jueves, abril 30, 2009

VALS CON BASHIR: La Reivindicación de la Memoria

Hoy a las 20:30 la Filmoteca de Extremadura proyecta en el Centro Cultural Alcazaba la magnífica Vals con Bashir, película que fue la segunda más valorada por el público del III Festival de Cine Inédito de Mérida – obtuvo una puntuación de 7,69 sobre 10 - y que ahora muchos van a tener la oportunidad de descubrir y, estoy seguro, otros aprovecharán para disfrutar una segunda vez. Me gusta pensar que un Festival de Cine se justifica por ofrecer al espectador la posibilidad de ver obras innovadoras que rompan los límites de aquello que estamos acostumbrados a ver en la pantalla. Siguiendo esa idea pocas obras encontraremos a lo largo del año que cumplan mejor con ese requisito que esta película israelí en la que su autor Ari Folman prácticamente inventa un nuevo formato: el documental de animación.Vals con Bashir parte del descubrimiento casual por parte del propio realizador de su imposibilidad de recordar con claridad su participación como soldado en la Guerra del Líbano de 1982. La toma de conciencia del hecho de que su mente parece haber borrado todo lo que aconteció en aquel conflicto embarcará a Folman hacia un reencuentro con amigos y camaradas de armas, a través de cuyos testimonios irá tirando del frágil hilo de una memoria que se resiste a ser recordada para dar forma a ese pasado huidizo que intuimos terrible.Es una tarea compleja enumerar todas las virtudes de esta magnífica exploración de Ari Folman sobre su propio pasado que acaba por convertirse en el mejor argumento visto en años sobre la reivindicación de la memoria histórica. Y es que debe ser duro formar parte de un país, no digamos ya haber participado pasivamente en los hechos, que condujeron a la matanza indiscriminada de unos tres mil palestinos inocentes por parte de los falangistas cristianos libaneses que buscaban vengar la muerte en atentado de su idolatrado lider Bashir Gemayel en las matanzas de los campos de refugiados de Sabra y ChatilaSi ya de por sí resulta valiosa la tarea emprendida por Folman, no lo es menos la forma en la que decidió llevar a cabo la película, provocando con la mezcla de un tema tan viejo y tan adulto como la guerra con la animación que habitualmente asociamos a lo infantil y al territorio de lo soñado, una combinación desconcertante. Mano a mano con el ilustrador David Polonsky, Folman utiliza la animación tanto para explorar sus inmensas posibilidades narrativas como para ofrecer una visión de la guerra que bebe de multitud de referentes – es inevitable no pensar en varios títulos emblemáticos escuchando esa voz en off que recrea el sinsentido y el absurdo de la guerra – pero cuya mayor inteligencia es saber dar con un tono propio, ya sea utilizando las hipnóticas ensoñaciones y experiencias de los soldados, ya sea con el buen uso de una acertada BSO compuesta por Max Richter para mantener muy viva la atención del espectador hasta llegar al demoledor tramo final, en el que el documental toma definitivamente las riendas para, con una sobriedad expositiva escalofriante, enfrentar al espectador con el horror del que ya hablaron Conrad y Coppola, ese horror que demuestra que el ser humano es perfectamente capaz de llevar a cabo las más terribles acciones contra sus semejantes sin el más mínimo atisbo de reparo moral.Vals con Bashir no solo es una película impresionante e imprescindible, es una valiosa innovación del lenguaje cinematográfico que no debe menospreciarse y en el que Folman consigue, en ese valiente proceso personal de recuperar su propia conciencia, despertar la nuestra.

Este artículo, levemente modificado, se publicó en el periódico gratuito Voz Emérita nº 105 el 27 de abril de 2009

