sábado, enero 30, 2010

INVICTUS El Peso del Mito

Recuerdo a la perfección la Copa del Mundo de Rugby de 1995. Por aquella época me frotaba los ojos ante el descubrimiento de una fuerza de la naturaleza, el jugador más dominante y poderoso que ha dado ese hermoso deporte en los últimos años, Jonah Lomu, integrante de los All Black de Nueva Zelanda que a lo largo de una competición espectacular había destruido con sus ensayos a Irlanda, Gales, Escocia e Inglaterra, casi el Cinco Naciones al completo. Nada parecía poder parar a aquel animal de casi dos metros, velocísimo y casi imposible de placar. En la final esperaba Sudáfrica, los Springboks, anfitriones del torneo, sorprendentes finalistas contra todo pronóstico, en un estadio abarrotado en el que blancos y negros mezclados esperaban un milagro, una imagen impensable solo unos años antes cuando el Apartheid aun existía y los Springboks eran uno de los símbolos más reconocibles del poder que oprimía el país, orgullo de los blancos y odiados por los negros. Y en estas apareció Nelson Mandela vestido con la camiseta de los Springboks, una imagen aun más inconcebible. Sudáfrica, aun muy convaleciente de las heridas del Apartheid, se aglutinaba alrededor de su figura y de ese equipo de rugby, convertido en símbolo del nuevo país.
Lo interesante de una película de las características de Invictus, que narra los hechos que condujeron a aquel partido histórico, es que sea precisamente Clint Eastwood su director. Si reflexionamos un poco sobre la filmografía del realizador, nos daremos cuenta que la venganza es un elemento esencial y recurrente en la misma. Invictus es una historia que por el contrario habla sobre el poder redentor del perdón, la necesaria reconciliación, el olvido de las afrentas y daños sufridos en aras de construir un futuro mejor. Morgan Freeman afirma que Eastwood necesitaba hacer esta película. Probablemente sea cierto: no caben dudas sobre el enorme mérito de Mandela, pero el retrato tan embelesado que hace de su figura, apoyándose para ello en el carisma de un Freeman sin duda predestinado a encarnar este papel, es un acercamiento tan puro y carente de claroscuros – apenas se apunta el sacrificio de su propia familia que llevó a cabo para convertirse en el padre de la nueva patria – que uno podría concluir que Eastwood diviniza esa grandeza que admira de forma tan profunda porque aquellos que protagonizan habitualmente sus historias suelen carecer de ella.
Invictus es una película tan eficaz como plana, tan bien rodada como previsible. Resulta complicado encontrar argumentos contra ella, salvo el hecho de que todos pueden esperar más por el simple hecho de ser una película de Eastwood. El protagonismo absoluto de Mandela desdibuja cualquier otro personaje de la historia que le pudiera servir de contrapunto – Matt Damon no consigue llegar a serlo por la simpleza con la que su Pienaar está perfilado – y el idealismo campa por sus anchas sin que haya espacio alguno para la disensión: la causa de Mandela es tan pura y su justificación tan evidente que Eastwood apenas se detiene en los mínimos obstáculos que surgen una vez Mandela tiene clara su determinación para hacer realidad su visión. Incluso apuntes que podrían resultar de interés como la evolución de las relaciones entre su equipo de guardaespaldas o la forma de pensar de los Springboks, con sus visitas a la barriada negra y a la prisión donde Mandela pasó 27 años, no superan nunca el esquematismo de lo puramente funcional.
Lo que salva a Invictus, más allá de la habitual claridad expositiva de Eastwood, es el pretexto, la recreación de esa final contra los All Black que imagino que puede desesperar a los que no amen el rugby pero en la que se consigue reflejar con inusitado realismo y poderío visual todos los elementos que hacen grande a este deporte: hay épica, sacrificio y compañerismo en el esfuerzo para detener a Lomu y los suyos. Las repercusiones de aquella especie de milagro cuya importancia trascendió lo deportivo para convertirse en un fenómeno sociopolítico al igual que el peso del mito de Mandela quedan claras para el espectador. Sin embargo, todo en Invictus resulta fácil y acaba por sabernos a poco. Será que Clint nos tiene demasiado malacostumbrados.
Esta crítica se publicará en el periódico gratuito Voz Emérita el 01/02/2010

Os dejo con un video con los mejores momentos de ese portento llamado Jonah Lomu al frente de los All Black durante aquella Copa del Mundo de Rugby de 1995. Impresiona ¿no?

