miércoles, octubre 31, 2007

52 Seminci 2007 Crónica 6: XXY, PLAZA DEL SALVADOR, TODAS LAS COSAS INVISIBLES

El tiempo apremia y, como de costumbre, el toro me ha acabado pillando: hoy van las crónicas del miercoles 31 y de forma mucho más breve que en las cinco crónicas previas... algo que me consta que muchos agradecerán, sin ningún lugar a dudas. Por cierto, aviso: el viernes parto para Sevilla así que nadie se extrañe si tardo más de lo previsto en hablar de las pelis de los dos últimos días y del Palmarés. Aun no he desarrollado del todo el don de la ubicuidad. Allá vamos:


XXY de Lucía Puenzo. Hermafroditas y equilibrio


A lo largo de este festival he tenido que repetir con pequeñas variantes la expresión “Corre demasiados riesgos por el tema que trata, pero consigue sortearlos con habilidad”, pero la verdad es que esa es la sensación que tengo en la Sección Oficial: hay un buen puñado de películas que tratan temas de lo más delicado y que no obstante salen bastante bien parados en su propuesta. XXY, una esplendida película de Lucía Puenzo que narra unos cuantos días en la díficil vida de una adolescente tan singular que posee los dos sexos en su cuerpo y de todos los que le rodean es la prueba viviente de ello. La película que Argentina ha seleccionado para que les represente tanto en los Goya como en los Oscar es un apasionante ejercicio de funambulismo que trata un tema no del todo inédito en el cine – al fin y al cabo y con toda la peculiaridad de su protagonista, es una reivindicación clara por el derecho a la propia identidad, especialmente la sexual – pero que está tratado con una inteligencia y una sensibilidad francamente notables.


La vida no es nada fácil para Alex. A sus quince años sufre el proceso de cambio y el despertar de los sentidos que siempre atrapa a todo adolescente, pero su caso es único: su apariencia femenina esconde la posibilidad siempre latente y nunca del todo afrontada de elegir, como la sociedad impone, entre los dos sexos que tiene su cuerpo. Sus padres, Valeria Bertucelli y un magnífico Ricardo Darín, fueron incapaces en su momento de tomar una decisión y ahora se ven enfrentados a una situación irresoluble por cuanto Alex es la única que puede decidir que es lo que quiere ser y, como todo adolescente, se ve absolutamente perdida en un mundo al que no se siente pertenecer de ningún modo. A la isla donde se refugia la familia llega un amigo cirujano plástico que ofrece la salida quirúrgica, su mujer y un hijo algo apocado cuyo encuentro con Alex le ayudará a descubrir muchas cosas que incluso desconoce sobre sí mismo, además de aportar un punto más de confusión a la ya de por sí compleja vida de Alex. Mientras tanto, su padre se devana los sesos buscando una respuesta quizás imposible que le sirva para hacer que su hija sea feliz y sobre todo, libre para hacer su elección, incluso si ésta supone la decisión consciente de no elegir nada, lo que al fin y al cabo también es una elección en sí misma.



No me negarán ustedes que la temática de la película da para caer en varias trampas de forma sucesiva: morbo, sensacionalismo, ternurismo, buenos sentimientos, un puñado de las mejores intenciones, desaforados ejercicios de comprensión y aceptación del diferente etc, etc. Pues Lucía Puenzo consigue el milagro de realizar una película extremadamente austera y a la vez entretenida en que todos esos conflictos, todo el tortuoso proceso por el que pasa no solo Alex sino todos los que la rodean, se desarrollan con una pasmosa facilidad ante los ojos del espectador. La directora hace gala de un notable sentido del equilibrio consiguiendo salvar todas las trampas, no resultando ni discursiva sobre las posibles soluciones médicas ni cerrando por completo las distintas cuestiones sobre las que se interroga.Más bien al contrario, la película deja en el aire y sin resolver muchas de las dudas que se forman tanto en el espectador como el los propios personajes, lo que me parece un ejercicio de coherencia con una película que trata temas morales y hasta filosóficos tan entroncados con la vida que no es extraño que, como ésta, no pueda ni deba ofrecer salidas complacientes. XXY se configura en opinión de este cronista junto con My Blueberry Nights como las dos obras verdaderamente importantes de lo que llevamos de Seminci. Veremos si el Jurado opina igual.


PLAZA DEL SALVADOR de J. Kos-Krauze y K. Krauze


Hace unos años triunfó en San Sebastián una película checa llamada Stetsi – en España fue rebautizada como Algo Parecido a la Felicidad – en la que una serie de personajes de clase baja lidiaban como buenamente podían con los problemas propios de las parejas jóvenes o los padres solteros con hijos jóvenes a su cargo y sin apenas recursos. Enfrentados a la pobreza o a la locura, los personajes de Stetsi salían adelante apoyándose en su instinto de supervivencia o aferrándose al amor como una tabla de salvación que les diera cobijo hasta que el temporal arreciara. Viendo las imágenes de esta muy inferior Plaza Salvador, un espectador despistado podría muy bien llegar a la conclusión que los directores de la misma – que hace un par de años presentaron a concurso otra rareza llamada Mi Nikifor que ganó un premio a la Mejor Actriz para su protagonista – se han empapado bien de la fórmula de Stetsi (en realidad no se han empapado, sino empachado: el resultado es ciertamente indigesto) y han tratado de adaptarla a la realidad de Polonia donde, como pasa en muchas otras partes de Europa, el hecho de que un desalmado promotor inmobiliario robe el dinero pagado por los futuros compradores de sus pisos y se declare en quiebra para evitar su pago, puede acarrear funestas consecuencias para las familias que ponen allí todos sus recursos e ilusiones.

