lunes, febrero 28, 2011

OSCAR 2011 Nada, que no hay manera...

El que mejor lo resumió fue Steven Spielberg. Antes de entregar el Premio a la Mejor Película, recordó – nunca sabremos si de motu propio o debido a una inspiración brillante de algún guionista anónimo – que las películas perdedoras engrosarían las listas de títulos hoy tan indiscutibles como Ciudadano Kane, El Graduado o Toro Salvaje que en su momento tampoco consiguieron el reconocimiento que merecían. Es parte del juego. Así pues, La Red Social, Cisne Negro, Origen o Valor de Ley, obras todas ellas que es posible que con el paso de los años permanezcan más en la memoria del espectador que la aseadita y por otra parte irreprochable El Discurso del Rey, tienen argumentos para consolarse.

Confieso que me da una pereza considerable escribir la crónica de los Oscar de este año. Ni siquiera para afilar el colmillo y ponerme a despotricar en modo cínico, como a veces sucede con alguna película que pide a gritos que se le haga un traje a medida en una crítica. Pero es que me pasó lo mismo cuando vi El Discurso del Rey: muy bonita, muy correcta, muy bien interpretada, simpaticona a ratos… pero tan anodina y mil veces vista que ni me apeteció ponerme a juntar palabras para hablar de ella en su momento. Con los Oscar de anoche igual: siendo el de los actores el colectivo más numeroso de entre todos los gremios que pueblan ese ente tumultuoso llamado Academia de Hollywood era evidente que una película que trata de un actor ayudando a un aspirante a actor (¿Qué significa ser Rey sino interpretar a la perfección un papel marcado de antemano?) a sobreponerse a sus limitaciones para llevar a cabo la interpretación de su vida iba a acariciar ese ego imposible de subestimar de los actores hasta el punto de provocar diversos desatinos consecutivos, a saber: que su funcional guión – repleto de diálogos brillantes e irónicos, cierto, pero con una estructura de manual incapaz de proporcionar la más mínima sorpresa – se impusiera a la arriesgada propuesta de Christopher Nolan en Origen (que tiene sus fallos, claro, pero que intuyo que su mayor defecto posiblemente sea resultar incomprensible para muchos de los que tenían que votarla…), que Tom Hooper se llevara Mejor Dirección por encima de los en mi opinión mucho más brillantes (y difíciles) trabajos de Fincher, Aronofsky y los Coen y que finalmente ganara el Oscar a la Mejor Película, confirmando que esto del voto preferencial es un arma de doble filo: como seguramente sabe muy bien Harvey Weinstein si tienes una de esas películas sencillas y efectivas capaces de emocionar un poco, gustar a casi todo el mundo y de la que apenas puedes decir nada malo, conseguirás que la mayoría de Académicos la pongan en su top-3 y te llevarás el premio gordo. Y si no, siempre te queda en la recámara The Fighter, una especie de versión white trash con ramalazos indie de la misma película – analícenla un poco detenidamente y se darán cuenta de ciertas semejanzas sonrojantes – con la que rebañar dos interpretaciones de reparto y hacer la gracia completa.

Empezaba a estar mal acostumbrado. Los triunfos en pasadas ediciones de En Tierra Hostil y No Es País Para Viejos me habían creado la ilusión de que algo se movía en la Academia y que ese colectivo tradicionalmente conservador e inmovilista empezaba a cogerle el gustillo a propuestas algo más arriesgadas. Pero lo que está claro es que una propuesta sencilla, bien hecha y con capacidad de emocionar, por mil veces vista que sea su fórmula, tiene más fácil conseguir el consenso necesario que películas que, aunque a mi me parezcan muy superiores, son mucho más incómodas para el espectador medio. Porque sin duda a más de uno le habrá repelido la sensación desasosegante que te crean películas tan distintas como Cisne Negro o Winter’s Bone, porque el retrato francamente desolador de las miserias de nuestro tiempo, protagonizado por niñatos francamente antipáticos que es La Red Social resulta de lo más indigesto, porque un western como Valor de Ley no es un western como los de antes ni tampoco una obra desmitificadora o crepuscular, porque Origen peca de arriesgada, de enrevesada, de demasiado pretenciosa y repleta de efectos visuales, porque Toy Story 3, en fin, son muñecos animados y ya tienen su Oscar en su propia categoría, porque The Fighter como ya he dicho, es una variante boxística de El Discurso del Rey (y sin tanto glamour donde va a parar, que en una hablamos de la realeza inglesa, bien vestida, educada y todo eso y en otra no dejan de ser unos pobres malhablados, horteras, putones y hasta yonkis) y porque Los Chicos Están Bien y 127 Horas, simplemente, son aun peores películas.

Así pues paso de rasgarme las vestiduras con el triunfo de El Discurso del Rey, porque me parece lógico, por más que sea un paso atrás respecto a ediciones anteriores. De la misma forma, nada hay que reprochar a los cuatro premios de interpretación, Natalie Portman, Colin Firth, Melissa Leo y Christian Bale realizan trabajos irreprochables y aunque uno pueda guardar sus preferencias personales por Bardem, Jacki Weaver o Geoffrey Rush – lo de Natalie Portman no es ni siquiera discutible: su papel en Cisne Negro es impresionante – ésta es una de esas ocasiones en las que nada parece descabellado.


Por lo demás, todo siguió su curso con predecible e implacable lógica: los cuatro premios técnicos a Origen (los dos de sonido, Efectos Visuales y Fotografía, quizás la única algo discutible ante el trabajo de Matthew Libatique en Cisne Negro) y el reconocimiento en montaje, guión adaptado y BSO a La Red Social, siendo curioso en este último caso que primará más la idoneidad de la música de Trent Reznor y Atticus Ross a sus imágenes para crear esa atmósfera malsana que la grandiosidad sinfónica de Hans Zimmer para Origen o la belleza del tema central de Alexandre Desplat para El Discurso del Rey, partituras mucho más disfrutables fuera de la sala de cine, así como Mejor Película de Animación y Mejor Canción Original (el segundo oscar en 20 nominaciones de Randy Newman era, quien lo diría, la menos ñoña de las cuatro aburidísimas nominadas) para Toy Story 3 y dos premios también lógicos – Dirección Artística y Vestuario – para la decepcionante Alicia de Tim Burton. En cualquier caso, no deja de resultar algo alarmante y un mal síntoma que propuestas tan estimables como Valor de Ley o Winter’s Bone se fueran de vacío.