miércoles, enero 27, 2010

UP IN THE AIR, Gatillazo de altos vuelos

El arranque de Up in the Air no puede ser más prometedor: ahí es nada meternos con vaselina a un tipo capaz de trascender los códigos sociales que entendemos como normales y proclamar con absoluta convicción su apego por una tipo de vida que a nosotros nos provoca escalofríos. Pasa la mayor parte de su tiempo viajando, se siente cómodo a más no poder en el aire, domina los secretos de esos espacios insufribles que son los aeropuertos, saca todas las ventajas posibles de su condición de viajero privilegiado y acumula millas más por el orgullo de batir records que por su posible utilidad futura. Por supuesto semejante modo de vida le obliga a funcionar en consecuencia en el terreno emocional, con lo que huye de cualquier tipo de compromiso afectivo, sus lazos con la familia son casi inexistentes y ha llegado a ese punto en el que disfruta a fondo de esa confortable soledad conquistada y no impuesta.
Lo más importante es el trabajo al que se dedica. Todo su innegable carisma, que no es poco, está al servicio de despedir a la gente. Es uno de esos tipos que se dedican a suavizarte el golpe, a convencerte que el despido no es una putada sino una oportunidad para dedicarte a lo que en el fondo siempre has querido hacer, a manejar con calculada humanidad, exacerbado cinismo y fría profesionalidad los tiempos y las palabras. En esto, como en todo lo anterior - o quizás lo uno es consecuencia inevitable de lo otro – hay reglas, un método, pragmatismo. Nuestro hombre hace tiempo que está más allá de molestas consideraciones morales. Y encima, si olvidas aunque sea por un instante las terribles implicaciones de su trabajo, te cae bien, el muy cabronazo.
¿Y que hace Jason Reitman con semejante bomba de personaje? Pues en su estupenda primera hora, mostrarte de forma primorosa su modo de vida, casi convencerte de que puedes identificarte con él. Al fin y al cabo, en estos tiempos despiadados hasta su método es preferible a que te den la patada a través de una pantalla de ordenador como sugiere la joven ejecutiva con aspiraciones a tiburón en los negocios y cándido cervatillo en lo personal – estupendo descubrimiento, esta Anna Kendrick – a la que arrastra por todo el país para enseñarle el oficio. También lo empareja con otra depredadora de altos vuelos con la que comparte modo de vida – acertada Vera Farmiga – y le obliga a enfrentarse con sus casi olvidadas raíces familiares.
Pero, ay, algo extraño ocurre con las películas de Jason Reitman. Construye personajes e historias que disfrutan con la trasgresión del orden establecido e incluso, durante un rato, nos llevan por caminos apasionantes, sacando de sus criaturas de ellos interesantes reflexiones que confrontar con nuestra propia percepción de la vida . Sin embargo, como ya le pasaba al cínico e inteligente portavoz de la industria tabaquera de Gracias por Fumar – que sigue siendo para el que esto escribe su mejor película – o a esa adolescente demasiado brillante y respondona para su propio bien que era Juno, este solitario vocacional, indeseable para nosotros pero complacido con su propia existencia va deslizándose de forma progresiva según avanza el metraje por una pendiente que de puro blanda y complaciente casi se diría sacada de otro género. De otra película.
Lo que Reitman le hace al Ryan Bingham de Up in the Air (y a nosotros de paso) no tiene nombre. Hace falta mucho, muchísimo más que los argumentos que utiliza la película para descomponer a un personaje con unos pilares tan sólidos como los que muestra – de forma esplendida, insisto, de ahí mi cabreo – en su tramo inicial y convertirle en una sombra de sí mismo. Hacia la mitad del metraje, la película gira de forma tan forzada sobre si misma que hace daño contemplar el estropicio. Y como quiera que no hay cosa peor que defraudar las expectativas que la propia película ha conseguido generar en su arranque, abandono la sala malhumorado, reflexionando sobre si hay un sentido oculto que se me escapa en ese ambiguo último plano, si es que a Jason Reitman le falta no sé si un conocimiento de la vida algo más profundo o simplemente mucho más atrevimiento y mala leche para seguir las huellas de, por ejemplo, su admirado Alexander Payne, que sin duda habría conseguido sacarle a esta historia todo lo que prometía.
Le agradezco a Up in the Air, eso sí, que me haga reflexionar sobre los límites de lo que un individuo puede alcanzar en su afán de construirse una vida lejos de ataduras emocionales, la naturaleza amarga que se esconde detrás de ciertos procesos de autoafirmación, que demuestre una mirada oblicua de lo más interesante sobre la crisis económica con su cínico refinamiento en los métodos empleados para despedir a los prescindibles, que me planteé la forma de medir el éxito o el fracaso en lo personal y en lo profesional, que me ponga sobre aviso sobre los peligros de las relaciones casuales que pueden no serlo nunca del todo. Todo ello es material de primera para hacer una excelente película. Up in the Air no lo es por su propia complacencia y la verdad, es una lástima que así sea.

