rapidamente como surgieron. El caso es que parece que hoy en día no se entiende un gran festival sin una obra representativa de esta novedosa tendencia de moda.

Pues el caso es que a San Sebastián no ha debido llegar ninguna película filipina rompedora de moldes, pero eso no parece haber detenido a sus responsables: resulta que uno de los visitantes habituales del Festival, John Sayles, ha ambientado su última película precisamente en las Filipinas y algún avispado programador ha debido decirse pues mira ya que estamos la pillo y mato dos pájaros de un tiro. Les cuento todo esto porque estoy intentando buscarle alguna explicación razonable a lo que me parece una de las decisiones más incomprensibles de esta Sección Oficial. Y es que por mucho que sea John Sayles el que firme esta película ambientada en 1900 en la convulsa ex-colonia española con los yanquis metiéndose hasta el fondo con la excusa de la guerra de Cuba contra España, la simple verdad es que esta película no reúne ni de lejos los méritos necesarios para formar parte de un Festival de clase A como éste.


La historia de Amigo (en español en el original) se centra en un grupo de soldados norteamericanos que toma posesión de un pequeño pueblo, San Isidro, donde se acuartela tratando de hacer frente a la guerrilla local que una vez liberados del yugo español no ven con demasiados buenos ojos cambiar unos amos por otros, ya que los yanquis no se han revelado precisamente como los liberadores que prometían ser, sino que sus intenciones son bien distintas. En el pueblo, a cuyo frente se halla Rafael, una especie de alcalde local, liberan a un fraile español con bastante mala leche y resentido hacia los que le encerraron que hace de intérprete y se instalan a costa de la población local mientras preparan su inevitable enfrentamiento con las tropas filipinas. Las dos partes se ven obligadas a convivir aunque ninguna se molesta en entender demasiado a la otra. Pronto el tedio se apodera de los soldados (y del espectador de paso, todo sea dicho) y entre idas y venidas, pequeñas refriegas y entradas y salidas de la cárcel de Rafael, que se tira toda la película dando tumbos según sopla el viento de un lado o de otro, va transcurriendo una película infumable en la que no existe un solo personaje interesante al que agarrarse (y eso que por ahí anda el siempre eficaz Chris Cooper haciendo de coronel chungo) ni tampoco un conflicto dramático que haga progresar la historia hacia algún lado.

Amigo está realizada con tal desgana que uno, que conoce la filmografía de John Sayles, empieza a preguntarse si es posible que, a diferencia de lo que ocurre con el montar en bicicleta, uno pueda llegar a olvidarse de cómo se debe hacer una película. Es más, si no fuera por los súbitos aumentos desmesurados de volumen que tuvimos que sufrir en el pase de prensa debido a una copia defectuosa, habríamos podido dejarnos invadir por un plácido sopor y pasar esas dos horas largas mucho más relajados. Pero es que ni eso. Como ya le pasara también a Ken Loach, el viejo izquierdista que es Sayles se pierde muchísimo fuera de su país y uno no acierta a comprender los motivos por los que se decidió a contar esta aburrida historia en la que lo único salvable son algunas afiladas reflexiones sobre la cosa esa de llevar por obligación la democracia como forma de gobierno a aquellos pueblos que jamás la han practicado y jugar a las inevitables comparaciones con la película de inauguración Chicogrande con la que guarda más de un parecido razonable. Y no precisamente para bien, no.


En San Sebastián, como en cualquier otro Festival, hay días tontos. Y no cupo ninguna duda que éste tocaba hoy cuando vimos Aita, la última película española a concurso de la Sección Oficial, producida por Luis Miñarro – un francotirador de moral envidiable que este año ya ha pillado cacho en Cannes con El Tio Boonmee, la última peli de Apichatpong Weerasethakul y en Karlovy Vary con La Mosquitera – y dirigida por Jose Mª Orbe. ¿Me dejan ustedes que les plante la sinopsis de la película tal y como aparece en las notas de prensa? Ahí va: “Una vieja casa deshabitada. El guarda que la cuida. El cura del pueblo. Los espacios, los sonidos, las luces y las sombras. El paso del tiempo (…) El cine que entra como un fantasma dentro de la ficción de la película”

Pues eso es Aita, mismamente. Un monumento a la nada, al vacío, repleto de planos de puertas, ventanas, paredes, desconchados, repisas y pasillos por los que de vez en cuando se mueve el viejo guarda del lugar haciendo chapuzas o recopilando cosas. De vez en cuando aparece el cura y tienen conversaciones surrealistas sobre muertos y luces imaginarias, dignas de La Hora Chanante. Y vuelta a los planos fijos de desconchados y puertas. Se hace de noche y Orbe proyecta sobre las paredes de la casa abandonada viejas películas sacadas de la Filmoteca Vasca, que o son los sueños y recuerdos del viejo guarda o proyecciones del pasado. Entran unos gamberros rompiendo una puerta y se van antes de que les atrape el tedio que invade hace rato al espectador, en estado comatoso tras semejante homenaje al cine contemplativo, a la nada más absoluta. Como la casa está pegada a una iglesia de vez en cuando se oye el Ave Maria de Schubert. Y el guarda lo escucha con la cabeza pegada a la pared. Y más planos fijos de la casa deteriorada. Un plano del cura con la mirada perdida que te dan ganas de buscar el mando para darle al play porque parece que se ha quedado pillado. Piensas que igual ha palmado el guarda porque justo antes han salido muchas imágenes de películas antiguas llenando la pantalla. Pero no, ahí está de nuevo, abriendo una botella de txacolí en silencio y sirviéndole al cura. Aparece un rótulo “A mi hijo Marco” Y tú te preguntas que crimen habrá cometido ese pobre crío para que el padre le dedique semejante engendro.


