lunes, agosto 31, 2009

RESACON EN LAS VEGAS: Peter Panes Irredentos

Las Vegas, y mucho me temo que el cine ha ayudado bastante a construir ese mito, siempre ha sido en el imaginario americano esa especie de eterno patio de recreo donde cualquiera puede dejar de lado su vida adulta y convertirse en un irresponsable Peter Pan por al menos una noche para embarcarse en una desenfrenada aventura en la que dar rienda suelta a todo tipo de excesos sin sufrir el más mínimo atisbo de remordimiento. Hay hasta acuñado un refrán lapidario - “Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas” - que define su esencia a la perfección. Todd Phillips, que ya había explorado en su anterior Aquellas Juergas Universitarias la sublimación de esa especie de sentimiento de nostalgia por la juventud perdida a través de la exaltación de determinados ritos masculinos, vuelve a incidir en dicho tema reconstruyendo la peripecia en Las Vegas de cuatro colegas comprometidos en una de esas típicas despedidas de soltero que acabará por convertirse en una sucesión de hechos a cual más desmadrado.
Reconozcamos que la propuesta, sin ser demasiado original – en realidad es una hábil combinación de elementos de la negrísima Very Bad Things y la disparatada Colega ¿Dónde está mi Coche? que sirve, curiosamente, para poner al día aquella canónica Despedida de Soltero protagonizada por Tom Hanks en los 80 – tiene cierta gracia: la juerga que se corren estos cuatro tipos es tan descomunal que son absolutamente incapaces de recordar nada a la mañana siguiente, en la que el novio ha desaparecido y hay algunos elementos harto alarmantes que hacen pensar en unas cuantas cosas terribles. Como si de una investigación criminal se tratara, los tres desgraciados tratarán con las pocas pistas de las que disponen de reconstruir sus pasos durante la noche anterior, haciendo de la complicidad que genera en el espectador su mejor baza, ya que éste irá descubriendo a la vez que ellos los múltiples excesos en los que se vieron envueltos mientras intentan recuperar a su amigo desaparecido a tiempo para la boda.
Aunque se deja ver con facilidad y entretiene lo justo, lo cierto es que Resacón en Las Vegas es poco más una sucesión desigual de situaciones más o menos divertidas según el listón de cada uno que repasa numerosos tópicos asociados tradicionalmente a la Ciudad del Pecado pero por desgracia sin la saludable vena corrosiva que supuraba Very Bad Things y sin ir en realidad demasiado lejos ni en su incorrección ni en su capacidad de subversión. De hecho, la película termina por convertirse en una suerte de previsible catarsis personal para sus protagonistas que desprende un incómodo tufillo moralista: todos ellos acabarán por aprovechar tan inenarrables experiencias en algo que les ayudará a mejorar sus circunstancias personales y, cielo santo, madurar, lo que mal pensado podría interpretarse como una tortuosa forma de convencer a las parejas reticentes “¿Ves, cariño? Han hecho todo tipo de cafradas pero en el fondo son unos tipos entrañables, unos adorables padres de familia…”
En fin. Siendo benévolos, uno puede quedarse con algún que otro gag afortunado – el del maletero merece una mención especial –; descubrir la comicidad entre marciana y tierna de ese extravagante cuñado interpretado por un Zach Galifianakis que se lleva de calle la función y al que convendrá seguirle la pista en el futuro, disfrutar de una ajustada BSO que incluye nada menos que a Mike Tyson haciendo en pantalla lo que miles hemos hecho con la batería de Phil Collins en el clásico In The Air Tonight o entretenerse con los numerosos guiños a otras películas, como esa escena en el desierto que, rodada exactamente en la misma localización y planificada casi de la misma forma, remite al encuentro de Robert De Niro y Joe Pesci en Casino de Martin Scorsese.
Ah, eso si, no se pierdan los créditos finales: guardarán en sus retinas algunas imágenes tan divertidas como con ese toque de subversión justo que se echa en falta durante gran parte del metraje.

