miércoles, octubre 26, 2011

SEMINCI 2011 J04 El Niño de la Bicicleta, La Conquista, Cumbres Borrascosas



EL NIÑO DE LA BICICLETA, Los Dardenne a lo suyo: haciendo grandes películas

De que va: Cyril tiene casi 12 años y un único plan: encontrar al padre que le dejó temporalmente en un hogar infantil de acogida. Por casualidad, conoce a Samantha, que tiene una peluquería. Ella accede a darle cobijo los fines de semana. Cyril no quiere reconocer el amor que Samantha siente por él, un amor que el niño necesita desesperadamente para calmar su rabia.

Los Dardenne están en Valladolid como en casa. No en vano su lanzamiento internacional ocurrió aquí, cuando La Promesa ganó en 1994 la Espiga de Oro a la Mejor Película. Luego vendrían las Palmas de Oro en Cannes y dos participaciones más en la Seminci, con El Hijo y El Niño. Esta muestra de coherencia al venir de nuevo con su último trabajo tras ganar el Gran Premio del Jurado en Cannes va en consonancia con la misma coherencia que demuestran en la evolución de su filmografía: si en El Niño nos contaban la historia de un padre irresponsable capaz de vender a su propio bebé por una pasta para luego recuperarlo en el último instante de manera agónica, es ahora el mismo actor que interpretó a ese padre desnaturalizado (Jeremie Renier) quien interpreta a un nuevo padre abandónico que ha dejado a su hijo colgado en un hogar de acogida y no parece tener el más mínimo interés en recuperarlo. Lo que digo: coherencia.

Puede que El Niño de la Bicicleta sea la película de los Dardenne más accesible y quizás la que mejor equilibra lo que pretende conseguir con sus resultados finales. Como en cualquier película de su filmografía, la angustia se apodera del espectador mientras uno sigue bien de cerca la desesperación de ese niño que tan solo quiere por encima de cualquier otra cosa reencontrarse con su padre. Sientes su rabia, su frustración, su infinito dolor ante el abandono, su incapacidad para asumir lo que está pasando. Y no te queda otra que compadecerte de él en su periplo, desearle que encuentre una luz al final del camino. Esa luz es el personaje de Cecile de France, magnífica en la película, que con infinita ternura y paciencia va consiguiendo poco a poco construir un refugio seguro para Cyril, aunque éste, demasiado acostumbrado a que le dejen tirado y susceptible de ser manipulado por cualquiera que sepa como tocar las teclas adecuadas, se sienta aun inestable y confuso.


Aunque juegue con las expectativas del espectador y por momentos nos haga temer lo peor – una de las claves del éxito de su fórmula es que éste cree poder anticipar lo que está por venir y a veces esas expectativas se cumplen… y a veces no – su cine sigue del lado de los desfavorecidos, no resulta tan cínico como para dar todo por perdido y ofrece alguna salida. La mirada de los Dardenne, habitualmente afilada como una cuchilla y a veces implacable en su análisis de lo que sucede en los patios traseros de nuestras apacibles existencias, resulta aquí algo más amable que en ocasiones anteriores.El Niño de la Bicicleta está rodada con sencillez y eficacia, se beneficia mucho de la naturalidad desarmante de ese magnífico chaval desvalido al que dan ganas de abrazar aunque te muerda y de esa encarnación del amor paciente que es el personaje de Cecile de France. Todo en la película funciona a la perfección, pulsando con habilidad las teclas justas de la emoción. Probablemente sea la película de los Dardenne que mas me guste. Y estamos hablando de una filmografía que ha dado ya unas cuantas películas maravillosas.





LA CONQUÊTE. El camino al poder.

De que va: 6 de mayo de 2007. Segunda ronda de las elecciones presidenciales francesas. Mientras los franceses se preparan para elegir a su nuevo presidente, el candidato Nicolas Sarkozy, convencido de su victoria, permanece encerrado en su casa. Pasará el día intentando contactar con su esposa Cécilia, que no quiere verlo ni hablar con él. La película evoca los cinco años anteriores en la vida del futuro presidente y su ascenso imparable: un ascenso trufado de pactos turbios, explosiones de ira y enfrentamientos entre bastidores.


Empezaré diciendo que me encantan estos retratos entre cínicos, paródicos y mortalmente serios de los políticos que rigen las riendas de nuestros países. Bueno, la primera persona del plural está sin duda mal utilizada: Italia sabe hacer ese tipo de cine (Il Divo, Il Caimano) El Reino Unido sabe hacer ese tipo de cine (The Queen) y por supuesto Francia (Presidente Miterrand) sabe hacer ese tipo de cine, como demuestra sobradamente Xavier Durringer en este descarnado y probablemente preciso retrato de ese personaje repleto de claroscuros llamado Nicholas Sarkozy. Nosotros no. En España como mucho podemos hacer una teleserie sobre Suarez y otras dos y un telefilme sobre el 23-F treinta años después. Mejor no comparemos.


En fin, sigamos. La película de Durringer muestra con precisión, gran sentido del ritmo – y una nada despreciable carga de mala leche – el largo proceso que atravesó el actual Presidente de Francia para llegar a ocupar su cargo, una ascensión que muchos consideraron meteórica pero que no estuvo exenta de trabas, especialmente aquellas que tuvo que superar desde dentro de sus propias filas, ya que Sarkozy, de un perfil mucho más derechista y menos moderado que sus correligionarios, hubo de enfrentarse no solo a un rival directo de reconocido prestigio y similares aspiraciones como Dominique de Villepin sino a la evidente animadversión de un Jacques Chirac que, si hacemos caso a lo que se narra en el filme, sentía verdadero rechazo por Sarkozy y trató de evitar con todos los medios a su alcance – que eran muchos – su estrella ascendente.


