viernes, octubre 29, 2010

SEMINCI 2010 J06 En el Camino El Mural



EN EL CAMINO, El integrismo que ni cesa ni ceja


Pocas bromas hoy con la última película de Jasmila Zbanic. Y no sería porque no estábamos avisados: hace unos años la misma realizadora ya nos sacudió de forma considerable en Grbavica, en la que los frutos envenenados de la guerra que azotó Bosnia se abrían paso de forma descarnada entre los intentos de la población por recuperar una cierta normalidad. Na Putu (En El Camino) va por derroteros bien distintos pero su contundencia resulta similar. Amar y Luna son una joven pareja de enamorados musulmanes bosnios que tienen que solucionar un par de problemas en su relación. Uno es su incapacidad para tener hijos, que hace que se planteen someterse a un tratamiento de fertilidad con el fin de concebir y el otro es la afición a la vida disoluta de Amar, un cabecita loca que es tan musulmán practicante como usted y yo católicos, o sea, que su debilidad por el alcohol le lleva a una suspensión temporal de empleo y sueldo que no encaja nada bien.

En estas se encuentra por casualidad con un viejo amigo y compañero de armas en la guerra, Bahraji, que le ofrece un trabajo temporal como profesor de informática en una comunidad musulmana cercana a un lago. Pese a las reticencias de Luna, las normales que cualquiera habría puesto solo con ver al tal Bahraji, al que su indumentaria y actitud pero sobre todo el hecho de que su esposa vaya cubierta con un burka de la cabeza a los pies delatan como miembro de una de esas comunidades wahabistas que practican la versión más integrista de la religión islámica, Amar acepta y a partir de ese momento se pueden ustedes imaginar el resto: lavado progresivo de cabeza del mozo, que comienza poco a poco a asumir las actitudes intolerantes de sus fanáticos hermanos, lo que le lleva a chocar de frente tanto con Luna como con su entorno habitual, mucho más moderado.

En el Camino es una película en la que aunque ves venir desde lejos el desastre que se avecina y nada te sorprende demasiado funciona muy bien porque su directora consigue hacer comprensible tanto el proceso de conversión que atraviesa Amar como el desgarro en el que se debate Luna, incapaz de reconocer al hombre del que se enamoró. En ese sentido En el Camino se convierte por momentos en una auténtica película de terror - ¡ese viaje alucinante al campamento wahabista del que uno siente desde el primer instante la tentación de poner pies en polvorosa lo antes posible por más que sus habitantes se muestren siempre amables y atentas con su invitada! - en su somera descripción de la facilidad con la que estos proselitistas pueden captar para sus fines a gente que anda perdida, necesitada de un trabajo o simplemente de una comunidad en la que apoyarse.

Como una parte esencial de la práctica de su fe consiste en mostrar a sus hermanos musulmanes el camino correcto, su determinación y perseverancia resulta inquebrantable y gente de pocos recursos como el propio Amar se encuentran indefensos ante ese proceso. Aunque yo les garantizo que con una mujer al lado como Luna si tenemos en cuenta que una de las primeras cosas que le prohíben al muchacho es el sexo prematrimonial no sé, me da a mi que más de uno se daría cuenta a tiempo justo en ese instante del marrón en el que se está metiendo.

Hay un extraordinario trabajo – uno más en una Seminci dominada claramente por poderosas actrices en papeles de mujeres fuertes – por parte de la actriz Zrinka Cvitesic que sabe conjugar dulzura, incredulidad, dolor y finalmente determinación en un papel nada sencillo de equilibrar. Por otra parte resulta sumamente interesante la forma en la que Jasmila Zbanic contrapone las dos formas de entender la fe musulmana que pueden coexistir en un país como Bosnia que tantas matanzas y exilios forzados sufrió durante aquella terrible guerra. En el Camino es quizás una película sencilla en sus planteamientos y previsible tanto en su desarrollo como en su resolución, pero eso no la hace menos interesante. Ni menos importante en su toque de atención sobre un tema al que conviene no ignorar más de lo debido, lo que la emparenta en cierto sentido con otra película de la Sección Oficial, La Extraña.