lunes, enero 25, 2010

NINE Sombrio musical sobre un creador en crisis

Siempre me ha parecido magistral la forma en la que Federico Fellini consiguió allá por 1963 utilizar a su favor un descomunal bloqueo creativo para crear una obra tan desmadrada como genial sobre las tribulaciones de un cineasta presionado por todos los lados para sacar adelante una película cuando su antaño fértil creatividad parecía no dar más de sí. El punto de partida de Ocho y Medio, dolorosamente familiar para todo aquel que alguna vez haya sentido la inseguridad y el terrible miedo al vacío que impone el inicio de cualquier proceso creativo ha inspirado con el paso del tiempo a tanta gente como para dar lugar a un remake más o menos inconfeso plenamente inscrito en el género musical (Empieza el Espectáculo, All That Jazz, Bob Fosse, 1979) y a un musical de gran éxito en Broadway, Nine, que tuvo a dos actores como Raúl Julia y en Antonio Banderas como sus principales valedores.
Con la carta blanca entre las manos que le proporcionó su arrolladora Chicago, Rob Marshall se ha metido de cabeza en el embrollo que supone convertir Nine en película insistiendo para ello en su fórmula de contar con un reparto de lujo obligado a sobreponerse a sus limitadas habilidades vocales protegido por una espectacular puesta en escena en los números musicales cuya única finalidad es deslumbrar al espectador con una potente mezcla de sensualidad y elegancia. Sin embargo y a diferencia de aquella película energética, ligera y complaciente que era Chicago, Nine es un musical mucho más sombrío e introspectivo en el centro del cual se halla un personaje respulsivo, ese Guido Contini egoísta, mentiroso y manipulador que usa y abusa de las mujeres que lo rodean hasta tal punto que, lejos de la comprensión que sí conseguía Mastroianni en la película de Fellini, el espectador opta por poner la mayor distancia posible entre él mismo y semejante bicho. Nine adquiere así un tono áspero, amargo que solo se dulcifica de vez en cuando gracias al trabajo de las actrices y a la potencia y espectacularidad visual de algunos números.
Nine tiene a su favor que es dinámica y fluye con facilidad gracias a su alternancia entre realidad y ficción y aunque es inevitable que haya números que destaquen muy por encima de otros – siendo los más efectivos “Be Italian” con una sorprendente Fergie felliniana a más no poder y “A Call from the Vatican” con una sensual Penélope Cruz dándolo todo en un número repleto de erotismo y los más desangelados los dos cantados por Day Lewis y esa especie de forzadísimo anuncio Martini que es el “Cinema Italiano” de Kate Hudson, el único tema de la película inexistente en el musical original – la sensación general que desprende el conjunto es el de estar asistiendo a un festín visual en el que hay un excepcional trabajo de montaje y fotografía, una cuidada puesta en escena que si no nos sumerge por completo en el filme es por la dificultad que supone estar siguiendo constantemente las tribulaciones de un personaje tan antipático cono poco fascinante.
En cualquier caso hay en Nine momentos de pura magia y emoción: cuando Marion Cotillard – de lejos, lo mejor del filme – entona “My Husband Makes Movies” basta una mirada sostenida en un plano maravilloso para hacernos comprender tanto lo enamorada que está de su marido como el enorme dolor que siente en su interior. Es uno de esos momentos inolvidables que compensan por si solos el precio de la entrada. También funciona bastante bien la breve aparición de Nicole Kidman como musa que reniega de su papel – en una escena que es un nada disimulado homenaje a otra de las películas más emblemáticas de Fellini, La Dolce Vita - dejando a Guido sin uno de sus últimos asideros o esa socarrona Judi Dench cómplice pero fustigadora de conciencias de la que se echa de menos algo más de presencia en pantalla.
Cine dentro del cine (que siempre es divertido de ver), recreación de una Italia soñada o imaginada, reivindicación de la creación como un acto si no coral sí al menos compartido y brillante artificio con ambiciones, Nine juega a fondo la carta de agradecer a Fellini su legado aprovechando para sí misma muchos de los aciertos de aquel filme esplendido. Y por momentos lo consigue, especialmente en esa última secuencia – que hermosa es esa imagen de Guido preparando el rodaje con todas las mujeres de su vida tomando posiciones a sus espaldas, que homenajea Ocho y Medio a la vez que toma distancia respecto a ella – rematada con un precioso plano final que es verdadera poesía.


