viernes, octubre 31, 2008

SEMINCI 2008 Cronica 7: La Ventana, El Frasco, Terriblemente Feliz

Hoy ha sido una jornada muy argentina en la Seminci: dos producciones en la Sección Oficial y otra más en Punto de Encuentro le han puesto el acento porteño a un certamen que entre España, México, Colombia y Aregentina suman diez películas en las que se habla castellano sobre las veintiuno que componen la Sección Oficial a concurso, algo a lo que sin duda no es en absoluto ajeno el hecho de que Javier Angulo, conocido defensor a ultranza del cine que se hace en este país y en latinoamerica, es ahora el director de una Seminci más castellanizada que nunca. Y además de momento con bastante buen resultado.
Se esperaba con mucha expectacion La Ventana, sexto trabajo del director Carlos Sorin (Historias Mínimas, Bombón el Perro, El Camino de Santiago), una película cuya sinopsis nos retrotraía una vez más a uno de los temas más recurrentes de esta Seminci, la proximidad de la muerte. Antonio, un hombre de ochenta años, se despierta en el que será el último día de su vida. Vive en una antigua casa de campo. Está en cama, enfermo, y lo cuidan con dedicación sus caseros y una empleada. Esperan a su hijo, al que no ve desde hace tiempo y que, informado del estado de su padre, llegará esa tarde procedente del extranjero. Antonio no lleva nada bien su confinamiento en la cama: ve la luz de un día precioso a través de la ventana de su cuarto invitándolo a salir a la huerta. Escucha al afinador de pianos contratado para poner a punto el instrumento con el que su hijo, pianista, se gana la vida. Escucha los preparativos del reencuentro y pelea con su médico para que lo libere de su cómoda prisión. Al final, llevado quien sabe si por la brisa, el solo, la naturaleza, se pone en pie y no sin dificultad, decide salir a dar un paseo.Hay algo muy sorprendente en esta película de Carlos Sorín, un cambio yo diría que radical de estilo visual. Sorin construía hasta ahora sus historias con actores no profesionales a los qu daba pocas indicaciones y a los que se limitaba a fimar con la cámara de la forma más natural posible, buscando una verdad casi documental con una puesta en escena minimalista y una cámara que rara vez escapaba del plano fijo y el primer plano cercano al rostro de sus no-actores para conseguir esa cercanía que hasta ahora era su seña de identidad más reconocible. Pues resulta que La Ventana es una película que rompe con ese estilo: la puesta en escena está muchísimo más elaborada, la cámara se mueve con suavidad por el plano alejándose o acercándose a los personajes, el montaje, sin llegar a ser brusco, compone un lenguaje mucho más estilizado, con un ritmo cadencioso pero nunca aburrido que va componiendo lentamente ese tono entre melancólico y resignado con el que va envolviendo suavemente al espectador.Reconoce Sorin que La Ventana es su particular aproximación a una de las películas clave que marcaron su vocación por el cine, Fresas Salvajes de Ingmar Bergman. De acuerdo, el personaje central de La Ventana – interpretado y muy bien por cierto, por el escritor uruguayo Antonio Larreta, Premio Planeta por Volaverunt y guionista en películas como Los Santos Inocentes, El Maestro de Esgrima o Juana la Loca – quizás no rememora su existencia con afán de encontrarle un sentido a la misma al sentir la proximidad de la muerte, pero no cabe duda que comparte con áquel la necesidad casi intuitiva de hacer una serie de cosas y poner en orden ciertos asuntos pendientes de resolver antes de que llegue su momento. La Ventana es una de esas películas en las que parece no pasar nada y sin embargo si que está contando cosas, una obra en la que el espectador ha de hacer un cierto esfuerzo para entrar en su propuesta y sobreponerse a la pereza que puede darle una historia que, en el fondo, ya ha sido contada muchas veces y por cineastas de mucho talento. Pero si lo consigue, como fue mi caso, saldrá más que reconfortado y disfrutará mucho de la belleza de planos tan sencillos y a la vez tan desoladoramente hermosos como aquel que ilustra el momento en el que Antonio se ve obligado a finalizar su paseo o la poética forma en la que