Durringer no se corta un pelo a la hora de mostrar las trastiendas del poder, los tejemanejes, envidias y maniobras sucias con las que todos se manejan para tratar de alcanzar sus objetivos. Hay un evidente punto paródico en el retrato – acentuado por el trabajo de Denys Podalydes encarnando a Sarkozy, por momentos brillante pero a ratos también algo guiñolesco y por la BSO a lo Nino Rota en 8 ½ de Nicola Piovani – pero también la sensación de que esa ambición desmedida, esa falta de pudor en su apuesta por la transparencia como forma de conquistar al electorado vendiendo de forma continua su intimidad hasta lo absurdo, esas luchas intestinas por el poder, desprenden una enorme verdad.

De hecho, quizás lo más interesante de la aproximación de Durringer al personaje sea el ángulo personal, esa relación con Cecilia, su esposa y consejera principal que se derrumba poniendo en peligro la carrera de Sarkozy, pero convirtiendo la película en una insólita historia de amor y dependencia que humaniza mucho al retratado. Por lo demás, destacar el magnífico trabajo de Bernard Le Coq como un impecable y venenoso Jacques Chirac y la brillantez de un guión afilado repleto de líneas ingeniosas y cínicas (“Este enano va a construirse una Francia a su medida”) que conforman una muy interesante reflexión sobre la ambición, la conquista del poder y el precio a pagar por ello. Vale que Zapatero o Rajoy quizás no den el mismo juego. Pero estaría bien que tomáramos nota de cómo se hace un buen cine político.



CUMBRES BORRASCOSAS Vuelta de tuerca moderna a un clásico

De que va: Un hacendado de Yorkshire que está de visita en Liverpool se encuentra en la calle con un muchacho indigente llamado Heathcliff. El hombre decide llevárselo a su hacienda, en los solitarios páramos de Yorkshire, y adoptarlo como un miembro más de la familia. Heathcliff va creciendo mientras forja una relación obsesiva con Catherine, la hija de su protector. Pasa el tiempo y la imposible historia de amor entre ambos personajes adquiere tintes cada vez más dramáticos.


A priori, uno no pensaría en Andrea Arnold como la mejor elección para hacer una nueva versión de la novela de Emily Brönte – una rápida búsqueda en imdb ofrece no menos de quince títulos – ya que la autora de Red Road y Fish Tank había destacado hasta la fecha por crónicas ferozmente urbanas protagonizadas por esa clase baja rozando el white trash londinense y que casa poco con una adaptación de época. Pero si uno lo piensa con cierto detenimiento, hay un punto de conexión entre las pasiones obsesivas y un punto enfermizas que vivían de forma los protagonistas de aquellas dos películas y esa tormentosa, desgarrada historia de amor entre Heathcliff y Cathy. Probablemente esa conexión fue la que hizo que aceptara un encargo tan peligroso.

Lo primero que hay que decir de esta nueva versión de Cumbres Borrascosas es que Andrea Arnold, a diferencia de otras adaptaciones recientes – si, estoy pensando en la muy fallida Jane Eyre de Cary Fukunaga aun pendiente de estreno – ha tenido la inteligencia de mantenerse muy fiel a su estilo a la hora de rodar este clásico. Huyendo de toda tentación academicista, su película mantiene las claves narrativas y de puesta en escena reconocibles de su cine: cámara nerviosa al hombro, enorme cercanía a los personajes – de hecho, la cámara les sigue tan de cerca que uno puede casi hasta sentir y oler lo que sus protagonistas experimentan – que se traduce en una película de contundente fisicidad tanto en el retrato de esa relación como en los parajes tan hermosos como desolados donde está ambientada.

Es además un cine de sensaciones, despojado de música y casi de la palabra, apoyándose casi de forma exclusiva en las imágenes para contar esa universal historia de enamoramiento, desilusión, humillación, odio e inútil venganza. Desde mi punto de vista es la manera más inteligente de acercarse a un clásico, narrando en clave moderna y tratando de transmitir al espectador de la forma más realista posible lo que experimentan sus criaturas. La ambientación es modélica, uno siente el frío, la lluvia, el barro, la suciedad pero también se empapa de la belleza natural, de la alegría del descubrimiento, de esa estimulante y breve sensación de felicidad que ofrece el enamorarse y saberse correspondido.

Es una lástima que por momentos Arnold se enamore tanto de la historia que está contando que no pueda evitar la tentación de recrearse tanto en planos del pasado que ya ha expuesto con anterioridad como en elementos naturales sin duda bellos pero que alargan sin añadir gran cosa en mi opinión un metraje de por sí algo excesivo. Eso y cierta aridez narrativa para el que no entre en esta apuesta por las sensaciones y no por las palabras – es seguro que no es plato para todo tipo de público, sino más bien al contrario – pueden lastrar un poco los logros de una película que no juega precisamente a provocar volcánicas pasiones, sino a hacer daño con una dureza tanto física como emocional. Que lo consiga o no depende mucho del estado de ánimo de cada uno. Ah, por cierto: olvidaba mencionar que en esta versión Heathcliff es negro. La cosa tiene tan poco importancia – salvo para los escandalizados puristas - que ni añade ni quita nada a la historia original. Vamos, que entra en el terreno de lo anecdótico.





martes, octubre 25, 2011

SEMINCI 2011 J03 Amor Bajo el Espino Blanco, Hermanos, Starbuck



AMOR BAJO EL ESPINO BLANCO, Zhang Yimou se pasa de cursi.