Por supuesto, a título personal me quedo con el enorme subidón de alegría y el orgullo que supuso que INSIDE JOB, el imprescindible documental que estuvo en el V Festival de Cine Inédito de Mérida el pasado diciembre, ganase el Oscar de su categoría, con lo que más de unos cuantos se sentirán hoy en mi ciudad como unos privilegiados. Lástima que no hiciera lo propio Incendies en Mejor Película de Habla No Inglesa para que la gracia fuera completa, pero era evidente, por razones parecidas a las expresadas al respecto del triunfo de El Discurso del Rey, que ganaría In a Better World, obra mucho más amable y menos incómoda que la canadiense que refleja mejor los gustos de la Academia.

En lo que se refiere a la Ceremonia, es evidente que la apuesta por rejuvenecer el show con James Franco y Anne Hathaway no salió como se esperaba. Más por la desidia de él, que pareció perdido e incómodo durante toda la gala, haciendo gala de una insólita indolencia como si la cosa no fuera con él, desbaratando los esfuerzos de su co-presentadora, fresca y entusiasta toda la noche. Cuanto más parecía esforzarse Hathaway – cambios de traje incluidos y ya tiene mérito: estaba impresionante en todos y cada uno de los hasta ocho que lució – por entretener y divertir al personal, más pasota y acartonado parecía el protagonista de 127 Horas, cuyo palpable aburrimiento se transmitía al espectador. La cosa alcanzó tintes dramáticos cuando apareció en escena Billy Crystal y más de uno se sintió inclinado a desear con todas sus fuerzas que se quedara sobre el escenario para animar aquello un poco. Encima dio paso a un virtual Bob Hope en lo que parecía un plan predestinado por unos guionistas malévolos para hundir definitivamente en la miseria al presentador masculino de la Gala. Las comparaciones resultaron más odiosas que nunca.

Resulta sorprendente, no obstante, la falta de ritmo y agilidad de la Gala, que resultó más rancia y vetusta que nunca cuando se presuponía que su apuesta por rostros frescos y jóvenes iba a ir en la dirección contraria. La corrección fue tal que ni el video introductorio con los presentadores recorriendo las películas nominadas en busca de inspiración en la figura de Alec Baldwin (¿un mal presagio?) ni el monólogo inicial se salió un milímetro del humor blanco que presidió toda la ceremonia, agrandando en el recuerdo el vitriolo exhibido por Ricky Gervais en los últimos Globos de Oro.

El único gran golpe de efecto de la ceremonia, la presencia de un semi momificado Kirk Douglas de 95 años tirando requiebros a Anne Hathaway y desesperando a las nominadas a mejor Actriz de Reparto (You know…?) duró un suspiro y es una muy mala señal que varias horas después era el único momento digno de recuerdo en una gala que inclusó se permitió el lujo de privarnos de la emoción de escuchar a Coppola, Eli Wallach y Kevin Bronlow, cuyos Oscar de Honor se les habían dado días antes en una ceremonia aparte, haciendo aun más absurda su fugaz presencia en el escenario.

Para cuando, tras la coronación final de El Discurso del Rey, un coro de melosos niños entonó la atemporal Over the Rainbow sobre el escenario – la ceremonia fue pródiga en homenajes nostálgicos aquí y allá, pero sin una idea central clara que vehiculara los mismos - ya hacía tiempo que estaba claro que habíamos asistido a la ceremonia más sosa de los últimos años, que los esfuerzos de la arrolladora Anne Hathaway habían resultado en vano – que lástima que a esta todoterreno no le pusieran un mejor partenaire – y que añorábamos tiempos mejores. Como dice Luis Martinez en su estupenda crónica en El Mundo “Que vuelva Billy Crystal. Ricky Gervais, solo tú eres necesario. Los demás son contingentes.” Pues eso.


domingo, febrero 27, 2011

PRE OSCAR 2011: Si yo fuera Academico en Hollywood...


Aviso para navegantes: no hay que entender este artículo, escrito muchas horas antes del comienzo de la ceremonia, como un intento de adivinar los designios inescrutables de ese colectivo de casi 6000 miembros sino como una reflexión sobre lo que un servidor habría hecho de haber tenido la ocasión de votar en las categorías más relevantes. Un juego con un punto absurdo, lo reconozco, pero en el que no puedo resistir la tentación de participar año tras año: al fin y al cabo nada hay más divertido que congratularse cuando los criterios de la Academia coinciden con los de uno e indignarse con ellos e incluso desacreditar su legitimidad cuando no. Es parte de su encanto.

