viernes, octubre 31, 2008

SEMINCI 2008 Cronica 7: La Ventana, El Frasco, Terriblemente Feliz

Hoy ha sido una jornada muy argentina en la Seminci: dos producciones en la Sección Oficial y otra más en Punto de Encuentro le han puesto el acento porteño a un certamen que entre España, México, Colombia y Aregentina suman diez películas en las que se habla castellano sobre las veintiuno que componen la Sección Oficial a concurso, algo a lo que sin duda no es en absoluto ajeno el hecho de que Javier Angulo, conocido defensor a ultranza del cine que se hace en este país y en latinoamerica, es ahora el director de una Seminci más castellanizada que nunca. Y además de momento con bastante buen resultado.
Se esperaba con mucha expectacion La Ventana, sexto trabajo del director Carlos Sorin (Historias Mínimas, Bombón el Perro, El Camino de Santiago), una película cuya sinopsis nos retrotraía una vez más a uno de los temas más recurrentes de esta Seminci, la proximidad de la muerte. Antonio, un hombre de ochenta años, se despierta en el que será el último día de su vida. Vive en una antigua casa de campo. Está en cama, enfermo, y lo cuidan con dedicación sus caseros y una empleada. Esperan a su hijo, al que no ve desde hace tiempo y que, informado del estado de su padre, llegará esa tarde procedente del extranjero. Antonio no lleva nada bien su confinamiento en la cama: ve la luz de un día precioso a través de la ventana de su cuarto invitándolo a salir a la huerta. Escucha al afinador de pianos contratado para poner a punto el instrumento con el que su hijo, pianista, se gana la vida. Escucha los preparativos del reencuentro y pelea con su médico para que lo libere de su cómoda prisión. Al final, llevado quien sabe si por la brisa, el solo, la naturaleza, se pone en pie y no sin dificultad, decide salir a dar un paseo.Hay algo muy sorprendente en esta película de Carlos Sorín, un cambio yo diría que radical de estilo visual. Sorin construía hasta ahora sus historias con actores no profesionales a los qu daba pocas indicaciones y a los que se limitaba a fimar con la cámara de la forma más natural posible, buscando una verdad casi documental con una puesta en escena minimalista y una cámara que rara vez escapaba del plano fijo y el primer plano cercano al rostro de sus no-actores para conseguir esa cercanía que hasta ahora era su seña de identidad más reconocible. Pues resulta que La Ventana es una película que rompe con ese estilo: la puesta en escena está muchísimo más elaborada, la cámara se mueve con suavidad por el plano alejándose o acercándose a los personajes, el montaje, sin llegar a ser brusco, compone un lenguaje mucho más estilizado, con un ritmo cadencioso pero nunca aburrido que va componiendo lentamente ese tono entre melancólico y resignado con el que va envolviendo suavemente al espectador.Reconoce Sorin que La Ventana es su particular aproximación a una de las películas clave que marcaron su vocación por el cine, Fresas Salvajes de Ingmar Bergman. De acuerdo, el personaje central de La Ventana – interpretado y muy bien por cierto, por el escritor uruguayo Antonio Larreta, Premio Planeta por Volaverunt y guionista en películas como Los Santos Inocentes, El Maestro de Esgrima o Juana la Loca – quizás no rememora su existencia con afán de encontrarle un sentido a la misma al sentir la proximidad de la muerte, pero no cabe duda que comparte con áquel la necesidad casi intuitiva de hacer una serie de cosas y poner en orden ciertos asuntos pendientes de resolver antes de que llegue su momento. La Ventana es una de esas películas en las que parece no pasar nada y sin embargo si que está contando cosas, una obra en la que el espectador ha de hacer un cierto esfuerzo para entrar en su propuesta y sobreponerse a la pereza que puede darle una historia que, en el fondo, ya ha sido contada muchas veces y por cineastas de mucho talento. Pero si lo consigue, como fue mi caso, saldrá más que reconfortado y disfrutará mucho de la belleza de planos tan sencillos y a la vez tan desoladoramente hermosos como aquel que ilustra el momento en el que Antonio se ve obligado a finalizar su paseo o la poética forma en la que Sorin relaciona la vejez con el retorno a la infancia por medio de recuerdo frágil, casi fantasmal, que se escapa entre los pliegues de la memoria, un recuerdo con el que se abre y se cierra una película hermosa y sencilla en la que sin duda no entrará todo tipo de espectador pero que, insisto, para el que escribe estas líneas marca un cambio necesario en la filmografía de Carlos Sorin, un cineasta que parecía estancado en un estilo que no daba más de sí.Hablando de estilos, no cabe duda que Alberto Lecchi también tiene el suyo. Y tampoco cabe duda que se situa en las antípodas del de Sorin: mientras que éste se dedica a buscar la emoción a través del naturalismo despojado lo más posible de artificio, el meloso autor de películas como Nueces para el Amor busca en todo momento la complicidad con el espectador apelando a la identificación más básica usando todos los recursos que el cine pone a su alcance, desde unos guiones llenos de romanticismo hasta una música que te lleva en todo momentos en volandas hacia lo que puedes sentir pasando por unos intérpretes estupendos que saben que su principal cometido es seducir por completo al espectador hasta que este consiga hacer suyos los padecimientos emocionales de sus personajes. No tiene nada de malo y es absolutamente legítimo entender el cine de esa forma: hay muchos que buscan en una pantalla poco más que sentirse reconfortados con una bonita historia de amor donde todo acabe bien para sus protagonistas. Y si, como en el caso de El Frasco, eso se hace con cierta elegancia y oficio, pues objetivo cumplido.El Frasco es la historia de Pérez, un conductor de autobus con serios problemas para relacionarse socialmente con cualquiera: callado hasta la exasperación, tímido, monosilábico e introvertido, esta especie de Forrest Gump porteño – interpretado por un Dario Grandinetti que se esfuerza por conseguir una suerte de menos es más al estilo Bill Murray sin conseguirlo plenamente – solo sale de sí mismo cuando se cruza con Romina, una maestra de pueblo también simple y algo tímida, con la que le une un encargo: llevar un frasco con su orina para un análisis de rutina a una clínica en otra ciudad. Pérez intenta cumplir con el cometido lo mejor que puede – le cuesta lo suyo porque no es precisamente un portento a la hora de solventar dificultades inesperadas – pero cuando el dichoso frasco se rompe por accidente Pérez opta por una solución absurda que desencadenará toda una serie de inesperados acontecimientos.
El Frasco es una película simpática que se ve con agrado y que incluso se deja querer por la infinita ternura con la que Lecchi trata a sus torpes criaturas, con lo que no deja al espectador mayor opción que solidarizarse con ese exasperante Pérez que roza el autismo o con esa Romina de la que uno intuye su enorme potencial y su atractivo asomando por debajo de esa fachada de simple conformismo. La tenacidad de Pérez por cumplir con el encargo de Romina y solucionar el follón que el mismo construye hace que el personaje evolucione de forma tan previsible como resultona mientras el espectador se divierte no poco con las situaciones a las que se enfrenta – la delirante relación que establece tanto con el empleado de la gasolinera como con las distintas camareras y encargadas de los restaurantes del trayecto donde para – y espera a que ambos personajes se encuentren en el camino. A un servidor, como es de natural cínico con este tipo de historias mágicas y pelin almibaradas que poco o nada tienen que ver con el amor en la vida real, se le cruzó un poco el cable con tanto jugueteo amoroso y desconectó demasiado pronto de la propuesta, pero no me cabe duda alguna que El Frasco es una película bien construida desde el guión y muy bien interpretada por su pareja protagonista, cuya excelente química, con esa Leticia Brédice tirando constantemente del personaje de Grandinetti al modo de los grandes personajes femeninos de la comedia clásica tipo Hawks o Capra – hay reconocibles gotas de ambos en El Frasco y puestos a inspirarse, qué mejor que un clásico – consigue llevar a buen puerto la propuesta. Insisto, yo no entré en ella. Pero seguro que tendrá sus defensores.

