lunes, enero 19, 2015

LA TEORIA DEL TODO En el Alambre del Biopic

Reconozco que de entrada me producía no poca perplejidad ver el nombre del polifacético e interesante James Marsh, autor de dos documentales tan originales como son Man On Wire y Proyecto Nim, vinculado a una película que aparenta ser uno más de esos biopic que abundan en la temporada de premios, productos de esa cansina receta formularia que tuvo su máxima expresión en la oscarizada Una Mente Maravillosa (A Beautiful Mind, Ron Howard, 2001) a la que alguno, con tanta mala leche como perezosa actitud, ha tenido la tentación de sumar Mi Pie Izquierdo (My Left Foot, Jim Sheridan, 1989) para dar con la ecuación simplista que resumiría de modo de tuit este recorrido por la vida del genio científico Stephen Hawking. No negaré que algo de ambas películas puede rastrearse en el filme de Marsh, pero creo que se deja de lado aquello que posiblemente sea la razón por la que éste se haya interesado por hacer esta película: que el verdadero protagonismo de la misma no esté tanto en la magnética presencia de Hawking, ese brillante cerebro atrapado en un cuerpo deformado por la esclerosis lateral amiotrófica, sino en la figura de su primera esposa y madre de sus tres hijos Jane Wilde, en cuyas memorias está basada la película.


Es una jugada interesante, pues el reducir la descripción de las teorías sobre los agujeros negros y el comienzo del tiempo del astrofísico a la mínima expresión y centrarse en la evolución de la relación entre ambos desde que se conocen en Cambridge en los 60 hasta su inevitable declive y separación, Marsh intenta - y consigue solo en parte - desmarcarse de ciertos convencionalismos y jugar así mucho rato en el alambre. Como el gato de Schrödinger, La Teoría del Todo es y no es a la vez un biopic convencional, una película tan correcta y sencilla de aplaudir en sus virtudes como de atacar precisamente por todos esos elementos que hacen de ella lo que es


A nadie se le escapa que la fuerza de la película reside en sus interpretaciones. Que Eddie Redmayne roce con los dedos el Oscar a Mejor Actor por su transmutación en Stephen Hawking no es algo de extrañar, tanto por las limitaciones físicas que hacen de su trabajo una carrera de obstáculos como por su capacidad de sobreponerse a ellos para transmitir al espectador el magnetismo de su figura. Pero siguiendo en la línea que decía anteriormente, lo que de verdad sorprende en la película es el estupendo trabajo de Felicity Jones, ancla emocional y a la vez motor de la película porque uno podría argumentar que La Teoría del Todo gira mucho más en torno al proceso personal de ella desde su rol de abnegada esposa que sacrifica sus ambiciones por cuidar de él durante todo el duro proceso hasta esa mujer atrapada por la vida que ella misma ha creado, que se debate entre sus deseos y su sentido de la responsabilidad y la fidelidad hacia Hawking. Marsh reinventa algo así como el biopic lateral. 


La película puede producir una cierta sensación de extrañeza pues aunque recorra ciertos convencionalismos, se esfuerza en huir de ellos por el camino de despojar su biopic de elementos como la lucha contra la enfermedad - las elipsis evitan que esté en el centro de la película - o la progresión del pensamiento y las teorías de Hawking - apenas apuntadas - que le convirtieron en una figura mundial. Queda así una obra muy correcta, incluso academicista si se quiere, que funciona gracias a una elegante puesta en escena, a sus excelentes intérpretes y a una hermosa BSO del islandés Johan Johansson cuyo aire sinfónico encaja a la perfección con las imágenes del filme. 


Sin embargo, como ya le ocurría al otro biopic de este año, The Imitation Game, es fácil que uno se olvide de ella en cuánto abandone la sala. La Teoría del Todo es una película tan pulcra que no deja huella en el espectador, su calculada fórmula puede llevarla a los Oscars pero no conmover ni perdurar en exceso. He aquí la última paradoja: esforzarse por huir de lo convencional puede no ser siempre suficiente para conseguirlo.