Empezando por los premios de interpretación, en las categorías de reparto servidor se sentiría inclinado a elegir dos opciones que muy probablemente no se alzarán con la estatuilla: Hailee Steinfield, que en Valor de Ley mantiene el tipo de forma admirable tanto frente a Jeff Bridges como ante Matt Damon y que es el verdadero motor emocional del peculiar western de los hermanos Coen y Geoffrey Rush, cuya soberbia exhibición de talento encarnando a un muy peculiar profesor de dicción en El Discurso del Rey me parece, atención a la blasfemia, incluso más encomiable que su oponente Colin Firth en uno de los mejores duelos interpretativos vistos en una pantalla en los últimos años. Ganarán Melissa Leo y Christian Bale por The Fighter y son dos muy buenos trabajos, pero yo preferería a los ya mencionados

En Mejor Actriz creo que resulta incuestionable para cualquiera que haya visto la película que el trabajo de Natalie Portman en Cisne Negro, arrollador tanto en su vertiente física como en su parte más desquiciada y enferma es muy, muy superior al de resto de nominadas, mala suerte para una Annette Bening que siempre parece condenada a que cuando mejores papeles hace, siempre surge alguna rival - llamese Hillary Swank o Natalie Portman - con un papel aun más deslumbrante y para una sorprendente Jennifer Lawrence que sostiene sobre sus hombros todo el peso de una película tan arriesgada y magnífica como Winter’s Bone. Sería una enorme sorpresa y una gran decepción que este oscar, quizás el más cantado de la noche, no fuera para esa Beautiful Girl maravillosa, que ya apuntó al mismo de forma quizás algo prematura en Closer pero que ahora se lo tiene más que merecido...

El Mejor Actor probablemente recaiga en Colin Firth por El Discurso del Rey, uno de esos intérpretes magníficos de los que nunca recuerdas que estén mal en ninguna peli y que en este papel está inmenso, haciendo imposible no emocionarse con su lograda mezcla de fragilidad y determinación. Probablemente no sea injusto, pero sin que nadie interprete en esto una suerte de patriotismo mal entendido, creo que lo que Javier Bardem consigue en Biutiful resulta sencillamente sobrecogedor. Mi voto habría sido para él a pesar de que la película de Iñarritu me parezca de lo más fallida. El descomunal talento sin límites de Bardem es capaz de sobreponerse incluso a semejante elogio de la sordidez más extrema.


Tengo un serio dilema en la categoría de Mejor Director. Por un lado el trabajo de Darren Aronofsky en Cisne Negro me parece apabullante, me fascina creando una atmósfera malsana y mostrando el dolor y la belleza de la danza a un tiempo (espero que Matthew Libatique se lleve el Oscar a la Mejor Fotografía, por cierto). Sin embargo, creo que lo que hace David Fincher en La Red Social tiene aun más mérito ya que no resultaba nada fácil hacer un diagnóstico tan preciso de los males más evidentes de nuestra época a la vez que mantener intactos todo el ritmo y suspense que la propuesta requería con una película cuyo argumento es algo en apariencia tan poco atractivo como el nacimiento de Facebook. Eso haría que finalmente mi voto se inclinara por Fincher, de la misma forma que espero que Aaron Sorkin consiga su estatuilla como Mejor Guión Adaptado, pues la increíble combinación de talentos de ambos es la clave del éxito de La Red Social y que Nolan compense ganando el mejor Guión Original la injusta marginación que ha sufrido su excelente y algo incomprendida Origen.

Más sencilla me resulta la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa: la canadiense Incendies, ganadora del último Festival de Cine Inédito de Mérida, sería la lógica destinataria de mi voto. Por la misma razón y por coherencia, el imprescindible análisis de la crisis Inside Job sería mi preferida en una categoría, Mejor Documental, en la que no me molestaré demasiado si ha ganado la esplendida y provocativa Exit Through the Gift Shop: todo seguiría quedando en casa.

¿Y la Mejor Película? Bueno, recuerden que ésta es una categoría especial: aquí no se trata de elegir una sola de las nominadas sino ordenarlas según la preferencia, así que pueden ustedes consultar el listado adjunto para saber en qué orden habría colocado yo las diez películas nominadas en una edición en la que creo que hemos disfrutado de una excelente cosecha, quizás la mejor de la que va de siglo.

Orden de Preferencia de David Garrido Bazán de las diez nominadas a la Mejor Película

1. Toy Story 3
2. Origen
3. La Red Social
4. Cisne Negro
5. Winter’s Bone
6. Valor de Ley
7. El Discurso del Rey
8. The Fighter
9. Los Chicos Están Bien
10. 127 Horas

Hala, todo listo para empezar a disfrutar de los Oscar de este año, en buena compañía y despotricando de las decisiones de los Académicos, como debe ser... Mañana, Crónica y la tradicional Contracrónica

domingo, febrero 20, 2011

BERLINALE 2011 Palmares


Cuando uno acude a cualquier Festival, lo hace con la esperanza de descubrir una de esas películas que justifican por sí solas una Sección Oficial, esa joya emocionante que destile saber hacer cinematográfico, esa obra poderosa que te atrape y no te suelte desde su primer plano y que te haga sentir que has tenido el enorme privilegio de ser uno de los primeros en ver una película que en unos meses muchos podrán disfrutar. En esta 61ª Berlinale esa película es iraní, se llama Nadir y Simin, Una Separación y se ha llevado merecidamente no solo el Oso de Oro sino un doble premio de interpretación conjunto e innovador, pues tanto en Mejor Actor como en Mejor Actriz el Jurado resolvió que sería injusto dejarse a alguien fuera y han premiado a todos los actores y actrices que salen en el filme.

Nadir y Simin narra efectivamente una separación, la de una mujer con un visado para salir del país que quiere aprovechar a toda cosa y un hombre que tiene no solo que cuidar a un padre enfermo de Alzheimer sino serias dudas sobre la necesidad de abandonar Irán. En medio la hija de ambos, desconcertada ante la brecha abierta entre dos posturas irreconciliables. Pero hay mucho más: conservadurismo, tradición, religión a diversos niveles, honor, frustración, accidentes, demandas, juicios… Asghar Farhadi traza un preciso diagnóstico de una sociedad convulsa y amedrentada en la que se huele y se siente el miedo. Su análisis tiene mucho más efecto porque ni alza la voz ni se pretende política, por más que lo sea. Cuida a unos personajes que tienen sobradas razones para actuar como lo hacen e ilustra un guión preciso que nos embarca en un periplo tan fascinante como contundente. Gran cine.

