lunes, mayo 24, 2010

ROBIN HOOD Desnudando la Leyenda

Conste de entrada que no tengo absolutamente nada contra las películas que se dedican a reconstruir mitos. Es más, me parece legítimo e incluso puede llegar a ser muy interesante pese a los riesgos que supone tomar un personaje o un relato familiar para el gran público y darle una vuelta de tuerca que nos permita verlo con ojos diferentes aun reconociendo sus valores esenciales. Cuando leí por vez primera hace ya algunos años que Ridley Scott andaba inmerso en una nueva versión de Robin Hood la cosa me pareció interesante. Aquel proyecto se llamaba Nottingham y amenazaba con contarnos la historia de Robin Hood desde el punto de vista de ese sheriff habitualmente maltratado al que le tocaba lidiar con unos tipos que probablemente en la realidad estuvieron más cerca del lado chungo y facineroso que de esa faceta romántica y épica con la que nos los han vendido habitualmente. Hubiera tenido su gracia, pero en Hollywood debieron pensar que era demasiado atrevido para una superproducción como ésta.

La ventaja de trabajar con un mito que navega mucho más en el terreno de la leyenda que en el de la realidad es que uno tiene una manga inhabitualmente ancha para hacer con él lo que le venga en gana. Desde ahí, yo esperaba un producto atrevido, original, que socavara las convenciones y que no nos contara una vez más las peripecias del arquero de Sherwood enfrentado a la tiranía y la injusticia. Y si, pero no: Scott y el guionista Brian Helgeland han hecho suya la famosa frase de El Gatopardo - "Todo tiene que cambiar para que todo siga igual" - y han actualizado el mito siguiendo los cánones recientes aplicados a tipos tan dispares como Batman o James Bond.

O sea, han cogido al simpático bribón del arco y las flechas que todos conocemos y me le han convertido en un tipo circunspecto, poco dado a las bromas que desencantado con la experiencia de las Cruzadas, vuelve a casa en un periodo particularmente convulso, con el amigo Juan Sin Tierra exprimiendo a la plebe para conseguir pasta y a punto de provocar una guerra civil con sus propios nobles que facilite una eventual invasión de los primos franceses. En estas llega el amigo y en meteórica ascensión, acabará obligado por las circunstancias a hacerse pasar por noble, conquistando de paso a una indomable Marian y redescubriendo por el camino una tan insospechada como anacrónica conciencia de clase que le acabará llevando por los derroteros que todos conocemos. Retrato del hombre antes del mito.


El amigo Ridley Scott no se ha complicado precisamente la vida: este Robin Hood encaja en el tratamiento de personajes y situaciones de su laureado Gladiator y entronca con la época de El Reino de Los Cielos. Y los resultados son más o menos iguales: los elementos de interés de la trama – las intrigas políticas, el juego de la historia, el proceso de asunción de la nueva identidad del protagonista – van diluyéndose y perdiendo fuerza según avanzamos hacia el previsible tercer acto en el que tendrá lugar la batalla definitiva – para variar un poco, un desembarco en una playa – y buenos y malos se darán de espadazos con algún flechazo ocasional, por supuesto.

El problema es que la película se halla tan falta de tensión dramática, de emoción, de sentido de la aventura que sientes que te están contando una vez más la misma historia, que te la suda lo que les pueda pasar tanto a Robin como a la polivalente Marian y no digamos a los secundarios graciosos. Y claro, uno recuerda como vibró en el pasado con no uno sino varios Robin Hood y se remueve inquieto en la butaca porque por cierto, dos horas y media de metraje tampoco es que ayuden precisamente mucho.


Vale que uno se puede agarrar al venerable Max Von Sydow o a esa estupenda Cate Blanchett, tan creíble ordeñando vacas como poniéndose digna. Incluso se le puede perdonar al intenso Russell Crowe que repita su conocido registro de ceño fruncido y cabreo con el mundo, porque al fin y al cabo su Robin va de eso. Pero por más que Scott sea un buen artesano y sus escenas de acción entretengan lo justo, cabe preguntarse si merecía la pena esforzarse tanto en desnudar la leyenda al precio de arrebatarle gran parte de su gracia. Sobre todo si era para contar lo mismo de siempre.


Días de cine aprovechó para hacer un divertido repaso sobre la figura de Robin Hood en el cine





Este artículo, ligeramente modificado, se publicó el Lunes 24 de Mayo en el periódico Voz Emérita

lunes, mayo 03, 2010

IRON MAN 2 Inservible Chatarra


Cuando se estrenó la exitosa Iron Man fui uno más de los buenos aficionados al Universo Marvel que se sintió reconfortado: en el cada vez más adocenado género de los superhéroes de cine alguien había decidido apostar claramente por una visión tan divertida como cínica, tomando a un actor tan idóneo como Robert Downey Jr y apoyándose en su indiscutible capacidad de seducción e inteligencia para encarnar a Tony Stark, multimillonario genio armamentista capaz en su dicotomía de abandonar su profesión por el mal uso al que eran destinados sus proyectos a la vez que se embutía en una armadura con enorme capacidad de destrucción. Llena de irreverente sentido del humor, Iron Man dejaba un excelente sabor de boca, incluso a pesar de que la ausencia de un villano a la altura de tan atractivo personaje había abocado el final anticlimático de la película a una pelea de dos tipos embutidos en armaduras carente del más mínimo interés, que se compensaba en parte con la revelación pública de la verdadera identidad de Iron Man en uno de esos arranques de narcisismo tan propios de Stark, casi una blasfemia en el mundo de los superhéroes.


Con estos sugerentes mimbres nos plantamos delante de esta Iron Man 2 con la esperanza de que la línea será la misma, que la continuidad de director y reparto con el añadido de excelentes actores garantizará esa apuesta por la diversión y el humor cínico, que el camino está trazado y solo hay que saber recorrerlo en ese esfuerzo de crear un universo Marvel de cine coherente. Pues no. De forma absolutamente incomprensible esta decepcionante secuela potencia los defectos de aquella y se olvida de sus virtudes, convierte el cinismo en pura estupidez, yerra el tiro en lo que entiende como espectáculo bajo la odiosa fórmula Michael Bay de multiplicar los efectos y explosiones como si eso valiera por sí solo para hacer crecer la propuesta y lo que es mucho más grave, se olvida por completo de las más elementales reglas del guión tanto a nivel argumental como en la construcción y evolución de personajes dando lugar a algo que los buenos aficionados al Universo Marvel sabrán reconocer de inmediato: un pésimo cómic.

Con un Tony Stark tan pasado de vueltas y pagado de sí mismo que deja de ser un personaje interesante para convertirse simplemente en un gilipollas engreído al que no puede salvar ni el talento de Downey Jr, la presentación de ese improbable villano ruso al que un tatuado Mickey Rourke presta su mejor versión de “toma el dinero y corre” sin que importe demasiado que sus motivaciones estén, en el mejor de los casos, mal justificadas, las dudas amorosas propias de adolescentes de la asistente enamorada del hombre dentro de la armadura con el forzado añadido de una bombita sexual de por medio que ni siquiera llega a concretarse en trío de puro insípido, Iron Man 2 navega con irritante estupidez y funcional parsimonia de una escena a otra elevando la sensación de tedio y repetición de lo mil veces visto según avanza el metraje.


Ni siquiera alguna idea interesante como esa extrema declaración de amor al libre comercio que hace Stark cuando al negarse a revelar los secretos de su armadura para usos militares proclama ufano y sin descomponer el gesto que ha privatizado la paz mundial (sic), la muy desaprovechada relación de celos profesionales de otro millonario armamentista (el siempre efectivo Sam Rockwell) condenado a vivir bajo la sombra del genio de Stark y que, como si de una mezcla de Amadeus y parodia shakesperiana se tratara, intenta superar o asesinar ese talento, el acierto de haber contado para la banda sonora con los contundentes AC/DC o la inevitable exhibición de efectos visuales consiguen evitar que la película se venga abajo con estrépito convirtiéndose en una propuesta banal que falta de forma constante el respeto a la inteligencia del espectador. Y que no me venga nadie con el argumento de que solo se trata de una película de superhéroes, también eso hay que saber tomárselo en serio. Aunque solo sea para evitar que, una vez más, las escenas de acción se limiten a dos tipos en armadura pegándose entre sí y con un montón de robots. Venga ya.



Visto lo visto, que quieren que les diga, resulta mucho más interesante que la propia película el reportaje sobre los superhéroes que ha hecho Dias de Cine aprovechando el estreno de Iron Man 2...


Este artículo se publicó el 3 de mayo en el periódico gratuito Voz Emérita