Miren, yo entiendo que un festival debe dar cabida a experimentos y nuevos modelos narrativos. Si me apuran es hasta exigible. Pero el problema es que Aita no tiene absolutamente nada de novedoso: todo lo que se muestra en ella ya lo hizo antes y con mucha mejor fortuna Guerin en Tren de Sombras, película cuyos mejores logros Orbe fusila sin el menor recato. Alguna sonrisa con las tres conversaciones entre cura y guarda, algún plano hermoso gracias a la fotografía de Jimmy Gimferrer y poco más. Aita es aun menos interesante que aquella Tiro en la Cabeza con la que Jaime Rosales montó tanto pollo aquí hace dos años. Por lo menos Rosales, después de putearte de forma caprichosa durante casi una hora, acababa por perturbarte contandote una historia con imágenes. Aita no aporta nada, no mueve nada, no provoca nada. Es una pieza de videocreación, mucho más propia de un museo que de un Festival como San Sebastián. Una tomadura de pelo considerable. Y lo malo es que ya solo quedan dos películas a competición y aun no nos hemos topado con esa Still Walking o esa El Secreto de sus Ojos que redima a esta desangelada Sección Oficial.

En días aciagos como hoy siempre nos queda, eso sí, refugiarnos en las Perlas de Zabaltegui. Es lo bueno que tiene Donosti, que siempre hay una oportunidad para encontrar buen cine con el que resarcirte. El rescate de hoy ha corrido a cargo del chino Wang Quan An, el autor de La Boda de Tuya y Weaving Girl, que nos ha regalado una película deliciosa, sensible e inteligente, Apart Together, Oso de plata al mejor guión en la pasada Berlinale. El planteamiento de Apart Together no puede resultar más interesante desde su primer plano, en el que una familia reunida alrededor de una mesa escucha a la nieta leer una carta. En ella Liu, un hombre viudo que ha pasado los últimos 50 años en Taiwán, les anuncia su intención de volver a Shangai para reencontrarse con el primer amor de su vida, Qiao, a quien tuvo que dejar atrás embarazada de su hijo para huir a Taiwán por culpa de la Guerra Civil China. Por supuesto Qiao es la abuela de esa numerosa familia con lo que uno barrunta ciertos problemas en el horizonte. Aunque efectivamente Liu tiene la intención de pedirle a Qiao que vuelva con él a Taiwán para pasar juntos sus últimos años de vida, es recibido con calidez por la familia a su regreso e incluso el muy comprensivo marido de Qiao les da su bendición para que siguiendo a su corazón, se vaya con él si así lo desea. Los hijos se muestran bastante menos comprensivos ante la idea de perder a su madre pero el argumento de ella es irrebatible: ya ha trabajado suficiente y les ha dedicado gran parte de su vida. Es hora de pensar en sí misma y en recuperar aquel amor que perdió 50 años atrás.


Wang Quan An construye una película preciosa, repleta de dulzura y sutileza, certera en el retrato de sus personajes y delicada en el desarrollo del inevitable conflicto, bajo el cual resuenan claramente los ecos de tantas y tantas familias que tuvieron que separarse cuando se creó el estado de Taiwán lejos de la China continental. Resulta increíble la sencillez y la serenidad con la que se afrontan cuestiones tan serias y el director consigue transmitir una calidez conmovedora al espectador, que además tiene tiempo más que sobrado para reírse con el sinsentido de la máquina burocrática china – la peripecia para conseguir el divorcio es una genialidad tanto en su concepto como en su sorprendente desarrollo – celebrar la vida con la humanidad del trío protagonista y salivar ante esos inacabables banquetes (¡cómo se come y se disfruta comiendo en esta película!) durante los cuales evolucionan personajes y conflictos, esencia misma de las reglas de esa sociedad. Ante semejante despliegue de inteligencia lo único que cabe preguntarse es por qué, aun siendo cine del considerado minoritario, hay maravillas como ésta que no tienen distribución comercial en España mientras obras en mi opinión bastante más inferiores e incluso menos vendibles al público (estoy pensando en Miel que ganó el Oso de Oro en Berlín por delante de esta Apart Together o incluso en Poetry) sí llegarán a nuestras pantallas. Son misterios insondables de un mundo, el de la distribución, que con el paso de los años cada vez entiendo menos. En fin, si pueden háganse con ella: no se arrepentirán.