De que va: La República Popular China durante la Revolución Cultural. Jing, una universitaria de la ciudad, es enviada a un remoto pueblo de montaña para someterse a un programa de ‘reeducación’. Jing es la personificación de la inocencia, pero a su padre lo han encarcelado por ser un ‘contrarrevolucionario’, con lo que su madre no tiene más remedio que mantener ella sola a sus tres hijos. Jing sabe que no sólo su propio futuro, sino también el de su familia, dependen del veredicto de las autoridades sobre su proceso de ‘reeducación’. Pero su comportamiento cauteloso y discreto llega a su fin cuando se enamora de Sun, el atractivo hijo de un oficial de alta graduación. Los dos pertenecen a mundos completamente distintos, por lo que su amor no sólo es imposible, sino también peligroso.

La verdad es que es toda una alegría comprobar que Zhang Yimou ha abandonado de una vez esos aparatosos y cansinos wuxias tipo La Maldición de la Flor Dorada o el muy innecesario remake de Sangre Fácil con los que nos ha castigado los últimos años. He añorado mucho al Yimou intimista, el que conquistó nuestros corazones con La Linterna Roja o Ju Dou, Semilla de Crisantemo o sus aproximaciones al mundo rural como Ni Uno Menos o la maravillosa El Camino a Casa, película con la que esta Amor Bajo el Espino Blanco guarda numerosos puntos en común: de nuevo una sencilla historia de amor con dificultades aparentemente insalvables, de nuevo el choque ciudad-campo, de nuevo el telón de fondo de la Revolución Cultural, de nuevo la fascinación, el enamoramiento apasionado y a la vez inocente, de nuevo los miedos al qué dirán, la represión, los sacrificios… Pero con una diferencia fundamental: mientras en El Camino a Casa Yimou contaba la historia de sus padres, aquí ilustra una novela ajena. Y se nota. Es como si el productor de turno le hubiera dicho “Toma, aquí tienes esta novela: coge esta historia y ruédala como si fuera El Camino a Casa”


Y eso ha hecho Yimou:
apoyándose en la preciosa fotografía de Zhao Xiaoding y con unos materiales que conoce de sobra, el cineasta chino da forma a una historia de amor tan inocente y sin apenas connotaciones sexuales que, si sumamos las dificultades e impedimentos sociales que han de sortear sus protagonistas, hacen que uno se plantee seriamente cómo es posible que la población china haya crecido tanto en las últimas décadas. Desde luego no habrá sido gracias a parejas tan timoratas como ésta que, como esos jóvenes católicos que hoy en día han de montar movidas como las Jornadas Mundiales de la Juventud para poder echar un puñetero polvo, son algo así como la quintaesencia idílica de esas relaciones perfectas entre camaradas revolucionarios que tanto placían al camarada Mao. Muy bonita y poética, si, pero que de puro naif consigue despertar, como están leyendo, mi lado más cínico. Y eso que cualquiera que me siga sabe que aqui el que suscribe es un romántico empedernido.


No negaré que tiene algunos momentos preciosos. Es más, su primera hora, quizás porque recuerda mucho El Camino a Casa, resulta de lo más interesante. Pero hay una muy fina línea entre sensibilidad y sensiblería y Zhang Yimou no solo la cruza sino que en muchos momentos la rebasa ampliamente. Cuestión de piel, claro – me consta que a muchos les ha encantado y sin duda es una firme candidata a Premio del Público porque… es que es tan, tan bonita– pero, que quieren que les diga, para mi es una película desmesuradamente cursi, que usa y abusa de los recursos del folletín de toda la vida para atacar a saco el lacrimal. Y por ahí no paso.



HERMANOS, Los Ídem Karamazov según Kaurismaki. Pero Mika, no Aki.

De que va: Ivar (51 años, escritor), Mitja (49 años, productor de cine) y Torsti (51 años, conserje) son hijos del mismo hombre —Paavo (70 años) —, pero de madres distintas. No se han visto en mucho tiempo, pero ahora se reúnen para celebrar el cumpleaños de su padre. El reencuentro les obliga a explorar sus relaciones mutuas y hace aflorar algunos recuerdos traumáticos y ciertas verdades incómodas sobre su padre, a quien los tres culpan de sus respectivos fracasos.
Hace tres años Mika Kaurismaki, q
ue de vez en cuando hace alguna película de ficción que otra entre sus por otro lado estupendos documentales sobre la música y la cultura brasileña, nos trajo a Sección Oficial Tres Reyes Magos, un relato de tres hombres bastante patéticos solos en Nochebuena que buscaban en un cutre karaoke algo de camaradería masculina con la que sobrellevar sus tragedias personales y que pese a su buen punto de arranque no acababa de funcionar por culpa de un guión caprichoso que no resolvía nada bien los conflictos planteados y se perdía en divagaciones cuando no directamente estupideces.

Pues algo muy parecido le pasa a esta Hermanos en la que la expresión “matar al padre” no tiene un sentido metafórico ni terapeutico sino bastante literal: adaptando muy libremente al Dostoyevski de los Hermanos Karamazov, el director finlandés juega a construir una comedia repleta de amargura, tratando de humanizar a sus personajes por la vía de mostrar sus miserias morales e intentar que el espectador empatice así con ellos. O simplemente compadecerles.