El Gran Premio del Jurado a El Caballo de Turín, acompañado asimismo por un premio FIPRESCI de la crítica que estaba más que cantado, reconoce la peculiaridad de la propuesta más radical vista aquí, perpetrada con alevosía por Bela Tarr, realizador al que se admira o se odia sin términos medios y que de un padre y una hija encerrados en una cabaña y sometidos a condiciones cada vez más penosas es capaz de inducirte con la poderosa fuerza de sus imágenes y su ritmo comatoso a una especie de estado hipnótico durante las dos horas y media que dura. Tarr ha insistido varias veces en esta Berlinale que ésta será su última película como realizador. Es plausible que así sea dado que la depuración de su personal estilo conseguido aquí hace complicado imaginar hacia donde más podría evolucionar esta concepción del cine mucho más cercano al arte en estado puro que a la narrativa convencional.


El Perdón de la Sangre ha conseguido el Mejor Guión con una historia de rencillas entre clanes familiares que en la ignota Albania aun provocan deudas de sangre, obligando a familias enteras a recluirse en sus casas de forma indefinida so pena de ser cobradas con la muerte de los varones del clan si ponen un pie fuera de las mismas, con lo que son las mujeres las que han de tirar del carro para sobrevivir. Propuesta brillante que nos acerca a un país y unas costumbres medievales pero plenamente vigentes que ponen los pelos de punta.

Joshua Marston, que demostró sobradamente en su momento que sabía muy bien cómo meterse en la piel de los habitantes de otros países con aquella escalofriante historia de mulas que traficaban con bolas de cocaína que era María Llena Eres de Gracia consigue transmitir toda la frustración y la asfixia que produce la tradición y, en este aspecto, resulta curioso que esta estimable película comparta algunos elementos con la película iraní no estando tan distante una de otra como geográficamente los países donde se ambientan.


Por su parte El Premio, la historia con tintes autobiográficos de una madre y una hija que huyen de la represión de los militares argentinos refugiándose en una destartalada casa en la playa, una película con elementos interesantes y bien apoyada por la desarmante naturalidad de su niña protagonista pero algo lastrada por su fatigoso ritmo y reiteración, se ha alzado con la pedrea a la Mejor Fotografia y Mejor Diseño de Producción.

Algo que puede colar en el primer caso pero que quizás sea más discutible en el segundo habida cuenta de algunas de las otras propuestas que rondaban por aquí. En cualquier caso, el conocido romance de la Berlinale con el cine latinoamericano que probablemente consigue aquí más reconocimiento que en cualquiera de los otros tres grandes festivales europeos del año, sigue su curso con los premios a esta propuesta que ha despertado no pocas simpatías.

La cuota de reconocimiento al cine local, o sea al alemán, ha pagado su peaje con dos premios a todas luces excesivos, el de Mejor Director a Ulrich Köhler por Sleeping Sickness, una confusa y desnortada reflexión sobre las relaciones entre Occidente y África en la que todo está mucho más apuntado que bien resuelto. Entre esa medida ambigüedad y algún que otro extraño homenaje final a directores de culto de la cinefilia reciente Köhler ha conseguido su propósito de enredar a unos cuántos entre los cuales no puedo contarme.

El premio Alfred Bauer para la convencional If Not Us, Who? que recrea la relación entre el escritor Bernard Vesper y la futura integrante de la banda terrorista Baader Meinhof Gudrun Ensslim, obra que lejos de ensanchar los horizontes del cine como se supone que debería hacer más bien los estrecha al no ofrecer nada ni remotamente nuevo, resulta aun más inexplicable. Al menos el Jurado ha respondido al entusiasmo más o menos generalizado con el que la película ha sido recibida por la prensa alemana.


En el palmarés falta una notable película americana, Margin Call, que dramatiza con verismo, agudeza e inteligencia las horas anteriores al derrumbe del mercado financiero estadounidense desde el interior de una de esas corporaciones que jugaron un papel clave en aquel hundimiento deliberado. Pero no sobra casi nada de lo premiado, no hay desatinos vergonzosos y encima la española También la Lluvia se ha llevado el Premio del Público de la sección Panorama, con lo que hay motivos más que sobrados, además de esta maravillosa ciudad, para estar más que contentos con esta Berlinale. Un Festival al que espero fervientemente tener la ocasión de volver en el futuro.


Este articulo, levemente modificado, se públicó en el Periódico Voz Emérita el Lunes 21 de Febrero del 2011

martes, febrero 15, 2011

BERLINALE 2011 J05 Nader y Semin Una Separacion, The Future, El Caballo de Turin

NADER Y SIMIN, UNA SEPARACION. Diagnostico de un país

Asghar Farhadi ya demostró sobradamente en su anterior película About Elly que era un director con recursos sobrados para trazar un retrato preciso de algunos de los males más notorios que aquejan a la sociedad iraní sin necesidad de aspavientos ni de levantar demasiado la voz, que ya se sabe que hacerse notar de manera evidente no es algo que las autoridades lleven bien y si no que se lo digan al pobre Jafar Panahi. En aquel estimable filme Farhadi se las apañaba para, con una variación sobre Antonioni, colocar a sus universitarios y acomodados protagonistas en una situación insostenible por el peso de la intolerancia, la tradición y la decencia asfixiando sus movimientos hasta lo irresoluble, lo que en cierta forma venía a afirmar la imposibilidad por parte de esa sociedad mucho más compleja y menos monolítica de lo que parece a simple vista de soslayar algunas de sus más tristes señas de identidad.