miércoles, septiembre 22, 2010

SAN SEBASTIAN 2010 J05 Pa Negre, Genpin, Exit Through the Gift Shop



No resulta ninguna tontería a estas alturas afirmar que el cine español, perdón, catalán, está hasta cierto punto salvando la cara de lo que llevamos de Sección Oficial hasta el momento. Si ayer les comentaba que Elisa K, pese a las encendidas discusiones que provocó entre defensores y detractores, resultaba una propuesta que convenía tener en cuenta visto lo visto hasta la fecha, Pa Negre (Pan Negro) de Agustí Villalonga, la segunda propuesta consecutiva en catalá con subtítulos en castellano a competición también ha dejado un buen sabor de boca pese a que sus virtudes cinematográficas no estén precisamente en el lado de la experimentación con los formatos narrativos, sino en seguir al pie de la letra un clasicismo de lo más acentuado al que el realizador de El Mar o Tras el Cristal dota de un excelente acabado visual que compensa sobradamente su academicismo.


El comienzo de Pa Negre no puede resultar más impactante: una lucha a muerte en lo profundo del bosque y el posterior despeñamiento de un carromato, con su caballo de tiro y un niño en el interior incluidos, por un misterioso atacante. Estamos en 1944, en los crudísmos años de la posguerra, en un pueblecito perdido de la Cataluña profunda, donde los vencedores ejercen su ley y los vencidos se buscan la vida como pueden, no habiendo más alternativas que ocultar las ideas propias para sobrevivir y trabajar en el campo o ser explotado en una fábrica cercana. Como ya hiciera Montxo Armendáriz en Secretos del Corazón y antes de él muchos otros apelando a la mirada inocente para revelar poco a poco el oculto mundo de los adultos, Agustí Villalonga sitúa en el corazón de su historia a un niño perteneciente al bando de los perdedores de la Guerra Civil que poco a poco irá desvelando los muchos secretos del pasado entre la adoración sin límites que siente por su padre, con pasado republicano militante y al que quieren cargar el asesinato sucedido con el fin de quitárselo del medio, y el instinto de supervivencia del resto de su familia, sirvientes de una pareja de ricos terratenientes cuyas posesiones cuidan, que buscan la forma mejor de salir adelante entre la miseria en la que se hallan inmersos.


Pa Negre tiene la virtud de no cargar más de lo debido las tintas en las diferencias entre vencedores y vencidos o la represión habitual de aquellos tiempos, el enfoque más común entre las películas ambientadas en esa época. Más que eso lo que a Villalonga le interesa es el proceso de toma de conciencia de Andreu – magnífico Francesc Colomer, sosteniendo el peso de la película sobre sus hombros – un crecimiento personal que le permite desvelar de forma paulatina una tupida red de mentiras e intereses motivados en gran medida por el afán de pura supervivencia durante el cual irá viendo como su hasta entonces seguro mundo y la inquebrantable imagen que tiene de sus padres se tambalea según escarba en el pasado al tiempo que es cada vez más consciente de las arbitrariedades y profundas injusticias del mundo que le rodea. Villalonga saca buen provecho de un buen reparto (Laia Marull, Eduard Fernández, Sergi López…) entregado a fondo y al que se le nota muy comprometido con el proyecto para, con habilidad y buen sentido del ritmo y de la construcción dramática, ir poniendo en pie una película que ahonda con inteligencia en las contradicciones inevitables entre los principios morales y la necesidad de salir adelante, la dificultad de aferrarse a los mismos cuando vienen mal dadas, las urgencias con las que uno ha de abandonar la niñez para enfrentarse a las responsabilidades del mundo adulto, el descubrimiento de ese mundo acaso demasiado rápido para poder asimilarlo.


La película, que tiene asimismo a su favor una envolvente y poderosa fotografía de Antonio Riestre que potencia los muchos claroscuros de un filme que se mueve a gusto en las zonas grises adolece, eso sí, de un tramo final en el que de forma incomprensible se suceden los finales cuando ya se ha resuelto de forma evidente el conflicto dramático y el proceso por el cual Andreu acaba finalmente por tomar las riendas de su propio destino asumiendo el sacrificio que ello implica, como si el realizador dudara sobre su propia capacidad de dejar las cosas claras al espectador, además de alguna licencia lírica – ese a todas luces superfluo personaje del chaval enfermo – que afean el resultado final. Más allá de eso y aunque alguno pueda reprocharle ese excesivo clasicismo del que hace gala un relato tan bien construido como narrado, no cabe mucha duda de que Pa Negre es una película sólida, compleja, que funciona bien en muchos niveles y que tal y como está el patio ahora mismo, hay que considerar asimismo para un palmarés que puede hablar catalán no ya en la intimidad sino abiertamente.


La japonesa Naomi Kawase ya nos había dado pruebas de su interés por el milagro del nacimiento de una nueva vida al filmar su propio parto en Shara. Ahora, la realizadora de El Bosque del Luto vuelve de nuevo sobre ese tema en Genpin, documental que se acerca tanto a la figura de un anciano tocólogo, el Dr. Yashimura, como sobre todo a sus distintas pacientes para elaborar un contundente alegato a favor del parto natural y alejado de las convenciones médicas actuales. Como en aquel magnifico sketch de El Sentido de la Vida en el que mientras la rodeaba de máquinas que hacían ping el médico interpretado por el miembro de los Monty Python John Cleese prohibía a la parturienta que hiciera nada con el pretexto de que no estaba profesionalmente cualificada, Kawase parece tener claro que éstos se han apoderado del proceso de alumbramiento hasta el punto de ignorar cuando no directamente atemorizar a las embarazadas arrebatando toda posibilidad de elección a las mismas sobre cómo quieren vivir la experiencia más importante de sus vidas.