martes, abril 28, 2009

CINE CONSPIRANOICO: The International y La Sombra del Poder

Coinciden en cartelera dos películas que poseen varias cosas en común, siendo quizás la más interesante de ellas la voluntad de recuperar esas atmósferas del cine de investigación y un tanto paranoico que tanto impacto causaron a finales de los 70, una herencia hasta cierto punto inevitable del enrarecido clima social que dejó la Administración Nixon y la movilización posterior que Hollywood hizo para posicionarse en aquellos turbulentos tiempos de cambio. Creo que una de las pocas cosas positivas que nos ha dejado la saliente Administración Bush es haber conseguido crear un ambiente de abierto cuestionamiento de las muy discutibles políticas post 11-S, lo que sumado a la desconfianza que provocan fenómenos como la globalización de la economía y el creciente poder de las multinacionales están dando lugar a películas que, como Los Tres Días del Cóndor, La Conversación o Todos Los Hombres del Presidente en su momento, parecen marcadas por el signo de los tiempos que vivimos.
Veamos. The Internacional es una película de Tom Tykwer que navega a medio camino entre el cine de acción deudor de la trilogía de Bourne y el cine de conspiraciones con la originalidad de situar en el centro de la trama como objeto de investigación de la misma y a la vez supervillano de la historia a uno de esos megabancos internacionales que mientras el dinero fluya con naturalidad por sus arcas, no le hace ascos a nada: lo mismo adquiere unos misiles para un bando en conflicto que le vende al otro la forma de contrarrestarlos, financia golpes de estado en países del tercer mundo, conspira para hacerse con el tráfico de armas que le permitirá el control de cientos de pequeñas guerras o contrata profesionales asesinos que se encarguen de limpiarle de obstáculos el camino, no vaya a ser que a algún político o ejecutivo le dé un ataque de conciencia.Contra semejante corporación, se alza un pétreo Clive Owen, agente de la Interpol de inflexibles principios capaz de cualquier cosa para derrumbar a los malos y un hermoso florero llamado Naomi Watts, ayudante del Fiscal del Distrito en NY, que acabará por desistir cuando caiga en la cuenta, pobrecita mía, que por la vía legal poco se puede hacer contra un sistema que no solo ampara sino que bendice tan dudosas prácticas en aras del orden establecido.The Internacional es un thriller narrado con buen ritmo, especialmente en su primera media hora y que tiene a su favor una secuencia de acción impresionante en el Museo Guggenheim de NY con la que podrán relamerse tanto aquellos desposeídos por la crisis a los que ya les gustaría tener la posibilidad de emprenderla a tiros con los esbirros del banco de turno que le comen mes a mes los ahorros con la hipoteca como aquellos que aborrecen las imposturas del arte moderno en uno de los edificios más emblemáticos del mismo, que acabará redecorado alegremente a balazos.Tampoco está mal la reveladora conversación posterior entre el héroe y el perturbador personaje al que da vida el estupendo Armin Müeller-Stahl, que anticipa una resolución que, afortunadamente, tiene la inteligencia de huir de la trampa complaciente ya que, como hasta el menos informado sabe, pese a los intentos de Hollywood de convencernos de lo contrario a base de insistir machaconamente con sus finales felices poblados de justicia y del triunfo de la legalidad, eso rara vez sucede. Es The Internacional pues un buen producto comercial hecho con habilidad y soltura narrativa que quizás demasiado a menudo se queda a dos aguas entre los dos géneros en los que se mueve y que, forzando sus argumentos, puede inducir a cierta sensación de irrealidad pero ya se sabe: el realismo en estos tiempos tiende a imitar a la ficción.En La Sombra del Poder nos encontramos