Este artículo, levemente modificado, se publica el lunes 31 de Agosto en el periódico gratuito Voz Emérita

miércoles, agosto 26, 2009

ENEMIGOS PUBLICOS, Un mito reinventado en alta definición

Siempre me ha parecido fascinante la forma en la que un país joven en comparación con Europa como los EE.UU. ha sabido compensar esa inevitable falta de tradición y leyendas con la creación de toda una mitología propia usando para ello un arma tan poderosa como el cine. Billy el Niño, Jesse James o Wild Bill Hickock son algunos ejemplos de un panteón de antihéroes, desposeídos y rebeldes fuera de la ley cuya oposición al sistema y sus trágicos destinos les confirieron un carácter mítico que encaja a la perfección en ese profundo sentido del individualismo tan arraigado en el estadounidense medio, bien aprovechado por el cine.Michael Mann, posiblemente uno de los mejores autores del cine americano actual cuyo innegable talento no siempre se ve reconocido, era perfectamente consciente de este hecho esencial a la hora de plasmar de nuevo en la pantalla la vida de John Dillinger, ladrón de bancos en la época de la Gran Depresión cuya leyenda se forjó precisamente debido al hecho que gran parte de la población lo percibía como una figura enfrentada al poder económico y su brazo represor a los que consideraba responsables de aquel Crack, convirtiendo en poco menos que un héroe popular a ese hombre que, cual moderno Robin Hood, jamás tocaba un dólar de los clientes de los bancos que atracaba, esquivaba la violencia innecesaria y se mofaba abiertamente de sus perseguidores dejándose ver en público, protagonizando sonoras fugas y disfrutando a fondo de su fama como primigenia estrella mediática.
A veces hay que dejar pasar cierto tiempo para reconocer el mérito del sentido del riesgo de ciertas películas. Lo más lógico hubiera sido que Mann optara por rodar en celuloide, dotando a este biopic del aire de grandeza que una obra de estas características demandaba, apelando al cine negro clásico y al sentido de la nostalgia del espectador. Pero Mann, como ya hiciera en Collateral, abraza de nuevo el cine digital en una arriesgada apuesta estilística y cromática que confronta el retrato de esa leyenda con las modernas posibilidades de representarla que ofrecen las nuevas cámaras de HD con las que rueda, dando lugar a una película tan insólita como fascinante en la que el virtuosismo ya conocido de su realizador apabulla al espectador a la vez que recrea una época sobradamente conocida por el mismo como si éste la descubriera por vez primera. Si se reflexiona un poco sobre ello, se caerá en la cuenta de que no es ni mucho menos una cuestión menor, sino el principal acierto del filme: no hay forma más audaz de retratar a un mito desde el presente que la elegida por Mann.
Aun así, Enemigos Públicos es una obra desigual: hay fallos de ritmo y demasiados tiempos muertos evitables que conviven con notables escenas de acción y la emoción – como es habitual en Mann, cuyo sentido del fatalismo siempre persigue de cerca sus historias de amor – brilla por su ausencia hasta ese esplendido tramo final en el que se despliegan dos magníficas ideas capaces por sí solas de justificar el visionado del filme. Una es la forma en la que Dillinger disfruta de su fama: ya sea en la rueda de prensa de su detención convertida en un circo mediático, en la sala de cine donde se muestra su rostro avisando de su posible presencia o en las vacías dependencias policiales donde se adentra con suicida descaro, el hombre, quizás consciente de su destino, paladea su leyenda.
La otra es ese hermoso homenaje al cine como arma para forjar mitos a la que aludía al principio: en la escena en la que asiste al pase de El Enemigo Público Nº 1 Mann consigue que Dillinger, gangster real, dialogue con el gangster de ficción inspirado en él mismo al que da vida Clark Gable mientras ve en la mujer al que éste ama, Mirna Loy, el reflejo de su amante pérdida Billie Frechette, diluyendo así las fronteras entre realidad y leyenda al tiempo que conviven pasado y presente en lo que a representar ambas se refiere.
Lástima, eso sí, que Mann hurte de forma incomprensible al espectador de lo que sin duda hubiera sido mejor cierre del filme, ese rostro maravilloso y desbordante de emoción de Marion Cotillard que antecede al último y sin lugar a dudas sobrante plano final.

Este artículo se publicó en el periódico gratuito Voz Emérita el lunes 24 de Agosto del 2009

viernes, agosto 07, 2009

UP, El Sublime vuelo de Pixar

Resulta una tarea ardua no caer en el abuso de los adjetivos grandilocuentes cuando se trata de hablar de una película Pixar. Pero los chicos de John Lasseter nos tienen demasiado mal acostumbrados: en catorce años nos han deslumbrado de tal forma con diez joyas tan maravillosas que resulta imposible encontrar hoy en día un autor, no digamos ya un estudio, tan fiable como Pixar. Antes de sentarse en la butaca, uno ya sabe de antemano que su dinero y su tiempo va a ser ampliamente recompensado con una historia cuidada hasta el más mínimo detalle que hará de la originalidad y del respeto a la inteligencia del espectador sus principales banderas, una obra repleta de magia que uno lleva consigo bastante tiempo después de que se apagan las luces, como suele suceder con el gran cine. Y es que esa y no otra es la clave del éxito de Pixar: no se limitan a hacer películas de animación, crean cine con mayúsculas porque sus responsables son, por encima de todo, cineastas de primer orden.
Up es una propuesta de alto riesgo. Ahí es nada atreverse con un protagonista septuagenario de inequívoco parecido con Spencer Tracy, viudo y cascarrabias, que para escapar de la feroz transformación que ha cambiado la faz de su barrio – como le sucedía a Clint Eastwood en Gran Torino – y cumplir a la vez lo que siempre fue el deseo de su difunta esposa, pone en marcha la muy poética idea de salir volando en su propia casa arrancada de sus cimientos por cientos de globos de helio y dirigirse a un lugar ignoto de América del Sur, llevándose consigo a un boy scout de origen asiático tan entusiasta como en el fondo necesitado de afecto que le ayudará a cambiar su visión del mundo y con el que vivirá incontables aventuras que implicarán a un enloquecido explorador – vagamente parecido a Kirk Douglas – , un desternillante pájaro exótico con debilidad por el chocolate aficionado a tragarse cosas y un bonachón perro parlante.
La verdad, así resumido suena bastante estúpido. ¿Funciona? Por supuesto. Esa es la magia de Pixar, capaz en su atrevimiento de resumir toda una existencia y ofrecer a la vez una majestuosa lección del uso de la elipsis cinematográfica al comprimir en apenas cuatro minutos varias décadas de convivencia de una pareja - incluyendo tanto la fascinación y la pasión mutua del primer amor como la tranquila rutina de la madurez que sacrifica ciertos sueños, pasando por el dolor de un aborto y la angustiosa soledad de la pérdida del ser amado - en lo que sin duda es no solo una de las grandes secuencias del año, sino una de las escenas más maravillosas y emocionantes que han iluminado una pantalla en los últimos tiempos.
Así, cuando la casa de Carl se eleve por los aires, alejando a su dueño de un mundo que ni le comprende ni acepta, en un plano de indescriptible belleza por la liberación que supone, el corazón del espectador rebosa de comprensión y emoción hacia su protagonista, descrito a la perfección: Carl no sale volando por su necesidad de ajustar cuentas o por la deuda que cree tener con su esposa, lo hace empujado por la necesidad y el azar, es el imparable progreso el que le ha dejado sin otra opción que buscar su lugar en una hermosa huida hacia delante, la única forma de seguir viviendo.
En su desenfrenada inmersión posterior en el más puro cine de aventuras, Up parece adentrarse tras ese descomunal arranque por terrenos aparentemente más convencionales, pero éstos no lo son en absoluto a poco que se analicen las arriesgadas ideas que lo pueblan, expresiones todas ellas de un mismo objetivo: llevar lo imposible hasta sus últimas consecuencias. Por encima de cualquier otra consideración, Up es una soberana lección de cine repleta de ideas magníficas en las que por cierto el uso del 3D no es sino una herramienta narrativa más. Sería imperdonable perdérsela.
PD: Hay una idea que une Up y Cerezos en Flor, ganadora el pasado año del Festival de Cine Inédito de Mérida: ambas películas comparten el deseo por parte de un viudo de cumplir el sueño de su difunta esposa que da como resultado un viaje y un estimulante redescubrimiento personal ¿No les parece una hermosa y feliz coincidencia?
Este artículo, levemente modificado, aparecerá en el periódico gratuito Voz Emérita el lunes 10 de agosto y está cariñosamente dedicado a la persona que compartió conmigo el visionado de UP, disfrutando de lo lindo de su primera experiencia con una película en 3D... La verdad es que no había mejor elección que esta nueva maravilla de Pixar