sábado, agosto 26, 2006

LA JOVEN DEL AGUA, La fábula en el espejo

Hace ahora dos años escribí en mi reseña de The Village (El Bosque) que quizás la más importante de las intenciones últimas del realizador M Night Shyamalan en sus películas era conseguir, más allá del estilizado envoltorio narrativo de las mismas, deslizar en el espectador una serie de cuestiones de tipo moral que permiten a éste volver una y otra vez a sus películas sin que éstas pierdan un ápice de su interés incluso cuando ya somos conscientes de antemano de esa resolución que a veces se apoya en un giro final sorprendente o inesperado. Shyamalan es, además de uno de los cineastas más dotados de la actualidad, un realizador profundamente humanista y moral que se siente siempre en la obligación de ofrecer al espectador algo más que un par de horas de buen entretenimiento: toda su filmografía está cargada de continuas invitaciones a la reflexión sobre el sentido de nuestra propia existencia, la manera que tenemos de enfrentarnos a los problemas cotidianos de la vida o nuestra relación con el mundo y las personas que nos rodean. Esa intención universal nada oculta provoca que uno pueda aproximarse a la filmografía de Shyamalan desde el enfoque que más le interese y quedarse con él, lo que probablemente explica en gran medida su éxito internacional.
Dicho de otro modo ¿es El Sexto Sentido un notable filme de fantasmas o todo un ensayo sobre la necesidad de resolver en vida todo aquello que verdaderamente importa? ¿Unbreakable es una peculiar aproximación al cine de superhéroes o una reflexión sobre la importancia de hacer aquello a lo que uno parece estar destinado en la vida?¿Señales es un filme sobre una invasión alienígena o sobre como recuperar la fe y que todo, incluso lo más horrendo, sucede por un motivo?¿The Village es un film sobre monstruos o una disertación sobre el poder del miedo como herramienta de control? Lo verdaderamente interesante del cine de M. Night Shyamalan es que todas las cuestiones anteriores se responden de la misma forma: ambas cosas. Y sobre todo, que el realizador de origen indio afincado en Filadelfia se dedica con el mismo afán a conseguir que ambas partes de la ecuación tengan la misma importancia, de tal manera que ni las cuestiones que plantea el fondo de sus filmes diluyan la forma ni que su estilizada y elaboradísima puesta en escena distraiga tanto al espectador como para percibir el sutil mensaje subterráneo, profundamente moral y humanista, que encierra todas sus películas.