por el contrario con una investigación periodística como las de antaño, de esas que echábamos de menos hace tiempo en las pantallas. Un asesinato que se enlaza con un improbable suicidio que conduce a un congresista en alza y a una comisión que investiga el terrorífico paisaje, bastante real en algunos escenarios como Irak y Afganistán, en el que las empresas seguridad formadas por ex-militares y mercenarios de todo tipo se benefician de millonarias subcontratas con el Gobierno USA y con los nuevos regimenes instaurados en aquellos países para mantener el nuevo orden establecido.Para tirar del hilo de esta conspiración en la que estas empresas tampoco parecen detenerse ni andarse con remilgos con tal de mantener sus millonarios privilegios, aparece la figura de un periodista del viejo estilo, fondón y descreído de la frivolidad con la que las nuevas tecnologías presentan la información, que tendrá que formar un improbable tandem con una novata y soportar las presiones de una jefa responsable ante los dueños del periódico para, a base de tesón, inteligencia y paciencia, ir colocando en su sitio las piezas del puzzle.Russell Crowe protagoniza con notable convicción – su presencia y su mirada imponen lo suyo pese a su desmadejada apariencia - esta trama repleta de sorpresas y giros insospechados en la que está muy bien rodeado de un reparto más que competente en el que brillan a gran altura Helen Mirren, Robin Wright Penn y un Ben Affleck que parece cada vez más dispuesto a que nos vayamos olvidando de su hasta hace bien poco bien merecida fama de actor insulso. Resulta creíble su personificación de un periodista del de esos que no tienen amigos sino fuentes, empeñados en dar con la verdad sin perder ni un ápice del cinismo de viejo zorro de la profesión – impagables esos afilados diálogos con su jefa Helen Mirren – y capaces de manejarse con soltura en esos débiles márgenes morales que le permiten hacer bien su trabajo.A La Sombra del Poder – absurdo título español de State of Play, miniserie de la BBC en la que se basa esta película que desconozco pero que ardo en deseos de ver – le beneficia una planificación sobria que dosifica de forma inteligente la información, introduce con habilidad las distintas piezas que componen el relato y sabe como enganchar la atención del espectador, deslizando bajo su apariencia de thriller una denuncia política de primer orden que uno sabe más que real. Le sobra, eso sí, cierto retruécano final que parece más destinado a satisfacer los deseos de los productores del filme que a seguir la lógica interna del relato, dejando el regusto de un a obra que no acaba de convencer del todo pese a ser, sin ningún género de dudas, un entretenimiento más que digno.Resulta interesante comparar los elementos en común de ambas películas: la determinación rayana en la obsesión de sus protagonistas que les hace descuidar aspectos de su vida personal – ambos visten de forma desastrada, duermen poco, no tienen una relación o la perdieron por su dedicación profesional, se enfrentan a su objetivo con una saludable carga de ironía y, lo más divertido, sus mesas de trabajo, abarrotadas de papeles, informes y fotografías en aparente caos son idénticas entre sí, revelando claramente la disposición mental de sus dueños – También está la forma de operar de las empresas perseguidas, no ya ilegal sino de una amoralidad impresionante; las dificultades casi insalvables con las que los protagonistas han de enfrentarse incluso de su propios jefes, que les presionan hasta límites insospechados y la insoportable sensación de que más bien poco se puede hacer para alterar el estado actual de las cosas, un enemigo al que no se puede individualizar, que permanece casi siempre invisible o en la sombra, amparado por el sistema y que provoca, sobre todo, impotencia.


