viernes, octubre 26, 2007

SEMINCI 2007 Crónica 1: PERSÉPOLIS, LOVE AND HONOR, FINN'S GIRL

Hay en Valladolid cierto aire de tensión, como de incertidumbre. Tras las serias críticas que recibió el certamen en la edición del año pasado, tanto a nivel organizativo como, lo que era aun más preocupante, por la discutible calidad de gran parte de los títulos seleccionados para la sección oficial, el equipo de Frugone parece en parte haber dado marcha atrás en algunas de las novedades introducidas el pasado año y recuperar en cierta forma el reconocible modelo instaurado por Fernando Lara: un Festival que se nutre en gran parte de títulos contrastados tras su paso por Cannes, Berlin o Venecia, mezclados con obras de autores consagrados, algún título español de relumbrón y a priori – ojalá me equivoque - escaso margen para la sorpresa o el riesgo. Habrá que esperar a ver qué sucede, pero hay ciertos síntomas – el cambio de fechas justificado, según parece, por un cierto respeto al nuevo rico, el Festival de Roma; el nerviosismo generalizado al hartazgo de tantos festivales consecutivos – que denotan que quizás la Seminci vive demasiado pendiente de factores externos que, de existir un trabajo riguroso por parte de la Organización, no deberían suponer tanto problema.

PERSÉPOLIS, Animación y denuncia política
El Festival abrió fuego por segundo año consecutivo con una película francesa de animación: al Azur et Asnar de la pasada edición le ha tomado el relevo Persépolis, una obra de muy distinto signo inspirada en la nóvela gráfica del mismo título de Marjane Satrapi en la que ésta repasa 16 años de su vida, el periodo que va desde los 8 a los 24 años, un periodo que corre paralelo al doloroso proceso por el que su país, Irán, atravesó desde la caída del regimen del Sha y la instauración de la República Islámica, pasando por la guerra Irán-Irak o la brutal represión que desde todas las instancias del poder se ha llevado a cabo sobre el pueblo iraní, incidiendo especialmente en todo lo que afecta al hecho de ser mujer en dicho país.

La película se mantiene extremadamente fiel tanto al blanco y negro como al trazo simple y hasta un tanto naif de una apuesta que pretende algo sumamente difícil de lograr como es mezclar la contundente denuncia politico-social a la vez que acercar en cierta forma a la sociedad occidental una visión de la realidad iraní alejada de los tópicos con los que suele asociarse por defecto el tener esa nacionalidad. Satrapi utiliza para ello armas como el humor y la autocrítica, sin que por ello se resienta un ápice la fuerza de su mensaje. Resulta conmovedor asistir al proceso por el cuál aquellos que en su momento se opusieron a la dictadura pro-occidental del Shah cayeron en manos de un régimen mucho peor que cercenó de raíz cualquier atisbo de acercarse a algo remotamente parecido a una democracia y que, con la excusa de la guerra, se afianzó de manera permanente en el poder a base de encarcelar y asesinar a todo opositor, con los tristes resultados que todos conocemos.
Para mí Persépolis – que ya fue premiada en Cannes, es la sorpresiva representante de Francia para los Oscar y que aquí compite fuera de concurso – es una de esas películas necesarias tanto por lo que transmite como por el camino que abre a que en el futuro puedan llevarse a cabo más adaptaciones de novelas gráficas en la misma línea (estoy pensando en la genial Maus!, la única novela gráfica que ha ganado un Premio Pulitzer y que ojalá alguna vez alguien pueda llevar a la pantalla grande con el mismo grado de fidelidad que ésta) pero sin embargo creo que le perjudica una cierta reiteración de los mismos mensajes y elementos en su retraje y no acabo de estar seguro de que esa apuesta por utilizar un trazo tan suave y simple de animación tradicional para contar unos hechos tan terribles sea la mejor forma de hacerlo.

Pese al encomiable esfuerzo de sus directores Persépolis pierde algo de profundidad en su visión relajada de la vida de su directora que, por otra parte, no deja de ser una privilegiada que pudo venirse a Europa en los años más duros de la guerra y acabar por instalarse definitivamente en Francia donde aun reside, hecho sea este comentario sin intención peyorativa y con todas las reservas que merece, ya que al fin y al cabo es su vida la que está retratando y eso la exime en cierta medida de establecer juicios morales. A pesar de algún tramo algo falto de ritmo y cierta ingenuidad en su desenlace, Persépolis no carece ni mucho menos de elementos interesantes – ojo al intento nada velado de establecer lazos con corrientes tan serias como el neorrealismo italiano o el expresionismo alemán – y se deja ver con no poco agrado y si, como dicen sus artífices, consigue arrojar algo más de luz para el gran público sobre la verdadera situación de Irán que películas tan contundentes pero en el fondo tan minoritarias como las que nos llegan de aquellas latitudes, pues bienvenida sea.


