miércoles, octubre 26, 2011

SEMINCI 2011 J04 El Niño de la Bicicleta, La Conquista, Cumbres Borrascosas



EL NIÑO DE LA BICICLETA, Los Dardenne a lo suyo: haciendo grandes películas

De que va: Cyril tiene casi 12 años y un único plan: encontrar al padre que le dejó temporalmente en un hogar infantil de acogida. Por casualidad, conoce a Samantha, que tiene una peluquería. Ella accede a darle cobijo los fines de semana. Cyril no quiere reconocer el amor que Samantha siente por él, un amor que el niño necesita desesperadamente para calmar su rabia.

Los Dardenne están en Valladolid como en casa. No en vano su lanzamiento internacional ocurrió aquí, cuando La Promesa ganó en 1994 la Espiga de Oro a la Mejor Película. Luego vendrían las Palmas de Oro en Cannes y dos participaciones más en la Seminci, con El Hijo y El Niño. Esta muestra de coherencia al venir de nuevo con su último trabajo tras ganar el Gran Premio del Jurado en Cannes va en consonancia con la misma coherencia que demuestran en la evolución de su filmografía: si en El Niño nos contaban la historia de un padre irresponsable capaz de vender a su propio bebé por una pasta para luego recuperarlo en el último instante de manera agónica, es ahora el mismo actor que interpretó a ese padre desnaturalizado (Jeremie Renier) quien interpreta a un nuevo padre abandónico que ha dejado a su hijo colgado en un hogar de acogida y no parece tener el más mínimo interés en recuperarlo. Lo que digo: coherencia.

Puede que El Niño de la Bicicleta sea la película de los Dardenne más accesible y quizás la que mejor equilibra lo que pretende conseguir con sus resultados finales. Como en cualquier película de su filmografía, la angustia se apodera del espectador mientras uno sigue bien de cerca la desesperación de ese niño que tan solo quiere por encima de cualquier otra cosa reencontrarse con su padre. Sientes su rabia, su frustración, su infinito dolor ante el abandono, su incapacidad para asumir lo que está pasando. Y no te queda otra que compadecerte de él en su periplo, desearle que encuentre una luz al final del camino. Esa luz es el personaje de Cecile de France, magnífica en la película, que con infinita ternura y paciencia va consiguiendo poco a poco construir un refugio seguro para Cyril, aunque éste, demasiado acostumbrado a que le dejen tirado y susceptible de ser manipulado por cualquiera que sepa como tocar las teclas adecuadas, se sienta aun inestable y confuso.


Aunque juegue con las expectativas del espectador y por momentos nos haga temer lo peor – una de las claves del éxito de su fórmula es que éste cree poder anticipar lo que está por venir y a veces esas expectativas se cumplen… y a veces no – su cine sigue del lado de los desfavorecidos, no resulta tan cínico como para dar todo por perdido y ofrece alguna salida. La mirada de los Dardenne, habitualmente afilada como una cuchilla y a veces implacable en su análisis de lo que sucede en los patios traseros de nuestras apacibles existencias, resulta aquí algo más amable que en ocasiones anteriores.El Niño de la Bicicleta está rodada con sencillez y eficacia, se beneficia mucho de la naturalidad desarmante de ese magnífico chaval desvalido al que dan ganas de abrazar aunque te muerda y de esa encarnación del amor paciente que es el personaje de Cecile de France. Todo en la película funciona a la perfección, pulsando con habilidad las teclas justas de la emoción. Probablemente sea la película de los Dardenne que mas me guste. Y estamos hablando de una filmografía que ha dado ya unas cuantas películas maravillosas.





LA CONQUÊTE. El camino al poder.

De que va: 6 de mayo de 2007. Segunda ronda de las elecciones presidenciales francesas. Mientras los franceses se preparan para elegir a su nuevo presidente, el candidato Nicolas Sarkozy, convencido de su victoria, permanece encerrado en su casa. Pasará el día intentando contactar con su esposa Cécilia, que no quiere verlo ni hablar con él. La película evoca los cinco años anteriores en la vida del futuro presidente y su ascenso imparable: un ascenso trufado de pactos turbios, explosiones de ira y enfrentamientos entre bastidores.


Empezaré diciendo que me encantan estos retratos entre cínicos, paródicos y mortalmente serios de los políticos que rigen las riendas de nuestros países. Bueno, la primera persona del plural está sin duda mal utilizada: Italia sabe hacer ese tipo de cine (Il Divo, Il Caimano) El Reino Unido sabe hacer ese tipo de cine (The Queen) y por supuesto Francia (Presidente Miterrand) sabe hacer ese tipo de cine, como demuestra sobradamente Xavier Durringer en este descarnado y probablemente preciso retrato de ese personaje repleto de claroscuros llamado Nicholas Sarkozy. Nosotros no. En España como mucho podemos hacer una teleserie sobre Suarez y otras dos y un telefilme sobre el 23-F treinta años después. Mejor no comparemos.


En fin, sigamos. La película de Durringer muestra con precisión, gran sentido del ritmo – y una nada despreciable carga de mala leche – el largo proceso que atravesó el actual Presidente de Francia para llegar a ocupar su cargo, una ascensión que muchos consideraron meteórica pero que no estuvo exenta de trabas, especialmente aquellas que tuvo que superar desde dentro de sus propias filas, ya que Sarkozy, de un perfil mucho más derechista y menos moderado que sus correligionarios, hubo de enfrentarse no solo a un rival directo de reconocido prestigio y similares aspiraciones como Dominique de Villepin sino a la evidente animadversión de un Jacques Chirac que, si hacemos caso a lo que se narra en el filme, sentía verdadero rechazo por Sarkozy y trató de evitar con todos los medios a su alcance – que eran muchos – su estrella ascendente.