Así le ocurre a la pareja protagonista de la película, dos desheredados de la fortuna con dos querubines de poca edad a su cargo que, sin dinero y sin recursos para hacer frente a su desesperada situación, terminan por refugiarse en casa de la madre de él hasta que soplen mejores tiempos. Como quiera que la madre no solo es una de esas madres castradoras que ve en el hijo los múltiples defectos de su difunto marido sino que además cree que ninguna mujer es lo suficientemente buena para él llegando al extremo de comportarse como una verdadera hija de puta, la situación se va haciando más y más insostenible para la esposa, una simple mujer da campo desbordada por la situación e incapaz de detener un proceso aparentemente irreversible en el que corre el riesgo de perder incluso al hombre que ama y de cuyo amor depende hasta límites insospechados.Lo narrado hasta el momento podría haber dado un material para una muy interesante película si no fuera por el hecho de que ésta se abre con una escena fuera de contexto que pone al espectador en guardia sobre lo que presuntamente luego va a acontecer, con lo cuál éste se pasa toda la película intuyendo de antemano el previsible desenlace, una salvajada de tal calibre que implica que hay que construir muy bien las motivaciones del personaje que la lleva a cabo para que ésta resulte mínimamente creíble. No solo no es el caso sino que además los directores defraudan por partida doble en cuanto queda en evidencia su intento de engañar y manipular de forma infame al espectador. Si a eso le sumamos una no muy atractiva puesta en escena con una nerviosa cámara al hombro que pretende seguir de cerca a los actores y lo que consigue es asfixiar por completo la narrativa y unas interpretaciones que no pasan de lo simplemente correcto, Plaza del Salvador resulta una de las apuestas menos logradas de la Sección Oficial, que de tan pequeña resulta perfectamente olvidable.



TODAS LAS COSAS INVISIBLES de Jakob M. Erwa

A juzgar por el cine que nos llega últimamente de aquellos lares (aun me tiemblan las piernas cuando recuerdo la tremebunda Hundstage de Ulrich Seidl y recordemos que austriaco es el terrible Michael Haneke) algo debe oler a podrido en Austria en los últimos años. No es normal que tantas películas pinten un panorama tan sórdido en lo que a las relaciones humanas en general y paterno-filiales en particular se refiere si no hubiera una cierta correspondencia con la realidad que obliga a plantearse algunas cuestiones. Viendo esta Heile Welt que comienza siendo como una copia barata del Kids de Larry Clark y que más adelante se configura como una mala copia de la estructura que con tan buen acierto ensayaron Guillermo Arriaga y Gonzalez Iñarritu en aquella sobrecogedora Amores Perros, la sensación es que en esa sociedad algo funciona irremisiblemente mal: adolescentes aspirantes a delincuentes que pasan de todo, se comportan de forma violenta e incluso amenazan a sus padres, padres incosncientes incapaces de asumir sus responsabilidades para con sus hijos, rebotados varios de relaciones siempre insatisfactorias, sufrientes amas de casa maltratadas por sus maridos, una prostituta que se dedica a buscar el amor en los brazos de un invidente asediado por los adolescentes de antes... El panorama es para o bien pegarse un tiro y acabar con tanta miseria de un plumazo o bien decidir directamente que Austria es un país pernicioso para la salud del que conviene pasar de largo.

Heile Welt se esfuerza lo suyo en conseguir echar al espectador de la sala en su media hora inicial. Y a juzgar por el creciente número de periodistas que una vez pasado ese tiempo (o incluso antes) enfilaron la puerta de salida, a fe mía que lo consigue: con una estética deliberadamente feísta y mareante – la cámara no para quieta un instante, que tembleque injustificado – y unos descerebrados como primeros protagonistas de una historia que salta hacia delante y hacia atrás constantemente en el tiempo para mostrarnos los mismos hechos desde perspectivas distintas y conseguir el consabido efecto globalizador enlazando a través de los encuentros entre los personajes sus tres historias extremas, la película es una de esas que aguantas en los festivales con la sana intención de esperar a ver si mejora según pasan los minutos. Pero no. De hecho va a peor cuanto más deudora se muestra del modelo Arriaga/Iñarritu y es que no todos tienen el talento o la inteligencia suficiente para hacer atractivas las historias cruzadas. el mensaje es claro: tan incapaces de comunicarse y de relacionarse con normalidad con el prójimo son esos descerebrados adolescentes como sus no menos irresponsables padres, que de adultos tienen más bien poca cosa. Pos weno, pos fale, pos malegro

No se si Todas las Cosas Imposibles... perdon: Invisibles es la peor película a concurso de la Sección Oficial de este año. Pero si no lo es ahí rondará el título por poco: les aseguro que fue un auténtico ejercicio de heroicidad soportar estoicamente su falsamente compleja estructura y su cansino y extremadamente previsible desenlace. Para olvidar rapidamente.