lunes, abril 20, 2009

MALAGA 2009 II: Agallas, El Buen Hombre, La Vergüenza

Entiendo y aprecio los esfuerzos que está haciendo el guaperas Hugo Silva para deshacerse de su pasado televisivo y tratar de encauzar su carrera en el cine por derroteros algo más serios: en Mentiras y Gordas intentaba – sin demasiado éxito, todo hay que decirlo – componer un personaje enganchado al mundo de la noche y las drogas bastante pasadito de vueltas y ahora en Agallas, con el padrinazgo de Carmelo Gómez como pareja de baile de lujo, lo intenta por segunda vez con la historia de un quinqui desastrado, avispado y trepa que gracias a una mezcla de casualidades y morro consigue catapultarse al interior de un grupo de narcotraficantes galegos. La primera impresión que produce la película es la de un cierto terror: ver a Hugo Silva en su intento de resultar convincente a base de imitar las poses y las voces de aquel personaje de Jordi Mollá en La Buena Estrella provoca algún que otro escalofrío. Sin embargo hay que reconocer que la cosa mejora un poco cuando la acción se traslada a los parajes gallegos, aunque no deja de resultar un tanto complicado creerse la facilidad con la que este tirado consigue ganarse la confianza primero del servil empleado interpretado de forma notable por Celso Bugallo y del mismísimo capo de la organización, un Carmelo Gómez que encarna con notable convicción a uno de esos nuevos ricos capaz de cualquier cosa para mantener su privilegiado estatus.Agallas es una película extraña: resulta cuanto menos curioso que tenga sus momentos más salvables en ese tramo central en el que se describe el proceso de acercamiento y posterior adiestramiento del personaje de Hugo Silva a ese mundo que le proporcionará dinero y respeto, mientras que tanto el inicio como la resolución del filme resultan de muy poco interés. Y es que por más que se esfuerce el reparto – y Hugo Silva sobre todo, intentando sobreponerse a sus limitadas facultades interpretativas – lo cierto es que Agallas no resulta demasiado convincente en ningún momento. Es más, afinando un poco uno aventura que hay cierta sorna gallega en la forma en la que algunos de sus actores se acercan a sus personajes que impide que te los tomes demasiado en serio. Como quiera que tanto el devenir de la trama como su resolución resultan de lo más previsible – pese a un desafortunado e innecesario giro final que sus autores deberían haberse ahorrado – Agallas queda como una película que no molesta demasiado pero que provoca la más absoluta indiferencia, olvidándose incluso antes de que desaparezcan los títulos de crédito finales de la pantalla.Un Buen Hombre es una película que, a priori, tenía una serie de elementos que podrían haber desembocado en una película sumamente atractiva: Vicente (Tristán Ulloa) y Fernando (Emilio Gutierrez Caba) son amigos íntimos y profesores en la Facultad de Derecho. Fernando, es catedrático y una figura paternal en la vida de Vicente, al que ha ayudado no poco en su carrera profesional. Una tarde, de forma casual, Vicente es testigo de cómo Fernando mata a su mujer. Poco a poco, Vicente se verá envuelto en una situación insostenible que le obligará a reconsiderar sus hasta entonces férreos principios morales: le resulta imposible denunciar a su amigo y mentor a la policía pero al mismo tiempo su religiosidad y su rigidez moral le impiden perdonarlo, con lo que Vicente se debate en un caos que afecta a su trabajo y a su matrimonio.La película de Juan Martínez Moreno tiene un argumento interesante que podría haber explorado a fondo esa sorprendente capacidad humana de hacer sumamente flexibles los más rígidos principios morales cuando la situación lo exige sin dejar por ello de mirarnos al espejo y seguir adelante con nuestras vidas, un cuarteto de actores solventes entre los que destacan Emilio Gutierrez Caba y una sobresaliente Natalie Poza que es de lejos lo mejor de la función y una sobria puesta en escena que se apoya en un más que correcto trabajo de fotografía de Gonzalo Berrido. Sin embargo, es una película terriblemente fallida por una razón muy sencilla: su guión contiene dos o tres agujeros imperdonables que afectan de forma tremenda a su credibilidad, hasta tal punto que llegado uno de los momentos culminantes de la trama, aquel en el que cambia definitivamente el rumbo del personaje de Tristán Ulloa en una secuencia clave que se