La Joven del Agua es un ejemplo de continuismo dentro del personal Universo Shyamalan. Con una peculiaridad que la hace interesante ya que en cierto sentido y sin abandonar ni por un instante todos los temas que le son caros al realizador, La Joven del Agua funciona como una suerte de reflejo a lo que supuso su anterior filme, The Village, en su filmografía. Si en aquel los líderes de una comunidad utilizaban sus conocimientos de ancestrales mitologías para construir una sociedad cuyo elemento central y aglutinador era el miedo a las criaturas que habitaban los bosques que la rodeaban, en La Joven del Agua se da el procedimiento inverso: son las criaturas mitológicas, largo tiempo olvidadas por el ser humano, las que hacen acto de presencia en otra comunidad – en esta ocasión los vecinos de una urbanización cercana a un bosque – y es la progresiva toma de conciencia del elemento fantástico como una realidad la que (como ya sucedía en El Protegido o en Señales) hace que ese grupo de individuos variopintos que apenas guardan relación unos con otros encuentren una causa común que les sirve de detonante para encontrar sentido a sus vidas, superar sus problemas personales o, simplemente, desarrollar un perdido sentido de pertenencia a una comunidad que les hace crecer y, en suma, convertirse en mejores seres humanos.Es una fábula para adultos, sí, como también lo era The Village, pero también es una fábula en un espejo, como los que los personajes utilizan para descubrir a las criaturas que les amenazan: la realidad alimenta la fábula, el cuento, y éste a su vez les devuelve una visión mejorada de si mismos.
Cleveland Heep – un Paul Giamatti tan brillante como acostumbra en su papel de hombre descreído de si mismo y derrotado por las circunstancias que no está muy alejado del de Mel Gibson en Señales o Bruce Willis en el Protegido– se limita a aceptar la increíble presencia de Story, una ninfa, una narf, - a la que por cierto la acertada Bryce Dallas Howard dota de toda la carga de ternura e inocencia que el personaje requiere, algo a lo que le ayuda tanto su talento interpretativo como su más que adecuado físico - que proviene de un mundo acuático con la misión de inspirar a un escritor para que su obra a su vez inspire a la Humanidad. Su presencia en nuestro mundo, amenazada por una criatura de afilados dientes e infinita capacidad de confundirse con el entorno para hacerse invisible, obliga a Cleveland a embarcarse en una búsqueda de aliados humanos que sean capaces primero de creer que acaban de embarcarse en un cuento y segundo, que sepan cual es el papel que han de jugar en él.Shyamalan, como siempre, se toma su tiempo en establecer la historia y en presentarnos a los múltiples inquilinos de esa urbanización que tendrán su importancia en la historia. Como siempre, ningún detalle está dejado al azar - si acaso, se le puede acusar de ser un poco menos sutil que en anteriores ocasiones: La Joven del Agua resulta algo más previsible que sus películas precedentes - y, también como siempre, su premeditado ritmo lánguido desesperara a los amantes de las emociones rápidas y los montajes entrecortados a la vez que su sentido de la planificación y su elaborada narrativa dejará satisfechos a sus defensores, que volverán a encontrar en La Joven del Agua motivos para maravillarse con la enorme creatividad de este director, muy por encima de la media de la mayor parte de los realizadores norteamericanos de hoy en día. Y ello pese a que en la primera media hora de la cinta el realizador – que ha cambiado de director de fotografía para la ocasión, Christopher Doyle y que pasa mucho más tiempo delante de la cámara que en sus anteriores filmes con un papel mucho más relevante – juegue mucho más de lo acostumbrado con la cámara al hombro y normalice un tanto su sofisticada puesta en escena, como si pretendiera alejarse de sus marcas visuales más reconocibles.
Sin embargo, La Joven del Agua está llena de momentos que denotan la inequívoca mano de su autor, un hábil creador de atmósferas malsanas capaz de conseguir que una simple piscina de urbanización o el jardín que la rodea sean a la vez un lugar de esparcimiento y un sitio de lo más amenazante - una vez más, y son incontables en su filmografía, el agua no es tanto una fuente de vida por mucho que Story provenga de ella, sino un ambiente hostil no apto para los humanos -; los enfrentamientos con el agresivo Snart no son tanto motivos de sobresalto como elaborados duelos de tensión, a veces incluso resueltos en off, que prueban una vez más el elegante sentido del suspense que tanto gusta al realizador; hay multitud de planos con enfoques poco habituales que, sin embargo, nunca dan la impresión de ser gratuitos o complacientes sino que siempre están al servicio de la historia, James Newton Howard vuelve a deleitarnos con otra elegante partitura de las suyas, etc.Con todo, los detractores de Shyamalan argumentarán (no sin razón) que La Joven del Agua no aporta gran cosa nueva a la filmografía de Shyamalan y que la mayor parte de sus virtudes, ya sean estrictamente cinematográficas o derivadas de su mensaje humanista estaban mejor desarrolladas en sus obras anteriores. O dicho de otro modo, que La Joven del Agua indica en el mejor de los casos una preocupante tendencia a la baja en el cine de Shyamalan y una simple repetición de fórmulas suficientemente probadas en el peor de ellos. Estando básicamente de acuerdo en que no es ni mucho menos la obra más lograda de su realizador, en su defensa diré que percibí en la película dos elementos permiten puntualizar tales críticas.
El primero es la ambición por parte del realizador de manejar repartos más amplios, dando espacio a muchos más personajes secundarios que en sus anteriores filmes que si bien en algunos casos no pasan de la simple anécdota para hacer avanzar mecánicamente la trama, en otros adquieren mayor complejidad. El ejemplo más perverso y a la vez divertido es sin duda ese desagradable crítico de cine interpretado por Bob Balaban a través del cual Shyamalan parece haber querido ajustar cuentas con esa crítica USA que tan incomprensiblemente le maltrata y cuyo principal interés no es tanto su amarga y pedante personalidad, sino su condición de experto en tramas que sirve para que Shyamalan juegue al despiste con la complicidad del espectador.El segundo es una mucho mayor presencia del sentido del humor, un elemento con el que el realizador ya había coqueteado en Señales y The Village. Sin duda que tanto la presencia de un actor de innegable talento cómico como Giamatti unido a esta tropa de inquilinos a cual más extravagante que harían las delicias de un Alex de la Iglesia que quisiera emprender un remake USA de La Comunidad ayudan no poco a que Shyamalan explore sus posibilidades en ese campo, si bien el resultado es de lo más desigual, abundando tanto momentos logrados – una vez más hay que citar a Bob Balaban – con otros que no lo son tanto.
Por último, y aunque no es algo precisamente novedoso, creo que es de justicia resaltar que dentro de la habitual exaltación de la fe (entendida no en el sentido religioso del término, sino en el de fe en uno mismo y en la propia capacidad para conseguir lo que uno se propone) a la que Shyamalan nos tiene acostumbrados en sus películas, La Joven del Agua parece querer advertirnos sobre los peligros de ir demasiado lejos en la alegre aceptación de según que cosas: incluso dentro de un relato de estas características en el que los personajes han de hacer el esfuerzo de creerse en lo que están metidos, alguno se deja llevar tanto por su propio entusiasmo que resulta contraproducente. Y es que en el cine de Shyamalan siempre ha habido monstruos, pero el sueño de la razón, ya lo sabemos, también los produce.
La Joven del Agua no es, en suma, una película fácil. Exige un enorme esfuerzo al espectador para que deje de lado las inevitables dosis de incoherencia que tiene todo cuento, también presentes en la película, y entre por completo en el juego que propone. Un enfoque demasiado cínico o demasiado objetivo nos sacarán del filme desde el principio y pueden convertir esta gozosa experiencia en algo de lo más tedioso. Pero precisamente de eso se trata la arriesgada apuesta de esta película de Shyamalan, uno de los pocos directores que mantienen hoy en día un control absoluto de sus obras: demostrar que tiene la capacidad de atemorizarnos y hacernos soñar a la vez con los cuentos y leyendas que siempre han estado ligadas a la Humanidad y que, en el fondo, son la base de sus relatos. Shyamalan convencerá más o menos y le podrán acusar de muchas cosas, pero jamás de falta de coherencia consigo mismo.