martes, enero 19, 2010

TENIENTE CORRUPTO: Entre la alucinacion y el cinismo

Aunque a la mayor parte de los que lean esta crítica pueda importarle bien poco, resulta obligado señalar que en 1992 uno de los directores más personales y heterodoxos del cine contemporáneo, Abel Ferrara, hizo la primera versión de Teniente Corrupto, una alucinada y alucinante historia, provocativa, visceral y lisérgica que con la imborrable presencia de un Harvey Keitel entregado en cuerpo y alma, nos embarcaba en un descenso a los infiernos personales de un oficial drogadicto, chantajista y salvaje en busca de una improbable redención personal mientras intentaba resolver el caso de la violación de una monja. Era ese primer Teniente Corrupto una obra con un fuerte contenido religioso, áspera como una lija, perturbadora y magnética.
Ahora el mismo productor de aquella película inolvidable le ha encargado a otro director tan insólito, provocador y personal como Ferrara, el alemán Werner Herzog, que lleve a cabo una nueva versión de la historia, con un guión completamente nuevo y amplios márgenes de libertad para hacer lo que le viniera en gana. Herzog afirma no haber visto la película de Ferrara. Probablemente mienta como un bellaco, pero es cierto que más allá que su Teniente Corrupto tenga obvias similitudes en comportamiento y adicciones con el de Ferrara, ahí se acaban los parecidos entre dos películas de intenciones tan distintas como en el fondo complementarias y, cada una a su manera, terriblemente transgresoras.
Basta con ver los primeros planos de ese Nicholas Cage luciendo pistolón en la cintura y desplegando su habitual festival de aspavientos, tics y muecas plenamente consentidas por su director para darse cuenta que a Herzog le importa bastante poco la credibilidad del personaje o la verosimilitud del artefacto argumental que construye a su alrededor. No, a Herzog sin duda le divierte narrar el descenso a los infiernos de su Teniente, al fin y al cabo un personaje extremo más de los muchos que han poblado su filmografía, pero lo que verdaderamente le interesa es esa mirada entre alucinada y cínica a la sociedad estadounidense y más concretamente a esa terrible Nueva Orleáns post-Katrina, una ciudad devastada no solo en lo físico sino en lo moral hasta el punto que aun parece seguir ahogada, sumergida bajo las aguas. Los personajes que la pueblan no parecen abrigar ninguna esperanza de recuperación, vagan como fantasmas oprimidos por el recuerdo de lo que fue de la misma forma que al espectador con un mínimo de memoria cinéfila le cuesta reconocer en las sórdidas calles de esa ciudad la vitalidad y el encanto con el que tantos filmes la han retratado.
El interés de este Teniente Corrupto (desprovisto por cierto del más mínimo atisbo de ese profundo sentimiento de culpa católica que impregnaba la película mucho más religiosa de Abel Ferrara) está pues en ese retrato y no tanto en su estructura de thriller más o menos clásico o ver hasta donde es capaz de llegar su protagonista en su degradación moral para salir de los sucesivos embrollos en los que se ve envuelto. Para dejarlo claro Herzog introduce de vez en cuando algunas ideas desconcertantes que se dirían sacadas del universo de David Lynch – las lisérgicas visiones de las iguanas, el cocodrilo destripado en una autovía, el alma del gangster muerto bailando breakdance – que vuelan en pedazos el ritmo de una obra mucho más interesada en jugar con su atmósfera que en resultar creíble. En medio de semejante vertedero moral, el histriónico Cage se pasea con su nariz de oso hormiguero y sus ojos desenfocados, se revela más frío o suicida cuanto más desesperada resulta su situación y se aferra con determinación a su improbable tabla de salvación, ese milagro de la naturaleza con tendencia a liarse en la ficción con tipos chungos llamado Eva Mendes hasta que Herzog, en un supremo ejercicio de cinismo y provocación, lo aboca a una resolución que se descojona abiertamente de los habituales happy-ends, consiguiendo alejarse así por completo del original de Ferrara y haciendo de su Teniente Corrupto una película desconcertante a la par que transgresora en la que la risa final bien podría ser la del propio Herzog.
Esta crítica apareció en el periódico gratuito Voz Emérita el 11 de Enero del 2010