Pocas cosas hay que me cabreen más viendo una película que estar disfrutando de algo que me engancha y me mantiene pegado a la butaca y que, de repente, un brutal o arbitrario giro de guión consiga cargarse la credibilidad de la misma de tal forma que me resulte imposible obviarlo o volver a ella. Pocas veces me ocurre pero siempre reacciono igual:me encabrono como un enano porque veo las enormes posibilidades de la historia y soy incapaz de entender como el director de la misma, habiendo demostrado una sobrada capacidad para fascinar con una propuesta original y con grandes posibilidades, es capaz de cagarla de semejante forma, con perdón. O sin él, que ya les he dicho que esto me cabrea sobremanera. Pues eso es exactamente lo que me ha ocurrido esta tarde con Frygtelig Lykkelig, imposible título de la segunda película danesa de la Sección Oficial tras Flame y Citron – al parecer se puede traducir como Terriblemente Feliz - y que, también es casualidad, se parece a ésta en sus defectos menos perdonables.Narra la historia de Robert Hansen, un agente de policía de Copenhague que ha sido destinado contra su voluntad a una pequeña localidad perdida de la mano de Dios donde ejercerá de comisario. Pronto aprenderá que la principal máxima por la que se rigen los habitantes del pueblo es “Nosotros hacemos las cosas a nuestra manera. Y más te vale adaptarte porque sino vas a pasar un mal rato” Y es que los lugareños tienen sus simpáticas costumbres: cotillear todo lo que pueden, conspirar en la barra del pub local, encubrirse entre ellos, ocuparse de sus asuntos pasando ampliamente de la autoridad local y no permitiendo injerencias de extraños, hacer desaparecer cosas (y personas) en una ominosa ciénaga cercana... En fin, cada pueblo tiene sus cosillas. Lo malo es que por ahí también ronda Ingelise, una supuesta mujer maltratada que intenta seducir al comisario para que la salve de su situación y por supuesto Jorgen, el animal de su marido, un tipo poco recomendable acostumbrado a usar la violencia física para resolver los problemas y que es algo así como el matón de pueblo al que nadie le chista ni le dice como llevar sus asuntos.Esta película arranca de maravilla. Por momentos es una deliciosa mezcla de un insólito western rural danés – con el clásico tema del forastero que llega al pueblo sin ley a tratar de imponerla a una comunidad cerrada – con unas gotas del Perros de Paja de Peckinpah y del Twin Peaks de Lynch, todo ello bien agitado con unos aprovechables aunque retorcidos códigos de cine negro y un puntito de humor que sin duda haría las delicias de, por ejemplo, los hermanos Coen. Uno se queda pegado a la butaca disfrutanto de tan marciana como inteligente propuesta, lo más original de largo visto hasta ahora en la Sección Oficial cuando de repente y sin venir a cuento en un guión que hasta ese momento se había mostrado modélico tanto en la presentación de personajes como en la descripción de los conflictos, la credibilidad del mismo salta en pedazos con un giro de guión tan arbitrario e inverosímil como imposible de ignorar durante el resto de la película porque, como los frutos que salen del árbol envenenado, todo lo que después de eso acontece – y sigue habiendo ideas muy, pero que muy interesantes – se apoya en ese giro indefendible, algo que aunque puede que a otros muchos les pase desapercibido, para mi lastra los resultados finales de la película hasta convertirla, en lugar de la obra fascinante que prometía su estupendo arranque, en un esforzado ejercicio de estilo que pese a sus muchas virtudes no conseguirá jamás, solo por ese desatino imperdonable, convertirse en una obra notable. Hubo mucha y variada discusión a la salida del cine, por lo que que estoy convencido que a muchos les convencerá pese a todo lo expuesto. Incluso puede que a mi mismo cuando se me pase el cabreo...