martes, agosto 15, 2006

LOS SOPRANO, Otra pasión incondicional

El DVD es un invento maravilloso que en las épocas en las que la cartelera tiene más bien poco que ofrecerte le permite a uno darse el gustazo de disfrutar de pequeños placeres. Canal Plus lleva todo el mes de agosto machacando a modo con el que sin duda es uno de sus platos fuertes para la nueva programación que se avecina: la sexta (y según parece, definitiva) temporada de Los Soprano, serie de la que siempre he sido un fan incondicional. Tenía desde las pasadas navidades la primera temporada en DVD y he aprovechado este laaargo fin de semana de cuatro días para verme los trece episodios que la componen - esta vez en V.O.S. - y volver a redescubrir los magníficos personajes salidos de la mente de David Chase (en la foto familiar, el tipo con los pies metidos en el barreño de cemento) que tanto me fascinan y volver a estudiar a fondo las razones por las que esta es una de esas series rompedoras que, en cierto sentido, creo que supo abrir camino a lo que sin duda está siendo una nueva edad de oro de la ficción televisiva. Y es que resulta ciertamente curioso que en unos tiempos en los que Hollywood parece estar amenazado por una galopante crisis de ideas que tiene al mundo del cine al borde de la esclerosis, series tan magníficas como El Ala Oeste de la Casa Blanca, A Dos Metros Bajo Tierra, House, Perdidos, 24, Invasión o Mujeres Desesperadas nos sigan recordando que hay excelentes ideas para renovar la pequeña pantalla y enmendarle la plana semana a semana su hermana mayor…

Pero ¿qué tiene Los Soprano que la hace tan irresistible? ¿Cuáles son las claves de que una tema en principio tan sobado por el cine y la TV como la Mafia y convertirlo en un éxito de masas? No hay una respuesta única, sino un conjunto de las mismas, pero para mi hay un elemento clave – ya presente tanto en la trilogía de El Padrino como en Uno de los Nuestros – que lo explica por encima de cualquier otra consideración: Los Soprano no es una serie sobre la Mafia, sino una serie sobre una familia cuyo estresado protagonista resulta ser un capo de la Mafia. Es una diferencia sutil, pero importantísima que David Chase estableció como columna vertebral de la serie desde su brillante episodio piloto: ¿qué sucede cuando un capo tiene serios problemas para mantener el equilibrio mental al atender al ‘negocio familiar’ hasta el punto que sufre ataques de pánico y ha de recurrir a una psiquiatra en secreto? ¿Cómo se conjugan los problemas que causan sus actividades al margen de la ley con los de una familia a la que pretende dejar al margen de las mismas? ¿Qué ocurre si tienes tal posición de privilegio que no puedes permitirte una sola debilidad y tu madre es un auténtico monstruo al que no sabes como hacerle frente sin sentir que traicionas tus obligaciones de buen hijo? Como decían en uno de los primeros trailers promocionales ¿qué va a ser, Good father o Godfather?

Pues ambas. Porque el fascinante Tony Soprano es un personaje al que ambas características definen por igual, de forma indisoluble. Tan importante es para la serie su faceta de estresado padre de familia y peculiar esposo como su condición de Capo mafioso, con todo lo que ello conlleva. James Gandolfini ha hecho una composición portentosa con ese personaje capaz de ofrecer caras muy distintas según la faceta de él que estemos viendo. Resulta igual de creíble cuando saca a relucir su lado más encantador – no cabe duda que es un tipo que, de entrada, y si no sabes a lo que se dedica, sabe resultar de lo más simpático y está dotado de un carisma muy especial – como cuando desata su lado más violento y salvaje atemorizando morosos o imponiendo una incuestionable disciplina entre sus tropas. Está dotado de un peculiar sentido del honor y la justicia, vive en un mundo dotado con sus propias reglas que sigue a rajatabla – salvo cuando las circunstancias le obligan a hacer lo contrario – y se hace respetar. Y querer. Porque uno ve más allá de su apariencia cuando se sincera con la Dra. Melfi – espectacular Lorraine Bracco, por cierto integrante del reparto de Uno de los Nuestros, como esa doctora fascinada a la vez que horrorizada por su peculiar paciente – o cuando lucha por lidiar con los múltiples quebraderos de cabeza que le da tanto su negocio su familia, empezando por su madre.

¡Que personaje es esa madre odiosa, ese pozo de rencor sin fondo que amarga la existencia a nuestro protagonista durante toda la primera temporada hasta el punto de llegar casi a provocar el asesinato de su propio hijo! Que gran hallazgo de David Chase, que confiesa en los extras de la primera temporada que parte de la inspiración para esa madre que no hace sino ir continuamente de víctima a la vez que utiliza sin recato su gran ascendencia sobre Tony para, culpa mediante, hacerle la vida imposible, está basada en su propia experiencia. Maravillosa es también Eddie Falco como Carmela, la esposa que prefiere mirar hacia otro lado y disfrutar de los beneficios del tipo de vida que lleva su marido, a la vez que se debate entre sus propias necesidades como mujer y su obligación como esposa y ama de casa a la italiana: su relación a lo largo de toda la temporada con ese cura gorrón con el que mantiene una tensión sexual soterrada digna de El Pájaro Espino es uno de los puntales de la serie. Pocos episodios son tan reveladores de esa mezcla entre dos mundos tan opuestos como el de la cotidianidad del día a día de una familia italoamericana y el de la mafia como ese en el que padre e hija se van a ver futuribles universidades… y Tony descubre a un testigo protegido del FBI, un antiguo mafioso que se convirtió en soplón. Es el mismo episodio en el que la nada inocente Meadow le hace saber a su padre que está al corriente de la verdadera naturaleza de sus ‘negocios’ y aun así, le quiere y acepta como tal. Lo mismo pasará posteriormente con Anthony, su preadolescente hijo varón (¡esa reveladora escena en el funeral de Jackie!)

Y luego está su otra familia. El leal Silvio, dueño del local de strip-tease Bada Bing, capitán y mano derecha de Tony, un hacha imitando a Pacino en El Padrino III. El psicópata e irresistiblemente divertido Paulie, brazo ejecutor y heredero del Joe Pesci de Scorsese. El sobrino Chris, desesperado por entrar en la ‘familía’ y que sufre un duro proceso de aprendizaje a la vez que sueña con convertirse en guionista de cine (y disfruta de la compañía de la arrebatadora Adriana, esa impresionante Drea Di Matteo). O el gordo Paulie, siempre acuciado por las deudas, el hombre bajo sospecha de ser un soplón, el desparecido. Por último está Tio Junior, el más peligroso de todos, el tipo frustrado que siempre ha soñado con ser el Jefe y del que todos pasan, excepto cuando lo ponen como tonto útil, como pararrayos cuando el Gobierno aprieta las clavijas. La difícil relación entre tío y sobrino, con la entrometida presencia de Livia, la madre terrible, tiene una fuerza dramática de primer orden en la serie… a la vez que cómica: véase sino el episodio en el que descubrimos que un mafioso no puede permitirse que se sepa que le da placer oral a su pareja, bajo pena de perder el respeto de todos, un detonante mucho más serio de lo que podría parecer a primera vista.