Kawase se infiltra cámara en mano en las interioridades de esa clínica y filma a las pacientes mientras éstas expresan sus miedos, sus deseos y se dejan llevar por las enseñanzas del Dr. Yoshimura, una especie de Yoda del alumbramiento natural que defiende, contrariamente a lo habitual, que las embarazadas hagan ejercicio hasta el último día para dilatar y facilitar el parto: choca no poco ver a esas mujeres realizar no ya pesadas tareas domésticas sino directamente cortar leña con un hacha estando ya a punto de salir de cuentas, lo que hace pensar si el tal Yoshimura no será un poco como aquel Miyagi de Karate Kid que hacía que Ralph Macchio le lavara el coche y la casa con el pretexto de enseñarle artes marciales, ya saben, aquello de “dar cera, pulir cera”.


Bromas aparte, lo cierto es que Genpin es una hermosa película en la que se dan cita las referencias habituales a la necesidad de vivir en armonía con la naturaleza que son seña de identidad del cine de Kawase, así como esa inmediatez que si bien puede hacer pensar en algún momento que lo que se muestra en la película es algo así como lo que podría grabar cualquier padre primerizo con una cámara que quisiera registrar hasta el más mínimo momento del proceso, no es menos cierto que a menudo consigue instantes y planos de gran belleza y enorme capacidad de conmoción tanto en los distintos partos que se muestran en el filme como cuando alguna de sus pacientes se desnuda emocionalmente ante la cámara revelando sus miedos e inseguridades. Por otro lado y pese a que es evidente la reverencia con la que Kawase trata al venerable Dr. Yoshimura – del que uno intuye que no debe ser especialmente apreciado entre el resto de la comunidad médica de su país – tampoco oculta la cara menos amable y las debilidades del personaje al enfrentarlo con los reproches de su propia hija o denunciando su autoritarismo. Es cierto que Genpin peca de reiterativa, que se echa de menos alguna presencia masculina más allá de ese doctor omnipresente y que, si el tema no interesa, puede provocar somnolencia y cierto hartazgo. Incluso se puede dudar sobre los criterios seguidos para que figure a concurso en la Sección Oficial (¿Por qué ésta sí y la de Maragall no, por ejemplo?) pero en cualquier caso merece la pena verla, aunque solo sea para tratar de comprender algo mejor ese mundo en el que, por mucho que queramos implicarnos, los hombres siempre quedamos algo al margen.


No me resisto a terminar la crónica de hoy sin salirme un momento de la Sección Oficial para transmitirles mi más absoluto entusiasmo por Exit Through the Gift Shop, el brillante y divertidísimo documental que hemos tenido ocasión de ver en Perlas de Zabaltegui. Exit… es el primer documental realizado por Bansky, nombre de guerra por el que se conoce al que quizás sea el máximo exponente de eso que se ha dado en llamar Cultura Urbana, ese arte callejero que para algunos significa poco más que una serie de gamberradas perpetradas por graffiteros desocupados pero que para muchos no solo es una filosofía de vida, sino incluso algo que, merced al mercantilismo del arte de nuestros días, una muy lucrativa forma de ganársela. Bansky, artista urbano cuya identidad es uno de los secretos mejor guardados de tan peculiar mundillo, empieza esta película confesando que éste era un documental que un tipo quería hacer sobre su persona, pero cuyo autor y su trayectoria personal resultó con el tiempo ser mucho más interesante que el propio Bansky, con lo que el documental acabó girando sobre tan extravagante personaje.


Es rigurosamente cierto: Exit es la historia de Thierry Guetta, un comerciante de ropa absolutamente apasionado por grabar de forma harto compulsiva con su cámara de video todo lo que le rodeaba que un día descubrió el mundo del arte callejero y decidió estudiarlo a fondo, acercándose poco a poco a los representantes más ilustres del mismo, ganándose su confianza y registrando sus actividades casi siempre ilegales que reclaman los espacios urbanos libres para llenarlos con sus obras reivindicativas, satíricas o simplemente decorativas. Con el tiempo y no poco sacrificio, Guetta acabará contactando con Bansky, un artista brillante y provocador cuyas piezas satíricas sobre política, cultura pop, moralidad, etnias, algunas de las cuales han acabado expuestas no ya en calles o edificios sino en el mismísimo MOMA de Nueva York o la Tate Gallery de Londres... aunque no de forma precisamente legal, claro. La trayectoria de ambos personajes y el inevitable encuentro simbiótico entre ambos está descrito con tanto humor como inteligencia, lanzando al espectador toda una serie de preguntas sobre el sentido del arte contemporáneo ante las cuales muchas veces resulta imposible reprimir no ya la sonrisa cómplice, sino tremendas carcajadas.