Anecdotario: Cena de alto standing en un céntrico restaurante cercano al Teatro Calderón. La ofrecía la productora de la película Lejos De Mi en apoyo (creo, no me hagan mucho caso) del cine hecho en Cataluña. Servidor se planta allí tras haber cerrado el trato para que la estupenda película de Roser Aguilar cierre con todos los honores el II Festival de Cine de Mérida, algo que me apetecía mucho – ¡una vez más abrimos y cerramos con una peli española! - Comparto mesa entre otros con Conchita Casanovas, Fernando Mendez Leite, una entusiasmada Roser Aguilar, la deliciosa (de cerca, creanme, es aún mucho más hermosa) Marian Álvarez y su pareja Andrés Gertrudix. Hablamos de multitud de películas y de la sempiterna crisis del cine español, de la experiencia de la “Leoparda” en Locarno (los premios en ese certamen son Leopardos de Oro) y de la batalla que se avecina por los próximos Goya (¡Marian Alvarez Goya a Mejor Actriz Revelación Ya!). En esto, aparece en la cena un productor al que nos referiremos por su cariñoso apodo “El Innombrable” debido a la merecida fama de gafe que tiene: fiesta de celebración a la que va, peli a la que no les caen premios. Marian Alvarez viste pantalón negro ajustado y camisa blanca, cual camarera de lujo. Se levanta para ir al servicio. En el umbral se cruza con El Innombrable:

- Por favor, señorita, ¿me puede traer una silla?

- (Respondiendo de inmediato) Por supuesto, señor. Ahora mismo se la traigo.

Y se la trae. Estupor y cachondeo generalizado en la mesa. Poses de Marian demostrando sentido del humor con una servilleta cual camarera perfecta. Bromas del tipo “Practica, practica, no sea que te haga falta en el futuro”. El Innombrable que no sabe bien donde meterse. Y un servidor pensando maliciosamente que ya tiene la anécdota del día en la buchaca para la crónica de hoy...

martes, octubre 30, 2007

SEMINCI 2007 Crónica 5: LEJOS DE ELLA, TRES DE CORAZONES, LO MEJOR DE MI

LEJOS DE ELLA de Sarah Polley. Maldito Eisenhower

Les voy a confesar algo: hay pocas cosas que me den más pánico en este mundo que caer víctima de las garras del Alzheimer o cualquier enfermedad por el estilo que implique una pérdida o menoscabo severo de mis preciadas facultades mentales. Creo que hay pocas cabronadas más gordas en este mundo que uno sea derribado por ese monstruo del olvido que destruye paulatinamente todos los recuerdos y la identidad de uno, no tanto por el que la padece, que al fin y al cabo y aun siendo consciente de su situación poco puede hacer por evitar su deterioro, sino por el terrible sufrimiento que implica para los seres queridos de esa persona, que no solo han de asumir su próxima pérdida sino prepararse para un lento y doloroso proceso de desaparición paralela al deterioro físico, una desaparición paulatina e inexorable que imagino debe ser una de las pruebas más duras a las que enfrentarse.

Tratándose de un tema tan delicado y arriesgado, sorprende no poco que a pesar de su rico bagaje como actriz, la canadiense Sarah Polley haya tenido la increíble audacia de afrontar este asunto en su primera película como directora, pero no tanto como tema central de la misma sino como parte de una hermosa historia de amor maduro, ternura, sacrificio y entrega que en sí misma tampoco carecía de un buen puñado de riesgo. Por eso resulta aun más impresionante el más que notable resultado conseguido por esta mujer que a sus 27 años demuestra una madurez, una inteligencia y un conocimiento de la vida que a priori parecerían impropios de su juventud. Claro que hay que tener en cuenta que Sarah Polley ya ha trabajado con gente tan seria y que sabe tanto de estos temas como Atom Egoyan o Isabel Coixet, dos autores sobre los que volveré más tarde ya que su huella es perfectamente perceptible en Lejos de Ella sin que eso implique ni mucho menos la falta de personalidad de esta ópera prima.

Lejos de Ella es la historia de un matrimonio formado por Grant (Gordon Pinsent) y Fiona (Julie Christie) que llevan 44 años juntos, están sumamente enamorados el uno del otro y a estas alturas de la vida poseen una complicidad, una ternura y un sentido del humor que les permite vivir un amor sereno y apacible. Sin embargo, Fiona empieza a sufrir los primeros embates de esa bestia llamada Alzheimer y el miedo se instala en sus vidas: la dificultad de enfrentarse solos al inevitable proceso degenerativo hace que se planteen seriamente la conveniencia de que Fiona ingrese en una residencia especializada en su enfermedad, algo que ella considera necesario y a lo que Grant se enfrenta con tanta desconfianza como, en el fondo, pánico por separarse de la mujer amada. Las reglas de la residencia obligan a un periodo de separación durante el cual Grant no puede visitar a Fiona para facilitar la adaptación de ésta a la misma. Pero dicho periodo tendrá imprevistas consecuencias. Sarah Polley debió tener muy claro desde el primer momento que el éxito o el fracaso de su propuesta pasaba por dos aspectos esenciales. El primero era construir un guión sólido que permitiera sortear las múltiples trampas que amenazan a una propuesta de estas características, ya sea la sensiblería o superficialidad con la que suelen abordarse las películas que tratan de frente temas relacionados con la enfermedad o la cursilería en la que suelen caer a menudo las historias de amor maduro, generalmente poco rigurosas y demasiado ancladas en recurrir al pasado con fáciles flashbacks para hacer el filme más accesible al espectador. Viendo Lejos de Ella, con su modélica construcción de personajes, su riquísimo guión repleto de sutilezas y deconstruido narrativamente o su insobornable determinación de respetar la inteligencia del espectador, uno no puede sino llegar a la conclusión de que Polley ha encontrado la forma de salir airosa y escapar limpiamente de todas esas trampas.