Si, sin duda la fuerza de Los Soprano está en la cuidada construcción de personajes, en los muy sólidos guiones que nos hacen adentrarnos en un mundo que nos resultaba conocido con ojos completamente nuevos, en unas tramas argumentales repletas de humor negro y de una violencia brutal que conforman un cóctel explosivo: nadie es capaz de anticipar que es lo que puede pasar a continuación, hacia donde se moverá la enorme capacidad de destrucción que es capaz de generar las buenas intenciones de Tony Soprano, un tipo capaz de aplicar una lógica tan perversa que es volar por los aires el restaurante de su amigo de la infancia para que su Tio Junior no cometa un asesinato allí porque eso sería la ruina de ese negocio. Uno tiene la continua sensación de que algo horrible puede ocurrir en la siguiente escena, que el terror puede desatarse de forma inesperada, congelando la sonrisa en una terrible mueca de espanto. Y sin embargo y pese a todo lo que implica, como ocurre con los grandes personajes, uno no puede sino simpatizar con Tony Soprano y su circunstancia, conmoverse con él con algo tan simple como que unos patos salvajes aniden en su piscina y que su posterior partida le deje en la más absoluta miseria, con sus esfuerzos por salir adelante en la vida que le ha tocado vivir.Uno asiste, en fin, con perversa fascinación a esa relación terapeuta-paciente que se mueve en unos límites que, para conseguir que la terapia tenga efecto, han de bordear continuamente, con todo el peligro que ello conlleva. Pocas series tienen un sello cinematográfico tan palpable como Los Soprano y pocas tienen esa capacidad de enganche. La verdad es que verse de un tirón una temporada completa tiene la virtud de que uno aprecia mejor la complejidad y la sofisticación de sus guiones… pero tiene el terrible inconveniente de que resulta sumamente adictivo, lo que es un problema cuando uno no tiene más temporadas que echarse a la mente. Os dejo con el link a la página oficial de la serie de la HBO – espectacular su resumen de la quinta temporada, pero solo apta para los que se manejen en inglés – Por favor, que llegue pronto septiembre…

sábado, agosto 12, 2006

INSIDE DEEP THROAT, Porno y Paradojas

La escena es fantástica, una entrevista real tomada a pie de calle en aquella época y está casi al principio de la película: una sonriente señora de unos setenta años, con un peinado clavadito al de Barbara Bush, la madre del actual presidente de los USA, y con un aparatoso collar de perlas a juego con los pendientes – la viva imagen de una decente y virtuosa mujer republicana, vaya – proclama orgullosa que acaba de ver Garganta Profunda “Me ha gustado. Acabo de verla y me ha gustado. Quería ver una película guarra y eso es lo que he encontrado. No quiero que nadie me diga que no puedo ver una peli guarra” zanja la buena señora. Y en mi opinión esa escena de apenas diez segundos es la que mejor resume el espíritu de este estupendo documental que Canal Plus programó anoche en una sesión doble ¡a la que seguía la proyección de la propia película Garganta Profunda!