Exit... es una película irresistible, brillante, irreverente, con un endiablado sentido del ritmo gracias a un montaje espectacular, que abunda en giros de guión inesperados e hilarantes y cuyas conclusiones una vez finalizado el mismo, más allá de sus abundantes imposturas, son para pensarse muy seriamente hasta qué punto el mundo del arte moderno de hoy en día ha caído presa de la imbecilidad más absoluta, en el que la simple copia con mínimas variantes de la obra de cualquier artista anterior – “¿Y quien no recicla las ideas de otro hoy en día?” llega a oírse en un momento del metraje – puede hacer famoso o enriquecer a cualquier advenedizo con el suficiente morro y desparpajo para construirse su propia leyenda. Este fascinante documental se estrena comercialmente el 8 de octubre. No se lo pierdan que les aseguro que se van a divertir con una historia tan original como estimulante.

martes, septiembre 21, 2010

SAN SEBASTIAN 2010 J04 La Mezquita, Home For Christmas, Elisa K



Que el cine africano, el gran olvidado incluso de la de la mayor parte de los festivales de cine de cierta importancia, tenga representación en la Sección Oficial de San Sebastián, siempre es una buena noticia incluso aunque su presencia fuera meramente testimonial. Lastrado por endémicos problemas de producción y por industrias que funcionan de forma paralela o clandestina respecto a los modelos de distribución y exhibición habituales del primer mundo, resulta toda una proeza conseguir que pierda su condición de invisible, algo de lo que todos somos conscientes pero que no nos preocupa demasiado. Al fin y al cabo, aquello que es invisible puede ignorarse sin mayor cargo de conciencia, como se ignoran de forma habitual tantas otros problemas del continente africano de mucha mayor importancia que esto del cine.


La Mezquita, producción marroquí dirigida por mi amigo Daoud Aoulad-Syad - fue colega de Jurado en Huesca este mismo año - es pues un raro plato incluso en un menú tan variado como el que nos está sirviendo Donosti este año. Y sin embargo, su planteamiento habría hecho las delicias de nuestros Berlanga y Azcona porque no cabe duda que tiene más de un punto en común con aquellas películas cuyos protagonistas eran héroes corrientes, tipos cotidianos enfrentados a problemas cuya resolución no estaba precisamente en sus manos, atrapados por una normas sociales que les condicionaban, corruptas autoridades y fatigosos trámites burocráticos que se imponían por encima incluso de las más elementales reglas del sentido común hasta llegar a situaciones absurdas que llevaban a callejones sin salida.


Es el caso de Moha, el atribulado protagonista de La Mezquita, que después de ceder unos terrenos de su propiedad en un pueblucho perdido en el desierto para que se construyera el decorado de una mezquita para una película se encuentra que cuando la gente del cine abandona el pueblo una vez finalizada la filmación todos los decorados son derribados… excepto el suyo, que el pueblo decide hacer suyo para mantenerlo como la mezquita oficial del pueblo. Como quiera que una vez que unos fieles creyentes deciden hacer de un sitio su lugar sagrado de rezos esa falsa mezquita se convierte en la Casa de Dios, al pobre Moha le va a resultar extraordinariamente difícil, por no decir imposible, recuperar un terreno que por otra parte necesita para alimentar a su familia.

Estirando quizás más de lo debido tan poderosa idea de partida, Daoud Aoulad construye una película muy sencilla pero por momentos estimable y divertida alrededor del calvario de hombre obsesionado por completo con recuperar lo que es suyo sin más más aliados que un aspirante a imán tenido por loco y apartado por el resto del pueblo, que prefiere como imán al actor que encarnaba dicha autoridad en la película rodada, en un ejercicio de delirante cinismo que dice más sobre la forma de entender la religión en Marruecos que cualquier libro al respecto. La Mezquita sufre de muchos de los defectos tópicos que aquejan de forma habitual al cine africano: esquematismo y simplicidad absoluta de situaciones y personajes, teatralidad excesiva en las actuaciones, naturalismo mal entendido que genera cierta impostura, reiteración de conflictos, etc.


Pero sería injusto despacharla en base a esos defectos cuando tiene a su favor un corrosivo y nada soterrado sentido del humor que se manifiesta de vez en cuando de forma memorable – obsérvese la visita de Moha a la autoridad religiosa en busca de soluciones y la forma en la que éste le despacha argumentando que por el bien que ha hecho ya será recompensado en el Paraíso – y una mirada mucho más crítica de lo que parece a la vida habitual en este tipo de poblados alejados de los grandes centros urbanos y casi dejados de la mano de Alá, incluyendo los pícaros de siempre – que gran personaje ese imán falso que se cree a pie juntillas su papel hasta confundirse con él – y los políticos interesados y aprovechados de turno, por no mencionar esa curiosa lectura del cine como elemento generador de riqueza o desgracia para el pueblo, según se mire. Y es que cada vez que Moha dice eso de “la culpa de todo lo tienen los del cine” – y lo repite mucho - uno no puede sino darle la razón al pobre tipo. Alguno despachará La Mezquita diciendo que es una simple anécdota estirada. Creo que un tal Azcona no estaría de acuerdo. Ni yo tampoco.