Pero la cosa no funciona porque más allá de unas cuantas escenas brutales en las que crudas verdades vuelan de unos personajes a otros destilando no poco humor negro, no consigue desprenderse de un molesto tono de farsa que hace que uno no se crea nada de lo que ocurre en ningún momento. Y encima es reincidente: tampoco esta vez consigue resolver como es debido algunos de los conflictos interesantes que plantea. Uno desconecta a partir de un determinado punto y te da más o menos igual lo que le pase a ese padre ligón, bon vivant y especialista en joderle la vida a la gente, al hijo servicial que espera pacientemente a que éste palme, al narcisista productor de cine necesitado de pasta con mal temperamento o ese cabroncete de hijo pródigo que vuelve después de muchos años para liarla parda con ganas de bronca. O las dos anodinas mujeres que, dios sabrá por qué, revolotean alrededor de ellos. Vamos, que no acaba de cuajar el tema. Claro que eso pasa por rodar sin un guión definido, improvisando en gran parte, y resolverlo todo en cinco dias. Para que un experimento así funcione hay que ser muy muy bueno. Huelga decir que Maki no lo es. Aunque también se puede argumentar al revés: para haberse hecho en apenas cinco días, no está mal...





STARBUCK, Paternidad Desatada

De que va: A sus 42 años, David sigue viviendo como el eterno adolescente. Sortea con el mínimo esfuerzo los escollos de la vida y mantiene una relación complicada con Valerie, una joven policía. Cuando ésta le comunica que está embarazada, una serie de circunstancias hacen que aflore de repente el pasado de David. Veinte años antes, y con el fin de obtener algún dinero, comenzó a donar esperma a una clínica de fertilidad. Ahora acaba de descubrir que, a resultas de aquellas donaciones, ha engendrado nada menos que 533 hijos, de los cuales 142 han emprendido una acción legal conjunta para que se revele la identidad de su padre biológico, a quien se refieren con un seudónimo: Starbuck.


Si de películas sobre la paternidad hemos de seguir hablando – y en esta Seminci llevamos ya unas buenas cuantas aproximaciones de variado pelaje –
resulta obligado conceder que el acercamiento más original, irresistible y divertido al tema lo ofrece esta película canadiense de Ken Scott que va camino de convertirse en la gran sorpresa de esta edición. Y es que a lo desopilante de su punto de partida – ahí es nada enterarte de la noche a la mañana que tienes por ahí rulando a unas cuantas centenas de descendientes tuyos – hay que añadir la inteligencia y el sentido del humor con el que está contada esta historia del forzado proceso de evolución de este tarambana peterpanesco que a fuerza de tocar las vidas de hijos y más hijos perdidos en plan Amelie desarrolla un sentido de la responsabilidad que para sí quisiera el Michael Landon de La Casa de la Pradera. Starbuck tiene un guión magnífico en el que no solo puedes reírte bien a gusto de los lugares comunes de la paternidad – a este respecto las primeras charlas que mantiene con su abogado son antológicas – sino que demuestra una sorprendente madurez y solvencia en algunas de sus aristas menos cómicas, que también las hay. Y también funcionan.


Patrick Huard está simplemente soberbio en un papel dificilísimo. Su comicidad resulta sin duda irresistible, pero sabe ser igual de convincente cuando ha de enfrentarse a algunos de los aspectos menos agradables de su situación. Todo está servido con habilidad y lucidez por Ken Scott, coautor asimismo de este estupendo guión. El resultado es una estupenda película que más allá de su humor irónico, ofrece una reflexión bastante lúcida sobre lo que significa ser padre hoy en día, sobre la necesidad de madurar y sobre la asunción de responsabilidades.


Probablemente, y ojalá me equivoque,
el Jurado sentirá la tentación de no incluir en el Palmarés una película como ésta, ya que su condición de comedia la relegará a como mucho algún premio menor frente a propuestas más “rigurosas”. Sin embargo, escuchando las continuas carcajadas y las simpatías casi unánimes que la película ha despertado en su pase de prensa, servidor reflexionaba sobre el enorme mérito que tiene una película como Starbuck que pese a contar con un arranque tremendo fruto de su magnífica premisa, no deja de crecer a lo largo de todo su metraje, cerrándose además a la perfección y de forma sumamente coherente en su tramo final, sin dejar de hacer pensar y hacer reír al espectador en todo momento. Eso está al alcance de muy pocas comedias hoy en día. El Jurado haría bien en recordarlo.


lunes, octubre 24, 2011

SEMINCI2011 J02 Restauracion, In Darkness, Medianeras



RESTAURACIÓN (Boker Tov, Adon Fidelman) De Padres e Hijos



A veces en los festivales uno se encuentra con películas que juegan al despiste, que parece que van a tomar unos derroteros y después su deriva es bien distinta, que utilizan la trama principal como una mera excusa para hablar de cosas más importantes, no demasiado evidentes en los primeros compases del filme. Eso sucede un poco con esta película israelí, que arranca con el súbito fallecimiento del dueño de un pequeño taller artesano especializado en restaurar viejos muebles, uno de esos negocios familiares de los de toda la vida que, de forma inevitable, parecen cada vez más destinados a desaparecer, sin sitio en el mundo moderno. El difunto deja su piso y sus bienes a su socio, Yakov Fidelman, un viejo trabajador que lleva cuarenta años allí metido, pero el taller se lo deja a Noah, el hijo de éste último, al que consideraba como su propio vástago, aunque Noah tiene su propio trabajo al margen de la restauración y no quiere saber nada del taller en el que su padre ha pasado toda su vida, que además atraviesa serias dificultades económicas. Yakov, que por supuesto quiere mantener su modo de vida, acaba de adoptar a como aprendiz a Antón, un chaval vagabundo y algo extravagante y, contra la opinión de su hijo Noah, pretende seguir abierto aunque es consciente que su taller está al borde de la extinción.