Un dato incuestionable: Garganta Profunda es la película más rentable de toda la historia del cine. Costó apenas 25.000$ y recaudó en todo el mundo 600 millones lo que indica que por cada dólar que se gastó en el film se consiguieron 24.000$, una cifra mareante que probablemente jamás será alcanzada. Pero Garganta Profunda fue mucho más que eso: estrenada en 1972 como cine para adultos pero no como una película pornográfica – pese a que sin duda lo era - , fue un emblema de los tiempos que corrían. Furiosamente perseguida por la Administración Nixon, que la eligió como el principal símbolo de la “ola de obscenidad” que según ellos recorría América, fue objeto de un procedimiento judicial que al tiempo que la expulsó primero de Nueva York y después de 23 de los 52 Estados de la Unión, le proporcionó una popularidad y una notoriedad imparable que la convirtió en todo un fenómeno sociológico digno de estudio.El documental indaga primero en las condiciones de producción – infames, cuando no irresistiblemente divertidas y surrealistas – de la película, el pasado de sus artífices y sus ‘actores’ para después hacerse eco de las razones del éxito del filme y las inesperadas consecuencias y paradojas que acompañaron el resto de sus vidas a aquellos que participaron en la misma. Esa ha sido la parte del documental que más me ha llamado la atención. Más allá de que pueda considerarse a Garganta Profunda como un estandarte de la primera enmienda y los derechos de libertad de expresión en los USA – un poco en la línea que exploró Milos Forman en El Escándalo de Larry Flynt, película donde por cierto aparecen varios de los personajes reales que se ven en el documental, el propio Flynt incluido – lo más curioso del mismo son las profundas paradojas que afectaron a todas las partes implicadas alrededor del filme, ya fuera a su favor o en su contra.Empecemos por su protagonista, Linda Lovelace. Lejos de ser una belleza, Linda Lovelace era físicamente una chica del montón que, eso sí, mostraba una especial y espectacular destreza a la hora de realizar felaciones de una profundidad insólita. La actriz conoció, como no podía ser de otra forma, el estrellato fugaz gracias al éxito del filme, pero en un extraño proceso de negación su propia vida y logros, emprendió años después una notoria cruzada contra la pornografía alegando que siempre fue una mujer secuestrada contra su voluntad, un rehén del que se aprovecharon su entonces marido y los que la rodeaban, forzándola a hacer actos de los que ahora renegaba. Apoyada por varias organizaciones feministas que la manejaron a su antojo – luego volveré sobre éstas – Linda Lovelace llegó a declarar ante la Comisión Presidencial sobre la pornografía llevada a cabo bajo la era Reagan cargando contra la industria del sexo… y sin otros medios de ganarse la vida, acabó volviendo a posar desnuda en diversas publicaciones eróticas a sus cincuenta y tantos años antes de perder la vida en un accidente de tráfico cuando se encontraba en la más absoluta miseria.
Gerard Damiano, productor y director no solo de Garganta Profunda sino de otros clásicos del género como The Devil in Miss Jones o Tras la Puerta Verde, soñaba con conseguir que el cine convencional y el cine para adultos siguieran un proceso de fusión que permitiera al porno salir de la marginalidad a la que habitualmente se ve abocado. Si ustedes han visto la fantástica Boggie Nights de Paul Thomas Anderson, reconocerán rasgos de Damiano en el personaje del director de porno obsesionado con lograr la película perfecta que interpretó magníficamente Burt Reynolds. A la hora de la verdad pasó todo lo contrario: el porno encontró su filón en el vídeo y se convirtió en una industria paralela a la del cine convencional que dejó las grandes pantallas para convertirse en algo de uso doméstico. La aparición de las cámaras de vídeo hizo que los cineastas como Damiano fueran progresivamente despareciendo, ya que cualquiera podía hacer porno de forma fácil y barata sin demasiados medios, con lo que los sueños de Damiano se esfumaron. Para colmo como los dos socios productores de Damiano eran notorios miembros de la mafia, éste se vio obligado a venderles su parte tan pronto como la película empezó a ser un éxito con lo que no sacó prácticamente ninguna tajada del montón de millones que la película consiguió, que fueron a los bolsillos de la Mafia
Harry Reems, un tipo que empezó en el film como parte del equipo tecnico y acabó convertido casi de forma involuntaria en el actor principal del mismo, fue el chivo expiatorio de la persecución del gobierno. El ‘actor’ que interpretaba al desquiciado médico que descubría que Linda tenía un clítoris en las profundidades de su garganta fue el único que no gozó de inmunidad en el juicio por conspiración que se siguió contra los responsables del filme, y fue condenado en primera instancia a cinco años de cárcel, condena que no llegó a cumplir ya que recurrió y la comunidad de Hollywood se movilizó para apoyar su causa. No en vano era la primera vez que el Gobierno perseguía a un simple actor por interpretar a un personaje que las autoridades calificaban de obsceno, y eso creaba un precedente muy peligroso. Es muy divertido ver a estrellas de la época como Jack Nicholson o Warren Beatty apoyando a Harry. Esquivó la cárcel, pero no consiguió relanzar su carrera como actor convencional (¡estuvo a punto de tener un papel en Grease!) y tras caer de nuevo en las redes del porno, pasó por una fase de alcoholismo que le hizo perderlo todo. Paradojas de la vida: ganó la batalla judicial pero cayó tan profundo que incluso pasó años mendigando por las calles de L.A… hasta que descubrió el cristianismo (!) y ahora es agente inmobiliario en Utah (!!)
Sigamos: La Administración Nixon reaccionó ante el éxito de Garganta Profunda con una comisión presidencial que debía investigar científicamente, los perjuicios que para la salud tenía la obscenidad y la pornografía. Como quiera que la comisión hizo bien su trabajo y, en consecuencia, sus conclusiones señalaban que la pornografía y la obscenidad no eran perjudiciales para el organismo de las personas, Nixon hubo de esforzarse para que dichos resultados, muy distintos a los que él pretendía, no fueran aprobados por el Senado. Paradójicamente, fue poco tiempo después el Caso Watergate y otro notorio ‘Garganta Profunda’ – el informador secreto de los periodistas del Washington Post – quienes provocaron su imparable caída y salida de la Presidencia. Por otro lado, las cosas mejoraron para la industria del sexo durante la Administración Carter, pero la derecha religiosa encontró un inesperado aliado en las feministas radicales, que se pasaron todos esos años haciendo causa común con los republicanos más conservadores para intentar cargarse una industria que consideraban denigrante para las mujeres, lo que propició en cierta medida el advenimiento de la nueva ola conservadora representada después por Reagan. Y es que a veces se ven alianzas de lo más extrañas…
En fin, el documental contiene multitud de datos interesantes para entender lo que supuso Garganta Profunda en su momento. Y por él desfilan gente como los cineastas Roger Waters y Wes Craven o los escritores Norman Mailer y Gore Vidal que aportan su inestimable visión de los hechos. Todo en un tono de lo más distendido donde destaca con luz propia una adorable pareja de ancianos, Arthur y Terry Sommer, que en su momento distribuyeron las película en Florida cuando fue prohibida en Nueva York y que, como si fueran una de esas parejas de ancianos que aparecen en las pelis de Woody Allen, se pasan todo el documental discutiendo sobre la conveniencia o no de contar ciertas cosas. Es interesante también que, como se ve en el documental brevemente, las estrellas del cine X de hoy en día desconozcan por completo la película a la que sin duda deben gran parte de su éxito y su crecimiento.
La guinda de la noche fue quedarse a ver después del documental la dichosa película – la había visto en mi adolescencia pero apenas la recordaba – y flipar de lo lindo con el delirante argumento (reconozcámoslo: lo del clítoris en la garganta es pa nota) las líneas de diálogos descacharrantes (“¿Te molesta si fumo mientras comes?” le pregunta una a un mozo que se está aplicando en darle sexo oral a modo) y sobre todo, lo pésima que es la película vista desde cualquier ángulo – horrible fotografía, profusión de horrendos primeros planos, estética 70 insoportable, fealdad intrínseca, montajes delirantes con campanas y cohetes para simular el deseado orgasmo femenino - más allá de las estimables proezas bucales de Linda. Como dice Fernando Trueba en su estimable Diccionario de Cine Personalmente, siempre he lamentado la escandalosa ausencia de sexo en el cine llamémosle normal y la escandalosa ausencia de normalidad en el cine porno. Su mutuo desencuentro siempre me ha parecido algo lamentable. El porno es un género que casi nunca está a la altura de las expectativas que tenemos puestas en él” :-)