lunes, enero 18, 2010

DESPEDIDAS Emocion y Belleza ante la Muerte

Sucedió hace casi un año, en la entrega del Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa. Sentía curiosidad por saber cuál de nuestras dos películas candidatas y grandes favoritas – Vals con Bashir o La Clase, que habíamos tenido el privilegio de disfrutar apenas unas semanas atrás en el III Festival de Cine Inédito – se llevaría la estatuilla. De repente se oyó Okuribito y un puñado de emocionados japoneses subieron al estrado entre lágrimas a recoger el Oscar. Perplejo, me pregunté que tendría aquella desconocida película para derrotar dos propuestas tan magníficas como la israelí y la francesa.
Cuando meses después vi por fin Despedidas entendí las razones que habían llevado a los académicos a decantarse por ella. Eran las mismas por las que los votos del público convirtieron a Cerezos en Flor en la triunfadora de ese mismo III Festival de Cine Inédito: una historia sencilla, contada con sensibilidad e inteligencia, conectada de un modo íntimo con la muerte hasta convertirse en un canto a la vida y a la reconciliación con uno mismo y su lugar en el mundo, sabía como abrirse paso con facilidad hacia el corazón del espectador. Cuando una película consigue generar esa sensación, resulta una tarea inútil dejarse llevar por otros argumentos. Y si algo tiene a su favor Despedidas es su indiscutible capacidad para emocionar.
Despedidas narra la historia de Daigo, un violonchelista que tras quedarse en paro al disolverse la orquesta en la que trabajaba convence a su esposa Mika para irse de Tokio hacia la pequeña localidad de Sakata y empezar una nueva vida. Daigo necesita un nuevo trabajo y lo encuentra en una funeraria donde pese a las lógicas reticencias que le provoca trabajar con los muertos, acabará por aprender la ceremonia del nokan, una forma tradicional de preparar el cadáver para su tránsito hacia la nueva vida, un ritual complejo y coreografiado hasta el más mínimo detalle cuya importancia reside en la habilidad de quien lo ejecuta para transmitir serenidad a los familiares y amigos del mismo.
El director Yojiro Takita es perfectamente consciente de la enorme fuerza visual de dicho ritual y de su capacidad para conectar con todo tipo de espectador más allá de fronteras y culturas, pues hay algo común a todos los seres humanos cuando se trata de enfrentarse con la propia mortalidad, esa necesidad de llevar a cabo una comunión espiritual que nos permita aceptarlo con naturalidad. Es por ello que cuando Daigo o su maestro Ikuei realizan el nokan uno no puede sino conmoverse con la belleza de esa ceremonia llena de sensibilidad y respeto que choca frontalmente con las urgencias de la vida moderna y que se erige así en sencilla metáfora de lo que sucede en la sociedad japonesa, tan dividida siempre entre su inevitable occidentalización y el apego a sus tradiciones, aunque no cabe ninguna duda - y sin duda ese es uno de los grandes logros de Despedidas - que semejante mirada no nos resulta localista, ajena o incomprensible sino muy al contrario universal, cercana y perfectamente entendible.
Es cierto que en Despedidas conviven la sutilidad y la inteligencia con la que se narran algunos aspectos – la historia entre la dueña de los baños y el empleado, la ausencia de música en el nokan que refuerza esa sensación de tiempo detenido, los progresivos acercamientos dentro del plano de Daigo y Mika según se van reencontrando, el uso del humor para desactivar el exceso de drama – con algunas decisiones discutibles – la tendencia al subrayado emocional de la hermosa música de Joe Hisaishi, esos obvios planos de los salmones contracorriente o Daigo tocando el violonchelo en el campo – pero lo fundamental de una película como ésta, aun a riesgo de que pueda ser acusada de sentimentalista, es su habilidad al generar una emoción contenida que, de forma paralela al proceso personal de su protagonista, se va revelando cada vez más intensa hasta desembocar en un desenlace que tocará profundamente a aquellos con conflictos no resueltos con la figura paterna y que acaba por conformar una obra tan liberadora como, en el fondo, profundamente conmovedora.
La Filmoteca de Extremadura proyecta Despedidas en el Centro Cultural Alcazaba el próximo jueves 21 de enero a las 20:30 horas

domingo, enero 03, 2010

LO MEJOR DEL 2009

Como siempre una vez que finaliza el año resulta un ejercicio interesante echar la vista atrás y seleccionar Lo Mejor del 2009 tanto en cine extranjero como en cine español. Quizás sea un impresión apresurada pero en líneas generales tengo la sensación que el año que acabamos de dejar atrás ha elevado el nivel de calidad respecto a años precedentes: solo en lo que se refiere a cine extranjero no me ha costado demasiado realizar una selección previa de una treintena de títulos, algo que no recuerdo que ocurriera en los últimos años. Algo parecido me ha sucedido con el cine español del 2009: aun faltándome por ver alguna que otra película fundamental, no he tenido que rebuscar mucho para recordar al menos quince títulos que me han parecido interesantes o dignos de mención. En fin, dejémonos de preámbulos y vamos con ello:

CINE EXTRANJERO

10. PONYO EN EL ACANTILADO de Hayao Miyazaki (Japón)

Resulta difícil resistirse a la magia del nuevo trabajo del maestro Miyazaki, una joyita llena de encanto que pueden disfrutar con igual deleite pequeños y mayores. La desbordante imaginación de Miyazaki al servicio de la historia de amor entre una obstinada pececilla y un niño de 5 años nos regaló momentos impagables - ¡esa cena con Ponyo descubriendo el infinito placer que proporciona la comida! – todo un mundo de fantasía oceánico al que rendirse maravillado y una pegadiza cancioncilla corolario de una enorme BSO del gran Joe Hisaishi. Conseguía reconciliarnos con su desarmante inocencia con esa pequeña parte de nosotros que aun se resiste a crecer del todo.

09. REVOLUTIONARY ROAD de Sam Mendes (USA)

La novela de Richard Yates era desoladora. La película de Mendes le hace justicia. La vida, según a que alturas, no se deja coger tan fácilmente: de hecho, puede revolverse y llevárselo todo por delante, arrasar con el simple adocenamiento, la repetición, el conformismo, el conservadurismo, el miedo. Y de repente un día te levantas y puede que caigas en la cuenta de algo que posiblemente en el fondo siempre has sabido: no eres especial, sino como todos los demás. Ésta es tu vida y no te queda otra que aguantar con ella. O no. Revolutionary Road retrata con brillantez el reverso tenebroso de los sueños, es decir, la forma en la que la introducción de los mismos en unas vidas normales puede provocar la desdicha más absoluta. Di Caprio y Winslet están esplendidos, los que les rodean también. Provoca un terrible escalofrío pensar que lo que narra Revolutionary Road algún día también puede pasarte a ti. Y el último plano es de una crueldad y una dureza tal que se te queda grabado a fuego como uno de los momentos del año.