Como decía, la película parece en un principio que va a configurarse como una especie de alegato sentimental a favor de estos pequeños negocios familiares y en contra de la rentabilidad inmediata que daría vender el local para construir un edificio. Sin embargo, de manera lenta pero firme, Restauración acaba construyendo un firme e interesante discurso sobre la relación entre padres e hijos, ya sean estos naturales o “adoptados”. Antón asume el discurso de su patrón y pelea a su lado para mantener su modo de vida, aunque básicamente sea un niñato desocupado a la búsqueda de encontrar un sentido a la suya, mientras que a Yakov le pesa el ser consciente de no haber sido un buen padre para Noah y éste, que está a punto a su vez de ser padre, se debate entre la obligación de ayudar a su viejo y su sentido práctico, por no mencionar que desconfía abiertamente de la presencia de Antón. Si a eso le sumamos algunas insinuaciones del pasado que juguetean con la posibilidad de que Noah no sea hijo de Yakov, sino del difunto y la incipiente relación que empieza a tomar forma entre Antón y la esposa embarazadísima de Noah, la cosa va tomando tintes algo dramáticos.


Restauración tiene a su favor la presencia de Sasson Gabay, inmenso actor al que algunos recordarán como el Comandante de aquella banda de música egipcia que se perdía en un pueblecito de Israel en la deliciosa La Banda Nos Visita, y también el cuidadoso desarrollo de un guión que entrecruza los sentimientos paterno-filiales hasta hacer sentir algo incómodos a aquellos de los espectadores que tengan cuentas pendientes en ese terreno, ya sea como padre o como hijos. Que me temo que somos muchos. Por lo demás, aunque la película pueda ser algo farragosa por momentos y tenga esa metáfora demasiado obvia, casi un McGuffin, del piano Steinway escondido que una vez restaurado podría salvar el negocio, creo que es una obra bien llevada, rematada de forma muy coherente y que a más de uno le puede tocar la fibra. Por aquí la verdad es que no ha gustado mucho, pero a un servidor este segundo largometraje de Joseph Madmony le ha parecido bastante interesante.



IN DARKNESS, El Schindler de las alcantarillas.

Agnieszka Holland ha conseguido algo que parecía difícil a estas alturas: hacer una película más sobre los desmanes de los nazis con los judíos en Polonia que no suene a algo cien veces visto en una pantalla. Para ello Holland se ha valido de un filón muy particular, una historia real, la de Leopold Socha, un ratero que en marzo de 1943, con los judíos locales encerrados en el ghetto y la II Guerra Mundial en pleno apogeo, se vale de sus amplios conocimientos del alcantarillado de la ciudad de Lvov para hacer sus pequeños hurtos y sobrevivir en una situación complicada. Un día se encuentra que algunos de los judíos han escapado del ghetto a través de las alcantarillas y ve claro el negocio: mientras cuide de ellos y les mantenga a salvo de los nazis, éstos le pagarán bien y eso ayudará a su familia, aunque signifique poner su vida en riesgo. El problema es que, claro, por mucho que les explotes al principio y mucha desconfianza inicial que te muestren ellos, tras un cierto tiempo uno acaba por coger cariño a esos seres humanos y, siguiendo el idéntico esquema que Spielberg y Zaillan utilizaron en su momento para explicar la evolución de Oskar Schindler, llega un punto en el que acabas por jugarte el todo por el todo por ellos.


La película de Holland es bastante correcta, está bien rodada y fotografiada y ofrece las dosis necesarias de angustia para que puedas empatizar y sentir un poco desde la comodidad de la butaca el infierno que debió suponer para esos judíos aguantar la friolera de catorce meses allí abajo en la oscuridad, entre aguas fecales, ratas, aguantando hambre y enfermedades y con la amenaza constante de los nazis encima de ellos. Es verdad también que la película tiene un guión un tanto esquemático, peca de reiterativa y se excede un tanto en su metraje, pero esto último puede justificarse si de lo que se trata es de hacerte pasar por ese proceso.


La ambientación está bastante lograda y el tono esquiva con habilidad esos pecados habituales de las películas del Holocausto que son el sentimentalismo barato y cierta moralina, reincidiendo en elementos que no por machacados resultan aun hoy menos impactantes como la banalidad moral, la arbitrariedad del mal o la justificación de lo injustificable. A cambio, Holland ofrece un aspecto interesante: el de esos polacos que mayoritariamente miraron a otro lado – cuando no fueron abiertamente colaboracionistas – mientras los nazis ejecutaban su Solución Final y la toma de conciencia de uno de ellos que le llevó a ser un improbable héroe. ¿Es una cinta imprescindible del género? Pues no. Pero es correcta, se ve con agrado y no ofende la inteligencia del espectador ni trata de manipularlo, lo que también está muy bien.


MEDIANERAS, Dolorosa Soledad Urbana.