Nader y Simin comienza como lo que el resto de su título indica, con los dos protagonistas escenificando delante de un juez su separación en un largo plano fijo en el que ambos tienen espacio para expresar sus encontradas posturas: ella tiene un visado temporal y por lo tanto una ventana abierta por la que escapar hacia espacios más tolerantes. Él tiene un padre con Alzheimer del que ocuparse y ciertas reticencias a lanzarse a semejante aventura. Entre medio, la hija de once años de ambos que no podrá abandonar el país sin el permiso paterno. El choque de posturas enfrentadas es inevitable, Simin hará las maletas y se irá a casa de su madre y Nader se verá obligado a contratar a alguien para que cuide de su padre mientras trabaja, con consecuencias inesperadas, ya que una serie de catastróficas desdichas encadenadas acabará sumiendo tanto a su familia como a la de su contratada, de una clase social inferior a la suya, en una espiral de lesiones, pérdidas, peleas y demandas por ese honor y la decencia en cuyo nombre se cometen tantos desmanes que conforman un inquietante retrato de una sociedad con serios problemas para enfrentarse a sus conflictos más lacerantes.



A veces realizar una película política consiste precisamente en esquivar la política para hablar de lo cotidiano con una naturalidad desarmante pero una intención inequívoca. ¿Hubo acaso una mejor denuncia del franquismo que las películas que Azcona, Ferreri y Berlanga realizaron en su momento? Pues Farhadi se aplica el cuento y deslumbra con una película magnífica en la que todo está medido de forma extraordinaria, donde no se da una puntada sin hilo y en la que ante nuestros impávidos ojos y con estructura casi de thriller costumbrista se van desgranando poco a poco las miserias de una sociedad acorralada, con sus parados frustrados, con unos niños que aprenden por las malas una moral dudosa y que no tienen en el comportamiento de sus padres precisamente el mejor ejemplo, en el que los jueces actúan con una frialdad y una determinación a menudo sorda, en el que las mujeres juegan un papel conciliador fundamental que es proporcional al desamparo que sufren en una sociedad que lejos de protegerlas las condena por su simple condición, en la que a muchos hombres no les queda mayor refugio que el del honor mal entendido y en la que la religión se vive en muy diversos grados mientras las diferencias de clase siguen siendo igual de patentes que siempre.

Es Nader y Simin Una Separación una película luminosa tanto por lo que muestra como aun más por lo que no y uno intuye y sobre todo por la modélica forma en la que construye semejante entramado de situaciones y relaciones, en la que todos los personajes que desfilan por la pantalla tienen más que sobradas razones para actuar como lo hacen, en la que el blanco y el negro no existe sino una amplia tonalidad de grises que no hacen sino aumentar la confusión. Sobrevuela sobre todos una palpable sensación de miedo no solo al estado sino al desamparo, la humillación y la exposición pública que esclerotiza a una población amedrentada.

Farhadi, ayudado por un reparto más que ajustado – ellos están bien, pero todas las actrices, niñas incluidas, están sencillamente impresionantes - y un medido sentido de la puesta en escena, construye la tensión y cuadra el drama hasta desembocar en un plano final antológico de esos de los que uno tarda en deshacerse y que le persigue mucho tiempo después de que las luces se hayan encendido pero no hayan conseguido ahuyentar las sombras que se instalan en tu cabeza, la congoja que se te queda dentro. Y sientes que por fin has asistido a una de esas obras importantes que justifican por sí solas un festival. Es tan buena que no sería de extrañar que el Jurado, en uno de esos ataques de ir a contracorriente de la opinión común de crítica y público que a veces les entran, la dejara fuera de un Palmarés que visto lo visto hasta ahora debería coronarla como sin duda merece.

THE FUTURE, Pareja de memos en crisis

No le hizo demasiado bien a Miranda July sacar a la palestra su película el mismo día que Farhadi arrasaba con su propuesta. Frente al vendaval de talento del iraní, la estadounidense apenas podía oponer un intento mal encaminado de ofrecer frescura en una nueva crisis, esta vez la de un par de treintañeros desubicados, confusos y deseosos de enfrentarse al alineamiento general sin otras armas que un sentido del humor algo absurdo, una falsa inocencia que esconde una profunda insatisfacción vital y el empeño en autoafirmarse aunque sea a costa de dejarse por el camino todo lo importante.

La pareja en cuestión, encarnada por la propia Miranda July – que ya hizo lo propio en la curiosa y en mi opinión algo sobrevalorada por la crítica Tu, Yo y Todos los Demás – y Hamish Linklater decide que para dar un salto adelante en su relación necesitan dar el muy trascendente paso de adoptar un gato enfermo, que por cierto en un detalle de originalidad es el narrador en off de la función (?), y mientras esperan a que le den de alta en la clinica veterinaria resuelven disfrutar de sus últimos días de libertad (??) antes de adquirir semejante responsabilidad dejándose llevar, abandonando sus respectivos y al parecer muy esclavizantes trabajos y buscar cierta esquiva realización personal.

Lo que puede pasar al jugar con estas cosas es que a veces los experimentos pueden salir algo rana y a falta de una cabeza algo ordenada – lo que no es el caso en este par de memos por más que la directora se empeñe en dotarles de una patina de trascendencia menos creíble que la presunción de inocencia de Berlusconi – uno se puede acabar metiendo en un jardín considerable y acabar mandándolo todo al garete. Aun reconociendo que hay momentos en los que la película de July tiene gracia y cierto sentido del humor bizarro, la verdad es que la sensación general es que uno está ante una pedante tomadura de pelo, que sus autores están tan encantados de haberse conocido que dan por sentado que lo que cuentan es gracioso, poético o relevante cuando la mayor parte de las veces resulta patético, ñoño y pretencioso.


El poco juego que ofrecen ciertas reflexiones sobre la madurez y la vida en pareja quedan solapadamente ahogados por su afán constante de señalarse a si misma como una propuesta fresca y diferente sobre un tema sobado, con lo que al final lo que resta es uno de esos platos que sobre la receta tenían muy buena pinta pero a los que no apetece mucho hincarle el diente aunque al final sean comestible.

EL CABALLO DE TURIN, La apoteosis del estilo Bela Tarr

Bela Tarr es uno de esos autores con los que una vez que te encuentras de frente ante cualquiera de sus obras no te queda mayor opción que o bien convertirte en su defensor acérrimo y batirte en duelo dialéctico contra todo aquel que ose despreciar sus propuestas o tomar el bando contrario y huir despavorido con la sola mención de su nombre, dado que su muy personal concepción del cine, esteticista, abigarrada y atmosférica, tan tendente a echar al personal a patadas de las salas de cine porque sus obras están más cerca de aquel arte y ensayo que tanto se llevaba en tiempos que de lo que circula no ya por las salas de cine convencionales sino por los festivales más distinguidos, no deja lugar alguno para el término medio. Reconozco que tras alguna que otra terrible experiencia en festivales, yo era de los que pertenecía a este segundo grupo. Y puede que aun lo siga siendo porque no seré yo quien recomiende de forma temeraria a todo el mundo el visionado de su nueva película, pero lo cierto es que no me queda más remedio que reconocer que el cine de este hombre resulta tan apabullante que la digestión puede extenderse hasta muchas horas después que hayas terminado (o no) de ver su película. Lo que tampoco tengo claro si es o no algo bueno. Pero que deja huella, eso seguro.

Comienza esto con un texto que nos cuenta que al parecer Nietzsche perdió la razón un día que vio como un cochero azotaba a su caballo. Y se pregunta por el destino del caballo del título, al que en una secuencia inicial absolutamente sobrecogedora seguimos durante varios minutos en su fatigado trasiego hacia una pequeña casa azotada por el viento y un frío polar donde se refugian el viejo cochero y su hija sin poco más que algunos enseres, unos cubos de agua, un pozo viejo donde llenarlos, un fuego, algo de alcohol casero y algunas patatas que hervir para sobrevivir. Y luego están los rituales, repetitivos, metódicos, lentos e inacabables, que Tarr refleja con una cámara que a lo largo casi dos horas y media de duración apenas registra una treintena de elaborados planos fijos o secuencia en los que la cámara o bien aguanta estoicamente el plano fijo, lleva a cabo travelling majestuosos o bien se mueve tan levemente que hasta una planta podría por momentos crecer más rápido en la dirección indicada.



La historia, de supervivencia en condiciones extremas y dividida en varios días interminables en los que los rituales se suceden hasta que tanto los protagonistas como uno mismo abandona toda esperanza – en distintas cosas –, resulta tan mínima como por momentos fascinante. Tarr se trabaja a fondo el sonido hasta el punto que uno juraría que incluso en la sala sobrecalentada del cine se le mete el frío y el viento en los huesos y se las apaña para inducirte a una especie de trance hipnótico en el que tampoco es que importe demasiado que te eches una cabezadita incluso larga entre plano y plano, porque las circunstancias no es que cambien mucho de un día a otro, salvo a peor. Una crepuscular fotografía en blanco y negro, una música machacona digna de las mejores y más obsesivas variaciones de Philip Glass y unos diálogos casi inexistentes pese al apocalíptico monólogo sobre la condición humana y el estado de las cosas que se marca un personaje que aparece por allí brevemente conforman una de esas propuestas que uno jamás recomendaría a nadie salvo que se estuviera muy pero que muy seguro de con quien se está hablando por aquello de no correr el riesgo de que no vuelvan a dirigirle la palabra ni confiar en el propio criterio, pero que sin embargo no es ni mucho menos una obra desdeñable sino muy al contrario una de esas películas que vistas en unas condiciones de proyección tan extraordinarias como las que ofrece la Berlinale se convierten en toda una experiencia fílmica. De la que puedes salir echando pestes, claro. Pero una experiencia al fin y al cabo.


lunes, febrero 14, 2011

BERLINALE 2011 J03 Les Contes de la Nuit, Innocent Saturday

Hay tantas cosas interesantes que ver y hacer en Berlín – y no me refiero únicamente a las películas, por supuesto - que la verdad es que me está resultando imposible en los últimos días encontrar un hueco para ponerme delante del teclado a contaros mis impresiones sobre lo mucho visto y vivido por aquí. Así pues he resuelto que voy a tratar de ir centrandome en las películas de Sección Oficial para que os podáis hacer una cierta idea sobre la columna vertebral de esta Berlinale, dejando para recuperar más adelante si fuera posible lo que he visto en las secciones paralelas – Panorama, Forum, Sesiones Especiales e incluso las películas de Sección Oficial que están fuera de competición – Podria pasarme un buen rato narrando la locura diaria que supone un Festival de estas características, que no se parece a ninguno de los que he vivido antes (San Sebastián incluido) pero me llevaría demasiado tiempo. Así que vamos a lo que importa:

SECCIÓN OFICIAL A COMPETICIÓN

TALES OF THE NIGHT (Les Contes de la Nuit) Michel Ocelot sigue a lo suyo


Ya tiene su mérito lo que lleva unos cuantos años haciendo el autor de Kirikú y la Bruja. El francés se pasa por el arco del triunfo las modas y no deja de resultar una paradoja de lo más curiosa que un hombre que se ha dado a conocer no solo como el abanderado de cierta animación tradicional y con regusto añejo mientras todo el mundo corría a abrazar las posibilidades del mundo digital, sino que además tiene como seña de identidad más reconocible que sus personajes se mueven por la pantalla como una suerte de sombras chinescas, siempre de perfil y laminados como si hubieran salido de un jeroglífico del antiguo Egipto, haya utilizado en 3D no ya para dotar a sus personajes de una dimensión más, sino para hartarse de añadir capas y más capas a los fondos sobre los que desarrolla sus historias. Vaya, que para Ocelot el 3D es algo así como poco más que dotar de cierta profundidad de campo – y hacer aun más bonitas – sus propuestas de trazo simple pero efectivo que tienen la virtud de los cuentos tradicionales de toda la vida, que ni tratan a los niños como idiotas ni juegan a guiñar el ojo a los adultos para que supuestamente les resulte menos amargo el trago de arrastrar a sus bestezuelas al cine.


Eso sí, como a Ocelot le llovió encima algún palo que otro por el barroquismo de Azur y Asnar, su anterior propuesta, esta vez ha decidido jugar sobre seguro: en lugar de apostar todo a una baza con una sola historia que desarrollar a lo largo de 90 minutos, Los Cuentos de la Noche es una colección de historias tradicionales ambientadas en los más diversos países y épocas, para que el personal no se aburra. De su querida África a la Europa Medieval, pasando por los Mayas o el Caribe, Ocelot salta constantemente de ambientes y tonos sin dejar por ello de resultar fiel a su insobornable sentido del relato clásico, llenando la pantalla de intrigas, héroes, villanos, monstruos y decisiones morales de las de toda la vida. La propuesta, desigual como no podía ser de otra forma en una película coral como ésta, tiene algún que otro momento inspirado, pero no cabe duda que tanto cuento acaba por cansar al más pintado por mucho encanto que tenga. Que lo tiene, eso no voy a discutirlo.


INNOCENT SATURDAY de Alexander Mindadze. Emborracharse ante el fin.

A veces uno no puede hacer otra cosa que enfadarse ante el discurrir de una película cuyo interés de partida es muy superior a los extraños vericuetos por los que los directores deciden hacer avanzar las tramas hasta perderse a menudo en un marasmo de confusión. Me explico: Un Sábado Inocente arranca una noche de abril de 1986 cuando un trabajador de la central nuclear de Chernobyl corre desesperado hacia la misma al darse cuenta del desastre que acaba de tener lugar.


Como quiera que el tipo conoce el percal y sabe que la radiación resultante de la explosión del reactor podía acabar en cuestión de horas con cualquiera – conviene recordar que la cantidad de material radiactivo liberado, unas 500 veces mayor que la liberada por la bomba atómica arrojada en Hiroshima en 1945, causó directamente la muerte de 31 personas y forzó al gobierno de la Unión Soviética a la evacuación de unas 135.000 personas, cosa que no sucedió precisamente de inmediato – hace lo normal ante los intentos por parte de los superiores de ocultar los hechos: correr a buscar a su chica, forzarla a salir con lo puesto en busca del tren más cercano que les aleje de allí a toda prisa y buscar la forma de salvar la vida, aun cuando uno intuya que pueda ser demasiado tarde. El instinto de supervivencia humano es lo que tiene.


Por ello mismo resulta del todo punto incomprensible que una vez que pierden el dichoso tren, esta extraña pareja decida, contra toda lógica, olvidarse de buscar otra forma de salir de la ciudad y vayan primero de compras y después a una boda múltiple donde, siguiendo el tópico de las excelentes relaciones entre el alcohol y los pueblos eslavos en general, el por otro lado bastante antipático protagonista hará todo lo posible para agarrarse una borrachera considerable, reuniéndose por el camino con los músicos de una banda, antiguos compañeros de farra, con los que tan pronto están declarándose amor eterno en el conocido estado de exaltación de la amistad masculina como están dándose de ostias. Por si eso fuera poco, al director Alexander Mindadze le da un ataque creativo y decide narrar todo lo que ocurre como si en mitad de una boda usted o yo le diéramos la cámara a un sobrino espástico de nueve años y le dijéramos muy seriamente “Tú no dejes de grabar, pégate bien al cogote u otras partes corporales de la peña y ánimo, chaval, que lo vas a hacer de maravilla” El resultado ya se lo pueden ustedes imaginar: un caos narrativo de primer orden que ríase usted de aquella cosita del Dogma que hacía el cachondo de Lars Von Trier. Ah, y tranquilos, que argumentalmente la cosa no es que progrese mucho según va avanzando la trama (?): simplemente los minutos van pasando mientras el prota hace cosas cada vez más incomprensibles. El precioso e inquietante plano final de la película no sirve para redimir el naufragio de una película que parecía pretender ilustrar un desastre nuclear y acaba por convertirse por sí mismo en un desastre narrativo de primer orden. Y resulta frustrante porque la idea inicial ciertamente daba para mucho juego ¿no les parece?

domingo, febrero 13, 2011

BERLINALE 2011 J02 Sleeping Sickness, Alamanya, Yelling to the Sky

SLEEPING SICKNESS, El sueño casi lo cogemos nosotros.


La enfermedad del sueño viene de África. Y hasta allí nos ha llevado casi a la fuerza el alemán Ulrich Kohler para que le sigamos los pasos a un médico a cargo de un programa para erradicarlo, desencantado y de vuelta de todo que ni tiene fuerzas para volver a Alemania con su familia ni tampoco sabe muy bien por qué sigue atrancado en Camerún. O puede que si lo sepa, pero desde luego a nosotros no nos queda demasiado claro, más allá de que el hombre no se siente a gusto en un solo plano de la película. Por allí acaba aterrizando también otro médico, éste francés descendiente de africanos, que viene a evaluar los inexistentes progresos del mencionado programa y que le permite al director jugar un poco con la forma paternalista con la que los occidentales solemos mirar al continente negro. Vamos, que tenemos a uno que ni se va ni se quiere quedar y a otro que a los cinco minutos de llegar ya está deseando no haber ido nunca.

Con semejantes mimbres, uno podría pensar que Kohler querría hacer una elaborada y sesuda reflexión sobre las relaciones Europa-África, la inutilidad de la cooperación internacional puestos en plan provocador o al menos juguetear un poco con los tópicos contraponiendo las visiones y experiencias de uno y otro médico. Pero no hace ni lo uno ni lo otro. Simplemente se dedica a acompañar con la cámara a dos personajes que la verdad es que en ningún momento se nos hacen minimamente interesantes, mucho menos simpáticos. Y uno acaba de las tribulaciones de esas dos almas perdidas en África hasta el gorro, temiendo convertirse en uno de los escasos pacientes del médico mientras siente una suave pero inexorable somnolencia para la que Köhler no encuentra remedio, ni siquiera cuando en el tramo final de la película le da por ponerse en plan Apichatpong Weerasethakul y emulando a aquel Tio Boonmee que recordaba sus vidas pasadas nos mete en medio de la frondosa jungla de noche y le rinde homenaje en el plano final en forma de un hermoso hipopótamo que no puede sino inducir a la sonrisa si uno pilla la referencia. Aunque a lo mejor no es algo intencionado, vaya usted a saber. Lo que sí me ha quedado ya claro es que San Sebastián no es ni mucho menos el único festival de cine europeo de categoría A cuyas películas de Sección Oficial te llevan a preguntarte que demonios pintan allí y si no habría nada mejor que elegir.