08. CEREZOS EN FLOR de Doris Dörrie (Alemania)

Hay películas que uno selecciona entre sus favoritas del año por razones que tienen mucho más que ver con la emoción que son capaces de provocar que con cualquier otra consideración. Es el caso de Cerezos en Flor: navega con soltura en el difícil filo que separa sensibilidad de sensiblería y por momentos, parece a punto de descontrolarse y optar por el camino de la lágrima fácil. Pero muy al contrario, la sobria puesta en escena de Dörrie, un sólido guión que además de homenajear abiertamente a Cuentos de Tokio de Ozu no deja que la historia se desborde por lo lacrimógeno, la espléndida interpretación de un gran Elmar Wepper ganándose el cariño y la comprensión del espectador y la hábil colocación de algún sutil recurso humorístico para desengrasar cuando el drama amenaza con apoderarse de la función dan como resultado una película que consigue abrirse paso al corazón del espectador con una desarmante facilidad y hacer brotar genuina emoción en escenas tan hermosas como la que transcurre a los pies del Monte Fuji, donde puede experimentarse una suerte de catarsis de emotividad y dar rienda suelta a los sentimientos que llevan embargándonos gran parte del metraje.

07. LOS MUNDOS DE CORALINE de Henry Selick (USA)

Los Mundos de Coraline es la prueba evidente de que, contrariamente a lo que muchos piensan, la animación artesanal tiene su hueco más allá del mundo digital y puede, con un gran uso del 3D, seguir conquistando al espectador siempre que esté al servicio de una buena historia y caiga en las manos de un autor capaz tanto de desplegar cantidades ingentes de imaginación como de no temblarle el pulso lo más mínimo al enlazar con una tradición que se ha venido perdiendo con el tiempo: no menospreciar la capacidad de los niños para entender los cuentos sin importar lo tenebrosos y oscuros que puedan resultar, algo que todos parecemos haber olvidado. Y es que Coraline es una película insólita y atrevida: siguiendo el original de Neil Gaiman, la negrura, el drama con tintes psicológicos y cierto toque de perversidad juguetona se conjuran con el talento visual de Selick para crear una de las propuestas más arrebatadoras y fascinantes del año.

06. EL SECRETO DE SUS OJOS de Juan José Campanella (Argentina)

Campanella parece haber encontrado con esta más que notable película la formula ideal para, sin abandonar sus señas de identidad habituales, mezclar elementos nuevos procedentes de más géneros y arriesgarse a explorar las posibilidades que éstos ofrecen. Juega Campanella con el pasado y el presente para contarnos la historia de una obsesión que se entrelaza con la memoria sentimental de Expósito (soberbio Ricardo Darín) que recurriendo de nuevo a la mujer que dejó atrás en aquel tiempo para que le ayude a desenterrar el pasado, busca una forma no ya de ajustar cuentas con los responsables de un crimen no resuelto, sino consigo mismo y con los errores cometidos en una vida que, como se recuerda varias veces a lo largo del filme, no es otra sino la misma. Película de inolvidables personajes y diálogos, capaz de estremecer, emocionar y hacer reír a un tiempo, nos dejó de la mano de un secundario genial, ese borrachín brillante y leal interpretado por Guillermo Francella, una de las frases del año: “Se puede cambiar de nombre, de ciudad, de mujer y hasta de religión, pero uno no puede cambiar de pasión” Amen.

05. VALS CON BASHIR de Ari Folman (Israel)


Ari Folman descubrió un día que no guardaba recuerdo alguno de su participación como soldado en la I Guerra del Líbano. Y decidido a tirar del hilo de su memoria huidiza, descubrió que la imposibilidad de asumir su participación indirecta en los terribles hechos que condujeron a la matanza de tres mil refugiados palestinos en los campos de Sabra y Chatila era la responsable de ese vacío. Conmocionado, decidió contar esa historia inventando de paso un nuevo género: el documental de animación. Mano a mano con el ilustrador David Polonsky, Folman utiliza las inmensas posibilidades narrativas de la animación para ofrecer una visión de la guerra cuya mayor inteligencia es saber dar con un tono propio hasta enfrentarnos con el horror del que ya hablaron Conrad y Coppola, ese horror que demuestra que el ser humano es perfectamente capaz de llevar a cabo las más terribles acciones contra sus semejantes sin el más mínimo atisbo de reparo moral. Vals con Bashir no solo es una película impresionante e imprescindible, es una valiosa innovación del lenguaje cinematográfico a través del cual Folman consigue, en ese valiente proceso personal de recuperar su propia conciencia, despertar la nuestra.