jueves, octubre 30, 2008

SEMINCI 2008 Cronica 6: Desierto Adentro Villa Animales de Compañia

El año pasado el realizador mexicano Rodrigo Plá presentó fuera de concurso en la Seminci la interesante La Zona, una película contundente en la que analizaba la forma en la que las clases más pudientes se encerraban en zonas residenciales tan temerosas del exterior que llegaban a establecer sus propias reglas al margen de la sociedad para perpetuarse en ese voluntario aislamiento. Casi al mismo tiempo que La Zona, Plá se encontraba rodando esta Desierto Adentro que hoy ha presentado en la Sección Oficial, una película que vuelve a reflexionar sobre las terribles consecuencias del pensamiento único y del nulo espacio que se concede a la disensión, pero centrando su enfoque esta vez en el fanatismo religioso en lugar de esa velada lucha de clases.Estamos a principios del siglo XX, en los años de la Revolución Mexicana. Son tiempos en los que el Ejército Federal persigue a la Iglesia y reprime a los católicos, hasta el punto de que los fusilamientos de son habituales en las zonas rurales. Un día Elías, hombre muy creyente y temeroso de Dios, comete de forma involuntaria lo que él considera un gran pecado contra Dios que provoca la muerte del cura local, de su mujer y de su hijo mayor. Convencido que sus pecados llevarán a toda su familia a sufrir una muerte prematura, Elías tiene un plan para escapar del castigo divino, una penitencia que consistirá en adentrarse en el desierto junto con sus seis hijos y construir allí una iglesia con la que ganarse el perdón de Dios. La mirada de Aureliano, el hijo menor, que desde su fe y una condición enfermiza que condiciona en gran medida su infancia, narra a través de su pasión por la pintura - un recurso que el director aprovecha bien por medio de la animación para dinamizar la historia con un elemento original - la forma en la que la religiosidad exacerbada y decididamente errónea de Elías conduce a una suerte de fanatismo alimentado con la culpa y la necesidad del perdón divino que, como ustedes pueden imaginar, no puede conducir a nada bueno.Desierto Adentro es una película muy ambiciosa que se ve lastrada por un comienzo algo moroso y confuso desde el guión que no engancha demasiado, pero que al tiempo tiene tiene la nada desdeñable virtud de ir mejorando según avanza el metraje y Elías y sus hijos van siendo arrastrados en esa espiral del fanatismo religioso e ideológico que no admite la más mínima disensión y que conlleva tremendas consecuencias. Además, es justo reconocer que se trata de una película visualmente muy atractiva – Rodrigo Pla demuestra de nuevo que es un cineasta con oficio y el magnífico trabajo de fotografía de Serguei Saldivar, con profusión de tonos azulados y áridos que refuerzan la esencial sensación de aislamiento de esa familia, recuerda en esto bastante a La Zona – con algún que otro momento francamente logrado, en especial aquellos en los que Aureliano retrata a sus hermanos para la posteridad, auténticos cuadros de belleza un tanto macabra que se relacionan directamente con la peculiar visión de la muerte que tienen los mexicanos.Obra más interesante que lograda, Desierto Adentro es una película desigual sobre la culpa y la necesidad del perdón que no consigue dejar del todo satisfecho al espectador pese a que no carece de elementos de mucho interés. Hasta cierto punto engancha con toda una tradición del cine de temática religiosa hecho en México – por supuesto no es Simón del Desierto de Buñuel, pero el recuerdo de esa película me cruzó por la mente varias veces a lo largo de la proyección – y por esa razón casa a la perfección, con su furibundo ataque al dogmatismo, en un certamen que, no lo olvidemos, empezó siendo un festival de cine religioso y valores humanos…
Tras el primer pase detectamos cierta conmoción en la puerta del Teatro Calderón. Un tipo muy parecido a Michael Moore se paseaba por allí embutido en una camiseta del Valladolid y pateando un balón con los mismos colores, montando cierto numerito. Se trataba de Ezio Massa, el director de Villa, la segunda película del día, que mezclaba su atuendo futbolero con una ominosa sudadera negra con capucha que le daba un aspecto de chungo que contrastaba con su buen sentido del humor. Como un Santiago Segura cualquiera, el tipo se aplicaba a la noble tarea de tratar de vender su película lo mejor posible. Y, desde luego, conseguía llamar la atención. Más vale que hablen de uno, aunque no sea por los méritos de tu película.
Y es que Villa no ofrece gran cosa, la verdad. Villa es el nombre de un barrio de Buenos Aires bastante chungo donde los narcos campan a sus anchas, la delincuencia está al orden del día y la falta de medios es tan tremenda que hasta las cosas más sencillas, como encontrar un televisor donde ver el Argentina-Nigeria del Mundial de Korea-Japón del 2002 es toda una aventura: los sitios públicos están vedados a los chavales de la Villa por la mala prensa – justificada – que tienen; no hay ni siquiera un televisor en la parroquia del barrio, único sitio neutral y respetado por todos y según se va acercando la hora del partido, la lucha de tres amigos, Freddy, Cuzquito y Lupin para buscarse la vida y encontrar un sitio donde disfrutarlo se hace más y más imaginativa: uno pretende darle una lección de humildad al dueño de un bar de donde fueron expulsados sin miramientos, otro intenta ganarse la confianza de una anciana para poder ver el partido en su casa y un tercero se plantea allanar una tienda de electrodomésticos para verlo en el televisor mejor y más grande que encuentre.
El principio de Villa recuerda mucho a Barrio, de Fernando León, mientras se nos presenta a los tres colegas y se nos muestra la realidad cotidiana del barrio donde viven. Es una historia contada mil veces: marginación, delincuencia, adolescencia machacada y desprovista de sueños, cosas pequeñas que cuestan un mundo, tentaciones, hip-hop ... El director narra todo esto con un estilo videoclipero, entrecortado y de montaje rápido que se pretende dinámico y acaba por ser extremadamente confuso y narrativamente nulo. Además, se empeña una y otra vez en utilizar unos planos estrambóticos – de esos en plan “mira, voy a inclinar la cámara porque queda muy cool” – para narrar hechos cotidianos que no precisas de tales artificios, con lo que una película que por la descripción que pretende de esos ambientes pide naturalismo a gritos en la línea de un Pablo Trapero se convierte en una propuesta artificiosa que la vacía de contenido.Lo curioso es que en la segunda parte de la película, y si el espectador no ha desconectado por completo a esas alturas, Villa se transforma en una propuesta narrativa mucho más fluida, más limpia y mucho más lograda, con una puesta en escena mucho más calmada que se olvida de esas molestas “marcas de estilo” iniciales para narrar de un modo mucho más clásico (y mejor, que duda cabe) las tres peripecias de los muchachos en cada uno de sus respectivos retos y la forma en la que estos se van desarrollando. Ahí sí consigue Massa que su película coja altura gracias a algún que otro golpe de humor bien colocado – lo que acontece en la estación de policía es inverosímil pero muy divertido – unas gotas de ternura y solidaridad (la historia de Cuzquito y la abuela) o la aparición de la tensión y el dramatismo (Freddy en el bar) lo que hace que uno se pregunte, viendo dos partes tan dispares en estilo y resultado, si es que fueron realizadas por personas distintas o bien este Ezio Massa es un tipo que de cuando en cuando se toma una buena dosis de tranquilizantes para ayudarse a hacer cine. Villa es una película fallida, sin duda, pero que no deja mal sabor de boca.Los que leéis estas crónicas ya sabéis de mi absoluta debilidad por la comedia, y más en un entorno tan proclive al dramatismo y a plúmbeos ejercicios de estilo como cualquier festival de cine. Es un lugar común decir que hacer buena comedia es algo muy serio, pero un tópico que tiene mucho de verdad: nada es más difícil que conseguir hacer reír al espectador de un modo sutil e inteligente y sin que tengas la sensación que están apelando a tus más bajos instintos. Por eso ha sido toda una sorpresa la película española Animales de Compañía dirigida por Nicolas Muñoz (Rewind) una vuelta de tuerca sobre el inagotable tema de la familia mal gracias contada con notable desparpajo y toneladas de inteligencia que, sobre todo en sus geniales primeros cuarenta minutos, consiguió hacerme pasar un rato francamente divertido e inclusa alguna que otra sonora carcajada.
Animales de Compañía narra una reunión familiar. El cumpleaños del patriarca de la familia, un diseñador de sillas imposibles con una actitud vital entre resignada y perpetuamente encabronada (un Miguel Rellán absolutamente antológico) reúne en una cena a su esposa, fotógrafa artística sin éxito empeñada en representar el papel de madre perfecta; una hija pija casada con un no menos pijo presentador de telediarios que intentan adoptar por la imposibilidad de tener hijos biológicos; otra hija cabeza loca y algo alternativa que vive para provocar a sus padres (Maria Botto, también genial en un papel que es una versión muy mejorada del que ya hizo en Seres Queridos) y que se presenta en su casa con su última pareja, un cínico crítico de arte (Nancho Novo aprovechando al máximo la retranca de un personaje que goza de algunas de las réplicas más brillantes del guión) y el hijo menor, antisistema de salón plagado de contradicciones.Con semejante grupo de personajes uno puede pensar que basta con ponerlos en el mismo espacio y dejar que surjan los inevitables conflictos, muchos de ellos tremendamente cómicos. Y no les faltaría razón, pero se necesita algo más: se necesita inteligencia, un guión sólido y repleto de ingenio una construcción férrea de personajes que permita reírse con ellos y no solo de ellos y sobre todo, una naturalidad que haga creíble el conjunto. Animales de Compañía, al menos en su introducción de personajes y sobre todo en la antológica escena de la cena propiamente dicha, lo hace de una forma primorosa, magistral: profundizando en las situaciones cómicas, el brillante guión urdido por Rodrigo y Nicolás Muñoz va deslizando pildoritas de drama que van equilibrando la función hasta conseguir que, en algunos momentos, se te congele la sonrisa ante los padecimientos de ese via crucis de parientes, esa miseria moral en cooperativa repleta de reproches y envidias que van saliendo a la luz por parte de unos personajes condenados por razones de sangre a entenderse pero que en el fondo se detestan y se quieren con igual intensidad y determinación.
Es cierto que la obra tiene un arranque de tal brillantez que resulta imposible mantener ese nivel durante sus 94 minutos de duración – si así fuera estaríamos hablando de una obra maestra, aunque no me cabe duda que es la mejor comedia que ha dado el cine español en lo que va de 2008 – y por eso la segunda parte pierde algo de fuelle, según se hace un puntito más vodevilesca y desparramada y se aleja de las puyas de las relaciones familiares. Tampoco ayuda que desaparezca casi por completo ese genial crítico de arte socarrón al que da vida Nancho Novo, siendo “sustituido” por otro personaje que aparece en mitad de la función para hacer progresar la historia. Pero da lo mismo: a la postre lo que verdaderamente importa es que Animales de Compañía es una estupenda comedia y una notable película que merecería, pese a los prejuicios habituales que los Jurados suelen tener contra las comedias, encontrar algún tipo de reconocimiento en el palmarés.