Sorin relaciona la vejez con el retorno a la infancia por medio de recuerdo frágil, casi fantasmal, que se escapa entre los pliegues de la memoria, un recuerdo con el que se abre y se cierra una película hermosa y sencilla en la que sin duda no entrará todo tipo de espectador pero que, insisto, para el que escribe estas líneas marca un cambio necesario en la filmografía de Carlos Sorin, un cineasta que parecía estancado en un estilo que no daba más de sí.Hablando de estilos, no cabe duda que Alberto Lecchi también tiene el suyo. Y tampoco cabe duda que se situa en las antípodas del de Sorin: mientras que éste se dedica a buscar la emoción a través del naturalismo despojado lo más posible de artificio, el meloso autor de películas como Nueces para el Amor busca en todo momento la complicidad con el espectador apelando a la identificación más básica usando todos los recursos que el cine pone a su alcance, desde unos guiones llenos de romanticismo hasta una música que te lleva en todo momentos en volandas hacia lo que puedes sentir pasando por unos intérpretes estupendos que saben que su principal cometido es seducir por completo al espectador hasta que este consiga hacer suyos los padecimientos emocionales de sus personajes. No tiene nada de malo y es absolutamente legítimo entender el cine de esa forma: hay muchos que buscan en una pantalla poco más que sentirse reconfortados con una bonita historia de amor donde todo acabe bien para sus protagonistas. Y si, como en el caso de El Frasco, eso se hace con cierta elegancia y oficio, pues objetivo cumplido.El Frasco es la historia de Pérez, un conductor de autobus con serios problemas para relacionarse socialmente con cualquiera: callado hasta la exasperación, tímido, monosilábico e introvertido, esta especie de Forrest Gump porteño – interpretado por un Dario Grandinetti que se esfuerza por conseguir una suerte de menos es más al estilo Bill Murray sin conseguirlo plenamente – solo sale de sí mismo cuando se cruza con Romina, una maestra de pueblo también simple y algo tímida, con la que le une un encargo: llevar un frasco con su orina para un análisis de rutina a una clínica en otra ciudad. Pérez intenta cumplir con el cometido lo mejor que puede – le cuesta lo suyo porque no es precisamente un portento a la hora de solventar dificultades inesperadas – pero cuando el dichoso frasco se rompe por accidente Pérez opta por una solución absurda que desencadenará toda una serie de inesperados acontecimientos.
El Frasco es una película simpática que se ve con agrado y que incluso se deja querer por la infinita ternura con la que Lecchi trata a sus torpes criaturas, con lo que no deja al espectador mayor opción que solidarizarse con ese exasperante Pérez que roza el autismo o con esa Romina de la que uno intuye su enorme potencial y su atractivo asomando por debajo de esa fachada de simple conformismo. La tenacidad de Pérez por cumplir con el encargo de Romina y solucionar el follón que el mismo construye hace que el personaje evolucione de forma tan previsible como resultona mientras el espectador se divierte no poco con las situaciones a las que se enfrenta – la delirante relación que establece tanto con el empleado de la gasolinera como con las distintas camareras y encargadas de los restaurantes del trayecto donde para – y espera a que ambos personajes se encuentren en el camino. A un servidor, como es de natural cínico con este tipo de historias mágicas y pelin almibaradas que poco o nada tienen que ver con el amor en la vida real, se le cruzó un poco el cable con tanto jugueteo amoroso y desconectó demasiado pronto de la propuesta, pero no me cabe duda alguna que El Frasco es una película bien construida desde el guión y muy bien interpretada por su pareja protagonista, cuya excelente química, con esa Leticia Brédice tirando constantemente del personaje de Grandinetti al modo de los grandes personajes femeninos de la comedia clásica tipo Hawks o Capra – hay reconocibles gotas de ambos en El Frasco y puestos a inspirarse, qué mejor que un clásico – consigue llevar a buen puerto la propuesta. Insisto, yo no entré en ella. Pero seguro que tendrá sus defensores.