04 UP de Pete Docter y Bob Peterson (USA)

La enésima joya de Pixar correspondiente a este año consistía en una propuesta de alto riesgo: ahí es nada poner en pie un argumento que desgranado en unas cuantas líneas resultaba hasta algo estúpido y que sin embargo funciona a la perfección en una insuperable mezcla de humor, surrealismo, cine de aventuras y hasta drama por la pérdida: esa es la magia de Pixar, capaz en su atrevimiento de resumir toda una existencia y ofrecer a la vez una majestuosa lección del uso de la elipsis cinematográfica al comprimir en apenas cuatro minutos varias décadas de convivencia de una pareja en lo que sin duda es no solo una de las grandes secuencias del año, sino una de las escenas más maravillosas y emocionantes que han iluminado una pantalla en los últimos tiempos. Puro cine.

03. THE VISITOR de Todd McCarthy (USA)

El triunfo de lo sencillo: un viudo apático y desilusionado de la vida conoce a una pareja de inmigrantes que se han establecido en su piso de Nueva York y en vista de su situación, les da una oportunidad para seguir viviendo allí sin saber que en realidad se la está dando a si mismo. Aprender a tocar el djembe, confiar, dejarse llevar, abrirse a nuevas experiencias, incluso al amor… y rebelarse ante lo arbitrario, lo injusto de una cultura del miedo que tanto daño ha hecho a la otrora conocida como Tierra de las Oportunidades. Richard Jenkins, eterno secundario, está inconmensurable en esta historia pequeña que acaba por hacerse grande, muy grande, en el corazón y la mente del espectador…

02. DÉJAME ENTRAR de Tomas Alfredson (Suecia)

Probablemente la película más original del año, una mezcla irresistible de terror y ternura, un cuento de hadas glacial y desolado que tiene el atrevimiento de mezclar la calidez del despertar del primer amor con el horror que supone ser consciente que la criatura que inspira esos sentimientos está muy lejos de ser una niña convencional. Déjame Entrar es todo menos una película convencional, funciona a muy diversos niveles gracias a un excepcional sentido de la puesta en escena y del uso del off visual por parte de su realizador, que consigue una joya de sensaciones encontradas mientras construye esa relación de entendimiento y necesidad mutua que desemboca en un final tan prodigioso como coherente.

01. STILL WALKING de Hirokazu Kore-Eda (Japón)

El autor de la impresionante Nadie Sabe consigue rescatar y poner al día el espíritu del mejor Ozu para narrar con una precisión y una facilidad envidiable los secretos, reproches y enfrentamientos soterrados de los miembros de una familia que se reúne un fin de semana para conmemorar el aniversario de la muerte del añorado hijo mayor. Ese relato subterráneo que jamás aflora al exterior – y menos en una sociedad en la que se cuidan tanto las apariencias como la japonesa – va quedando progresivamente claro en la mente del espectador sin que jamás haya que subrayar nada, sin dar una sola voz más alta que otra. Puede parecer fácil, pero no lo es en absoluto y alcanzar ese nivel de perfección narrativa no está al alcance de todos: Kore Eda consigue que absolutamente todos los personajes que desfilan por la pantalla queden retratados con sus virtudes, sus miserias y sus contradicciones mientras coreografía una puesta en escena prodigiosa para conjugar los muchos elementos con los que juega a la vez en una obra brillante, redonda, madura, sutil y a la postre enormemente bella sobre la que uno puede volver cuantas veces quiera para maravillarse con su inteligencia y su gusto por el detalle. Una obra maestra.

Más allá de este Top Ten habría que nombrar al menos estas otras diez notables películas del 2009: El Lector, Malditos Bastardos, El Imaginario del Dr. Parnassus, La Clase, Distrito 9, Donde Viven los Monstruos, El Curioso Caso de Benjamín Button, Gran Torino, El Desafío: Frost contra Nixon y Gigante. Y también habría que hacer una mención especial para Avatar, que si bien es una película cuya irregularidad y excesos me disuaden de incluirla entre las mejores del año, he de confesar que es uno de los espectáculos que más me han deslumbrado y alucinado en una sala de cine en el 2009, el año que siempre recordaremos porque fue cuando empezamos a ver las películas en 3D.

CINE ESPAÑOL

05 LOS ABRAZOS ROTOS de Pedro Almodóvar

Pese a que en su momento supusiera una decepción personal por lo mucho que esperaba de ella, he de reconocer que Almodóvar sigue estando incluso en sus películas más desiguales unos cuantos peldaños por encima de la inmensa mayoría de los cineastas de este país. He de verla una segunda vez para confirmar esta sensación, pero con el paso del tiempo, reconozco que en mi recuerdo brillan más algunos de los buenos momentos de este sentido homenaje al cine y a sus creadores que sus desaciertos. Me quedo con Penélope Cruz rompiendo con José Luis Gómez mientras dobla a las espaldas de éste lo que está diciendo muda desde la pantalla, con el plano de unos amantes envueltos de forma sofocante en unas sábanas que se asemejan a un sudario, con los abrazos de unos amantes en una playa o en un sofá que no quieren romperse, con la brillantez de las escenas de Lola Dueñas, con la increíble belleza de la mejor BSO del año, rematada con ese A Ciegas que con los arreglos de Alberto Iglesias y en la voz de Miguel Poveda me sigue poniendo los pelos de punta… Almodóvar está en la encrucijada, si, pero Los Abrazos Rotos si está para mi pese a todos mis reparos entre lo más destacable del cine español del 2009.