miércoles, octubre 29, 2008

SEMINCI 2008 Cronica 5 La Perdida de un Diamante Lagrima Estomago Hollywwod Vs Franco

Cruzamos el ecuador del Festival con la sensación general de que la calidad media de los títulos programados en la Sección Oficial es aceptable, aunque aun no hemos descubierto un título verdaderamente notable que se eleve por encima de todos, esa obra que permita recordar esta edición por algo más que los problemas de (des)organización. De momento debemos conformarnos con Los Momentos Eternos de Maria Larsson y Cerezos en Flor como lo más destacado de una programación desigual aunque insisto, de calidad media aceptable. Algunos opinan que es precisamente la casi total ausencia de películas insufribles en la Sección Oficial – la única verdaderamente indigna de la Seminci hasta la fecha ha sido la infame La Mujer del Anarquista - lo único que, de seguir así, puede salvar los muebles de esta 56 Edición marcada por otras cosas.

Eso si, esperemos que no haya en días sucesivos más obras tan flojitas como esta La Pérdida de un Diamante Lágrima que hemos sufrido esta mañana, porque de ser así la argumentación anterior se nos puede ir rapidamente al carajo. Esta es una película basada en un texto no publicado de Tenneesse Williams (digo yo que será por algo ¿no?) y en él se encuentran todos y cada uno de los elementos que hemos visto hasta la saciedad en las obras teatrales del autor de La Gata sobre el Tejado de Zinc Caliente: diferencias sociales, luchas por conseguir el amor o el reconocimiento social, pasiones desatadas y calenturientas, hijos que abominan de sus padres y viceversa, hombres y mujeres que tratan de escapar del rígido corsé de la sociedad en la que les ha tocado vivir y por supuesto, el Sur, ese Sur característico lleno de calor, humedad, plantaciones, mansiones, sirvientes negros, fortunas y torrenciales pasiones.La película, primer largometraje de la actriz Jodie Markell (Safe, Un Final Made in Hollwood) es poco más un vehiculo de lucimiento para sus dos jóvenes y guapos protagonistas: ella es Bryce Dallas Howard, que tras ejercer de dueña de una plantación mucho más peculiar en el Manderlay de Lars Von Trier, adopta aquí el acento meloso y la pose entre chulesca y descarada de una señorita bien del sur cansada de serlo para dar vida a uno de esos típicos personajes de Williams, atrapado entre su voluntad de huir de una sociedad en la que no encaja y que la desprecia por ser hija del despiadado dueño de una próspera plantación, y el deseo que siente por un joven, por supuesto de origen mucho más humilde que el suyo pero guaperas y con hechuras de buen semental – un perdidísimo Chris Evans al que casi se le puede oir gritar en cada plano que le devuelvan su traje de los 4 Fantásticos – colocándolos a ambos en el centro de una de esas tramas de deseos cruzados, equívocos y juegos de apariencia que partiendo de una premisa bastante estúpida – la pérdida del dichoso diamante lágrima del título – le sirve a la directora para juguetear un poco con las idas y venidas de sus protagonistas por una de esas fiestas sureñas / hoguera de vanidades donde el mozo se verá tentado por una primita con ganas de marcha y la damita Fisher Willow encontrará su camino. Si le quitamos al filme la belleza de una afectada Bryce Dallas Howard – aunque algo más entradita en carnes que en sus últimos papeles la combinación de su piel blanquísima con esos labios rojo pasión es divina de la muerte – y el atractivo del soseras de Chris Evans y obviamos lo que siempre ha de exigirsele a una producción de este tipo (o sea, una lograda dirección artística, vestuario, ambientacion general y trabajo lucido de fotografía) La Perdida de un Diamante Lagrima se queda en poco más que una plumbea y por momentos aburridísima película que produce la misma emoción que un pescado destripado en un tenderete de cualquier mercado. O sea, una ligera nausea y ganas de salir de allí pitando en busca de sensaciones más agradables.

