Mataharis se configura de esta forma como un elaborado tríptico en el que se dan cita la incomunicación, la falta de confianza en uno mismo o en la pareja, la inestabilidad, la desidia ante el desamor o la necesidad de supeditar los principios morales de cada uno a las exigencias de un trabajo, el de detective privado, en el que el glamour brilla por su ausencia y en el que, como en todos, no faltan los problemas laborales a los que hacer frente como buenamente se puede. En realidad Icíar no hace sino mejorar un modelo que ya utilizó en Flores de Otro Mundo: toma a tres mujeres cuyo nexo común es en esta ocasión el trabajo que desempeñan en una agencia de detectives y observa sus vidas, puntualmente cruzadas, para esbozar esos creíbles retratos urbanos y femeninos de hoy en día que se debaten cotidianamente en su lucha por conciliar vida laboral y personal.
Mataharis es una película que derrocha inteligencia por cuanto dice mucho más con sus silencios o por las frases aparentemente casuales y sin importancia que dejan escapar sus personajes que por los grandes gestos o los momentos de tensión entre los mismos. Sabemos más de ellos por la forma en la que se manejan en sus trabajos, con sus miserias cotidianas y sus dilemas morales, que por la forma en la que intentan hacer frente a las trampas que acechan en los rincones de sus casas. No hay en la mirada de Iciar Bollaín amago alguno de sobrecargar las tintas ni de reforzar los elementos dramáticos: basta con asomarse un poco al balcón de la vida cotidiana para darse cuenta que ésta de por sí suele ser bastante puñetera.
Uno de los elementos más interesantes de Mataharis es la aparente facilidad con la que Bollaín, cada vez mejor narradora de historias, es capaz de construir el entramado argumental de una película en la que todo fluye con una facilidad asombrosa, lo que puede llevar a engaño. Parecería hasta sencillo establecer con solidez las bases de los tres personajes principales y aquellos que les rodean para luego dejarles progresar a lo largo del metraje sin que haya grandes baches de ritmo y cuidando en todo momento su natural evolución según se van desarrollando las historias que protagonizan. Pero no lo es en absoluto. De hecho, una de las grandes virtudes de Mataharis es precisamente que, como ocurre cuando un árbitro de fútbol hace tan bien su trabajo que pasa desapercibido en el campo, la mano firme y la mirada sutil de Iciar Bollaín están siempre bien presentes en cada secuencia, incluso cuando la aparente sencillez de su puesta en escena y el amplio espacio concedido al reparto para hacer su trabajo pudieran hacer pensar lo contrario. Es un logro nada desdeñable.
Por lo demás, sería imposible acabar un comentario apropiado sobre Mataharis sin hacer una merecida mención al trabajo de un reparto francamente memorable. No es solo que Mataharis sea posiblemente la mejor interpretación que este cronista le haya visto a una actriz con una trayectoria tan larga a sus espaldas como Najwa Nimri, que hace de su frágil Eva un prodigioso ejercicio en el que el espectador sufre paso a paso todo el proceso de su personaje a su lado, sino que Nuria González consigue sacar verdadero petróleo de la historia menos desarrollada de las tres – le bastan dos o tres secuencias junto a uno de los mejores actores de reparto del cine español de la actualidad, Antonio de la Torre, para transmitirnos con apenas algo más que su mirada las contradicciones y deseos de su complejo personaje – y María Vázquez sale más que airosa de la historia que mejor entronca con la habitual parte reivindicativa que siempre está presente en la filmografía de Bollaín al colocar como centro de una trama de conflictividad laboral que no hubiera disgustado al mismísimo Ken Loach las dudas morales de su personaje sin caer en las trampas del fácil mensaje discursivo.
Si a eso le sumamos el acierto absoluto que supone contraponer a Najwa Nimri a un Tristán Ulloa que sabe sacar un enorme partido de su anodina expresión para llevarse a su terreno a su atribulado personaje – de las escenas entre ambos se destilan algunos de los momentos más logrados y emotivos del filme, rezumando credibilidad – y que la forma en la que Bollaín va cerrando las distintas historias deja el mismo sabor agridulce que suele producir la realidad misma, habrá que concluir que estos magníficos retazos de vida, que le acompañan a uno largo tiempo después de abandonar la sala de cine, están entre lo mejor que ha dado el cine español en este 2007.
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