El pasado mes de febrero me llevé una muy grata impresión de esta película cuando la vi en la Berlinale – donde obtuvo el segundo Premio del Público solo por detrás, de forma bastante sorprendente en mi opinión, de la española También La Lluvia de Iciar Bollaín. Tuve la suerte de descubrir este estimable largometraje de Gustavo Taretto protagonizado por una argentinizada Pilar López de Ayala sin haber visto su homónimo corto anterior, multipremiado en decenas de Festivales de todo el mundo y embrión de este trabajo, y eso ayudó bastante a que su capacidad de sorpresa fuera mayor. Además, en aquellas fechas yo aun no había visitado Buenos Aires – estuve allí en abril – con lo cual este segundo visionado que me ha brindado su participación en la Seminci me ha permitido confirmar que estamos ante una de las aproximaciones más frescas, originales e inteligentes que se han hecho a mi género favorito – ya saben, ese de “Un Hombre, Una Mujer y 90 minutos de película por delante”de los últimos años.


Medianeras es una historia de soledades urbanas. Dos personajes, chico y chica, ambos algo fóbicos por distintas razones a salir al exterior y relacionarse con la gente, viven el uno cerca del otro en Buenos Aires. Se buscan sin conocerse, se cruzan de forma constante sin que el uno sospeche que el otro es algo así como su alma gemela, tienen relaciones con terceros condenadas inevitablemente al fracaso, comparten un bajo momento personal muy parecido, buscan desesperadamente el amor como antídoto a su situación y, en fin, pasean su existencia por la vida esperando tener ese golpe de suerte que todos buscamos, Soledad urbana como digo de primer orden, incomunicación habitual que no solucionan ni el abuso de las nuevas tecnologías ni la automotivación desesperada.


Gustavo Taretto se revela en esta notable película como un tan brillante como feroz observador de la naturaleza humana, pero se acerca a sus criaturas con un afecto y una ternura dignas de todo elogio, usando el humor inteligente como bandera, creando una atmósfera que invita a encariñarse con ellos, mostrando sus debilidades e incoherencias, pero también su ternura, su deseo de amar y ser amados, esa continua frustración que tantos conocemos tan bien cuando nos resulta imposible conectar y encontrar esa persona que nos regale un poco de amor y felicidad.


Medianeras es una de esas películas repletas de hallazgos y momentos inspirados que hacen que uno salga del cine con la sensación de haber disfrutado de una experiencia de lo más refrescante. No es solamente que su aproximación al inacabable tema único sea original – ya tiene mérito esa idea de pasarse toda la película siguiendo a uno y a otro y conocer a fondo sus vidas cuando éstos ni siquiera se conocen, por más que se crucen constantemente y tengan infinidad de cosas en común – sino que en su forma de plasmarla Taretto parece ser capaz de mostrar una más que saludable capacidad de improvisación y diversidad de recursos narrativos que hacen de su propuesta algo irresistible.


Si a eso le sumamos un inconfundible sabor porteño – ahora sé algo que no pude apreciar del todo la primera vez que vi la película: hay que conocer un poco Buenos Aires y sus habitantes para entrar a fondo en el juego que propone, sin que eso signifique ni mucho menos que no se pueda disfrutar perfectamente sin ese conocimiento previo: Medianeras toca un tema universal con el que cualquier habitante del mundo puede identificarse – un guión repleto de sutilezas mucho menos obvio de lo que podría pensarse en un primer instante, una continua habilidad por parte de Taretto para salir airoso de alguna que otra trampa (como la forma en la que solventa algo tan difícil como el uso narrativamente impecable de unas redes sociales que lejos de conectarnos a veces parecen aislarnos aun más del resto) el buen uso de las referencias cinéfilas (¡ojo a ese momento Manhattan que demuestra lo seguro que está del material que maneja, asumiendo de frente las inevitables comparaciones con Woody Allen!) o musicales (ambos protagonistas escuchan a la vez por la radio un tema que no por casualidad es True Love Will Find You In The End de Daniel Johnson) más el excelente trabajo que hace un reparto ajustado en el que rayan a gran altura en sus respectivos papeles tanto Pilar López de Ayala como Javier Drolas, uno no puede sino rendirse a su brillantez y perdonarle alguna concesión final, que como justificaría aquel personaje de Woody Allen en Annie Hall “¿Qué esperaban? Era mi primera obra...” Un esplendoroso debut, esta Medianeras, metáfora por cierto de lo más inspirada de todo lo que puede llegar a separarnos en una gran ciudad, que deja un magnífico sabor de boca.


domingo, octubre 23, 2011

SEMINCI 2011 J01: Habemus Papam, El Perfecto Desconocido, Profesor Lazhar

Un año más estoy en Valladolid, en la Seminci, un festival por el que guardo un especial cariño porque hace ya siete años se convirtió en mi primer destino “profesional” cuando lo cubrí para LaButaca.Net y porque tradicionalmente ha sido el principal proveedor de películas para el Festival de Cine Inédito de Mérida, algo que probablemente no se repita este año por la cercanía de fechas y porque la programación está ya bastante adelantada. No obstante, estoy convencido que habrá muchas cosas interesantes que ver en esta estimulante mezcla de directores noveles y autores consagrados (vuelven clásicos de la Seminci como los Dardenne o Guedigian y a ellos hay que sumarle a Zhang Yimou, Andrea Arnold, Agnieszka Holland, Mika Kaurismaki o, fuera de concurso, Nanni Moretti) que nos ofrece Javier Angulo y su equipo, con menos participación española que otros años (solo El Perfecto Desconocido de Toni Bestard y De Tu Ventana a la Mía de Paula Ortiz, ya que Medianeras y La Vida de Estela son películas argentinas con parte de producción española) y mucha voluntad, eso sí, de descubrir nuevos talentos, como ha sido tradicional en la Seminci. Veremos.