04 EL TRUCO DEL MANCO de Santiago Zannou

Una de las sorpresas más agradables del año fue el descubrimiento de un cineasta con las ideas muy claras de lo que quiere transmitir con su trabajo, capaz de construir un discurso coherente e insobornable y llevarlo hasta sus últimas consecuencias con la complicidad de un Langui que borda su papel de discapacitado capaz de sobreponerse a todo simplemente porque, ay amigo, no quedan más huevos. La marginalidad vista no desde el morbo, sino desde el conocimiento, la honestidad y el respeto en una de las mejores historias que ha dado el cine español este año, un puñetazo encima de la mesa que a muchos nos dejó noqueados y con ganas de más. Este año he tenido el enorme privilegio de conocer un poco a Santiago y admirar su pasión por el cine, su entrega y su compromiso. Nos va a dar muchas grandes cosas en el futuro.

03 AGORA de Alejandro Amenábar

Algunos dirán que es pura ambición, pero mi corazón ama a los cineastas que se la juegan a fondo con cada película nueva que hacen. Amenábar pertenece a esa raza. Sigue los pasos de Kubrick sin disimulo, cambiando de género con cada nuevo proyecto y utilizando su enorme talento visual al servicio de una historia que nació, quien lo diría, de la pasión de su autor por la astronomía hasta convertirse en una compleja superproducción que reflexiona con inteligencia sobre los peligros, tan actuales hoy como entonces, del fanatismo y la intolerancia que surgen del fundamentalismo religioso. Con una magnífica Rachel Weisz convertida en los ojos y el alma de la película, Agora se embarca en un viaje por el conocimiento y la lucha rampante del cristianismo por hacerse con el poder político que aunque en algún momento puntual pueda faltarle algo de emoción para acabar de conquistar al espectador me parece que tiene el mérito incuestionable de sumergirle con enorme convicción en ese mundo, ese crisol de culturas, sectarismos y odios, entretenerle al tiempo que le obliga a reflexionar sobre nuestra triste condición como especie, hoy como entonces. No es poco logro.

02 CELDA 211 de Daniel Monzón

Hay algo extremadamente inquietante en esta película: la identificación con esa bestia parda fascinante llamada Malamadre a la que obliga al espectador nos lleva por unos recovecos interiores francamente extraños. La interpretación de Luis Tosar resulta contundente, la evolución de esa relación de confianza y lealtad que desarrolla con el personaje de Alberto Ammán está bien contada y resulta creíble pero es en el poderío visual de la puesta en escena de Daniel Monzón, que da en esta película un enorme paso adelante respecto a su anterior filmografía, donde residen las mejores virtudes de una película que te agarra por el cuello desde el primer instante, te embarca en un viaje trepidante por terrenos desconocidos y no te suelta hasta su resolución, dejando un inmejorable sabor de boca en el zarandeado espectador, que sale convencido de haber asistido a un gran espectáculo donde hay asimismo espacio para la reflexión. Cine poderoso y estimulante, Celda 211 es uno de los grandes logros del año del cine español.

01 PAGAFANTAS de Borja Cobeaga.

Borja Cobeaga tiene el mérito de haber hecho una película muy necesaria para muchos en la que podemos vernos reflejados como en un espejo y, lo que es más importante, ser capaces de reírnos abiertamente de nosotros mismos y nuestras tristes circunstancias. Su mezcla irresistible de crueldad y ternura, su descripción documental de algunos comportamientos destinados al fracaso o al sufrimiento en nuestro deseo de conseguir a mujeres inalcanzables nos quieren “pero solo como un amigo”, el fino trabajo del tan abrazable como asesinable pringado Gorka Otxoa, sus impagables gags a costa de Enrique Bunbury y su honestidad y coherencia final hacen de esta maravillosa y brutal comedia en opinión del que esto escribe la gran película española del año. Por motivos personales e intransferibles, claro, pero cuando a uno le tocan la fibra (y esta película me la toca sobremanera) pasa lo que pasa…

Más allá de estas cinco podríamos nombrar 25 Kilates, La Vergüenza, 3 Días con la Familia, Castillos de Cartón, la recientemente estrenada – corran a verla si aun tienen ocasión – Animales de Compañía, La Casa de mi Padre, Hollywood Contra Franco, [REC]2, Retorno a Hansala, Petit IndiCreo sinceramente que el 2009 ha sido un año estupendo en lo que al cine español se refiere. Convendría hacer una mención especial a Planet 51, por el enorme mérito que tiene conseguir hacer una película así, aunque no pueda compararse (todavía) con un producto Pixar. También he de decir que, como todos los años y pese a mis deseos, aun tengo lagunas muy importantes en lo que al cine español se refiere: Gordos, V.O.S., After, Garbo el Espía...

En fin, esto es para mi lo más destacado del 2009... ¿y para vosotros?