Estômago es una película cuanto menos desconcertante. Sucintamente, cuenta la historia de Raimundo Nonato, un paleto que descubre casi por azar que tiene mano para la cocina y al que vemos ejercer de cocinero de forma paralela en un bareto de mala muerte donde llega sin un céntimo en el bolsillo... y en la cárcel, donde no sabemos cómo ni por qué ha acabado compartiendo celda con unos cuantos tipos nada recomendables. Raimundo es de una candidez y una inocencia tan puras que desconcierta por completo al espectador con esa actitud vital entre optimista y agilipollada que le permite salir adelante tanto en uno como en otro ámbito haciendo lo único para lo que parece estar dotado, que es la gastronomía. Marcos Jorge, el director debutante de esta sorprendente Estômago, se sumerge de lleno en una propuesta que hubiera hecho las delicias de dos homenajeados de esta Seminci, la pareja Ferreri/Azcona de La Gran Comilona, mezclando de forma despreocupada poder y comida (y sexo gracias al tremendo personaje de una prostituta obsesionada con la pitanza) en un cuento sumamente perverso que en el fondo no es otra cosa que un desolador ejercicio de corrupción moral.Estômago alterna de forma continua la acción que transcurre en la cárcel con la que sucede dentro de ella, con tanta habilidad que al principio uno incluso duda sobre cual es el presente y cual es el pasado. En la trama que transcurre fuera de la cárcel Raimundo aprende lecciones de cocina y a relacionarse con el mundo que le rodea, prostituta incluida; en la cárcel aprende las normas básicas para sobrevivir mientras utiliza sus conocimientos para ascender dentro del frágil sistema en el que su habilidad de hacer maravillas con la comida le sirve para ascender en esa peculiar escala social. Todo está contado con sencillez pero con encanto, ritmo e inteligencia. La película se hace simpática gracias a la esplendida interpretación de João Miguel en el papel principal, una desarmante mezcla de inocencia, sumisión y deseo por aprender, y aunque llega un punto en el que Estòmago se hace previsible tanto su desarrollo como su resolución, al espectador no le importa demasiado anticiparse a los acontecimientos porque pesa mucho más en el balance final escenas tan logradas como la del banquete en la cárcel, (que destila un surrealismo y una ironía dignas del mejor Azcona o Berlanga) o la infinita ternura que es capaz de desprender esa alma cándida en casi cualquier situación. Es hasta facilona la analogía, pero la verdad es que Marcos Jorge ha sabido combinar con inteligencia los ingredientes de los que disponía y conseguir una película sabrosa, nutritiva y que no se hace nada pesada. No es poca cosa. Hoy ha sido el primer día que no hemos tenido tres peliculas en la Sección Oficial, por lo que he aprovechado la tarde libre además de para escribir estas líneas y ponerme al día para acercarme a mi sección favorita, Tiempo de Historia, y disfrutar allí de un estupendo documental cuyo engañoso título, Hollywood contra Franco, no es sino un pegadizo gancho que esconde la interesante biografía de Alvah Bessie, guionista de Hollywood que decidió en su momento abandonar su lucrativo trabajo para embarcarse como voluntario en el Batallón Abraham Lincoln y combatir en la Guerra Civil Española; hacerse miembro una vez finalizada la contienda del Partido Comunista Americano y de la Asociación de Escritores; ser perseguido por ello durante la infame Caza de Brujas y finalmente incluido en la famosa Lista Negra. De hecho, fue uno de los famosos Diez de Hollywood que se negaron a colaborar con el Comité de Actividades Antiamericanas y pagaron un alto precio por ello, incluyendo la cárcel (Bessie estuvo un año) y la imposibilidad de trabajar como escritores en Hollywood.
El documental de Oriol Porta utiliza la interesantísima vida de Bessie y la narración en off de fragmentos de su libro de memorias como columna vertebral de una propuesta que analiza asimismo la cambiante relación de Hollywood con la Guerra Civil Española y la forma en la que sus películas utilizaron el conflicto y el enorme impacto que, al ser la primera en alcanzar una gran difusión internacional gracias a los noticiarios que se difundían en los cines, tuvo en la sociedad estadounidense. Con un inteligente uso del abundante material de archivo del que dispone (hilarante en algunos casos como las torpes manipulaciones de la censura en el doblaje al castellano de Casablanca o el enfado de los brigadistas con Hemingway y con Hollywood por la trivialización del conflicto en ¿Por Quien Doblan las Campanas?, por poner solo dos ejemplos más o menos conocidos) Porta y un elocuente Roman Gubern ofrecen una visión hasta cierto punto desconocida de la gran importancia que esta contienda tuvo en el mismo corazón de Hollywood donde por un tiempo incluso se reprodujo en cierta forma el conflicto que desangraba a España, ya que artistas, directores y técnicos eran mayoritariamente partidarios de la causa republicana mientras los dueños de los estudios, los altos cargos que manejaban el capital y en definitiva el gran negocio del cine lo eran del bando franquista.
Es una obra de gran interés para todo aficionado al cine y a la historia de España, que tiene sus mejores bazas en el recurso constante a la figura de Alvah Bessie, protagonista de tal importancia que el título del documental no le rinde la justicia que merece: desde su rehabilitación en su país tras los años oscuros – él fue junto a su amigo Martin Ritt y muchos otros represaliados uno de los creadores de La Tapadera, aquella película protagonizada por Woody Allen y Zero Mostel que quizás sea la mejor que se ha hecho sobre todo aquello – hasta su vuelta a España de la mano de Jaime Camino y Roman Gubern para colaborar con ellos en el guión de La Otra España, este notable trabajo ofrece tanta información como algún que otro momento de genuina emoción, como el que protagoniza el hijo de Alvah Bessie visitando las ruinas de Belchite y el paraje donde su padre se fotografiara durane la Guerra Civil setenta años atrás. Si tienen ocasión cuando se estrene – o se pase en la televisión catalana o nacional, pues entre sus productoras están tanto TVC como TVE – no se lo pierdan. Les aseguro que no se sentirán defraudados.Podría terminar la crónica de hoy hablándoles de Elle Veut Le Chaos, horripilante película de la Sección Punto de Encuentro que de manera para mi absolutamente inexplicable se alzó con el premio al Mejor Director en el pasado Festival de Locarno, pero es una historia tan pedante, tan pretenciosa, tan absolutamente pagada de si misma en un estilo más que estático comatoso que plagia vagamente a un primerizo Jim Jarmusch – como Extraños en el Paraíso pero sin sentido del humor – que paso corriendo un tupido velo sobre tan lamentabe perdida de tiempo y cierro con algo que a ustedes no les interesará demasiado pero que para un servidor es esencial: hemos descubierto que pese a no figurar en el listado de centros colaboradores, podemos seguir yendo a nuestro legendario Colombo con los vales de comida de la Seminci. Asi que ya saben: la tradición de la porra de los periodistas acreditados que lleva cumpliéndose desde hace cinco años no se verá alterada tampoco en la edición de este año tal y como parecía al principio. Volveremos a juntarnos el viernes alrededor de una mesa para llevarla a cabo. Y por supuesto, yo se lo contaré todo, jugosas anécdotas incluidas.

martes, octubre 28, 2008

SEMINCI 2008 Cronica 4: Flame y Citron Una Cierta Verdad Dr Muerte

Jornada extraña la que vivimos ayer. De acuerdo, nos hemos librado de los enfermos terminales, pero no estoy muy seguro que hayamos salido ganando con el cambio: el menú ha consistido en una peli a medio camino entre el cine bélico, el de espías y el cine clásico ambientada en la Dinamarca ocupada de la II Guerra Mundial (con su consiguiente dosis de muertos, claro está), un documental sobre los terribles procesos de la enfermedad mental que nos puso los pelos de punta y una obra ambientada en Colombia, en ese Cali con todos y cada uno de los habituales tópicos que ustedes puedan imaginar sobre la droga, los sicarios, la violencia indiscriminada y críos comportándose como animales hicieron que un servidor casi, casi añorara las historias de enfermos terminales de los últimos días.

Empecemos con Flame y Citron, la producción danesa más cara de la historia, que arroja luz sobre un par de personajes muy conocidos en aquel país pero de los que un servidor no tenía noticia hasta la fecha. Miembros de la casi inexistente resistencia danesa – hay que recordar que Alemania invadió Dinamarca en algo así como una hora y la única resistencia que encontró fueron ocho tiros disparados por la Guarda de la Reina de modo casi testimonial, convirtiéndose de facto en un país aliado de los germanos – que actuaban de un modo muy peculiar, mezclándose con la población, frecuentando garitos infestados de oficiales alemanes y usando el tiro en la cabeza al más puro estilo terrorista como marca de visita. Estos dos tipos se convirtieron en algo así como la pesadilla de la Gestapo, que empezó por poner precios cada vez más elevados a sus cabezas y acabaron por utilizar nada menos que a 250 soldados en su caza y captura. En la Dinamarca de la posguerra, traumatizada como la Francia colaboracionista, la necesidad de héroes con los que lavar su imagen convirtió a estos dos personajes en mitos cuyo valor y ejemplo han pasado a formar parte del imaginario danés, ayudando en parte a tapar el pasado hasta el punto que muchos hoy en día prefieren ignorar el verdadero papel de su país en la II Guerra Mundial, aferrándose a estos hombres extraordinarios en una suerte de perverso ejercicio de revisión histórica.

Estos hechos le sirven a Ole Christian Madsen para poner en pie una superproducción de impecable factura visual y espectacular arranque que explora esa zona gris en la que tuvieron que moverse estos personajes que en realidad no podían permitirse el lujo ni de cuestionar sus órdenes – por más que su nivel de autonomía fuera muy elevado – ni de pensar demasiado en aquellos que tenían que eliminar. Dos personajes completamente contrapuestos y sin embargo complementarios que se ven envueltos en una historia que mezcla sin demasiados prejuicios el bélico con el cine de espías, mucho más cercano en definitiva a un estilizado ejercicio de cine negro que a un documental aferrado a la realidad de los hechos: el director reivindica su derecho a contar esta historia desde la ficción y se aferra a los distintos géneros como un medio legítimo de narrar una obra que explora el precio a pagar que implicaba su guerra sucia, la ambigüedad constante en la que se ven obligados a moverse cuando cuesta mucho trabajo distinguir al amigo del enemigo y la constante sensación de que una vez iniciado ese camino uno no puede sino seguir adelante, abandonarlo todo y no mirar atrás hasta vencer - y preocuparse luego sobre cómo apañarselas para adaptarse a la sociedad - o conseguir que te maten.