EL MURAL, Naftalina e imposturas.

A priori, esta película argentina de Hector Olivera no carecía de multitud de elementos interesantes: Buenos Aires en un momento particularmente convulso, 1933, con un gobierno democrático pero presidido por un militar, un editor de periódicos poderoso y antifascista llamado Natalio Botana que es algo así como una especie de William Randolph Hearst en versión liberal y porteña y un artista bien conocido por sus ideas comunistas, el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, que llega a Buenos Aires de la mano de su amigo Pablo Neruda para presentar una exposición que será contratado por Botana para pintar un mural en el sótano de su mansión y ser de paso su huésped mientras lleva a cabo el trabajo. La presencia de la hermosa esposa de Sequeiros, la poetisa Blanca Luz Brum y el romance que surge entre ella y Botana (y entre ella y Neruda, y entre ella y su todavía esposo Sequeiros y entre ella y cualquier extra que pase por allí… bueno esto último no, pero casi) pretende ser el motor del filme.

El principal problema (aunque no el único) de El Mural es en mi opinión su apuesta estética y narrativa. La ambientación de esa época, tan genial como acartonada – para que nos entendamos como en una mala película de Garci, de esas en las que la excelente dirección artística contagia a los actores de un inmovilismo tal que les impide transmitirnos la emoción que debería – y una puesta en escena que de tan académica parece hasta rancia dando la constante impresión de que huele a naftalina hace imposible que uno se enganche a una historia en la que se dan cita de forma bastante desequilibrada elementos tan dispares como el compromiso político de uno con sus ideales, el proceso artístico, hijos frustrados con sus padres y una turbulenta sucesión de enredos sentimentales cuyos protagonistas apenas quedan bosquejados en el guión (mejor corramos un tupido velo sobre la imagen que deja la película de la tal Blanca Luz Brum y no digamos sobre Neruda, reducido a una especie de idiota balbuceante) cuya mezcla no termina de cuajar en ningún momento.

Si a eso sumamos el absurdo empeño de Bruno Bichir porque su Siqueiros parezca estar declamando teatralmente sus frases de forma continua, que Carla Peterson es poco más que un atractivo florero y que a sus dos mejores interpretes de la función, Ana Celentano y Luis Machin, les pesaba que justo ayer les habíamos visto hacer otra pareja muy distinta en Sin Retorno lo que provocaba una curiosa sensación de deja vu, el resultado es que El Mural, sin ser una película deleznable – hasta ahí podríamos llegar con los interesantes elementos que maneja – se queda muy por debajo de sus posibilidades hasta hacerse aburrida, desaprovechando pese al buen hacer de Luis Machin el que sin duda era su personaje más fascinante, ese editor carismático y comprometido, cuyo capricho por tener una sala de poker pintada por Siqueiros dio lugar a ese mural, Ejercicio Plástico, infinitamente más interesante que la película que cuenta su peculiar gestación.



jueves, octubre 28, 2010

SEMINCI 2010 J05 Sin Retorno, Die Fremde (La Extraña)



SIN RETORNO, Atropello y Fuga

Una desgraciada noche en Buenos Aires se suceden dos accidentes consecutivos. En el primero de ellos un ventrílocuo que vuelve de una actuación para reunirse con su mujer destroza con su coche la bicicleta de un tipo sin hacerle el menor daño. En el segundo, un estudiante con más bien pocas luces se lleva por delante al mismo tipo, dejándole gravemente herido. Paralizado por el miedo, decide huir del lugar y escapar de su responsabilidad. Mientras el chico se dedica a cubrir sus huellas denunciando un falso robo del coche e implicando en el hecho a toda su familia, el indignado padre de la victima desata una tormenta mediática denunciando la incompetencia de la policía para resolver el delito, lo que provocará como ustedes pueden imaginar que las presionadas autoridades acaben acusando al hombre equivocado.