HABEMUS PAPAM – La Conjura de los Necios y el Papa Paralizado




Que Nanni Moretti tiene una vena gamberra casi lindando con la terrorista no es ninguna novedad para todos aquellos que han seguido de cerca la trayectoria del autor de Caro Diario o La Misa Ha Terminado, por más que haya demostrado que cuando quiere ponerse serio – La Habitación Del Hijo – es un autor con unos considerables recursos. Su última película, sin embargo, es una patada al hígado, con generosos aderezos de ironía y mala leche, a la sacrosanta Iglesia Católica, uno de sus blancos preferidos, a la que pone en la picota con una maravillosa premisa: un cónclave de cardenales que, tras elegir tras varias votaciones como Papa al típico candidato de consenso, un hombre bueno, amable y gris que gusta a todo el mundo, se encuentra con que éste, paralizado por un súbito ataque de pánico ante tamaña responsabilidad, elude su aparición pública y la bendición a los fieles sumiendo a la institución milenaria en una situación novedosa y caótica mientras el nuevo Sumo Pontífice le da vueltas a su atribulada condición.


El comienzo de Habemus Papam no puede calificarse sino de brillante. A la afilada descripción del proceso de votación – impagable la imagen de esos cardenales comportándose como niños desde un primer momento y ¡rezando a Dios por no ser el escogido! – Moretti le da una jugosa vuelta de tuerca introduciéndose en la ficción como ese psicoanalista ateo y cínico convocado de urgencia para resolver la situación al que por supuesto, le resulta del todo punto imposible hacer su trabajo en condiciones, algo que le permite el suficiente juego como para no dejar títere con cabeza en una sucesión de situaciones ridículas, absurdas y desternillantes en las que no faltan gags de lo más elaborados, líneas de diálogo punzantes, momentos de inusitada ternura y una celebración del absurdo de la situación tal que habría hecho las delicias de, digamos, un Azcona o un Billy Wilder cualquiera.


A todo esto, Moretti tiene un as en la manga, ese maravilloso actor llamado Michel Piccoli que está simplemente impecable como ese Papa aterrado, sobrepasado por los acontecimientos que toma las de villadiego a las primeras de cambio y se embarca en un viaje a ninguna parte mientras reflexiona sobre su vida y lo que le ha llevado a su actual situación. El problema de la película es una cuestión de enfoque: cuando resulta más evidente que Moretti debería centrar su discurso en el proceso que atraviesa su personaje central, se le va la mano con la parte bufa y prefiere recrearse en ocurrencias divertidas pero inocuas como ese torneo de voleibol que le monta a los cardenales, con lo que la sutileza y la mala leche de toda su primera parte desaparece para dejar paso a un humor más de brocha gorda que casi, solo casi, malogra una propuesta que, en cualquier caso, resulta de lo más entretenida y ocurrente.


Más allá de algún hallazgo cómico impagable – hay varios de irresistible gracia y notable irreverencia diseminados a lo largo del metraje – Habemus Papam es una de esas películas que, llegados a un determinado punto, parece gustarse demasiado a si misma. Y aunque los que compartimos esa sana vena cínica con la que aproximarse a una institución tan ridícula en ciertos comportamientos que no parece asumir la condición muy humana y por lo tanto, incoherente, llena de defectos y finalmente risible de aquellos que la componen podemos celebrar sus gracias y pasar un rato estupendo, es de lamentar una mayor contención que hubiera llevado su maravillosa premisa inicial a mejores resultados. Pero creo sinceramente que eso a Moretti le importa un bledo, así que… En cualquier caso, no deja de resultar curiosa la elección de una película como ésta para un Festival de Cine que, recordemos, en sus inicios se denominaba “Semana de Cine Religioso y Derechos Humanos” ¿Carga de profundidad de los programadores, quizás? Naa, deben ser imaginaciones mías...


EL PERFECTO DESCONOCIDO… Que ojalá lo hubiera seguido siendo



Toni Bestard es un realizador mallorquín cuyos excelentes trabajos en sendos cortometrajes (El Anónimo Caronte y Equipajes) hacía presagiar que quizás nos encontráramos ante un nuevo talento que nos diera muchas alegrías con su salto al largometraje. La cosa en principio prometía pese a lo trillado de su argumento: un extranjero que llega al típico pueblito casi abandonado en las montañas capaz de desatar con su sola presencia un buen puñado de situaciones curiosas entre sus nuevos vecinos, por las expectativas que unos otros, erróneamente, se hacen sobre su presencia en ese recóndito lugar del Mediterráneo. Con un reparto liderado por Colm Meaney, aquel actor fetiche de Stephen Frears en películas como Café Irlandés o La Camioneta, que además se pringó en el proyecto como productor del mismo, la cosa parecía bien encaminada.


Pues va a ser que no. Si quisiéramos hacer un chiste fácil, podríamos argüir que la presencia del personaje de Colm Meaney en la película es algo así como la confirmación del fracaso sin paliativos del sistema educativo español en lo que al inglés se refiere: ni uno solo de los habitantes del pueblito, ya sea joven o viejo, policía o campesino, parece hablar o entender una sola palabra de inglés. Ni tan siquiera, y esto sí que clama al cielo, un alemán despistado que se pasea por allí, cuando cualquiera que haya estado alguna vez en Alemania sabe que allí prácticamente todo cristo habla más que decentemente el idioma de Shakespeare.