El realizador noruego Bent Hamer, que hace años nos regaló una joya del humor absurdo y tierno llamada Kitchen Stories, engarza en Home For Christmas una serie de historias paralelas (que no cruzadas) protagonizadas por varios personajes cuyo único punto en común es que todas suceden el día de Nochebuena. Pertenecen a las más diversas clases sociales y edades y abarcan desde un médico acomodado a una pareja de refugiados kosovares, un divorciado con ansias de ver a sus hijos en una noche tan especial, un mendigo que vivió tiempos mujeres, un adolescente sin demasiadas ganas de ir a cenar a casa o la típica amante abandonada por el hombre casado que no tiene la más mínima intención de abandonar a su mujer. Todo bastante visto con anterioridad, nada especialmente original.


Home For Christmas es una película taaaan bonita, taaaan suave y taan blandita que casi parece un remake endulzado – si es que tal cosa fuera posible – de aquel Love Actually de Richard Curtis que también transcurría en tan entrañables fechas, una de esas películas ideales para plantarse en televisión a la luz del árbol de navidad entre polvorón y mantecado y morir dulcemente de una sobredosis de azúcar y buen rollo navideño. Será que con los años me estoy volviendo mucho más cínico que antes o simplemente que no trago con la Navidad, detestable época del año donde siempre tengo a mano las saludables Bad Santa o incluso El Día de la Bestia para cuando me encuentro al borde mismo de la crisis nerviosa por la saturación de villancicos y buenos deseos pero pese a algún momento inspirado – la historia del tipo que se viste de Papa Noel para ver a sus hijos y el memorable gag de la cuna posterior – lo cierto es que esta pastelosa Home For Christmas no seduce demasiado. Más bien me repele semejante avalancha de buenas intenciones y complacientes resoluciones, tan alejada de esas tremebundas catarsis familiares a las que nos tiene acostumbrados el cine nórdico. Por alguna razón, Hamer ha querido convertirse en el Frank Capra noruego. Me parece muy bien y reconozco que la peli es una pildorita que se deja ver con agrado, está bien rodada e interpretada y no molesta en absoluto. Pero que quieren que les diga, a mi me toca un poco la moral tanto buen rollito.


Claro que nada mejor para solucionarlo que Elisa K, arriesgada y discutible en el buen sentido propuesta de Judith Colell y Jordi Cadena que aborda el espinoso tema de una violación de una niña de once años y su recuerdo catorce años después de ese trauma largamente reprimido hasta el olvido para crear una película que son dos propuestas formales opuestas y enfrentadas con el fin de provocar una reacción en el espectador semejante a la catarsis que sufre su protagonista principal. Toda la primera parte de la película, referida a tan luctuoso hecho, se narra con una omnipresente y para muchos cargante voz en off que no solo reproduce pasajes completos del original literario, sino que anticipa con palabras lo que luego el espectador va a ver en imágenes, lo que produce un efecto reiterativo que a muchos les ha sacado de sus casillas. Si a eso añadimos que toda esa primera parte está rodada en blanco y negro y composiciones estáticas en su puesta en escena lo que genera no poca frialdad en un espectador, parecería lógico que éste se desconectara de una historia que por la propia gravedad de los hechos que aborda quizás pediría un tratamiento más emocional.


Sin embargo, es algo buscado, premeditado. Así, en su segunda parte, con la víctima ya adulta, pasamos a un tratamiento de cámara al hombro, directa y nerviosa como un Winterbottom puesto de LSD, que nos enfrenta de golpe con dos catarsis: la que sufre en pantalla el personaje de Elisa – esplendida por cierto Aina Clotet – cuando ese trauma tanto tiempo reprimido aflora por fin a la superficie y provoca la lógica reacción entre histérica y desquiciada y la del espectador, que se ve de repente sin comerlo ni beberlo abocado a una película que nada tiene que ver con lo anteriormente expuesto. Ese buscado contraste será más o menos efectivo dependiendo de lo conectado o no que esté el espectador con la historia a esas alturas. Desde luego no ayuda gran cosa que aunque sea un evidente acierto dejar la violación en un pudoroso off, la situación en la que se da a entender que ésta tiene lugar sea difícilmente creíble, algo que sacará de inmediato de la película a los más exigentes con la coherencia interna del relato.