La opera prima de Miguel Cohan, fogueado como asistente de dirección en varias películas de Marcelo Piñeyro como Kamchatka o El Método, es una visión bastante demoledora de la sociedad argentina en lo que a la asunción de responsabilidades se refiere, un cuento moral que toca bastantes asuntos con no poca inteligencia y que está construida con bastante habilidad desde un elaborado guión que poco a poco nos va sumergiendo en ese imparable proceso en el que desde el instante que el chico decide mentir a la policía toda esa familia acomodada que conforma un ambiente protector para él se ve obligada a perseverar en el engaño aun siendo conscientes que con su actitud están arruinando la vida de otra persona, que asiste impotente al desarrollo de los acontecimientos como si uno de esos famosos falsos culpables hitchcockianos se tratara. Hay en Sin Retorno, pese a su previsibilidad, una clara voluntad de conseguir que sus personajes huyan de los esquematismos, que ofrezcan una doble cara o que al menos posean una serie de matices e incluso contradicciones que los hacen cercanos para el espectador mientras Cohan se afana en desplegar los múltiples puntos de vista y las razones que asisten a los comportamientos de cada uno de ellos.

Sin Retorno es asimismo una película de actores, que no funcionaría tan bien sin el estupendo trabajo de un reparto en el que brillan Leonardo Sbaraglia, Federico Luppi, Ana Celentano, Luis Machin y una argentinizada Barbara Goenaga que convence con su sorprendente acento porteño. En el reparto solo desentona un personaje clave, el chico que interpreta Martín Slipak, muy por debajo del nivel exhibido por sus compañeros, lo que impide en cierta forma que la película alcance un nivel más notable. Sin embargo en el haber de la película tambien hay que apuntar tanto el brillante uso de ese arte que parece al borde de la extinción en el cine de nuestros tiempos que es la elipsis narrativa – hay dos elipsis en el filme que dan ganas de levantarse de la butaca a aplaudirlas por el inusual respeto a la inteligencia del espectador que suponen – y un magnífico tramo final en el que los hermanos Cohan, director y guionista, consiguen ofrecer una variante original y brillante sobre el tema de la venganza, resuelto con tanta sobriedad como habilidad, que consigue un segundo hecho inusual en estos tiempos: conseguir que la película finalice a una mayor altura que sus planteamientos iniciales. No es poco bagaje para una más que correcta primera película.





DIE FREMDE, Necesaria denuncia.

Uno de los peligros del cine denuncia es que si se va demasiado lejos en esa dura realidad que trata de denunciarse, el espectador puede reaccionar a la defensiva y conseguir quizás no tanto el efecto contrario de lo que se persigue pero si rebajar tanto las cotas de efectividad de dicha denuncia como el nivel cinematográfico de la obra en cuestión. La proyección de Die Fremde (La Extraña), la película que Alemania presenta este año al Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa – por cierto que de éstas tenemos un buen puñado este año en la Seminci, tanto que casi podrían haber formado una sección paralela dentro del certamen – ha provocado en cierta forma ese debate esta mañana a la salida de la sala. Nadie duda que estamos ante una muy buena y desde luego necesaria película que además nos llega en un momento especialmente acertado después de la polémica que provocó hace unas semanas Angela Merkel cuando para justificar el recorte de gastos sociales de su gobierno en las políticas de integración de los colectivos de inmigrantes de su país, afirmó que Alemania tenía un serio problema en lo que a esto se refiere por más gasto que se haga con una comunidad, la turca, encerrada en sus tradiciones y costumbres hasta el punto de chocar constantemente con los valores occidentales de la sociedad donde viven.


Fatih Akin en películas como Contra la Pared o Al Otro Lado ya nos hizo atisbar que había un serio problema de integración con esa comunidad a la que él mismo, alemán descendiente de inmigrantes turcos, pertenece. En Die Fremde la realizadora Feo Aladag aborda de frente un tema francamente espinoso, el de los tristemente reales “crímenes de honor” que muchas veces conduce a mujeres atrapadas en matrimonios en los que abundan los malos tratos y las vejaciones a callejones sin salida porque en la tradición más integrista de la comunidad turco musulmana una vez que te has casado perteneces a tu marido y con la abominable cantinela de que la mano que golpea es la misma que acaricia, se justifican inadmisibles vejaciones de las que no te defiende ni tu propia familia, que antes de afrontar la humillación pública y el deshonor que supone ser avergonzados por un comportamiento “inapropiado” por parte de sus hijas, llega incluso al extremo de causar esas terroríficas muertes por honor en el seno de la propia familia. Como ven, un tema sumamente delicado y complejo que requiere una aproximación muy precisa e inteligente.