El segundo aspecto era, como no, el trabajo de los actores. Y ahí se demuestra sin lugar a dudas que Polley es no solo una estupenda actriz sino que como directora de su reparto ha sabido extraer del mismo unas interpretaciones memorables tanto de una Julie Christie esplendida en su madurez que borda su personaje con un ejercicio de contención admirable como ese desconocido Gordon Pinsent que está a la altura del reto sacando adelante a un personaje a través del cual el espectador vive la mayor parte del filme y que se enfrenta con horror al vacío de perder al ser amado de una de las formas más dolorosas posibles.
A todo lo dicho añadiré que es fácil descubrir en las imágenes de Lejos de Ella que el tiempo pasado con Atom Egoyan – a la sazón productor del filme – e Isabel Coixet no ha sido en vano ya que la estructura temporal desordenada del comienzo de la historia y los planos de esos paisajes helados donde transcurre la historia parecen directamente inspirados en el autor de El Dulce Porvenir y que la sutileza del retrato de personajes y algún retazo de humor ocasional (el enfermo ex-locutor deportivo que retransmite su vida de forma constante en voz alta) recuerdan a la realizadora catalana, sin que, insisto, eso sea un ejercicio de imitación o apropiación de un modelo sino herramientas útiles al servicio de un estilo personal.

Pero lo que más sorprende agradablemente de esta película es la sensibilidad, inteligencia y madurez que derrocha. Bien es cierto que su esplendida primera hora es mucho mejor que su resolución, en la que Polley, quizás demasiado embelesada con el material que tiene entre las manos, fuerza un poco las cosas con lo que sucede con el personaje que interpreta Olimpia Dukakis – en un feliz regreso, por cierto -, un defecto comprensible en una ópera prima, pero es admirable la forma en la que Polley retrata todo el proceso, ese viaje en el que no faltan las alusiones a un pasado de la pareja menos idílico que el presente, un acertado retrato de las condiciones de vida en esas residencias especializadas (tremenda escena aquella en la que Grant observa con pavor como los ancianos, una vez pasada la hora de visita de sus seres queridos, se quedan desoladoramente solos en un salón) y un calculado ejercicio de ambigüedad que lleva al espectador a preguntarse, al igual que lo hace Grant, donde empieza la enfermedad y donde termina un posible ejercicio de simulación de la misma para escapar del dolor. En el fondo, uno de los temas más interesantes de la película de Sarah Polley es la importancia de la memoria en cualquier relación de pareja, la construcción a golpe de recuerdos de la realidad de la misma. Sin aspavientos, estridencias ni recursos fáciles, Polley ha construido una película notable que está entre lo mejor visto en esta Seminci.

TRES DE CORAZONES de Sergio Renán. Un Tony Soprano porteño.

Posiblemente no fuera la intención del veterano realizador de La Tregua que esta película sobre los desencuentros entre dos jóvenes sin rumbo que se conocen en un autobús y cuyas vidas se encuentran de nuevo gracias a un tercer vértice del triángulo interpretado por un mafioso que los reúne a ambos fuera robada por la poderosa presencia de éste último personaje, muchísimo más interesante que los dos pretendidos protagonistas y cuya en todos los sentidos inmensa presencia invade hasta el último hueco de la película. Pero así ha sido. Y como quiera que la intención de Renán no era esa, sino hablar de pasiones primitivas, del instinto, del poder, del supuesto intercambio de roles entre el joven apocado que se crece y es capaz de superar su servidumbre según se afianza su amor por la chica y el gángster que deja entrever su parte más emotiva según se engancha por ella, pues la triste consecuencia es que Tres de Corazones no funciona en el sentido buscado.

El problema reside en que el triángulo está desequilibrado: si uno de los vértices es un joven algo lento de entendederas que acaba de taxista y otro es una joven que sueña con ser enfermera y bailarina pero que acaba de puta cuyo primer encuentro deriva en una seudoviolación que marca toda su relación posterior y los dos acaban al servicio de un mafioso claramente inspirado en el mítico personaje creado por David Chase para la serie Los Soprano, gordo, atemorizante, violento, con sentido del humor y del honor y tierno con su madre, con el chico que toma a su cargo o con la puta a la que en el fondo le gustaría convertir en su esposa (por no mencionar sus inenarrables veleidades artísticas, que cobran forma en una desconcertante secuencia de karaoke capaz de descolocar al más pintado y que entra por pleno derecho entre las escenas más marcianas y atrevidas vistas en esta Seminci) al espectador no le queda más opción que desconectar de los dos pazguatos tortolitos incapaces de sacar adelante su incipiente amor y esperar a que vuelva a aparecer en pantalla ese salvaje Tony Soprano porteño que monopoliza toda la atención del mismo.

No es pues que el objeto de deseo Mónica Ayos (por cierto presente en Valladolid para, permítanme la frivolidad, disfrute de todos nosotros ¡que pedaso de mina, ché!) no cumpla en su primer papel protagonista en el cine o que la nada sugerente realización de Renán lastre el conjunto. No, el problema de base reside en un guión mal estructurado que no sabe dosificar de forma apropiada los distintos elementos que lo conforman y que deviene un batiburrillo de situaciones que desembocan en un desenlace incluso sorprendente para el espectador algo despistado y como ha quedado dicho, en la estupenda composición de Luis Luque como el mafioso Coria, un personaje que domina el conjunto de la película cuando su función nunca debería haber sido esa. A la luz de lo visto, parece que este año el habitual romance entre la Seminci y el cine argentino, que siempre ha cosechado aquí muy buenos resultados, no va a tener continuidad. Bueno, eso si no lo remedia mañana Lucía Puenzo y su esperada XXY, claro está.


LO MEJOR DE MÍ de Roser Aguilar: El Amor puesto a prueba

Parte de lo expuesto más arriba sobre la película de Sarah Polley podría muy bien aplicarse a esta peculiar producción española que ya fue premiada de manera sorpresiva - pero justa, como luego veremos - en Locarno y que es el primer largometraje realizado por un equipo técnico compuesto en su totalidad por alumnos salidos de la ESCAC (Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya) siendo además la ópera prima de su directora Roser Aguilar.
Lo Mejor de Mí cuenta la historia de Raquel, una joven bondadosa, cándida e ingenua, enamorada más de la idea del amor misma que de Tomás, su pareja, con el que acaba de irse a vivir juntos en un apartamento tras poco tiempo de relación. Sin tener apenas tiempo de empezar esa nueva e ilusionante etapa, Tomás sufre una crisis hepática y enferma de gravedad. Su estado empeora con rapidez y se hace necesario empezar a considerar seriamente la posibilidad de un trasplante de hígado. El problema es que los donantes son pocos y la lista de espera mucha. Pero hay otra opción: el trasplante de un donante vivo, que puede cederle una parte de su hígado para regenerarlo después. Raquel tendrá que plantearse que está dispuesta a hacer de verdad por amor y explorar los límites de esa relación antes de llevar a cabo una decisión sumamente díficil de tomar.

Si analizamos detenidamente los elementos que componen esta película – un presupuesto modesto, una realización novel, un equipo técnico igualmente debutante, ausencia de nombres conocidos en el reparto salvo algunos secundarios y una temática relacionada con el amor, la enfermedad y los transplantes, susceptibles todos ellos de caer en los más bochornosos tópicos – era bastante lógico pensar a priori que nos íbamos a encontrar con una propuesta que naufragara por alguna parte, ya que como ven los riesgos eran numerosos. Por ello tiene aun más valor la solidez de la película de Roser Aguilar, que no solo consigue sortearlos sino que además nos presenta una película emocionante, cercana, repleta de situaciones y sentimientos con los que resulta extremadamente fácil identificarse (¿Quién no ha pasado una temporada en un hospital cuidando de algún ser querido?¿quién no ha visto alguna vez una relación de pareja puesta a prueba cuando la enfermedad se cruza en el camino?) y en el que sorprenden de forma muy agradable varios aspectos.

Para empezar hay que destacar la portentosa interpretación de toda una desconocida, Marian Álvarez, una actriz menuda capaz de conjugar con aparente facilidad una desamparada sensación de fragilidad con la ternura y bindad que irradia su personaje Raquel, a la vez que es capaz de mostrar cuando la ocasión lo requiere una determinación y una dureza desconcertantes, registros todos ellos creíbles que le sirven para contar de manera muy clara la evolución emocional y personal de un personaje que comienza la película viviendo el amor de una manera absolutamente idealizada y a lo largo del duro proceso que implica la estancia en el hospital de Tomás, así como los descubrimientos que va haciendo sobre éste y sobre si misma, acaba por alcanzar un punto de vista completamente distinto sobre el amor, la vida y las relaciones de pareja. La intepretación de Marian, que ya fue reconocida con el Premio a la Mejor Actriz en Locarno, es la columna vertebral sobre la que se sustenta la credibilidad de la propuesta y es de justicia reconocer que hace un trabajo tan soberbio que debería, si una pequeña película como ésta pudiera alcanzar el reconocimiento y la difusión que merece, lanzarla de cabeza no solo al Goya a la Mejor Actriz Revelación de este año sino a un buen puñado de agendas de los productores españoles.

El resto del reparto, con un Juan Sanz en el mejor papel de su carrera (no se pierdan la escena de la crisis en el hospital, que pone los pelos de punta) y unos más que correctos Lluis Homar, Carmen Machi y Alberto Jiménez, tan bien como acostumbran en pequeños pero importantes papeles secundarios, cumplen sobradamente con la función principal de sus personajes que no es otra que otorgar una enorme credibilidad a la historia.
El guión es insospechadamente sólido tratándose de una temática en la que hay que andarse con pies de plomo para no caer ni en el tópico ni en el sentimentalismo extremo. Da el espacio suficiente a los protagonistas para que desarrollen sus personajes y sus razones y evita cuidadosamente los siempre temibles maniqueísmos, especialmente en lo que se refiere al personaje masculino al que da vida Juan Sanz, que a pesar de que como suele suceder en este tipo de historias contadas desde el punto de vista femenino es retratado en algún momento de una forma muy poco favorable, resulta bastante creíble en sus actitudes tanto respecto a Raquel como frente a su enfermedad.

Roser Aguilar realiza asimismo un cuidado trabajo de dirección en el que prima la claridad expositiva y una puesta en escena predominantemente funcional que consigue sacar buen partido de un espacio tan restringido como la habitación de hospital o los otros espacios cerrados donde transcurre la mayor parte del metraje. De igual forma, se cuida muy mucho de manipular o guiar al espectador, que puede encontrarle o no sentido a la forma de proceder del personaje de Raquel e igualmente aceptar o no sus razones en función de su propia experiencia personal o incluso de sus creencias al respecto de las relaciones de pareja o la vida en general, pero en cualquier caso nunca es aleccionado ni se subraya en modo alguno o se emiten juicios de valor sobre los personajes de la historia, manteniendo un escrupuloso equilibrio con respecto a la multiplicidad de factores – en una decisión así jamás pude haber una única causa – que llevan a Raquel a actuar de la forma en la que lo hace, en lo que sin duda es tanto un rasgo de inteligencia como uno de los mejores valores de la película.

Les digo una cosa: sería una lástima que cuando esta película pequeña en intenciones pero bastante grande en resultados se estrene dentro de unos meses pase desapercibida o desaparezca rapidamente de las pantallas en medio del habitual maremagnum de estrenos de cada semana. Sobre todo porque creo sinceramente que estamos ante una película más que digna que podría crecer sobremanera con el boca/oído de rigor. Si le dan tiempo a ello.

Anecdotário: En el habitual cóctel de la Sala de los Espejos del Teatro Calderón – si, lo confieso, me he vuelto un adicto al buen vino de Ribera del Duero y a los agradables tentenpies que sirven en dicho acto diario – me junto con el ilusionadísimo equipo casi al completo de Tres de Corazones. Digo casi porque no, el Tony Soprano porteño que responde al nombre de Luis Luque no ha venido, pero sí la despampanante Mónica Ayos (¡uf!).

Afortunadamente no me preguntan por la película y así me ahorro tener que confesarles que no me gusto demasiado ni dar explicaciones. En cambio, se les ve muy interesados en cuestiones tanto de política nacional como de la Argentina y si juntamos eso al hecho de que un servidor vió hace unos días la Argentina Latente de Pino Solanas, pues ya pueden imaginarlo: la conversación se animó considerablemente. Tanto que cuando me quise dar cuenta me había quedado practicamente a solas con el equipo de la peli y un tal Juan Carlos Frugone – director de la Seminci – que pasaba por allí. Pues ya que estamos nos hacemos una fotos ¿no? Y así quedo la cosa... Unos tipos de lo más majos estos argentinos: lo mejor de todo era la desbordante ilusión con la que hablaban de sus cosas. Así da gusto. La Seminci también son estos ratitos...

lunes, octubre 29, 2007

SEMINCI 2007 Crónica 4: EL BOSQUE DEL LUTO, LOS FALSIFICADORES, CIEN CLAVOS


EL BOSQUE DEL LUTO de Naomi Kawase: Lentitud y belleza


Machiko, una joven que lleva en su interior ese dolor desgarrador que siempre supone la pérdida de un hijo, entra a trabajar en una residencia de ancianos que se encuentra en un hermoso paraje natural. Allí conoce a Shigeki, un anciano con algunos síntomas de cierta decadencia mental y comportamientos algo infantiles con el que establece una peculiar relación ya que ella parece despertar en él el recuerdo de su esposa, largo tiempo fallecida. Un incidente en una excursión hará que ambos se encuentren solos en medio de un enorme bosque y que el anciano muestre una inflexible determinación por dirigirse hacia un sitio que solo él conoce, arrastrando con él a la joven y poniendo las vidas de ambos en peligro.

Resulta siempre complejo hablar de una película que, no habiéndote gustado lo suficiente como para recomendarla, uno sabe reconocer en ella una serie de valores que la hacen una obra más que estimable. La japonesa El Bosque del Luto pertenece plenamente a esa categoría de películas contemplativas, de ritmo más que cadencioso, que pretende llevar al espectador al estado apropiado para en su debido momento extraer del mismo gotas de verdadera emoción. Parafraseando la famosa frase de La Noche se Mueve a propósito del cine de Rohmer, si hay películas en las que se ve crecer la hierba, El Bosque del Luto es una de esas en las que la hierba parece estar viendo crecer la hierba. Y una propuesta así tiene sus riesgos, el primero de los cuales es no conseguir enganchar al espectador lo suficiente como para que éste entre en el juego que la directora Naomi Kawase propone y se desentienda del filme mucho antes de que éste muestre sus mejores bazas.

Kawase se toma su tiempo en construir la relación entre los dos personajes principales mientras nos muestra la hermosa naturaleza que los rodea – esos campos de trigo meciéndose con el viento, los árboles invitando a penetrar en sus secretos - y hace que seamos cómplices de la forma en la que la joven se va ganando la confianza del anciano a base de participar en sus juegos infantiles, deslizando suavemente la idea de que este último bien puede no estar tan mal de la cabeza como podría aparentar a primera vista, sino que sufre por el recuerdo de una pérdida lejana en el tiempo pero que él sigue teniendo muy presente.


Si uno consigue sobrevivir sin desconectarse a esa primera hora capaz de crispar los nervios a cualquiera, puede que vea recompensada su paciencia con unos cuarenta minutos finales en los que la película gana enormemente. Eso sí, hay que pasar de puntillas sobre la torpe forma en la que la autora justifica que ambos personajes acaben quedándose solos en el bosque y dé comienzo la parte más interesante del filme. Ahí se puede apreciar en lo que valen secuencias tan emocionantes como aquella en la que Machiko intenta dar calor a Shigeki en medio de una noche fría utilizando su propio cuerpo como abrigo o la forma en la que la directora visualiza el pánico de aquella a fracasar de nuevo y perder a otro ser querido por su culpa, lo que provoca que por primera vez el anciano rompa su habitual autismo y le demuestre que es consciente de su presencia.
Todo lo anteriormente expuesto sirve para que la directora llegue a un previsible aunque hermoso desenlace en el que Shigeki, como el personaje de Fernando Fernán Gómez en la película de Antonio Hernández En La Ciudad sin Límites, persigue de forma obsesiva la realización de un deseo que le lleva siguiendo como un fantasma durante años. Es un desenlace de enorme belleza. Pero quizás llega demasiado tarde para que una película de la que posiblemente se haya desconectado mucho tiempo antes remonte el vuelo. Y es una lástima porque, como queda dicho, la película no carece de muchas virtudes: no en vano fue Gran Premio del Jurado en Cannes y es dudoso que se vaya de vacío de la Seminci.


LOS FALSIFICADORES de Stefan Ruzowitzky: Un Holocausto Diferente

Es curioso que en esta edición de la Seminci hay multitud de películas en todas las secciones, ya sea la Oficial, Punto de Encuentro, Tiempo de Historia e incluso en los cortometrajes, que vuelven una y otra vez al tema del Holocausto. A alguno puede provocarle a estas alturas cierta sensación de hartazgo – bien porque la calidad de muchos de esos filmes puede ser discutible pero sobre todo por el riesgo de caer en el tópico que no muchos tienen la inteligencia de esquivar – pero no es mi caso: por muy molesto que pueda estar con los políticos israelís de la actualidad, que siguen usando el Holocausto para justificar politicas injustificables, soy de los que piensan que conviene tener siempre muy presente dicha atrocidad con sus causas y efectos, siquiera para no olvidarse nunca de lo que el ser humano, bajo esa fina capa de civilización que llevamos con tanto orgullo, es capaz de hacer.

Dentro de ese género, Los Falsificadores, película enviada por Austria este año al Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa, se configura como una obra de extraña originalidad. Parte de un hecho real poco conocido – el intento por parte de los nazis de quebrar las economías británica y americana a base de falsificar libras y dólares, para lo cual dedicó multitud de recursos y echó mano de los mejores “profesionales” del sector, muchos de los cuales eran artistas judíos que se hallaban en campos de concentración – para configurar una visión distinta del Holocausto, ya que los encargados de llevar a cabo tal operación son, además de supervivientes por el simple hecho de ser judíos, privilegiados dentro del campo y gente que se ven obligados día a día a convivir con el hecho de que más allá de las paredes de su pabellón especial, sus congéneres son sistemáticamente exterminados por aquellos a los que, paradójicamente, están ayudando.

Se toma así un tema habitual del Holocausto – como obviar los principios morales con el simple objetivo de sobrevivir el mayor tiempo posible en una situación de continuo peligro o, a posteriori, la culpa del superviviente – pero de una forma radicalmente distinta a como lo hicieron películas como La Tregua de Francesco Rosi o El Pianista de Polanski. Los Falsificadores busca la identificación del espectador con su protagonista principal, El Rey de los Falsificadores Salomon Sorowitsch (un soberbio trabajo del actor Karl Markovics), un vividor y pícaro cuya previsible evolución desde su inicial postura de superviviente nato capaz de cualquier cosa con tal de salvar el pellejo hasta la inevitable toma de conciencia según va calando en él el cúmulo de barbaridades de los nazis es perfectamente creíble, si bien al director se le va la mano en un horrendo tramo final en el que, posiblemente cegado por la búsqueda de un final algo más comercial que el que la película pide a gritos, destroza gran parte de los logros de una película sumamente interesante.

Aun así, hay multitud de elementos de interés en una película que cuenta con la complicidad de un buen trabajo de todo su elenco – no solo el incómodo Markovics raya a gran altura, también le dan buena réplica ese cínico comandante de las SS con una zanahoria en la mano y la amenaza constante de la Luger en la otra al que da vida Devid Striesow o la voz de la resistencia que representa el concienciado preso Burguer al que interpreta August Diehl – y un esplendido trabajo de fotografía a cargo de Benedict Neuenfelds al servicio de una historia diferente que huye de estereotipos, ofrece una historia sino distinta sí original respecto a lo que vemos habitualmente en las películas que tocan el tema del Holocausto y que de no ser por ese desacertado tramo final podría haber dado lugar a una de las grandes películas de la Sección oficial. Aun así, estoy convencido que gustará mucho al público cuando se estrene en las salas españolas: seguramente le beneficiará la sensación generalizada de que los filmes en lengua alemana están viviendo una muy buena época en los últimos años gracias a títulos como La Vida de los Otros, El Hundimiento, Sophie Scholl, etc.

CIEN CLAVOS de Ermano Olmi: radicalidad intelectual, pobreza visual
El director de la soberbia El Árbol de los Zuecos se despide con esta personalísima película del cine de ficción y vuelve al género documental, el mismo en el que comenzó a dirigir allá por los años cincuenta. Bueno, eso si no tenemos en cuenta que en realidad el estilo naturalista de Olmi y su afición a mezclar actores profesionales con gente de todo pelaje y condición en su filmografía hace que en realidad no pueda considerarse que alguna vez hiciera únicamente ficción. Su película Cien Clavos es un puñetazo de radicalidad intelectual – que no visual, la película podría muy bien haberse filmado exactamente igual hace treinta años, y esto no es precisamente un cumplido sino más bien un reproche – que se abre con una imagen portentosa y sugerente: una especie de “asesino de libros” ha dejado una enigmática declaración de principios en una biblioteca de libros antiguos de temática religiosa. Todos ellos aparecen abiertos por el suelo y las mesas de la biblioteca y atravesados de parte a parte con esos cien clavos a los que hace referencia el título. Casi nada. Como dice la juez encargada del caso “Si no fuera inapropiado, diría que es la obra de un artista genial”

El principal sospechoso de la genialidad es un profesor de la Universidad, erudito y sensible, que parece haber descubierto recientemente aquello de “Que descansada vida, la del que huye del mundanal ruido” que decía Fray Luis de León y llegado a la conclusión de que la vida académica, el culto a los libros, interfiere con la verdadera libertad de pensamiento, con el redescubrimiento de los pequeños placeres mundanos y el contacto fundamental con otros seres humanos. Vamos, que la vida está ahí fuera y que el fundamentalismo intelectual, esa especie de pleitesía al saber escrito y transmitido a lo largo de siglos y siglos de palabra escrita no es sino una prisión artificial o una excusa generada por el hombre para escapar de su estado natural o lo que es aun peor, para someter la voluntad de los mismos. Ya les he avisado: radical como él solo.

El caso es que el protagonista de la historia, con un nada casual parecido físico con el Jesucristo tradicional, dirige sus pasos a un pequeño pueblecito asentado al lado de un río y se instala en una casa derruida que empieza a reconstruir. Pronto es observado con curiosidad por los simples habitantes del pueblo, que lo reciben de brazos abiertos y con un entusiasmo tal que los apóstoles con el redentor. El humor de Olmi es tal que incluso diseña escenas en las que los lugareños (tratados siempre con respeto dentro de su simplicidad, no nos confundamos) le piden que les refresque ciertas parábolas de la Biblia. Olmi no pierde ocasión de ridiculizar la forma en que la Iglesia Católica o las religiones en general se inmiscuyen en la forma en la que se supone que los seres humanos han de amar, vivir o relacionarse entre ellos. Y lo hace con la virulencia propia de un autor que a estas alturas de su vida (76 años) está más que de vuelta de todo. Tanto es así que su personaje principal, cuando un sacerdote le increpa diciéndole que tendrá que rendir cuentas a Dios en el Juicio Final, replica que más bien tendrá que ser Dios llegado ese caso quien tenga que rendir cuentas por lo mucho que ha hecho sufrir a los hombres. No vean como se las gasta aquí el amigo. Casi nada.

Con su divertida radicalidad y su insobornable sentido de la independencia artística y de la libertad personal, Olmi se emparenta en Cien Clavos a autores coetáneos como Manoel De Oliveira u Otar Iosseliani que no se rebajan por nada ni ante nadie. Bien es cierto que eso no es suficiente: a Cien Clavos le perjudican unos terribles altibajos de ritmo y el espectador ha de soportar estoicamente muchos minutos de tedio hasta llegar a los momentos más logrados de su propuesta (hay uno especialmente brillante cuando la policía pregunta al Profesor si ha pertenecido a algún grupo revolucionario o terrorista y éste responde que sí, que ha sido miembro muchos años del cuerpo docente) que, eso si, de vez en cuando es capaz de atravesar como un clavo la mente del espectador con su afilada ironía.

Anecdotario: La Seminci se está portando muy bien con aquellos entusiastas que año tras año se acreditan como prensa en el Festival viniendo con un presupuesto ajustado: los encuentros diarios a las 21:00 en El Salón de los Espejos del Teatro Calderón permite a estos la posibilidad no solo de departir con los (pocos) invitados que se han dejado caer por el certamen en un ambiente distendido, sino también de beber y comer de balde un pequeño aperitivo que me consta que a más de uno les está resolviendo la cena del día. Es un detalle. Por contra, en la abarrotada sala de prensa (¿Por qué hay solo diez puestos peleadísimos día a día para trabajar cuando es evidente que somos muchos los acreditados y espacio hay de sobra?) se suceden los comentarios que cargan contra el rumbo del Festival, pese a que casi todos reconocen que la Sección oficial de este año está siendo de lo más entretenida. Los chascarrillos sobre la falta de invitados de relumbrón (dejando los españoles aparte) se multiplican desde que la rumorología ha desatado la noticia aun no confirmada oficialmente de la presencia de Sophia Loren en la jornada de clausura para entregarle un premio a Alberto Grimaldi, productor al que se le está haciando una muy interesante retrospectiva... en DVD. Por lo demás, sigo negociando frenéticamente para cerrar la programación del II Festival de Cine Inédito de Mérida... Espero pronto poder confirmar la totalidad de la programación (My Blueberry Nights se ha caido, con todo el dolor de mi corazón: me pedían la friolera de 3000 € por ella y por ahí no paso, que es un auténtico abuso).

De momento hoy he tenido el enorme placer de presentarlo a nivel nacional nada menos que de la mano de Javier Tolentino en El Septimo Vicio de Radio 3. Una pasada... y más presión: ojalá que estemos a la altura.