presupone tensa y dramática... la mayor parte del público asistente al pase de prensa se echó a reír alegremente. Como pueden ustedes imaginar, de ahí hasta el final, por mucho que se esfuercen director y actores, no hay nada que hacer: el naufragio es totalUn thriller, incluso uno con pretensiones tan intimistas como éste, ha de cumplir con unas reglas bastante estrictas. Cuando esas reglas saltan por los aires ni su estupenda factura visual ni el notable esfuerzo de unos actores entregados pueden salvar el desastre de Un Buen Hombre porque además cuando trata de ponerse trascendente ante la seriedad de los temas que aborda lo único que consigue es que el público se tome un poco a coña la historia y eso, por desgracia, es lo peor que podría pasarle a una película de estas características. Ayer lo comentaba a propósito de 25 Kilates: ser riguroso y coherente desde el guión es la mejor forma de enfrentarse a una película de género y por desgracia en algún momento del proceso Juan Martínez Moreno olvidó o no se dio cuenta de la debilidad de alguno de los pilares de su propuesta.Precisamente rigurosidad y coherencia es lo que le sobra a David Planell, que abrió el Festival con La Vergüenza, su primer y muy esperado largometraje después de haber creado grandes expectativas gracias a cortos tan recomendables como Carisma o Ponys y aportado su interesante visión de las relaciones personales en las películas de Gracia Querejeta Siete Mesas de Billar Francés o Héctor. La Vergüenza describe un panorama poco alentador en el que una pareja de mediana edad y bien situada económicamente se enfrenta a un serio problema: tienen serias dificultades con Manu, un chaval peruano de ocho años al que hace tiempo que tienen en régimen de acogida en espera de pasar a su adopción. No consiguen hacerse con el chaval y se hallan literalmente paralizados por el miedo: por un lado son conscientes de que quizá deberían empezar a asumir que no están preparados para ser padres; por otro, la opción de devolver a Manu resultaría doblemente terrible, pues es muy poco probable que a su edad pueda encontrar otro hogar de acogida y además tendrían que hacer frente a la vergüenza que supondría echarse atrás en ese proceso.Planell es uno de esos directores que cree a pie juntillas en el poder de los actores y de la palabra. Así pues su puesta en escena es visualmente funcional, privilegia por encima de todo seguir muy de cerca a sus actores mientras desgranan unos textos que uno intuye muy trabajados, que jamás parecen impostados y que pasan con una naturalidad desarmante de la comedia al drama. Como la vida misma. Me cuesta trabajo recordar una película donde tanto Alberto San Juan como esa estupenda actriz llamada Natalia Mateo hayan estado mejor: eso tan difícil de conseguir llamado química llena la pantalla, te los crees igual cuando discuten, cuando se engañan o cuando se sinceran. Son seres tan fuertes como frágiles, pelean constantemente por salir a flote en una situación que intuyen imposible de manejar y que quizás esconde otras debilidades menos confesables, se sienten perdidos y transmiten con notable inteligencia e ironía al espectador los claroscuros de esa aventura siempre tan difícil que es la vida en pareja, espectador al que ese agudo observador de la realidad llamado David Planell se gana desde el primer hasta el último minuto a lo largo de una película capaz de plantear unos cuantos dilemas vitales y remover a fondo un buen puñado de cosas.Habrá sin duda quien argumente que La Vergüenza se apoya demasiado en la palabra y en sus actores descuidando un lenguaje narrativo puramente visual que para algunos es la esencia del cine. Para el que escribe estas líneas lo más importante es que una película consiga hacerte vibrar contándote una historia, que te meta dentro de sus personajes y sus problemas hasta el punto de hacer un tema secundario la forma narrativa. Y La Vergüenza, pese a ciertos reparos a alguna idea de guión un poco forzada en su desarrollo – lo referente a la criada peruana contratada por los padres para cubrir a la vez sus necesidades domésticas y dotar al muchacho de un vinculo con su país de origen – me parece una película muy inteligente que sabe muy bien hacia donde se dirige y que es capaz de emocionar y hacer reír a la vez con cosas que, bien pensadas, no tienen ni puñetera gracia. Quizás ahí resida su principal atractivo.