Die Fremde lo es durante gran parte de su metraje. En ella se nos cuenta la historia de Umay, una mujer de ascendencia turca pero nacida en Alemania que huye de los malos tratos y un matrimonio desgraciado en Estambul para refugiarse con su hijo de pocos años de edad en su familia que, atrapada en sus convenciones y desgarrada entre el natural amor que sienten por ella y la necesidad de respetar los valores tradicionales de su comunidad y que ésta no les de la espalda, acaba abocando a todos los miembros de la misma a una situación sin aparente salida que obligará a Umay a tomar dolorosas decisiones para salvaguardar el bienestar de su hijo, al que quieren devolver con su padre en cuanto tengan oportunidad porque eso es lo que la tradición impone.


Si exceptuamos el cuestionable plano inicial que condiciona el visionado de toda la película porque nos lleva a un momento del futuro que uno se pasa todo el metraje esperando que tenga lugar, la primera media hora de Die Fremde es impresionante. A la realizadora le basta una medida puesta en escena, sobria y en la que los silencios resultan mucho más expresivos que las palabras para poner el corazón en la boca del espectador denunciando una situación insostenible para cualquier persona razonable. Sin necesidad de mostrar la violencia de forma explícita, Aladag consigue generar una considerable angustia y ni quiere ni puede resultar objetiva en un tema tan delicado, aunque se esfuerza de forma considerable en plantear el drama que para esa familia supone tener que acoger de nuevo a su hija en su seno, deteniéndose mucho en las distintas reacciones y puntos de vista que cada uno de sus miembros tiene sobre la situación creada y la distinta forma en que a todos ellos les afecta.

Ni tan siquiera los breves espacios de respiro que el guión concede a la protagonista – una estupenda Sibil Kekilli que por cierto, al igual que me pasó ayer con la protagonista de Incendies y Laia Marull, me parece que guarda un notable parecido con… Bárbara Goenaga – liberan al espectador de la opresiva y constante sensación de angustia que siente Umay, un proceso de identificación que funciona a la perfección. La propuesta cae en algunos excesos evitables – la escena de la boda de la hermana menor, por ejemplo – pero también brilla en algunos pasajes bien resueltos – el viaje del padre a Turquia, en el que se prescinde de todo diálogo – hasta llegar a una escena final con la que tengo más que razonables reparos que no voy a desarrollar aquí en beneficio de todos aquellos que puedan ver en el futuro la película pero que en mi opinión impide al filme ser todo lo redondo que podría haber sido. Lo que no implica ni mucho menos que estemos ante una obra fallida. Al contrario, creo que es una película tan notable en su mayor parte como necesaria.



miércoles, octubre 27, 2010

SEMINCI 2010 J04 Incendies Picco Mas Alla de las Estepas



INCENDIES Abrumador pasado.


Es curioso como reaccionamos a veces los humanos ante la barbarie. Supongo que es una cuestión de supervivencia pero siempre me ha sorprendido esa al parecer innata capacidad que tiene el ser humano de ser capaz de reprimir o esconder en lo más profundo de uno los recuerdos o las experiencias más dolorosas para poder proseguir con la propia vida. Como digo, creo que en los casos más extremos es algo que se hace por pura necesidad de supervivencia. Aunque también sospecho que hay cosas que te marcan de forma indeleble, que el peso de determinados recuerdos nunca termina de abandonarte y que el día menos inesperado algo hace que aflore al exterior y te amargue la existencia. Es lógica la perplejidad que sienten al comienzo de esta película los dos hijos gemelos de la difunta Nawal Marwan, una emigrante libanesa que ha criado a sus dos hijos como canadienses y que trabajaba como secretaria para un notario, cuando éste último les desvela en el testamento que tienen un padre que ambos creían muerto y un hermano mayor del que hasta ese instante desconocían su existencia. Y el último deseo de su madre es que encuentren a ambos para entregarle sendas cartas.