No basta semejante desatino: el peregrino argumento que une los destinos de una aspirante a Lisbeth Salander cabreada con el mundo en general y su pueblo en particular, un chaval medio alelado y sobreprotegido por su madre que se presta a hacer de chico para todo del recién llegado, una seudo hippy obsesionada con ser madre (ya hay que hacerlo mal para que una actriz tan solvente como Ana Wagener parezca horrible en la película) y dos policías a cual más torpe, uno por ingenuo y otro simplemente por cabroncete, alrededor del irlandés desubicado está tan cogido por alfileres que se deshace al más mínimo análisis. Tampoco ayudan unos diálogos sonrojantes, alguna situaciones de esas que hacen que uno se ponga a imitar a Mourinho preguntándose “¿Por qué?” y una resolución a la altura del resto de la propuesta. O sea, desastrosa. No dudo del talento de Bestard… pero sí del de los programadores que han metido esta película en Sección Oficial. “Si el nivel de la Oficial es así”, reflexionaba más de uno a la salida del pase de ayer, “¿qué nos espera en Punto de Encuentro?”


PROFESOR LAHZAR, El placer de las películas sencillas y bien hechas.



Afortunadamente, bastó un solo día para eliminar esa ominosa reflexión. Lo que tardó en llegar el pase de la siguiente película a concurso (bueno, en realidad la siguiente fue la también estupenda Medianeras de Gustavo Taretto, pero servidor, que ya la había disfrutado en Berlin, aplazó el recuperarla en favor de disfrutar de la final del Mundial de Rugby que Nueva Zelanda ganó – inmerecidamente – a Francia por 8-7 en el Café Central, uno de los templos de este deporte en España), la canadiense Profesor Lahzar, flamante ganadora del Premio del Público y el de la Critica del Festival de Locarno y con la nominación a los Oscars por Canadá debajo del brazo. Viendo la película, todos esos galardones resultan de lo más comprensible. Pocas propuestas más agradables y bien realizadas he tenido ocasión de ver este año en un Festival como esta sencilla y sin embargo muy interesante película del para mi hasta ahora desconocido Philippe Falardeau, aunque éste sea su cuarto largometraje.


Arranca la película con un hecho terrible: el suicidio ahorcándose en clase de una profesora de primaria, siendo su cuerpo descubierto por uno de sus alumnos. Con semejante mazazo en la cabeza, la película nos presenta de inmediato al protagonista de la historia, ese profesor sustituto, argelino de origen, inmigrante y exiliado político que huye de su pasado y que se ofrece como sustituto para una clase lógicamente traumatizada ante la inexplicable desaparición de su profesora, cuyos alumnos de diez años han de lidiar, cada uno a su manera, con el inevitable duelo. El Profesor Lahzar, todo amabilidad, sensibilidad, inteligencia y comprensión – esos valores que hacen que nunca olvides a un profesor que haya sido capaz de conjugarlos con la paciencia de aguantarte para enseñarte algo – será el encargado de acompañarles en ese proceso.


Viendo las imágenes de la película de Falardeau, un prodigio de sencillez y sentido común capaz de plantear con precisión y contundencia no solo cuestiones interesantísimas relativas a la figura y el papel de un profesor hoy en día, tocando de frente y sin ambages la evolución del modelo tradicional hacia este sistema actual en el que, más que con niños, los profesores parecen abocados más a tratar con residuos radioactivos, como se afirma con no poca sorna en un momento del filme, sino tocando asimismo con precisión temas como la inmigración, el exilio, la incomprensión, la extraña actitud ante la muerte, el abandono parental o las distintas formas de enfrentarse al proceso de duelo, uno se plantea seriamente por qué demonios resulta absolutamente imposible imaginarse una película así, tan sencilla, bien hecha y repleta de inteligencia, en el cine español. Parece como si los franceses – recuerden La Clase, Hoy Comienza Todo, Ser y Tener... – o sus primos francófonos canadienses tuvieran una especial sensibilidad a la hora de abordar un tema tan esencial para el futuro de cualquier país como es la educación. Como me gustaría, en estos tiempos oscuros en los que la crisis parece la excusa ideal para recortar lo que nunca se debería tocar, que alguien tuviera en España los arrestos (y el talento, claro) suficientes para hacer una película la mitad de valiente, efectiva y bien realizada que ésta.


Su protagonista, Mohammed Felag, es desde ya un candidato claro para hacerse con el Premio de Interpretación Masculino por encarnar a ese profesor que desde la humildad y el afecto consigue conectar con esos niños y, más allá de enseñarles lo de siempre, educarles en algo aun más importante, los valores que son necesarios para saber conducirse por la vida. Con el humor como una forma de mostrar la realidad, con afecto, sin cruzar nunca la línea de la sensiblería y dejando caer de vez en cuando notables cargas de profundidad que no pasan desapercibidas – ojo a ese chaval, por cierto de apellido Garrido, que desvela en clase como quien no quiere la cosa un terrible hecho del pasado de su familia que te deja literalmente clavado en la butaca o la catarsis entre los dos niños principales, ambos un prodigio de naturalidad – Profesor Lahzar juega sus cartas con inteligencia, toca el corazón del espectador y conmueve de principio a fin. Para recordar por un rato a ese buen profesor o profesora que todos tuvimos alguna vez.