LOVE AND HONOUR, Otra de samurais de Yoji Yamada.
Yamada dice que tras El Ocaso del Samurai y La Espada Oculta, Love and Honour será su última película ambientada en el Japón feudal de la era de los Samurais. Uno no sabe si creérselo pero a la vista de los resultados de una trilogía que ha ido decididamente a peor según iban surgiendo dichos títulos, más le vale que sea así. No es que Love and Honour sea una mala película, ni mucho menos. El problema es que es una obra tan previsible en su planteamiento y su desarrollo que ni siquiera el evidente homenaje al cine de su maestro Ozu que hace a través de una puesta en escena más despojada que nunca de elementos artificiales consigue sacarnos de encima la sensación de que estamos ante una obra que carece de la capacidad de emocionar y de la profundidad de sus trabajos previos.
Love and Honour narra la desgracia de un Samurai cuyo cometido principal al servicio de su señor no es otro que ser un catador de venenos, alguien que prueb la comida de su amo antes de que éste la ingiera para prevenir posibles envenenamientos. Para un hombre versado en el arte de la espada, caer enfermo por culpa de un alimento en mal estado y perder su visión es lo peor que le podría suceder en una sociedad tan rígida y estratificada como la japonesa de aquella época: convertido en un inútil absoluto, el samurai asiste impotente a la amenaza de perder todo lo conseguido, incluyendo su casa y su amante esposa y se enfrenta a un futuro más bien oscuro, del que solo pueden sacarle la caridad de sus familiares o lo magnánimos que puedan ser sus superiores. Ante eso, la esposa del protagonista decide tomar cartas en el asunto e iniciar un doloroso sacrificio para salvar aquello que más quiere.Yamada se maneja de maravilla con este material: sabe perfectamente lo que quiere sacar de sus actores y la emoción que quiere provocar en el espectador. Su película está ambientada en el Japón feudal pero su planteamiento es tan universal que no cuesta nada identificarse con las motivaciones que animan a sus personajes, ya sea amor, envidia, celos, sentido del honor, necesidad de la venganza y sobre todo, miedo a perder lo que más se quiere. Si a eso le sumamos que Yamada, dentro de su habitual estilo lento y contemplativo con el que narra su historia, sabe llevarla con enorme facilidad por los previsibles caminos que atraviesa – no falta ni siquiera el homenaje de pasada a uno de los más conocidos mitos de la historia japonesa, el luchador ciego Zatoichi al que ya se acercó hace bien poco Takeshi Kitano en una obra radicalmente distinta en planteamiento y objetivos – y que su gusto por el encuadre más sencillo y la narrativa natural hace que sea una obra visualmente intachable, podemos concluir que estamos ante una película correcta cuyo único defecto consiste en la existencia de dos trabajos previos mucho más complejos y logrados que deslucen el resultado final de esta Love and Honour que, eso sí, cuenta con una esplendida interpretación de su protagonista femenina que bien podría entrar en el palmarés final.
También he visto en Punto de encuentro una extraña producción canadiense, Finn’s Girl, en la que se narra la difícil relación entre una lesbiana que ha perdido a su pareja y la hija de ésta, ahora a su cargo. La mujer es una médico que dirige una clínica donde se practican abortos y esta en el punto de mira de varias asociaciones pro-vida de lo más violentas, razón por la que se le asigna una protección policial en la que, mira por donde, la policía resulta se otra lesbiana de lo más comprensiva con el doble problema de su protegida, con las consecuencias que ustedes pueden imaginar. Lo curioso de esta película es que está bien interpretada y no carece de algún mínimo atractivo en la descripción de la tumultuosa relación madre-hija, pero acaba por convertirse en una irritante tomadura de pelo cuando deriva hacia un desenlace en el que las directoras, servidor presume que lesbianas de lo más limitante, plasman en pantalla la fantasía oculta e irrealizable de muchas de ellas: prescindir del macho por completo quitándonos incluso nuestro mínimo papel en la creación de nuevas vidas. Finn’s Girl plasma eso en pantalla de una forma tan chapucera y ofensiva que sumado a la enormidad de cabos sueltos que deja, acaban por precipitar al vacío una película cuyo interesante planteamiento inicial e insisto, el trabajo de su reparto, podrían haber dado lugar a una película estimable.
Y eso es todo de momento. Mañana primeros platos fuertes de la Seminci con My Blueberry Nights, el último Wong Kar Wai, y Oviedo Express de Gonzalo Suárez, aunque servidor tiene bien marcada en su agenda Argentina Latente, la última entrega de esa imprescindible trilogía de Pino Solanas compuesta por La Memoria del Saqueo y La Dignidad de los Nadies que se proyecta en Tiempo de Historia y que no pienso perderme por nada del mundo.

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