Semejante arranque, que motivará el viaje de la hija Jeanne al Libano y un laborioso trabajo de investigación para reconstruir hechos de la vida de su madre completamente desconocidos hasta entonces, detona un inteligente artificio en dos planos narrativos paralelos, presente y pasado, a través del cual vamos descubriendo paulatinamente y al mismo tiempo que Jeanne el calvario soportado por Nawal, mujer expulsada de su comunidad cristiana por haber traído la deshonra a su familia al enamorarse de un refugiado palestino, quedarse embarazada y tratar de huir de él, a quien su bebé le será arrebatado al poco de nacer para ser entregado a un orfanato. Años después, Nawal recorrerá en busca del hijo perdido un Libano de pesadilla donde la muerte reina arbitraria por el sangriento enfrentamiento entre milicias cristianas y grupos armados musulmanes, que practicando el bíblico ojo por ojo en una espiral imparable de violencia han conseguido devastar el país por completo. Mientras seguimos a Nawal en su peripecia del pasado y a Jeanne en su investigación presente, la angustia cobra cada vez más forma: hay una parte de nosotros que quiere saber pero otra que intuye que, como bien dice uno de los personajes de la película, a veces no es beneficioso conocer toda la verdad del pasado.

Denis Villeneuve, director de esta película que Canadá presenta al Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa, consigue una notable obra que se enfrenta al desgarro y a la barbarie con una lucidez expositiva que solo enfurecerá, acaso con parte de razón, a los puristas de la verosimilitud que rechacen de plano la fuerza demiúrgica que puede jugar a veces el destino, aunque este sea un recurso que se ha usado con brillantez – y esta película es brillante en su construcción desde el guión – desde tiempo inmemorial en multitud de ficciones. Contando con una poderosa protagonista, Lubna Azabal – que por cierto guarda un enorme parecido y poseé similar fuerza interpretativa de la mejor versión de nuestra Laia Marull – un excelente diseño de producción capaz de transportarnos con notable fidelidad a los horribles escenarios de las masacres del enfrentamiento civil-religioso del Libano de 1975-1977 y un asimismo poderoso trabajo de puesta en escena y dominio narrativo por parte de Villeneuve, Incendies es posiblemente la obra más notable – y desde luego la que dispone de una mayor capacidad de conmoción – de lo que llevamos visto hasta ahora en la Sección Oficial.


PICCO, Insultante y moralmente deleznable colección de tópicos.

Quizás para compensar el buen sabor de boca dejado por la película canadiense, los programadores de la Seminci han tenido la ocurrencia de proyectar a continuación en la segunda sesión de la mañana la producción alemana Picco. Este cronista, que ya lleva unas cuantas ediciones de la Seminci a las espaldas, ha pasado verdaderos apuros para encontrar rebuscando en la memoria una propuesta tan deleznable, tan cinematográficamente nula y por encima de todo tan rematadamente estúpida como la que nos ocupa entre todas las que alguna vez han formado parte de la Sección Oficial a Concurso. Y créanme que en estos años me ha dado tiempo a ver unos buenos cuantos bodrios de categoría.

Picco es una película carcelaria. Bueno en teoría no, porque sus protagonistas se supone que están internos en un centro para delincuentes juveniles menores de edad pero en la práctica si porque a Picco se le pueden aplicar todos y cada uno de los tópicos que se le vengan a la cabeza cuando juntan en su memoria las palabras Cine y Prisión. No falta ni uno. El protagonista de la misma, Kevin, es un buen muchacho algo blandengue – en realidad no sabemos cómo ha ido a parar allí – que comparte su celda con dos malas bestias que entre ambos no juntarían una sola neurona aprovechable y que se rigen por los códigos carcelarios de toda la vida, a saber: machismo brutal, homofobia desatada, violencia física sistemática, abusos sexuales, humillación, códigos de silencio, etc.