Thure Lindhart pero sobre todo Mads Mikkelsen – su personaje está mucho mejor perfilado que el de Bent - están estupendos dando vida a este par de seres contradictorios y atrapados en una espiral sin salida y Flame y Citron funciona bien sobre todo en su apabullante comienzo, que genera unas enormes expectativas que lamentablemente se van desvaneciendo según avanza la trama, se retuerce sobre si misma y desemboca en una resolución poco convincente que fuerza demasiado las cosas en su afán de resultar tan viable comercialmente como cualquier superproducción de lujo estadounidense. Hay demasiados aspectos en la trama que no están lo suficientemente trabajados como para resultar creíbles, incluso aun cuando la realidad pudo ser en algunas ocasiones incluso aun más difícil de creer – por ejemplo que los personajes parezcan moverse con una increíble libertad por Copenhague, la trama de la femme fatale y posible agente doble, toda la parte final relacionada con el personaje de Citron que remite de forma inevitable a clásicos que todos conocemos… – y eso repercute en el resultado final de una película que sin embargo resulta sumamente entretenida y que tiene la inteligencia de obligar al espectador a moverse en los incómodos límites del evidente dilema moral que plantea: ¿Por qué sus acciones son dignas de aplauso y las de un terrorista de hoy en día no cuando tanto el modus operandi como el resultado no dejan de ser el mismo? ¿Dónde trazamos la línea moral de lo que es aceptable y lo que no? Es en cierto sentido y en un contexto completamente distinto lo que planteaba hace bien poco Steven Spielberg en la notable Munich y esa es solo una de las razones por las que Flame y Citron es, pese a sus defectos, una película a reivindicar.

Una de las cosas más frustrantes que tiene cualquier Festival de Cine es la imposibilidad material de ver todo lo mucho interesante que en él se ofrece y obligar a hacer constantes elecciones rezando por no equivocarse demasiado. En esta edición hay que renunciar a dos interesantísimas retrospectivas, una dedicada a la pareja Ferreri/Azcona jocosamente llamada Matrimonio a la Italiana y otra sumamente original, Matar al Padre, compuesta por obras de dos cineastas sumamente opuestos pero que tienen en común el haber tenido que soportar a lo largo de su filmografía el peso de aquellos grandes creadores bajo cuya omnipotente sombra hicieron sus películas y cuyo estilo criticaron rabiosamente: el japonés Shoei Imamura (respecto a Yasujiro Ozu) y el sueco Bo Widerberg (respecto a Ingmar Bergman). Además, está Tiempo de Historia, la mejor selección de documentales que puede verse en este país, una sección de enorme tradición y excepcional calidad que siempre, siempre lamento perderme pues soy consciente no solo de que en ella hay auténticas joyas sino muchas películas que jamás llegarán a estrenarse comercialmente o, si alguna televisión no lo remedia, incluso a verse. Era cuestión de tiempo hasta que la propia Seminci obrara en consecuencia con la progresiva importancia que está adquiriendo el género documental en el cine y alguno diera el salto rompiendo los límites para concursar junto con los largos de ficción en la Sección Oficial. Es un acierto que hay que apuntar en el haber de Javier Angulo.

La afortunada ha sido Una Cierta Verdad, de Abel García Roure, un director novel al que sin embargo avalaban sus trabajos como ayudante de dirección y operador de la segunda unidad en trabajos tan importantes como La Leyenda del Tiempo, Cravan Vs Cravan y sobre todo, El Cielo Gira y En Construcción, obras clave cuya influencia es más que notoria en este valiente acercamiento a los abismos de la enfermedad mental que supone el seguimiento muy cercano a lo largo de dos años de varios pacientes aquejados de psicosis grave, esquizofrenia, paranoia, alucinaciones auditivas y visuales, delirios... En alguna ocasión he escrito que mi miedo al Alzheimer hace que las películas que tocan ese tema me aterren y fascinen por igual – Lejos de Ella y El Bosque del Luto el año pasado aquí en Valladolid y hace unas semanas La Caja de Pandora, ganadora de la Concha de Oro de San Sebastián – pero tras esa enfermedad cabrona y maldita, pocas cosas me provocan tanto vértigo como el resto de las enfermedades mentales. Solo pensar en la posibilidad de que un día me toque tan siniestra lotería hace que el proceso de identificación que conlleva ver una película sobre el tema convierta ésta en un auténtico suplicio que sin embargo me esfuerzo por superar, por aquello de confrontar los propios miedos.

Una Cierta Verdad es una película necesaria y escalofriante. Como y sucediera con 1% Esquizofrenia, aquel documental producido por Medem, el acercamiento de García Roure al trastorno mental es metódico, directo, didáctico y por desgracia, tan ambicioso en sus pretensiones que pierde un tanto de vista sus objetivos: hay en el filme un médico que resume muy bien el que a la postre es el problema cundo afirma que cada enfermo mental tiene su única y singular manera de desmontar su yo fragmentado y recomponerlo cuando empieza a curarse. De ahí que en el afán de abarcar un extenso catálogo de variantes del trastorno mental y el choque de este objetivo con el protagonismo absoluto que a lo largo del metraje alcanza Javier, un esquizofrénico retador que se niega a tratarse a la vez sin por ello dejar de onversar y razonar con el médico que intenta convencerle antes de que sea tarde, quedando su enfermedad y sus síntomas más alarmantes claramente expuestas ante el espectador en ese proceso, Una Cierta Verdad queda como un documental tan brillante como agotador y desequilibrado por un enfoque claramente erroneo de un tema apasionante que hubiera necesitado recortar sus ambiciones – y de paso, su metraje – para servir mejor a sus propósitos y ser de paso una obra cinematográfica mucho más redonda.

En cualquier caso, no hay que subestimar los muchos logros de la propuesta: uno pasa de la risa nerviosa que producen las delirantes argumentaciones de Javier para no medicarse – risas de esas que uno suelta para inmediatamente sentirse culpables por ellas, pues uno sabe que en el fondo no tienen ni puñetera gracia por ser el síntoma de algo mucho más serios – a sentir escalofríos cuando observa en una secuencia brutal que es de lo más impactante que hemos podido ver hasta ahora en la Seminci como se contiene por la fuerza la esquizofrenia cuando se manifiesta de la forma más agresiva. Uno aprende los extraños procesos por los que es capaz de pasar la mente humana cuando se pierde en esos laberintos del lenguaje, cuando se esfuerza por interpretar los signos, cuando intenta descodificar las señales extrañas que perturban el normal funcionamiento de nuestro cerebro mientras siente una enorme piedad por esa gente a los que les ha tocado convivir día a día con una enfermedad. Solo por acompañar a Javier y a su médico en todo el proceso, riendo y sufirendo con ambos, merece la pena asomarse al abismo y descubrir esta necesaria aunque no del todo lograda película.



- “¿Qué experiencia tiene usted con heridas de bala?”
- “Mire usted, en Alemania está prohibido usar el cortacesped los domingos para no perturbar el descano de los vecinos. Y la gente respeta esa prohibición porque si no los vecinos llaman a la policía. Asi que...”