Personalmente, entiendo a aquellos que salieron enfadados con Elisa K. pero tal y como argumentaba el otro día al respecto de Blog, creo que hay que valorar los aciertos de una película que juega con los formatos narrativos – incluso se permite el lujo, en la escena del bar entre padre e hija que tiene lugar hacia el final, de guiñar un ojo pero no los dos oídos al afamado Tiro en la Cabeza de Jaime Rosales y de rematar con un plano que remite de forma ineludible al plano final de la película rumana Cuatro Meses, Tres Semanas, Dos Días de Christian Mungiu interpelando directamente al espectador - y que ofrece una alternativa a mi juicio nada desdeñable en su acercamiento a un tema harto difícil. Tampoco me parece mucho de recibo que gran parte de los ataques a la película se centren en la elección de esa voz en off omnipresente como recurso narrativo. Vale, a mi también me carga un poco pero a ver si va a resultar ahora - aunque el argumento, lo reconozco de antemano, sea una reducción al absurdo – que cuando Haneke lo utiliza en La Cinta Blanca es un genio y si lo hacen Colell y Cadena en Elisa K son unos impresentables. Tampoco hay que ponerse así, hombre.

lunes, septiembre 20, 2010

SAN SEBASTIAN 2010 J03 Biclicleta, Cuchara, Manzana, Miel, HappyThankYouMorePlease

A veces en San Sebastián, como en cualquier Festival de Cine, suceden momentos mágicos. Ayer tuve la suerte de vivir uno de esos. Estaba en la plaza que separa el mítico Hotel Maria Cristina del Teatro Victoria Eugenia, donde el Festival tiene emplazada una pantalla gigante que permite seguir en directo gran parte de los muchos actos que tienen lugar en el certamen. En ese momento se estaba celebrando la rueda de prensa del documental Bicicleta, Cuchara, Manzana que había visto unas horas antes y que aborda la forma en la que ese político tan carismático como imprevisible y por ambas cosas atípico que es Pasqual Maragall se está enfrentando al Alzheimer que hizo público que sufría en el otoño del 2007. En la rueda de prensa estaban Carles Bosch, director del documental y Diana Garrigosa, esposa del ex presidente de la Generalitat y ex alcalde de Barcelona. Antes en el documental se nos había explicado que salvo casos muy puntuales, Maragall ya no hacía apariciones públicas para protegerlo de esos temibles momentos en los que la enfermedad puede hacerse patente y quedarse en blanco o empezar a decir incoherencias. Asi pues, Maragall, que había asistido al pase de la película en el Kursaal donde había sido recibido con una enorme ovación por el público tanto al comienzo como al final, no estaba en la sala de prensa. Estaba en la plaza, sentado en un banco, rodeado de su familia y amigos, con un ojo pendiente de su nieta pequeña mientras escuchaba atentamente las palabras de su esposa en la pantalla. Me pareció una imagen de lo más enternecedora.


Antes, en el pase de prensa, había tenido tiempo más que suficiente de emocionarme con un documental al que confieso que me enfrenté con mucho resquemor por mi parte. Y es que esa enfermedad cabrona, esa depredadora implacable llamada Alzheimer contra la que aun no disponemos de tratamiento ni forma de prevenirla, que diluye la memoria y identidad de uno hasta matarlo lentamente aun estando en vida, haciendo sufrir lo indecible a todos aquellos que te quieren ientras uno va progresivamente siendo cada vez más ajeno a todo eso, es una de las cosas que más miedo me dan en este mundo. Me preocupaba asimismo que el documental cayera en alguna de las múltiples e inevitables trampas que van asociadas a este tipo de trabajos: o bien que fuera un retrato embelesado del personaje público, que se dejara llevar por la compasión por el enfermo, que asistiéramos a un espectáculo morboso o se perdiera en explicaciones científicas ininteligibles para el espectador medio. Pues no cae ni por asomo en una sola de esas trampas. Muy al contrario, Bicicleta, Cuchara, Manzana es un trabajo muy equilibrado al que quizás solo se le puede reprochar y siempre será un defecto perdonable, su afán de vender a toda costa la muy encomiable tarea a la que está dedicada la Fundación Pasqual Maragall para la lucha contra el Alzheimer. Al fin y al cabo, ésta es una herramienta poderosa para lograr sus objetivos, que no son otros que progresar en la forma de encontrar una cura y avisar sobre la necesidad de desarrollar la prevención de la enfermedad lo antes posible.


La película tiene sus mejores bazas cuando se centra en la lucha del ser humano y de todos los que le rodean contra la enfermedad, siendo plenamente conscientes de todo lo que está ocurriendo y de todo lo que está por venir. La frustración, la ira, la impotencia de no poder hacer mucho más que poner toda tu voluntad al servicio de conseguir tus objetivos en lo que sabes que es una lucha contrarreloj antes de desaparecer no físicamente pero sí en esencia se traduce en una película inteligente, llena de humor en muchos momentos, didáctica sin ser atosigante ni exhaustiva y que te toca el corazón en más de un momento, especialmente cuando ese monumento a la lucidez que es Diana Garrigosa o sus hijos hablan con claridad sobre lo que significa adaptarse a la situación o cuando el propio Maragall, en el tramo final de la película, se queda a solas con el realizador y explica de forma contundente como siente progresar la enfermedad y aumentar sus signos más evidentes. Es una lástima que este documental tan necesario como especial por muchas razones no esté a concurso en la Sección Oficial porque es de lo mejor visto hasta ahora en el mismo.