Pues esto es lo que ha dado de sí mi ajetreado fin de semana en Málaga. Algo de buen cine si bien mucho menos de lo esperado, razonables dudas sobre el formato de un festival demasiado sometido al famoseo televisivo y al fervor de las fans y, es mi impresión, bastante menos interesado en la calidad de las propuestas de la Sección Oficial. Me gustaría pensar que quizás esta sea una conclusión apresurada y si me apuran injusta de un certamen en el que al fin y al cabo solo he pasado un fin de semana. Pero mucho me temo que así es la realidad. En fin, les invito a que sigan el resto del festival en el divertido blog Alta Definición de mi amigo y periodista de El País Jordi Minguell, que afortunadamente tiene por buena costumbre escribir no solo de cine.

domingo, abril 19, 2009

MALAGA 2009: Fuga de Cerebros, Bullying, 25 Kilates

Resulta curioso comprobar como pueden cumplirse las expectativas. El Festival de Cine Español de Málaga siempre me había suscitado algunas dudas razonables como por ejemplo por qué ninguno de los considerados grandes autores españoles - Almodóvar, Amenabar, Trueba, los tres con peli nueva en el 2009 - estrenan aquí sus nuevas propuestas o la impresión de que Málaga era un festival que invertía mucho más en el famoseo, los saraos y en pasear a sus invitados (¡ese Star System epañó, mucho más televisivo que cinematográfico!) para que las fans berreen a gusto a su paso y arranquen alguna camiseta que otra en lugar de currarse una programación seria y coherente. Y la verdad es que, con todos los reparos que haya que ponerle a la escasa experiencia de solo un fin de semana allí, mi sensación es que, en efecto, Málaga es un festival, digamos, diferente en el que conviven extrañísimas decisiones de programación con un fervor adolescente choni style que raya la histeria y que en el fondo parece ser su principal motor – lo explica muy bien este magnífico artículo de Gregorio Belinchón en El País, que suscribo al 100% por lo poco que he visto – con lo que la verdad es que, por mucho que me fastidie admitirlo, no tengo más remedio que reconocer que éste no es ni mucho menos el mejor camino para que el cine español se reivindique en un Festival sin duda necesario pero que creo muy mal orientado. En fin, vamos con el cine visto que es lo que importa:

Fuga de Cerebros es un intento bienintencionado de trasplantar a nuestro cine la comedia cafre USA al más puro estilo de los Hermanos Farrelly – el principal referente de la película es Algo pasa con Mary, aunque haya guiños más que directos a otras obras cumbre del género como American Pie, aunque eso si, cambiando tartas de manzana por torrijas, que es como más patrio – siguiendo a un tiempo el modelo New Choni Cinema tipo Mentiras y Gordas en el que actores forjados en el medio televisivo traspasan su gancho comercial a la gran pantalla para conseguir que las hordas adolescentes se dejen los cuartos los fines de semana abarrotando las salas comerciales, lo que me parece un objetivo tan loable como cualquier otro. La estimable idea hubiera corrido mejor suerte si sus autores no hubieran olvidado que las pelis de los Farrelly funcionan porque por muy delirantes que sean sus premisas y muy bestias que sean sus gags, sus historias están ancladas en realidades más o menos creíbles, algo que no ocurre en esta estrambótica historia de cinco frikis que se cuelan en Oxford para que uno se declare a la chica de sus sueños. Más allá de su asumida condición de subproducto, Fuga de Cerebros sale adelante gracias a sus actores - Mario Casas demuestra sus posibilidades cómicas en un registro diametralmente opuesto al de Mentiras y Gordas, inspirado en el arte de la humillación que domina Ben Stiller pero el mejor de la función es Alberto Amarilla, que compone un ciego desternillante cuyo empeño por integrarse en la sociedad le lleva a obviar su ceguera – y a algún que otro gag afortunado que por desgracia corre el riesgo de perderse entre el marasmo de escatología y cafradas varias que se suceden en pantalla y la innecesaria sobredosis de cameos del tramo final, que juega al quien es quien de actores de multitud de series televisivas. Pese a todo, arrasará en taquilla: la fórmula Farrelly + actores televisivos + sexo (hay un tan gozoso como gratuito polvo entre Mario Casas y Amaia Salamanca que servirá de indudable reclamo) será imbatible. Cuestión distinta es preguntarse qué demonios pinta una película como Fuga de Cerebros en la Sección Oficial del Festival de Cine Español de Málaga...La misma reflexión se podría hacer sobre la desastrosa Bullying, una película que corrobora aquello de que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno. Josecho San Mateo firma aquí una aproximación al tema del acoso escolar que, para que ustedes se hagan una idea, consigue convertir por comparación a la interesante pero sin duda fallida Cobardes del dúo Corbacho/Cruz en una obra maestra sobre el particular. Aparte del imperdonable desaguisado achacable a la organización de proyectar una película rodada en catalán en un espantoso doblaje al castellano, hecho por el que tuvo que pedir disculpas el director del Festival en persona, Bullying es una horrible colección de tópicos sobre el acoso escolar en el que parece que sus responsables no se han molestado en documentarse para pergreñar una ficción que cualquiera podría construir con retazos de noticias de telediario e informaciones sensacionalistas, por la que desfilan personajes que de forma caprichosa son verdugos o victimas sin que se ofrezca ninguna explicación a su comportamiento más allá de unos superficiales y a todas luces insuficientes apuntes que rozan lo estrambótico por lo forzado. Bullying es el perfecto ejemplo de cómo una obra que se pretende un arma para combatir un determinado problema puede, gracias a su increíble torpeza, convertirse en un producto de lo más contraproducente: no solo no funciona como película sino que ni siquiera puede salvarse su carácter de película denuncia ya que con su colección de tópicos insoportables y falaces, es imposible que sea tomada en serio por parte de los posibles destinatarios de la misma, ya sean docentes, padres y desde luego, unos adolescentes que en el mejor de los casos, se tomarían a coña tanta tontería. La pregunta que cabe hacerse ante Bullying no es ya que demonios pinta en la Sección Oficial sino de quien ha sido la brillante idea de proyectarla el sábado, primer día grande del festival: su pobreza cinematográfica unida a su nulo poder mediático al no contener ni un solo rostro reconocible en su reparto hubiera debido relegarla a un espacio algo más discreto.Afortunadamente, la primera jornada fue salvada por una película que debería haber competido en la Sección Oficial pero que al haber participado previamente en el Festival de Tudela se vio relegada a inaugurar la sección paralela ZonaZine, cajón de sastre que uno intuye segunda división del Festival pero que, visto lo visto, quizás conviene seguir más que la propia Sección Oficial. 25 Kilates es una más que estimable muestra de cine de género puro y duro, un thriller urbano ambientado en una Barcelona poco proclive a la postal en la que un esplendido Francesc Garrido y una estimulante Aida Folch, él un tipo expeditivo, cobrador de deudas con un claro código moral que ejerce su oficio con profesionalidad y ella una timadora del tres al cuarto que sobrevive gracias a lo poco que le enseñó un padre ludópata y proclive a meterse en líos, se ven arrastrados en una trama de estafas, joyas y dinero en el que no faltan ni los habituales policías corruptos ni peligrosos mafiosos de nuevo cuño o periodistas ávidos de carnaza, personajes que por cierto se expresan en un saludable bilingüismo, utilizando alternativamente el catalán y el castellano cuando procede sin otro referente que la naturalidad más desarmante, la forma más inteligente y sencilla de combatir esa indeseable corrección lingüística que nos rodea.Con una realización que bebe del mejor lenguaje televisivo – estoy pensando en la estupenda The Wire – capaz de sacar partido del formato digital gracias a un montaje trepidante y a una trama bien urdida que respeta las convenciones del género, capaz de atar bien los múltiples hilos que maneja respetando la inteligencia del espectador, el debutante Patxi Amezcua ha conseguido una notable película de una interesante factura visual que sigue la senda de obras como La Caja 507 o Nadie Hablará de Nosotras Cuando Hayamos Muerto y consigue una vez más demostrar que en el cine español hay profesionales técnicos y actores entregados capaces de sacar adelante una obra de género sin que haya espacio alguno para el sonrojo, sino más bien al contrario motivos para cuestionarse por qué no vemos más a menudo en el panorama del cine español propuestas de este calibre, no especialmente caras y realizadas con dignidad. Por cierto, se estrena el viernes que viene y si tienen suerte y les cae cerca alguna de las escasas copias que se pongan en circulación, vayan a verla. Es una de esas películas de las que deseas que se mantengan en cartel el tiempo suficiente para que sus arriesgados productores recuperen la inversión que han hecho en ella. Calidad no le falta.