Durringer no se corta un pelo a la hora de mostrar las trastiendas del poder, los tejemanejes, envidias y maniobras sucias con las que todos se manejan para tratar de alcanzar sus objetivos. Hay un evidente punto paródico en el retrato – acentuado por el trabajo de Denys Podalydes encarnando a Sarkozy, por momentos brillante pero a ratos también algo guiñolesco y por la BSO a lo Nino Rota en 8 ½ de Nicola Piovani – pero también la sensación de que esa ambición desmedida, esa falta de pudor en su apuesta por la transparencia como forma de conquistar al electorado vendiendo de forma continua su intimidad hasta lo absurdo, esas luchas intestinas por el poder, desprenden una enorme verdad.

De hecho, quizás lo más interesante de la aproximación de Durringer al personaje sea el ángulo personal, esa relación con Cecilia, su esposa y consejera principal que se derrumba poniendo en peligro la carrera de Sarkozy, pero convirtiendo la película en una insólita historia de amor y dependencia que humaniza mucho al retratado. Por lo demás, destacar el magnífico trabajo de Bernard Le Coq como un impecable y venenoso Jacques Chirac y la brillantez de un guión afilado repleto de líneas ingeniosas y cínicas (“Este enano va a construirse una Francia a su medida”) que conforman una muy interesante reflexión sobre la ambición, la conquista del poder y el precio a pagar por ello. Vale que Zapatero o Rajoy quizás no den el mismo juego. Pero estaría bien que tomáramos nota de cómo se hace un buen cine político.



CUMBRES BORRASCOSAS Vuelta de tuerca moderna a un clásico

De que va: Un hacendado de Yorkshire que está de visita en Liverpool se encuentra en la calle con un muchacho indigente llamado Heathcliff. El hombre decide llevárselo a su hacienda, en los solitarios páramos de Yorkshire, y adoptarlo como un miembro más de la familia. Heathcliff va creciendo mientras forja una relación obsesiva con Catherine, la hija de su protector. Pasa el tiempo y la imposible historia de amor entre ambos personajes adquiere tintes cada vez más dramáticos.


A priori, uno no pensaría en Andrea Arnold como la mejor elección para hacer una nueva versión de la novela de Emily Brönte – una rápida búsqueda en imdb ofrece no menos de quince títulos – ya que la autora de Red Road y Fish Tank había destacado hasta la fecha por crónicas ferozmente urbanas protagonizadas por esa clase baja rozando el white trash londinense y que casa poco con una adaptación de época. Pero si uno lo piensa con cierto detenimiento, hay un punto de conexión entre las pasiones obsesivas y un punto enfermizas que vivían de forma los protagonistas de aquellas dos películas y esa tormentosa, desgarrada historia de amor entre Heathcliff y Cathy. Probablemente esa conexión fue la que hizo que aceptara un encargo tan peligroso.

Lo primero que hay que decir de esta nueva versión de Cumbres Borrascosas es que Andrea Arnold, a diferencia de otras adaptaciones recientes – si, estoy pensando en la muy fallida Jane Eyre de Cary Fukunaga aun pendiente de estreno – ha tenido la inteligencia de mantenerse muy fiel a su estilo a la hora de rodar este clásico. Huyendo de toda tentación academicista, su película mantiene las claves narrativas y de puesta en escena reconocibles de su cine: cámara nerviosa al hombro, enorme cercanía a los personajes – de hecho, la cámara les sigue tan de cerca que uno puede casi hasta sentir y oler lo que sus protagonistas experimentan – que se traduce en una película de contundente fisicidad tanto en el retrato de esa relación como en los parajes tan hermosos como desolados donde está ambientada.

Es además un cine de sensaciones, despojado de música y casi de la palabra, apoyándose casi de forma exclusiva en las imágenes para contar esa universal historia de enamoramiento, desilusión, humillación, odio e inútil venganza. Desde mi punto de vista es la manera más inteligente de acercarse a un clásico, narrando en clave moderna y tratando de transmitir al espectador de la forma más realista posible lo que experimentan sus criaturas. La ambientación es modélica, uno siente el frío, la lluvia, el barro, la suciedad pero también se empapa de la belleza natural, de la alegría del descubrimiento, de esa estimulante y breve sensación de felicidad que ofrece el enamorarse y saberse correspondido.

Es una lástima que por momentos Arnold se enamore tanto de la historia que está contando que no pueda evitar la tentación de recrearse tanto en planos del pasado que ya ha expuesto con anterioridad como en elementos naturales sin duda bellos pero que alargan sin añadir gran cosa en mi opinión un metraje de por sí algo excesivo. Eso y cierta aridez narrativa para el que no entre en esta apuesta por las sensaciones y no por las palabras – es seguro que no es plato para todo tipo de público, sino más bien al contrario – pueden lastrar un poco los logros de una película que no juega precisamente a provocar volcánicas pasiones, sino a hacer daño con una dureza tanto física como emocional. Que lo consiga o no depende mucho del estado de ánimo de cada uno. Ah, por cierto: olvidaba mencionar que en esta versión Heathcliff es negro. La cosa tiene tan poco importancia – salvo para los escandalizados puristas - que ni añade ni quita nada a la historia original. Vamos, que entra en el terreno de lo anecdótico.





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