lunes, agosto 07, 2006

CYRANO DE BERGERAC y otros amores eternos

La cartelera de Mérida sigue en el estado comatoso terminal que suele caerle encima todos los agostos. A Todo Gas 3, Cariño Estoy hecho un Perro, La Sombra de la Sospecha (¿Alguien puede explicarme por qué demonios Kiefer Sutherland aprovecha sus descansos de la tele… para hacer en el cine un remedo de su Jack Bauer de 24? Que cosa más triste. De Michael Douglas mejor no digo nada…) Poseidón, Silent Hill, la inefable Bandidas… En fin, que a la espera de que Jack Sparrow y sus Piratas del Caribe tentaculares arrasen con casi todas las salas disponibles de este país hasta no dejar sitio a ningún otro estreno este próximo viernes y nos asesten el golpe definitivo, lo mejor es refugiarse en la programación de Canal Satélite Digital o echar mano del DVD. Servidor ha echado el cierre por vacaciones en Cinemérida hasta Septiembre – tampoco es que estuviese haciendo mucho, siendo sinceros – y pretende concentrarse este verano en contar lo que va viendo en su casita, tan ricamente.

Por ejemplo, el pasado domingo me desvelé antes de las ocho (entre el calor y que el body está acostumbrado a despertarse a esa hora no hay tutía, a no ser que me alcoholice a modo la noche anterior) y me planté frente a la tele justo a tiempo de pillar en la Fox un pase de Cyrano de Bergerac, versión de 1990 de Jean Paul Rappeneau. Y me pasó lo que siempre me pasa con esa película: que una vez que empiezo a verla no puedo evitar disfrutarla de nuevo hasta el final. No se si es por placer o por un perverso sentido del masoquismo. Posiblemente una mezcla de ambos. Lo cierto es que mientras Gerard Depardieu volvía a atizar con su afilado verbo al petimetre del teatro (“Solo tenéis siete letras, las que forman la palabra Cretino”), mientras proclamaba en vano su amor por Roxana – tan feliz ella de tenerle como amigo, la muy… -, mientras ayudaba al guaperas de Vincent Perez a conquistar el corazón de su amada (triste, triste consuelo al que aspirar) y se precipitaba hacia su trágico final voceando su orgullo, reflexionaba un servidor que no ha cambiado tanto como a veces quiero pensar en estos ya largos quince años desde la primera vez que vi Cyrano.