ALAMANYA, Cuéntame en versión turca


Gracias al cine de Fatih Akin y alguna que otra cosilla tremendista como Die Fremde, podemos decir que estamos algo familiarizados con la importancia de la comunidad turca en Alemania. Como quiera que ya hay una segunda y hasta una tercera generación de alemanes de origen turco pero nacidos en Alemania, parece algo inevitable que alguien quiera aprovechar el filón que supone cualquier temática relacionada con ellos. Y eso es exactamente lo que han hecho las hemanas Yasemin y Nesrin Sanderelli, directoras alemanas de origen turco en Alamanya, una visión tan edulcorada y amable de la evolución de la comunidad turca vista a través de una idílica familia, casi unos Yusuf Alcántara de los de toda la vida, para los cuales la palabra conflicto simplemente no existe.


La película se estructura alrededor del deseo del patriarca de dicha familia de reunir a la misma – con yernos, nueras y nietos variados – en un viaje a su Anatolia natal, donde ha adquirido una propiedad que quiere restaurar. Mientras asistimos a los preparativos de tan extravagante capricho, paralelamente se nos va dando buena cuenta de la historia de esa familia, desde que el joven patriarca raptó a la que hoy es su mujer y acabó por llevársela a Alemania en busca de uno de esos futuros venturosos para su nutrida prole. Alamanya arranca en un tono de comedia surreal, explotando a fondo cuanto tópico ustedes puedan tener en mente sobre las peculiaridades de una y otra cultura – uno de los mejores gags de la película es un sueño en el que el patriarca, al recoger el pasaporte que le reconoce su ciudadanía alemana, es recibido por un arquetípico funcionario que le informa que a partir de ahora se compromete a comer cerdo dos veces por semana y viajar al menos una vez al año a Mallorca para confirmar su estatus de ciudadano alemán de pro – tanto desde la perplejidad que para los jóvenes miembros de la familia, criados en Alemania, supone volver a Turquia, como el choque brutal que supuso para sus padres integrarse en la Alemania de los 60 desde el villorrio del que salieron.

A juzgar por las carcajadas que pude oír en el pase de prensa – procedentes en su mayoría, justo es decirlo, de los periodistas locales – es más que posible que esta película que participa fuera de concurso en esta Berlinale se convierta en un éxito de público cuando se estrene comercialmente. Es una de esas comedias amables, con algún punto bueno, hecha para gustar a cuanto más público mejor y no herir ningún tipo de sensibilidad. Pero su corrección política llega a tal punto que se hace indigesta por su exceso de azucar, su previsibilidad y su buen rollo. Tanto que resulta imposible creersela, porque pinta un panorama tan idilico de la comunidad turca en Alemania que no sería de extrañar que le cayera un premio por su contribución indispensable al entendimiento entre culturas o alguna memez por el estilo. Imagino que también cabreará a alguno más consciente de esas cositas que Angela Merkel declaró a propósito del fracaso de los programas de integración de los turcos en Alemania hace unos meses. En fin.


YELLING TO THE SKY, Perdida y Encontrada

La triple ración de hoy en competición se cerró con una producción estadounidense, Yelling to the Sky, escrita y dirigida por la debutante Victoria Mahoney y con el reclamo de contar con la protagonista de Precious, Gabourey Sibide, en un rol muy secundario ya que la protagonista de la película es Zoe Kravitz, hermana del conocido músico Jenny Kravitz. La referencia a Precious sin embargo no resulta gratuita, ya que la historia que cuenta Yelling to the Sky tiene bastantes elementos en común con aquella. Sobre el papel, claro, los resultados son otra cosa. Con formato y maneras de cine indie, la película narra el tortuoso camino de Sweetness, una chica de 16 años criada en uno de esos ambientes idilicos: padre blanco borracho, violento y ciclotimico, madre con problemas mentales que pasa largas temporadas fuera de casa en diversas instituciones, una hermana no mucho mayor embarazada que busca a toda prisa escaparse de semejante paraíso lo antes posible y por si todo lo anterior fuera poco, sufriendo continuos acosos y abusos por parte de otras chicas del barrio, que ya se sabe que la vida es dura.


Cuando la hermana abandona el hogar y Sweetness se queda sin protección, resuelve que no va a tener más remedio que tomar una determinación y hace lo que usted o yo habríamos hecho en su lugar: contactar con el camello enrollado local, empezar a vender maría y otras sustancias poco recomendables y convertirse en una chica dura, capaz de robarle sus amigas a su rival, darla de hostias y ganarse tanto la expulsión del colegio como reputación de chica dura. En fin, lo habitual.


Yelling to the Sky no tiene elementos que la rediman de su previsibilidad. Y no aporta absolutamente nada a otros relatos por el estilo con los que estamos ya suficientemente familiarizados, ni en su desarrollo ni mucho menos en su rutinaria puesta en escena, que cumple con todos y cada uno de los lugares comunes del cine indie versión “Oh, mira que dura es mi vida, pero voy a salir de ésta” a ritmo, como no, de un atronador hip hop que por momentos lo convierte en un alargado y cansino videoclip. Es cierto que al menos su resolución es interesante y funciona porque toca un poco la hebra emocional. Siempre que a esas alturas, como era mi caso, no se hubiese desconectado de la película mucho antes, claro está.