El Festival abrió fuego por segundo año consecutivo con una película francesa de animación: al Azur et Asnar de la pasada edición le ha tomado el relevo Persépolis, una obra de muy distinto signo inspirada en la nóvela gráfica del mismo título de Marjane Satrapi en la que ésta repasa 16 años de su vida, el periodo que va desde los 8 a los 24 años, un periodo que corre paralelo al doloroso proceso por el que su país, Irán, atravesó desde la caída del regimen del Sha y la instauración de la República Islámica, pasando por la guerra Irán-Irak o la brutal represión que desde todas las instancias del poder se ha llevado a cabo sobre el pueblo iraní, incidiendo especialmente en todo lo que afecta al hecho de ser mujer en dicho país.
Para mí Persépolis – que ya fue premiada en Cannes, es la sorpresiva representante de Francia para los Oscar y que aquí compite fuera de concurso – es una de esas películas necesarias tanto por lo que transmite como por el camino que abre a que en el futuro puedan llevarse a cabo más adaptaciones de novelas gráficas en la misma línea (estoy pensando en la genial Maus!, la única novela gráfica que ha ganado un Premio Pulitzer y que ojalá alguna vez alguien pueda llevar a la pantalla grande con el mismo grado de fidelidad que ésta) pero sin embargo creo que le perjudica una cierta reiteración de los mismos mensajes y elementos en su retraje y no acabo de estar seguro de que esa apuesta por utilizar un trazo tan suave y simple de animación tradicional para contar unos hechos tan terribles sea la mejor forma de hacerlo.
Pese al encomiable esfuerzo de sus directores Persépolis pierde algo de profundidad en su visión relajada de la vida de su directora que, por otra parte, no deja de ser una privilegiada que pudo venirse a Europa en los años más duros de la guerra y acabar por instalarse definitivamente en Francia donde aun reside, hecho sea este comentario sin intención peyorativa y con todas las reservas que merece, ya que al fin y al cabo es su vida la que está retratando y eso la exime en cierta medida de establecer juicios morales. A pesar de algún tramo algo falto de ritmo y cierta ingenuidad en su desenlace, Persépolis no carece ni mucho menos de elementos interesantes – ojo al intento nada velado de establecer lazos con corrientes tan serias como el neorrealismo italiano o el expresionismo alemán – y se deja ver con no poco agrado y si, como dicen sus artífices, consigue arrojar algo más de luz para el gran público sobre la verdadera situación de Irán que películas tan contundentes pero en el fondo tan minoritarias como las que nos llegan de aquellas latitudes, pues bienvenida sea.
Love and Honour narra la desgracia de un Samurai cuyo cometido principal al servicio de su señor no es otro que ser un catador de venenos, alguien que prueb la comida de su amo antes de que éste la ingiera para prevenir posibles envenenamientos. Para un hombre versado en el arte de la espada, caer enfermo por culpa de un alimento en mal estado y perder su visión es lo peor que le podría suceder en una sociedad tan rígida y estratificada como la japonesa de aquella época: convertido en un inútil absoluto, el samurai asiste impotente a la amenaza de perder todo lo conseguido, incluyendo su casa y su amante esposa y se enfrenta a un futuro más bien oscuro, del que solo pueden sacarle la caridad de sus familiares o lo magnánimos que puedan ser sus superiores. Ante eso, la esposa del protagonista decide tomar cartas en el asunto e iniciar un doloroso sacrificio para salvar aquello que más quiere.
Yamada se maneja de maravilla con este material: sabe perfectamente lo que quiere sacar de sus actores y la emoción que quiere provocar en el espectador. Su película está ambientada en el Japón feudal pero su planteamiento es tan universal que no cuesta nada identificarse con las motivaciones que animan a sus personajes, ya sea amor, envidia, celos, sentido del honor, necesidad de la venganza y sobre todo, miedo a perder lo que más se quiere. Si a eso le sumamos que Yamada, dentro de su habitual estilo lento y contemplativo con el que narra su historia, sabe llevarla con enorme facilidad por los previsibles caminos que atraviesa – no falta ni siquiera el homenaje de pasada a uno de los más conocidos mitos de la historia japonesa, el luchador ciego Zatoichi al que ya se acercó hace bien poco Takeshi Kitano en una obra radicalmente distinta en planteamiento y objetivos – y que su gusto por el encuadre más sencillo y la narrativa natural hace que sea una obra visualmente intachable, podemos concluir que estamos ante una película correcta cuyo único defecto consiste en la existencia de dos trabajos previos mucho más complejos y logrados que deslucen el resultado final de esta Love and Honour que, eso sí, cuenta con una esplendida interpretación de su protagonista femenina que bien podría entrar en el palmarés final.
Y eso es todo de momento. Mañana primeros platos fuertes de la Seminci con My Blueberry Nights, el último Wong Kar Wai, y Oviedo Express de Gonzalo Suárez, aunque servidor tiene bien marcada en su agenda Argentina Latente, la última entrega de esa imprescindible trilogía de Pino Solanas compuesta por La Memoria del Saqueo y La Dignidad de los Nadies que se proyecta en Tiempo de Historia y que no pienso perderme por nada del mundo.
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