Hoy debería hablarles asimismo de la otra película de la Sección Oficial, Misterios de Lisboa producción portuguesa del chileno Raúl Ruiz. El problema es que la películita en cuestión duraba la friolera de 256 minutos. Si, si, han leído bien: cuatro horas y dieciséis minutos de metraje. Y como quiera que uno tiene mejores cosas que ver y hacer en Donosti en semejante periodo de tiempo pues me la he ahorrado. Sin el menor asomo de culpa pues estuve viendo su primera media hora por si acaso me enganchaba y tuve más que suficiente de su aire teatral, sus más que caprichosos movimientos de cámara que algunos encuentran de lo más elegantes y su aire folletinesco. Llegué a la conclusión que preferiría con mucho pasar esas cuatro horas y pico paseando por las calles de Lisboa para desvelar sus misterios tragarme que semejante marrón. Eso si, a la crítica sesuda le ha gustado mucho y la puntúan por las nubes. A ver, que van a decir si no para justificar la sentada: encima que te la tragas entera no vas a salir diciendo que es una mierda. Y como no son muchos los que pueden contradecirlos porque los que no la soportaban desertaron rapidito como un servidor, así queda la cosa. Hasta que el Palmarés nos castigue por tan poco profesional conducta.


Por cierto, alguien debería colgar por los pulgares a los responsables de los horarios de los pases de prensa de este año. Ya hay que tener mala leche para cascar una película como MIEL, del turco Semith Kaplanoglu, en el siempre peligrosísimo pase de las cuatro de la tarde. Es que la película es una de esas joyas del cine contemplativo que embelesa a los puristas y cinéfilos más sesudos y sume en el más profundo amodorramiento a la mayor parte del personal. De acuerdo que la película tiene planos pictóricos de una belleza abrumadora, de acuerdo en que el niño que trabaja en ella conmueve con su trabajo y hasta que uno puede disfrutar en algún momento de su descripción de la vida tranquila en el interior de un bosque que se diría alejado del resto del mundo.

Pero la mínima anécdota que sostiene la trama – un padre que desaparece sin dejar rastro sumiendo al niño y a la madre en una profunda desesperación – y su voluntad de resultar pretendidamente poética en su comunión con la naturaleza la convierten, digámoslo claro, en un tostón considerable, por mucho Oso de Oro a la Mejor Película de la Berlinale que sea. A mi esta Miel no me embelesa en absoluto, pareciéndome incluso inferior a Leche, la anterior película del director con algo más de enjundia argumental que vi el año pasado en Cines del Sur y que con Huevo conforma no un sabroso dulce como sería deseable, sino una trilogía para cortarse las venas a lo largo. Y es que no todo el mundo tiene el talento de, digamos, un Nuri Bilge Ceylan para hacer del arte de la contemplación un cine de donde surja la emoción, por mucho que se intente imitar su estilo.


Menos mal que para terminar el día pudimos echarnos unas saludables risas con HappyThankYouMorePlease, otra perla de otros festivales que venía con el Premio del Público del pasado Festival de Sundance bajo el brazo y con su productor, guionista, director y actor protagonista Josh Radnor como irresistible embajador de la misma. Y es que posiblemente por el nombre no les resulte demasiado conocido, pero si les digo que se trata del tipo que cuenta a sus hijos la inacabable historia de la popular serie de tv Como Conocí a Vuestra Madre seguro que muchos ya aciertan a ponerle un rostro. El tal Radnor ha derrochado simpatía, cercanía y buen humor a su paso por Donosti y se ha metido a todas las mujeres (y a muchos hombres) en el bolsillo. Y encima su película resulta una comedia además de divertida de lo más estimable, lo que no es poca cosa.


Happy – dejemos el título así para no hacerles esto aun más largo de lo habitual – narra el encuentro fortuito entre un joven escritor que no encuentra la forma de publicar su novela con un niño perdido en el metro al que, una vez que conoce su situación en casas de acogida, decide acoger en su casa sin pararse a pensarlo demasiado. Al mismo tiempo conoce a una camarera de la que se enamora prendidamente y a la que propone que en vez de tener el típico rollo de una noche lo prolonguen durante tres días de convivencia para ver si de ahí sale algo parecido a una relación.

Al tiempo asistimos a las cuitas personales de dos de sus amigos, una chica aquejada de un cáncer con mala suerte para elegir a sus parejas y una joven a la que le aterroriza la posibilidad de seguir a su novio a su nuevo destino laboral en Los Ángeles y abandonar su querida Nueva York. La película rezuma frescura por los cuatro costados y aunque no deja de ser una comedia romántica con las señas de identidad habituales tanto del género como del cine independiente USA – un poco en la línea de (500) Días Juntos, para entendernos – es muy sencillo dejarse llevar por sus agudos e inteligentes diálogos, por su sentido del ritmo y por sus irresistibles intérpretes, con el encantador Radnor y la preciosa Kate Mara a la cabeza. Utiliza el desconcierto vital como arma arrojadiza, a un niño encantador y sumamente expresivo como gancho y un guión bastante currado que provoca no pocas risas en varios momentos y al que solo cabe reprocharle un tanto blandengue tramo final, para seducir por completo al espectador, que se deja hacer encantado porque le resulta sumamente fácil empatizar con ese puñado de personajes a la búsqueda de la felicidad por la vía del humor inteligente. Una forma estupenda de terminar la jornada, eso de irse a la cama con una sonrisa de complicidad en la cara.