Pocas cosas hay que me cabreen más viendo una película que estar disfrutando de algo que me engancha y me mantiene pegado a la butaca y que, de repente, un brutal o arbitrario giro de guión consiga cargarse la credibilidad de la misma de tal forma que me resulte imposible obviarlo o volver a ella. Pocas veces me ocurre pero siempre reacciono igual:me encabrono como un enano porque veo las enormes posibilidades de la historia y soy incapaz de entender como el director de la misma, habiendo demostrado una sobrada capacidad para fascinar con una propuesta original y con grandes posibilidades, es capaz de cagarla de semejante forma, con perdón. O sin él, que ya les he dicho que esto me cabrea sobremanera. Pues eso es exactamente lo que me ha ocurrido esta tarde con Frygtelig Lykkelig, imposible título de la segunda película danesa de la Sección Oficial tras Flame y Citron – al parecer se puede traducir como Terriblemente Feliz - y que, también es casualidad, se parece a ésta en sus defectos menos perdonables.Narra la historia de Robert Hansen, un agente de policía de Copenhague que ha sido destinado contra su voluntad a una pequeña localidad perdida de la mano de Dios donde ejercerá de comisario. Pronto aprenderá que la principal máxima por la que se rigen los habitantes del pueblo es “Nosotros hacemos las cosas a nuestra manera. Y más te vale adaptarte porque sino vas a pasar un mal rato” Y es que los lugareños tienen sus simpáticas costumbres: cotillear todo lo que pueden, conspirar en la barra del pub local, encubrirse entre ellos, ocuparse de sus asuntos pasando ampliamente de la autoridad local y no permitiendo injerencias de extraños, hacer desaparecer cosas (y personas) en una ominosa ciénaga cercana... En fin, cada pueblo tiene sus cosillas. Lo malo es que por ahí también ronda Ingelise, una supuesta mujer maltratada que intenta seducir al comisario para que la salve de su situación y por supuesto Jorgen, el animal de su marido, un tipo poco recomendable acostumbrado a usar la violencia física para resolver los problemas y que es algo así como el matón de pueblo al que nadie le chista ni le dice como llevar sus asuntos.Esta película arranca de maravilla. Por momentos es una deliciosa mezcla de un insólito western rural danés – con el clásico tema del forastero que llega al pueblo sin ley a tratar de imponerla a una comunidad cerrada – con unas gotas del Perros de Paja de Peckinpah y del Twin Peaks de Lynch, todo ello bien agitado con unos aprovechables aunque retorcidos códigos de cine negro y un puntito de humor que sin duda haría las delicias de, por ejemplo, los hermanos Coen. Uno se queda pegado a la butaca disfrutanto de tan marciana como inteligente propuesta, lo más original de largo visto hasta ahora en la Sección Oficial cuando de repente y sin venir a cuento en un guión que hasta ese momento se había mostrado modélico tanto en la presentación de personajes como en la descripción de los conflictos, la credibilidad del mismo salta en pedazos con un giro de guión tan arbitrario e inverosímil como imposible de ignorar durante el resto de la película porque, como los frutos que salen del árbol envenenado, todo lo que después de eso acontece – y sigue habiendo ideas muy, pero que muy interesantes – se apoya en ese giro indefendible, algo que aunque puede que a otros muchos les pase desapercibido, para mi lastra los resultados finales de la película hasta convertirla, en lugar de la obra fascinante que prometía su estupendo arranque, en un esforzado ejercicio de estilo que pese a sus muchas virtudes no conseguirá jamás, solo por ese desatino imperdonable, convertirse en una obra notable. Hubo mucha y variada discusión a la salida del cine, por lo que que estoy convencido que a muchos les convencerá pese a todo lo expuesto. Incluso puede que a mi mismo cuando se me pase el cabreo...

No hay comentarios: