domingo, octubre 28, 2007

SEMINCI 2007 Crónica 3: The Band's Visit y La Zona

THE BAND'S VISIT (Bikur hatizmoret): Mucho más que buenas intenciones
La primera película de hoy de la Sección Oficial nos tenía deparada una grata sorpresa: descubrir que Aki Kaurismaki tiene sus fans incluso en Israel. La ópera prima del joven y desconocido Eran Kolirin tiene un sencillo punto de partida que a buen seguro no hubiera desagradado en absoluto al autor de Un Hombre sin Pasado. Una pequeña banda de música de la policía egipcia es invitada a inaugurar un centro árabe en Israel. Tras comprobar que nadie pasa a recogerlos en el aeropuerto e ignorar lo que hubiera sido más sensato, como contactar con la embajada de su país, sus ocho miembros se aventuran en un autobús que les deja literalmente en medio de ninguna parte, aislados, muy alejados de su lugar de destino y sin posibilidad alguna de reemprender viaje hasta el día siguiente. Ante tal tesitura, piden ayuda a los israelíes locales – que alucinan no poco ante los músicos uniformados de gala en mitad de aquel sitio dejado de la mano de Dios, pero que se muestran sumamente amistosos – y buscan acomodo como pueden mientras dejan que la música, el amor, las emociones y el sentido del humor tiendan puentes entre las enormes diferencias culturales de unos y otros.

La Visita de la Banda es una de esas películas bienintencionadas que bien podría inscribirse en esa tendencia, a estas alturas ya casi un género en sí mismo, de acercar las posturas de adversarios aparentemente irreconciliables apelando a sentimientos humanos universales capaces de atravesar cualquier barrera - Mi Enemigo Intimo o Feliz Navidad son dos ejemplos recientes, pero Mediterraneo también valdría como ejemplo – pero tratándose del conflicto árabe-israelí a priori no dejaba de ser una apuesta arriesgada en varios sentidos: si se llevan las cosas demasiado lejos podía quedar un producto que insultara la inteligencia del espectador o, lo que es peor, que se viera como una burla a un tema sumamente serio. Por otro lado, también existía la trampa de caer en una simple apología de los buenos deseos que convirtiera la película en un empalagoso a la vez que ingenuo alegato. En fin, que la peli tenía más minas escondidas en su camino que las que hay en las fronteras que separan ambos pueblos en Israel.

Sin embargo hete aquí que haciendo gala de una gran inteligencia y de un excepcional a la vez que desconcertante sentido del humor que bebe mucho del absurdo generado por la propia situación (como sucede a menudo en los filmes de Kaurismaki) resulta que Eran Kolirin sortea con habilidad todas y cada una de esas trampas, constuyendo una película modesta en sus planteamientos, pero sumamente eficaz en la consecución de sus objetivos, una de esas obras pequeñas solo en presupuesto que se abren paso con facilidad hacia el espectador y que se disfrutan con una sonrisa de complicidad permamente en los labios. A Kolirin le basta un puñado de detalles para establecer las claves de sus personajes, ya sea el severo pero sensible director de la orquesta, el guaperas empeñado en sacar el máximo partido del viaje o el segundón que sueña con dirigir un día la orquesta por el lado de la banda egipcia o la mujer madura, determinada y en el fondo enormemente necesitada de cariño que les acoge, el joven inesperto en su trato con las mujeres o el buen tipo dominado por su mujer e infeliz en su matrimonio que se presta a ayudar a algunos de los miembros de la banda por el lado israelí.

La película tiene sus mejores bazas no tanto en el consabido encuentro entre dos culturas y la previsible superación de sus diferencias en pro de la simple consigna de ayudar al prójimo, sino en la eficacia con la que están construidos tanto los personajes como las escenas que protagonizan, ya sean cómicas o no. Jugando de maravilla con el plano fijo y la introducción sorpresiva del absurdo en las situaciones más cotidianas Kolirin consigue crear una atmósfera apacible, un oasis de calma en medio de un conflicto que uno sabe existente pero que podría hallarse a miles de kilometros de ese remanso de paz perdido en el desierto en el que no falta la soledad ni el aburrimiento. Todo está rodado con una suave puesta en escena que invita al juego de conocimientos que propone la película y el espectador se deja arrastrar con facilidad al mismo: tan hermoso es el proceso de seducción de la dueña del restaurante hacia ese director de orquesta responsable que tiene motivos más que comprensibles para no responder a sus invitaciones como divertida la forma en la que el seductor de la banda instruye a un inepto en asuntos de mujeres en la mejor forma de abrirse paso hacia su cama – lo que da lugar a una escena antológica e hilarante en una especie de pista de patinaje en la que se hace una relectura en clave de humor mudo digno de Chaplin o Keaton del sempiterno Cyrano de Bergerac – sin que en ningún momento haya el más mínimo atisbo de establecer juicios morales o aleccionarnos sobre los buenos sentimientos y es que su autor, con buen criterio, da por sentado que el espectador tiene más que asumidos ciertos valores universales y no carga las tintas sobre los mismos.
Algunos pensarán que The Band's Visit es poco más que una película simpática que se deja ver con agrado y que transcurre por caminos previsibles. Puede que sea cierto pero este cronista es de los que defiende que esa aparente sencillez tiene tras de sí un trabajo riguroso que no debe menospreciarse: les aseguro que todas las emociones que provoca, que son muchas y de muy distinto signo, son absolutamente genuinas. Y su discurso sobre un entendimiento mínimo entre ambas culturas desde el que construir un mejor futuro, lejos de ser ingenuo, está perfecta y coherentemente construido. Notable alto.