Mañana, segunda parte de la crónica con Carmelo Gomez y Hugo Silva metidos a narcos gallegos en Agallas, Tristán Ulloa y Emilio Gutierrez Caba enredados en una nebulosa moral en Un Buen Hombre y las dudas razonables de una pareja en crisis formada por Alberto San Juan y Natalia Mateo en La Vergüenza, interesantísima opera prima de David Planell

martes, abril 14, 2009

SEÑALES DEL FUTURO, Tendencias ante el Apocalipsis

¿Existe una cierta nueva tendencia en el último cine fantástico y de ciencia-ficción que nos llega desde Hollywood? Siendo un poco capcioso – es decir, eligiendo para sustentar dicha teoría los títulos que la inspiran y prescindiendo de aquellos que no, además de los muchos que desconozco – podría aventurar que la coincidencia en apenas unos pocos meses de obras como Monstruoso (Cloverfield, Steve Reeves), La Niebla (The Mist, Frank Darabont), El Incidente (The Happening, M. Night Shyamalan), o incluso el remake de Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still, Scott Derrickson) han conseguido, pese a las múltiples diferencias temáticas y estilísticas de todas ellas, crear la impresión de que Hollywood no teme ya a películas catastrofistas o que dibujan un futuro más bien poco alentador para la humanidad sino que aprovecha esta conciencia global de que habitamos un mundo bastante inestable para apadrinar un tipo de propuestas cuyo sentido del riesgo y cierta voluntad transgresora encajan bien en este traumatizado mundo post 11-S que habitamos.Señales del Futuro es una película que parte de una idea sumamente interesante: una cápsula del tiempo enterrada por unos niños cincuenta años atrás encierra entre dibujos que juegan a adivinar el futuro una críptica secuencia de números que predicen diversas catástrofes, el lugar donde acontecen y el número de muertos que provocarán. Esta lista cae en manos de un astrofísico descreído del determinismo que una vez rigió su vida ya que la muerte en accidente de su esposa ha destruido por completo su fe (como le ocurría por cierto al personaje de Mel Gibson en Señales, aunque esta fe no sea religiosa), dejándole a la deriva en un universo que ahora cree regido por el azar más caprichoso e injusto. La forma obsesiva en la que este personaje se aferra a la lógica de unos números capaces de predecir el futuro con aterradora precisión acabará por transportarnos a esa idea del Apocalipsis del mundo tal y como lo conocemos que, en mayor o menor medida, subyace en todas las películas anteriormente mencionadas y que, en mi modesta impresión, pueden conformar esa cierta nueva tendencia a la que antes me refería.
Alex Proyas, que ya demostró sobradamente con su magistral Dark City y en menor medida en El Cuervo y Yo, Robot que sabía moverse con fluidez en los a menudo pantanosos terrenos del mundo digital para forjar imágenes poderosas que estuvieran al servicio de la historia que pretendía contar y no al revés como suele ser habitual, consigue en la primera hora de película una propuesta muy interesante gracias a una mezcla de elementos afortunados: tanto la descripción de ese padre perdido y su a ratos difícil relación con su hijo – no por casualidad con un defecto auditivo que le permite aislarse del mundo real y ser así algo más sensible a ese otro mundo que se oculta tras de él – como el desvelo progresivo de las claves del misterio contribuyen a recrear una atmósfera propicia para que cuando entren en juego los grandes tour de force del relato – dos espectaculares secuencias catastróficas, la primera de las cuales es un elaboradísimo plano-secuencia ejecutado de forma magistral, y la presencia cada vez mayor de ese elemento sobrenatural sumamente perturbador personificado en esos extraños seres que acechan a los protagonistas – engancha por completo la atención del espectador, capaz incluso de pasar por alto algunos sonrojantes agujeros de guión.Por eso, es una lástima que la resolución de Señales del Futuro no esté a la altura de lo que desarrolla en su excelente primera hora y media: a medida que los personajes se ven enfrentados a la evolución de los acontecimientos y no encuentran la forma mejor de escapar a ese destino implacable que dejarse llevar por el puro instinto – como el personaje de Rose Byrne – o por una renacida y obsesiva fe en el determinismo – en el caso del astrofísico interpretado por Nicholas Cage -, se revela igualmente que Proyas ha encontrado muchas dificultades para conciliar la negrura de una historia que apunta en muchos momentos a una sola resolución posible con la necesidad, un tanto impostada y algo a contracorriente, de buscar una salida algo más esperanzada. Al contrario de lo que, en una situación similar, hacían Frank Darabont en La Niebla o Steve Reeves en Monstruoso, Señales del Futuro acaba acercándose algo más al universo redentor del Shyamalan de Señales o El Incidente. Así, de un thriller bien construido con elementos fantásticos pero a un tiempo con los pies bien asentados en la realidad, Proyas desemboca de forma un tanto suicida en la ciencia-ficción más desatada provocando no poca perplejidad. Y es que, hay que reconocerlo, el cóctel final, aun siendo en muchos momentos de lo más estimulante, resulta un pelín indigesto.
No es que Señales del Futuro se malogre por completo en ese tramo final, pese a su estomagante epílogo: al fin y al cabo, si consideramos la propuesta en su conjunto, lo cierto es que esta película de Alex Proyas consigue convertirse por sus propios méritos durante dos tercios de su metraje en una propuesta de lo más estimable que, eso resulta indudable, prueba una vez más la pasión por el género que destila su director: consciente de que la ciencia-ficción siempre ha servido para diagnosticar los males que aquejan a la sociedad que la cobija, Señales del Futuro consigue así configurarse como un ejemplo más de esa tendencia actual de este tipo de cine que parece empujarnos de forma irremediable a preguntarnos si la mejor forma de salvar el mundo no será otra que, enfrentados al Apocalipsis, empezar por salvarnos a nosotros mismos y a aquellos a quien más queremos. Debe ser el signo de los tiempos.