Por allí también deambulan un par de almas sensibles: un chapero que tiene la mala suerte un día de que su delito sale a la luz, con lo que su ostracismo primero y el continuo acoso después por parte de todos lo llevarán a un funesto destino y un tipo que no se mete con nadie y trapichea para sobrevivir en el duro ambiente en el que se mueve pero cuya fragilidad mental le convertirá en victima propiciatoria de sus compañeros, que la tomarán con él hasta límites absurdos según el guión (?) por pura y sádica diversión. En fin. La cosa va derivando con el paso del tiempo en un despropósito que alcanza niveles de estupidez y estulticia tal que un servidor se fue sintiendo cada vez más y más encabronado con una película para la cual según su director, se ha documentado en diversos casos reales acontecidos en Alemania. Su voluntad es, según declara, pegar un puñetazo en el estómago en el espectador para que este reaccione ante una situación que según él es demasiado habitual en su sociedad y demuestra una falta de atención y una indiferencia preocupantes sobre el problema de la reinserción de los delincuentes juveniles.

Miren ustedes, yo no sé si las cosas serán así o no en realidad en Alemania pero tengo claro que a mi lo único que Picco me provocó fueron ganas de devolverle el susodicho puñetazo al autor del mismo. Con creces. Y es que me parece del todo punto impresentable utilizar en vano tal cantidad de tópicos y personajes que cambian de actitud de un plano a otro alegremente. Para hacer, cito textualmente al director, “fotoperiodismo de guerra”. Con dos cojones. Me gustaría que esta película la vieran unos cuantos responsables de centros de internamiento de menores de España a ver que opinan del “fotoperiodismo” del tal Philip Koch. Pero pensándolo dos veces sería hacerles un flaco favor. Lo mejor es pasar de largo de ella como si nunca hubiera existido. Y no tratar de comprender que ha llevado a los programadores de la hasta ahora una esplendida Sección Oficial a bajar tanto el nivel de la misma seleccionando una obra de pésimo gusto, moralmente atroz y, lo peor de todo, cinematográficamente desprovista del más mínimo valor, ya que resulta rutinaria y aburrida hasta en su puesta en escena. Lo dicho, mejor olvidarla cuanto antes como si nunca hubiera desfilado delante de nuestras despavoridas pupilas.


MÁS ALLÁ DE LAS ESTEPAS Tribulaciones polacas en la Unión Soviética.


Ya nos lo contó hace bien poco el maestro Andrzej Wajda en la terrible Katyn: el pacto de no agresión firmado por Hitler y Stalin en las visperas de la II Guerra Mundial que permitió a ambas potencias repartirse amigablemente el pastel que suponía Polonia, unos invadiendo por el oeste y otros por el este, supuso una verdadera fuente de calamidades para uno de los países cuya población civil fue más duramente castigada durante el conflicto. Si Wajda documentaba en Katyn de forma escalofriante la matanza a sangre fria de cientos de oficiales polacos por parte de los soviéticos, Mas Allá de las Estepas, la película presentada hoy por la realizadora belga pero que supongo de ascendencia polaca Vanja D’Alcantara – está dedicada a la memoria de su abuela materna – narra un hecho poco conocido como es la deportación de miles de civiles a punta de rifle desde sus hogares hasta los confines de la URSS para trabajar en condiciones de absoluta esclavitud para los soviéticos en los campos de trabajo colectivos.

Más Allá de las Estepas narra el tremendo viaje de Nina, que cargada con un bebé de pocos meses y con su marido desaparecido en destino incierto, se ve obligada a abandonar su hogar para convertirse en una suerte de prisionera política en un territorio de clima tan hostil como Kazajistán, donde sus guardianes ni siquiera han de preocuparse por encerrar a sus trabajadores porque, se mire donde se mire, no hay donde ir en aquel remoto paraje helado. Cuando el bebé de Nina enferma, sin médicos, hospitales o medicinas a la vista, ésta se verá obligada a utilizar todos sus recursos y sacar fuerzas de flaqueza para tratar de salvar la vida de su hijo sin mas ayuda que la de un grupo de nómadas kazajos con los que ni siquiera puede entenderse hablando.