LA ZONA de Rodrigo Plá: Miedo residencial

El buen rollito que nos había dejado la primera película de la mañana se tornó de repente en algo mucho más serio con esta contundente película, mejor ópera prima en el pasado Festival de Venecia, que se presenta en Valladolid fuera de concurso. Algunos se han apresurado a tachar de alarmante y exagerada esta inteligente aproximación al asfixiante mundo que los más privilegiados de la sociedad construyen en su afán de protegerse o defenderse de los más desamparados de esa misma sociedad. La Zona es una barrio residencial privado, un exclusivo conjunto de lujosas casas rodeado por altos muros y fuertes medidas de seguridad tras los cuales respiran tranquilos esos miembros de la clase alta aislados del resto de la sociedad, esos mismos que viven tan inmersos en la cultura del miedo que son capaces de aislarse voluntariamente del resto de la sociedad sin que parezca preocuparles en exceso esa especie de cárcel que han construido a su alrededor.Todo se precipita el día que un accidente provoca una brecha en sus muros y tres ladrones de poca monta aprovechan la ocasión para introducirse en ese falso paraíso, con funestos resultados: dos de ellos acaban muertos – al igual que una mujer a la que tratan de robar y un guardia de seguridad, éste por el disparo de un vecino nervioso – y un tercero, el más joven , se refugia despavorido en el interior de ese barrio residencial para no correr la misma suerte. Cubriéndose mutuamente, los miembros de La Zona deciden ocultar las muertes a la policía y se muestran decididos a no permitir que ésta intervenga en sus asuntos, arrogándose además el derecho de deshacerse del elemento extraño que se oculta en su barrio. Un estado de paranoia general va apoderándose de los vecinos según se encierran más y más en si mismos, buscando culpables y huyendo hacia delante en una carrera que cada vez tiene menos vuelta atrás.Rodrigo Plá construye un inteligente mecanismo que quizás lleve al límite algunas de las situaciones que se dan en Mexico o en otros países latinos en los que las enormes diferencias entre pobres y ricos y el creciente miedo por parte de estos últimos a perder aquello que poseen les lleva no solo a eliminar las más elementales reglas de convivencia sino a dejar de ver a todo aquel que no pertenece a su selecto grupo como una persona sino como un enemigo a eliminar, provocando un estado generalizado de nerviosismo, paranoia y salvajismo que no puede sino desembocar en tragedia. El espectador asiste impotente al demencial proceso de esa comunidad que impone sus propias reglas a sus miembros y no admite injerencias ajenas a la vez que evoluciona el personaje de Alejandro, un adolescente que de repente ve como su acomodada vida es puesta en peligro por el que viene de afuera pero que progresivamente pasa del miedo y el odio al diferente a la comprensión y el reconocimiento del otro.La Zona es una película sumamente entretenida que plantea un buen puñado de interrogantes a la vez que no ofrece demasiadas respuestas sobre la viabilidad de la justicia, la corrupción generalizada de casi todos los medios policiales, la violencia desatada por el miedo y el futuro incierto al que muchas sociedades occidentales se enfrenta si se sigue por este camino obsesivo. Además cuenta a su favor con un correcto trabajo de realización a cargo de un Rodrigo Plá que aprovecha bien los medios de los que dispone – su mirada está a menudo servida por las cámaras digitales o los distintos medios de vigilancia de los que La Zona dispone, con una puesta en escena no demasiado abigarrada – para crear la atmósfera que una reflexión sobre la paranoia y el miedo al otro precisa. Si a eso le sumamos el buen trabajo de sus intérpretes – por cierto, Maribel Verdú aparece mucho menos de lo que su cartel pudiera dar a entender, siendo Daniel Giménez Cacho, el estupendo Mario Zaragoza como el único policía honesto de la película y un sorprendente Carlos Bardem en la peil de uno de los vecinos más drásticos los que lideran la función – y la contundente resolución de la trama, que golpea al espectador como un verdadero mazazo en sus conciencias, habrá que convenir que pese a algún que otro evitable interrogante que revela fallas en su guión La Zona es una película más que estimable que está destinada a provocar no pocas polémicas. De momento aquí en la Seminci ha sido la primera obra de la Sección oficial que ha provocado serias discusiones entre partidarios y detractores, algo que siempre viene bien en un Festival.

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