Con semejante perla de diálogo arrancaba Dr. Alemán, ultima propuesta de la Sección Oficial que consistía en la peripecia de un estudiante de medicina al que no se le ocurre mejor idea que irse a Cali, en Colombia, a hacer sus prácticas como médico residente gracias a un programa de intercambio. Por supuesto, el primer día que llega a su nuevo destino cae en la cuenta que aquello es practicamente una zona de guerra donde los sicarios heridos de bala entran por docenas cada día, asi que hay que espabilar rápido. Y por mucho que los que están a su alrededor quieren prevenirle, el protagonista es algo así como una versión de Amelie que cree que será capaz de sobrevivir al ambiente violento que le rodea oponiendo su simpatía natural, su desarmante sonrisa y su optimismo. Pues el doctorcito acaba, como no podía ser de otra forma, arrastrado en medio de una guerra de sicarios de tantas, obligado a tomar partido y a replantearse su moral y su idealismo. Y es que cuando a uno le ponen una pistola en la cabeza no una sino varias veces, se aplica rápido eso que decía Groucho Marx de “Estos son mis principios; si no le gustan tengo otros”
Dr Alemán podía haber sido una propuesta interesante. Arranca bien y uno sigue al principio con cierto interés los primeros choques del idealista doctor con su nuevo ambiente – interés del tipo “¿Cuánto tiempo van a tardar en meterle el primer tiro al idiota éste?” no se si me entienden – pero el alemán formado en Cuba Tom Schreiber se precipita muy rápido por los caminos más trillados envolviendo a su protagonista en una espiral de acontecimientos que harían coger a cualquiera con dos dedos de frente el primer avión de vuelta a Alemania y, sin que medie una explicación convincente al respecto, el tipo éste sigue allí como si nada, esperando a que la mierda termine por cubrirle del todo de una forma u otra, cosa que acabará sucediendo mientras al espectador no le queda otra que asentir con la cabeza mientras mumura para sus adentros “Si ya decía yo que éste era un poco gilipollas...” con lo que, pese a algún momento simpático, la propuesta hace aguas por todas partes y ni siquiera sirve para superar La Virgen de Los Sicarios, ese acercamiento que hizo Barbet Schroeder a ese mundo violento hace algunos años, que no era ninguna maravilla pero que en comparación con esta insulsa película, casi es para reivindicarla como obra maestra.

lunes, octubre 27, 2008

SEMINCI 2008 Cronica 3: Cerezos en Flor, Mas Tarde Comprenderás, Los Reyes Magos, 4000 €, Siete Días Domingo