El recuerdo tiene algo de doloroso. Alguien a quien entonces amaba (en vano, como casi siempre) vio la película antes que yo y me dijo “Esta película tengo que volver a verla contigo”. Cuando se estrenó en Mérida – en el ya difunto Cine Maria Luisa, aun lo recuerdo – me puso mil excusas y al final fui a verla solo. A la salida, entendí que no quisiera cumplir su palabra: nos hubiera conducido a una conversación para la que entonces no estábamos preparados, conversación que tuvimos de todas formas años después, por aquello de que hay cosas que no pueden evitarse por más que se esquiven. No, ella no era Roxana y por supuesto a mi me faltaban muchas cualidades para atreverme siquiera a pensar en ser Cyrano. Pero en aquellos tiempos tampoco hacían falta demasiadas excusas para encontrar paralelismos. Pedro Guerra lo expresó muy bien en Golosinas (“Un día estas cosas/son cosas pasadas/llenando la memoria como cajas”) donde por cierto también recordaba a Cyrano (“Amor y golosinas/sueños perversos/…Y Gerard Depardieu diciendo versos”). Veía el domingo a Cyrano bajo el balcón, conquistando a Roxana y alejándose después bajo la lluvia mientras Cristian subía a reunirse con su amada (¡que gran plano ese, que tristeza transmite!) y sentía la misma congoja que quince años atrás cuando lo que Cyrano sufría era también mi sufrimiento. O quizás era nostalgia de la misma. Mi Roxana de entonces y yo aun somos amigos, lo que no deja de ser un logro. Pero ella es feliz, con su corazón bien ocupado y yo no la amo como Cyrano siguió amando a Roxana hasta el final. Y sin embargo la casa desocupada que sigue siendo mi vida sigue estremeciéndose con ese tipo de películas en las que el amor no acaba de ser correspondido, es fugaz, no supera las barreras que se le imponen o parece condenado de antemano.

Amores que duran un instante, que acaso solo proporcionan un breve atisbo de felicidad que por mucho que pretendamos retener se nos escapa entre los dedos, que sucumben a la tiranía de la memoria que a menudo nos engaña. “El amor es eterno mientras dura”, cantaba Ismael Serrano y cada vez tengo más claro que esa es una de las más grandes (y acaso tristes) verdades de la vida. Hoy veo Cyrano de Bergerac y me doy cuenta, mientras desgrana sus versos de amor desesperado, que solo fue la película inaugural de una larga lista de filmes que se conectan de una u otra forma con este concepto y que siempre, siempre que las veo, me provocan esa desazón, ese peculiar escalofrío de la obra que se abre paso más allá de la razón y que es capaz de conectar de forma directa con mi interior y desarmarme por completo.
La Edad de la Inocencia, Los Puentes de Madison, In The Mood for Love, 2046, Lost in Translation, Antes del Amanecer, Una Relación Privada, Hierro 3, Eternal Sunshine of Spotless Mind, Lo Que Queda del Día, Tierras de Penumbra… incluso clásicos como Casablanca o Breve Encuentro. Y también en el cine español: Amo tu Cama Rica, Los Peores Años de Nuestra Vida, La Buena Estrella, Los Amantes del Círculo Polar, Hable con Ella, La Vida Mancha… Todos ellos, con diferente intensidad, comparten con Cyrano de Bergerac esa prodigiosa capacidad de seguir hoy en día tocándome la fibra a base de bien cuando menos me lo espero. Cualquiera de esos títulos puede, como pasó este domingo, engancharme de la forma más tonta y hacerme recordar que por mucho tiempo que haya pasado y por mucho que uno crea que ha cambiado o madurado con el paso de los años hay cosas que siempre se llevan dentro de uno. Como una condena o como una forma de permanecer fieles a la idea que tenemos de nosotros mismos.
Quizás por esa razón – y es algo en lo que nunca pienso, por cierto- el poster de Cyrano de Bergerac que tanto trabajo me costó en su momento conseguir lleva quince años pegado a la puerta de mi habitación, con un Gerard Depardieu al que no se le distingue el rostro cruzando las filas enemigas en un campo de trigo para llevar una carta de amor a Roxana y con un corazón atravesado por una espada…Si, sin duda debe ser por algo...

“Decidme en voz baja que ella no os ama…”