Sucedió hace casi un año, en la entrega del Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa. Sentía curiosidad por saber cuál de nuestras dos películas candidatas y grandes favoritas – Vals con Bashir o La Clase, que habíamos tenido el privilegio de disfrutar apenas unas semanas atrás en el III Festival de Cine Inédito – se llevaría la estatuilla. De repente se oyó Okuribito y un puñado de emocionados japoneses subieron al estrado entre lágrimas a recoger el Oscar. Perplejo, me pregunté que tendría aquella desconocida película para derrotar dos propuestas tan magníficas como la israelí y la francesa.
Cuando meses después vi por fin Despedidas entendí las razones que habían llevado a los académicos a decantarse por ella. Eran las mismas por las que los votos del público convirtieron a Cerezos en Flor en la triunfadora de ese mismo III Festival de Cine Inédito: una historia sencilla, contada con sensibilidad e inteligencia, conectada de un modo íntimo con la muerte hasta convertirse en un canto a la vida y a la reconciliación con uno mismo y su lugar en el mundo, sabía como abrirse paso con facilidad hacia el corazón del espectador. Cuando una película consigue generar esa sensación, resulta una tarea inútil dejarse llevar por otros argumentos. Y si algo tiene a su favor Despedidas es su indiscutible capacidad para emocionar.
Despedidas narra la historia de Daigo, un violonchelista que tras quedarse en paro al disolverse la orquesta en la que trabajaba convence a su esposa Mika para irse de Tokio hacia la pequeña localidad de Sakata y empezar una nueva vida. Daigo necesita un nuevo trabajo y lo encuentra en una funeraria donde pese a las lógicas reticencias que le provoca trabajar con los muertos, acabará por aprender la ceremonia del nokan, una forma tradicional de preparar el cadáver para su tránsito hacia la nueva vida, un ritual complejo y coreografiado hasta el más mínimo detalle cuya importancia reside en la habilidad de quien lo ejecuta para transmitir serenidad a los familiares y amigos del mismo.
El director Yojiro Takita es perfectamente consciente de la enorme fuerza visual de dicho ritual y de su capacidad para conectar con todo tipo de espectador más allá de fronteras y culturas, pues hay algo común a todos los seres humanos cuando se trata de enfrentarse con la propia mortalidad, esa necesidad de llevar a cabo una comunión espiritual que nos permita aceptarlo con naturalidad. Es por ello que cuando Daigo o su maestro Ikuei realizan el nokan uno no puede sino conmoverse con la belleza de esa ceremonia llena de sensibilidad y respeto que choca frontalmente con las urgencias de la vida moderna y que se erige así en sencilla metáfora de lo que sucede en la sociedad japonesa, tan dividida siempre entre su inevitable occidentalización y el apego a sus tradiciones, aunque no cabe ninguna duda - y sin duda ese es uno de los grandes logros de Despedidas - que semejante mirada no nos resulta localista, ajena o incomprensible sino muy al contrario universal, cercana y perfectamente entendible.
Es cierto que en Despedidas conviven la sutilidad y la inteligencia con la que se narran algunos aspectos – la historia entre la dueña de los baños y el empleado, la ausencia de música en el nokan que refuerza esa sensación de tiempo detenido, los progresivos acercamientos dentro del plano de Daigo y Mika según se van reencontrando, el uso del humor para desactivar el exceso de drama – con algunas decisiones discutibles – la tendencia al subrayado emocional de la hermosa música de Joe Hisaishi, esos obvios planos de los salmones contracorriente o Daigo tocando el violonchelo en el campo – pero lo fundamental de una película como ésta, aun a riesgo de que pueda ser acusada de sentimentalista, es su habilidad al generar una emoción contenida que, de forma paralela al proceso personal de su protagonista, se va revelando cada vez más intensa hasta desembocar en un desenlace que tocará profundamente a aquellos con conflictos no resueltos con la figura paterna y que acaba por conformar una obra tan liberadora como, en el fondo, profundamente conmovedora.
La Filmoteca de Extremadura proyecta Despedidas en el Centro Cultural Alcazaba el próximo jueves 21 de enero a las 20:30 horas
Cuando meses después vi por fin Despedidas entendí las razones que habían llevado a los académicos a decantarse por ella. Eran las mismas por las que los votos del público convirtieron a Cerezos en Flor en la triunfadora de ese mismo III Festival de Cine Inédito: una historia sencilla, contada con sensibilidad e inteligencia, conectada de un modo íntimo con la muerte hasta convertirse en un canto a la vida y a la reconciliación con uno mismo y su lugar en el mundo, sabía como abrirse paso con facilidad hacia el corazón del espectador. Cuando una película consigue generar esa sensación, resulta una tarea inútil dejarse llevar por otros argumentos. Y si algo tiene a su favor Despedidas es su indiscutible capacidad para emocionar.
Despedidas narra la historia de Daigo, un violonchelista que tras quedarse en paro al disolverse la orquesta en la que trabajaba convence a su esposa Mika para irse de Tokio hacia la pequeña localidad de Sakata y empezar una nueva vida. Daigo necesita un nuevo trabajo y lo encuentra en una funeraria donde pese a las lógicas reticencias que le provoca trabajar con los muertos, acabará por aprender la ceremonia del nokan, una forma tradicional de preparar el cadáver para su tránsito hacia la nueva vida, un ritual complejo y coreografiado hasta el más mínimo detalle cuya importancia reside en la habilidad de quien lo ejecuta para transmitir serenidad a los familiares y amigos del mismo.
El director Yojiro Takita es perfectamente consciente de la enorme fuerza visual de dicho ritual y de su capacidad para conectar con todo tipo de espectador más allá de fronteras y culturas, pues hay algo común a todos los seres humanos cuando se trata de enfrentarse con la propia mortalidad, esa necesidad de llevar a cabo una comunión espiritual que nos permita aceptarlo con naturalidad. Es por ello que cuando Daigo o su maestro Ikuei realizan el nokan uno no puede sino conmoverse con la belleza de esa ceremonia llena de sensibilidad y respeto que choca frontalmente con las urgencias de la vida moderna y que se erige así en sencilla metáfora de lo que sucede en la sociedad japonesa, tan dividida siempre entre su inevitable occidentalización y el apego a sus tradiciones, aunque no cabe ninguna duda - y sin duda ese es uno de los grandes logros de Despedidas - que semejante mirada no nos resulta localista, ajena o incomprensible sino muy al contrario universal, cercana y perfectamente entendible.
Es cierto que en Despedidas conviven la sutilidad y la inteligencia con la que se narran algunos aspectos – la historia entre la dueña de los baños y el empleado, la ausencia de música en el nokan que refuerza esa sensación de tiempo detenido, los progresivos acercamientos dentro del plano de Daigo y Mika según se van reencontrando, el uso del humor para desactivar el exceso de drama – con algunas decisiones discutibles – la tendencia al subrayado emocional de la hermosa música de Joe Hisaishi, esos obvios planos de los salmones contracorriente o Daigo tocando el violonchelo en el campo – pero lo fundamental de una película como ésta, aun a riesgo de que pueda ser acusada de sentimentalista, es su habilidad al generar una emoción contenida que, de forma paralela al proceso personal de su protagonista, se va revelando cada vez más intensa hasta desembocar en un desenlace que tocará profundamente a aquellos con conflictos no resueltos con la figura paterna y que acaba por conformar una obra tan liberadora como, en el fondo, profundamente conmovedora.
La Filmoteca de Extremadura proyecta Despedidas en el Centro Cultural Alcazaba el próximo jueves 21 de enero a las 20:30 horas
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