Mientras el desastre organizativo sigue causando estragos cada vez más graves en el anormal funcionamiento de la Seminci – hoy nos hemos desayunado con la noticia de que ayer se produjo un motín en toda regla en uno de los pases de Punto de Encuentro en los Cines Manhattan, cuando cien personas se quedaron sin poder entrar en la sala ¡porque el aforo completo había sido vendido dos veces en taquillas y en internet! obligando al dueño de los cines a devolver el importe de las entradas con el consiguiente escándalo y sin que al parecer ningún responsable de la Seminci ofreciera una explicación satisfactoria a tal dislate tercermundista impropio de un festival de esta solera – la muerte y los moribundos parecen haberse apropiado de la programación. ¿Se acuerdan del argumento de la película La Guitarra que les contaba en la Crónica 2? Pues hoy hemos tenido triple ración: en todas y cada una de las películas de la Sección Oficial había uno o más personajes que bien palmaban o bien eran diagnosticados de una enfermedad incurable que les hacía replantearse el sentido de su existencia. Como si de una coincidencia macabra se tratara – la película prevista a primera hora de hoy era Adoration de Atom Egoyan, pero fue cambiada por problemas técnicos de última hora con la copia por la alemana Cerezos en Flor – llevamos cuatro películas consecutivas en las que La Muerte se ha hecho presente acojonando al personal hasta tal punto que uno empieza a preguntarse si uno de los criterios de selección de este año consistía precisamente en que algún personaje se fuera al otro barrio. La alegría de la huerta, vamos.Abrió fuego la veterana Doris Dörrie (Hombres, Desnudos) con la notable Cerezos en Flor, una historia de reinvención personal en la tercera edad que cuenta como la vida anodina de Rudi, un gris funcionario amante de la monotonía y la rutina a punto de jubilarse cambia radicalmente cuando su esposa fallece, lo que le hace ser dolorosamente consciente de cómo ésta sacrificó sus sueños y sus esperanzas por él y por los tres hijos ya mayores del matrimonio, cuyas vidas son en cierto sentido tan grises y anodinas como la suya propia. Ni corto ni perezoso, el buen señor se dispone a cumplir el sueño de su difunta y cambia su cómoda rutina en su pueblecito bávaro por un viaje nada menos que a Japón donde tratara de encontrar algún sentido a su nueva vida. La película se configura como una suerte de mezcla de los Cuentos de Tokyo de Ozu, con ese elaborado y preciso arranque en el que se demuestra como los hijos son incapaces de sobrellevar una sorpresiva visita de sus padres y, una vez la historia se ubica en Japón, de Lost in Translation, ya que Rudi es algo así como el Bill Murray de la peli de Sofía Coppola: igual de abrumado por esa urbe alienígena pero con aun menos recursos que éste.Cerezos en Flor navega con soltura en el difícil filo que separa sensibilidad de sensiblería y por momentos, parece a punto de descontrolarse y optar por el camino de la lágrima fácil. Pero muy al contrario, la sobria puesta en escena de Dörrie, un sólido guión que no deja que la historia se desborde por lo lacrimógeno en la tranquila evolución de los personajes, la espléndida interpretación de un gran Elmar Wepper en el papel principal – apunten su candidatura a Mejor Actor – ganándose el cariño y la comprensión del espectador y la hábil colocación de algún sutil recurso humorístico para desengrasar cuando el drama amenaza con apoderarse de la función dan como resultado una película que quizás hubiera sido más redonda con una duración algo inferior – tarda en arrancar y es algo reiterativa en algunos aspectos menores – pero que consigue abrirse paso al corazón del espectador con una desarmante facilidad y hacer brotar genuina emoción: este cronista no tiene empacho alguno en reconocer que se le escapó alguna que otra lagrimilla y aunque habrá quien opine que con semejante material de partida eso no es de extrañar, les aseguro que merece mucho la pena embarcarse en este a ratos tan desconcertante como hermoso viaje.Recuerdo que mi padre, al que le encantaba Vencedores y Vencidos de Stanley Kramer, especialmente de la parte que interpretaba Montgomery Clift, contaba como la primera vez que vio la película en el cine estuvo a punto de marcharse de la sala por la en su opinión muy caprichosa puesta en escena del director, basándose en continuos travelling circulares en el escenario de aquellos juicios de Nüremberg “La quinta vez que le vi el cogote a Spencer Tracy, sentí ganas de levantarme y pegarle fuego a la pantalla ¡Me ponía de los nervios!” solía recordar para luego dar gracias por no haberlo hecho.Pues hoy viendo la segunda película del día, Más Tarde Comprenderás del israelí Amos Gitai, no he podido evitar acordarme de aquella anécdota cuando el director se empeñaba en contar las idas y venidas de los miembros de una familia por una casa con travelling laterales que, cuando se topaban con una pared en lugar de una puerta abierta de una habitación, nos sumían en la oscuridad más absoluta con un caprichoso fundido a negro mientras seguían oyéndose los diálogos de los personajes, atados por los continuos planos secuencias con los que Gitai nos fustigaba. Y fastidiaba más porque lo que contaba su película, sin ser nada demasiado original, no carecía de interés: la búsqueda por parte de un hombre del pasado oculto de parte de su familia, unos abuelos maternos judíos desaparecidos durante la época de la ocupación nazi de Francia en la II Guerra Mundial sobre los que su madre jamás ha contado nada, resuelta a no desvelar lo ocurrido en el pasado, lo que lleva a su hijo a cuestionarse sobre la razón de ese obstinado silencio y a una obsesión enfermiza por descubrir la verdad.Amos Gitai es un tipo que suele conseguir con su cine cabrear a palestinos y judíos por igual, lo que hace que me caiga inevitablemente simpático y aunque su obra no suele despertarme pasiones, me inclino a pensar que no suele andar muy desencaminado en sus propuestas. Sin duda, es un tipo muy inteligente. Lo que no entiendo es la razón de que esta película sea narrativamente tan árida y fatigosa para el espectador, tratándose de un tema interesante pero ya de por sí manoseado por el cine hasta conseguir eso tan peligroso de que se desvirtúe su importancia. Hurgar en el pasado para sacar a la luz hechos luctuosos relacionados de alguna forma con la dolorosa herida del Holocausto incluso por debajo de las paletadas de tierra con la que se han querido enterrar los mismos (la madre, encarnada por una Jeanne Moreau que afortunadamente sigue en forma, educó a sus hijos en la religión católica que ella misma no profesaba con ese fin) es un tema interesante que merecía la pena un desarrollo narrativo algo menos plúmbeo. Para cuando esa madre asume ese pasado antes de que sea demasiado tarde – es la enferma terminal que cubre el cupo en esta peli - y hace no a sus hijos, sino a sus nietos, depositarios de esa herencia cultural familiar oculta en una preciosa y emotiva escena sobre la que conviene guardar discreción, es más que posible que la mayor parte del público haya desconectado de la película, abrumado de tanto montaje entrecortado – la recreación del pasado es un absurdo pegote narrativo que rompe el ritmo de la película -, de los ya mencionados travelling laterales que crispan la paciencia del más templado y de los innecesarios primerísimos planos de algunos actores que no aportan mucho a la intensidad dramática de la historia, en el dudoso caso de que fuera eso lo que pretendía el realizador israelí. Vamos, que por tema bien, pero este original desarrollo narrativo lastra su propuesta hasta hacerla pelín infumable. Como creo que suele pasar demasiado a menudo con el cine de Gitai, por otra parte.La cuota de cadáveres o personajes a punto de convertirse en ellos terminó hoy con uno de los tres protagonistas de la finlandesa Los Reyes Magos, un peculiar cuento navideño en el que Mika Kaurismaki – no confundir con su hermano Aki, el autor de Un Hombre Sin Pasado o Nubes Pasajeras: éste es el Kaurismaki malo, el de Colgados en Los Angeles, Honey Baby o Brasileirinho – reune a tres viejos amigos que en plena Nochebuena prefieren ahogar sus penas con el alcohol y la mutua compañía masculina: uno acaba de ser padre esa misma noche pero está convencido que no es el padre biológico de la criatura ya que sospecha que su mujer tuvo una aventura; otro es un mujeriego impenitente que tirándose el rollo de que es fotografo profesional siempre se ha llevado a las mujeres de calle, lo que no le ha servido de mucho ahora que se encuentra solo y a punto de palmarla por un tumor inoperable; el tercero es un actor fracasado afincado en Paris que vuelve a Helsinki por navidad solo para descubrir que su ex - mujer acaba de suicidarse y que su hijo veinteañero al que abandonó hace años le odia y le responsabiliza de dicha muerte. Sin una familia a la que dedicarse en una fecha tan especial y en un espacio tan patético y a la vez tan bien aprovechado por Kaurismaki como un hortera karaoke, estos tres gañanes obsesionados con el fracaso de sus vidas se refugian en la camaradería masculina para evitar hacerle frente a su inmadurez.Kaurismaki rinde homenaje en los títulos de crédito finales a Cassavettes. Y, la verdad, hace bien porque cualquiera que haya visto Maridos, aquel tremebundo, acertado y a la vez patético retrato de los aspectos más deplorables asociados a lo masculino podrá reconocer sin esfuerzo las huellas de aquel filme en esta irregular aunque por momentos interesante propuesta. Al director le basta con exponer de forma sucinta el drama personal de cada uno de los personajes por separado en la presentación, reunirlos después a los tres bajo el mismo techo de neón y observar como se precipitan los acontecimientos en una sesión de jugosos secretos y mentiras para conseguir despertar la complicidad del espectador. Que sea en un karaoke le permite jugar con un repertorio de canciones finlandesas de jugosas letras en las que áquel, con su privilegiada información, sabrá leer entre líneas. Y el juego se prolonga de forma interesante hasta que el realizador comete el error de romper la unidad de espacio al abandonar el mismo – con una absurda e innecesaria digresión protagonizada por la reciente difunta – y romper a continuación la dinámica con la introducción sorpresiva de un cuarto personaje que con su sola presencia resta fuerza y emotividad a lo hasta entonces expuesto. Es una lástima porque Los Reyes Magos no carece de cierto encanto y puede llegar a provocar algo de incomodidad en el espectador masculino, colocado ante un espejo que no devuelve precisamente una imagen demasiado amable de su género. Pero no acaba de cuajar en algo de cierta enjundia y su a todas luces demasiado complaciente final solo sirve para demostrar cuan lejos se encuentra el finlandés de su admirado Casavettes, que llegó muchísimo más lejos en su cínico y afilado retrato de la inmadurez masculina.Hablando de Casavettes, otro día con más calma les cuento acerca de la pequeñita pero digna 4000 €, una producción española de cine de auténtica guerrilla protagonizada por Marta Larralde (Lena, León y Olvido, El Penalti más Largo del Mundo... un encanto como puede apreciarse en la foto de más abajo) rodada en once días con toneladas de improvisación y que cayó simpática aunque solo fuera por las múltiples vicisitudes que sufrimos durante la proyección (cambio de sala a mitad de la proyección incluida) que no desanimó ni a los presentes ni por supuesto a su entusiasta equipo, con los que mantuvimos un más que animado coloquio tras finalizar esa proyección llena de sobresaltos O, si la infinita pereza que me provoca me lo permite, profundizo algo más en la alemana Siete Días Domingo, donde el debutante Niels Lauper trata de recrear con más voluntad que verdadero acierto un hecho real en el que un par de auténticos tarados decidieron un buen día romper la monotonía de sus existencias asesinando al primer tipo que se les cruzó en el camino sin otra motivación que el simple absurdo de poder hacerlo. Como quiera que el hecho carecía desde el principio de una explicación racional, resulta del todo punto inadecuado que el director nos martirice durante más de una hora buscando en vano posibles explicaciones a tan execrable acto cuando desde un primer momento queda claro que estamos ante dos descerebrados a los que, francamente, no merece la pena tomarnos la molestia de intentar comprender. Jope, como está el patio de los compatriotas y los vecinos de Haneke.. ¿Será que Funny Games no era sino una visión premonitoria de lo que se nos empieza a venir encima? En fin, a ver si mañana conseguimos de una vez dejar de sentirnos como el niño de El Sexto Sentido y dejamos de ver muertos por todas partes, que esto empieza a ser obsesivo...