La opera prima de esta realizadora formada en Nueva York es tan correcta como rutinaria. No hay nada en ella que moleste, pero tampoco ofrece algo nuevo que despierte mi interés, más allá del desconocido hecho histórico que ilustra. Todo suena a terreno conocido y sobradamente visto: la manifiesta injusticia, la crueldad y maldad intrínseca de los soldados soviéticos que tratan de sacar todo el partido que pueden a la situación, la lucha tenaz de la protagonista por sobrevivir y conseguir salvar a su bebé contra toda esperanza, la dignidad del humilde kazajo que simpatiza con ella y le ofrece consuelo, la desesperación, la belleza de los inhóspitos parajes donde transcurre la historia bellamente fotografiados, eso si… Solo el buen trabajo interpretativo de su actriz protagonista, Agnieszka Grochowska, sobre cuyos hombros recae el peso de la película, tarea de la que sale bien parada gracias a su talento y a la fuerza de su mirada, merece destacarse en una película que insisto, me parece correcta y a la que no puedo ponerle mayores pegas que el hecho de que no haya conseguido interesarme lo suficiente para implicarme emocionalmente con ella.


martes, octubre 26, 2010

SEMINCI 2010 J03 La Mision del Director de RRHH Cyrus El Origen de un Grito



LA MISION DEL DIRECTOR DE RECURSOS HUMANOS, Vida a partir de la Muerte

¿Hay en estos tiempos de crisis un trabajo más impopular que el director de Recursos Humanos de cualquier empresa? Pues eso no parece preocupar mucho a Eran Riklis, director de la estupenda Los Limoneros, ya que en su última película obliga al espectador a identificarse con alguien que desempeña precisamente ese cargo en una importante panadería israelí – segunda vez en dos días que dicho negocio aparece en la Sección Oficial tras la danesa Una Familia, por cierto – aunque es de justicia decir que al tipo, separado de su mujer y más distanciado de lo que le gustaría de su hija, no es que le encante su trabajo. La cosa se complica cuando en un atentado terrorista fallece Yulia, una empleada de la panadería inmigrante rumana cuyo cuerpo nadie reclama, un diario acusa a la empresa de deshumanización en el trato e indiferencia, lo que obliga a nuestro protagonista a un peculiar trabajo detectivesco inicial y un proceso de lavado de imagen de la empresa después que por diversas circunstancias acabarán embarcándole en un viaje para devolver sus restos a Rumanía.

Eran Riklis construye así una peculiar road movie con muchos de los tópicos asociados al género pero desbordante de humanidad gracias a la evolución de la mirada de ese director de recursos humanos – estupendo Mark Ivanir - que inicialmente solo quiere deshacerse del ataúd lo antes posible para volver a casa y que según se va complicando la peripecia por tierras rumanas adquiere un compromiso personal con su misión que le permite en cierta forma redescubrirse a si mismo. El puntual sentido del humor algo absurdo que ribetea la película con el estrafalario y divertido personaje de la cónsul israelí en Rumanía o el delirante episodio del bunker militar que encuentran por el camino hacen que la propuesta, nominada por la Academia Israelí para el Oscar este año, resulte irresistiblemente simpática para el espectador. Puede que no sea una mirada tan política y comprometida a los conflictos de Israel como La Novia Siria o Los Limoneros, pero no cabe duda que Eran Riklis se acerca a otro análisis de la psicología israelí en lo que a su relación con los extranjeros se refiere que resulta sumamente interesante. Una película amable pero más profunda de lo que podría parecer a simple vista y cuya atractiva mezcla de géneros consigue enganchar al espectador.



CYRUS, Actores en estado de gracia

John, un divorciado cuya ex-mujer está a punto de casarse de nuevo, está atravesando una mala racha. En una fiesta a la que es arrastrado por su ex conoce a Molly, una mujer hermosa y divertida y en una de esas extrañas alineaciones de planetas que casi nunca ocurren, se gustan y conectan a la perfección. Tanto que John, que no termina de creerse la suerte que tiene, está más que dispuesto a embarcarse por completo en la relación. Pero la historia se complica cuando conoce a Cyrus, el obeso hijo de 22 años de Molly que tiene una relación tan cercana y obsesiva con su madre que más allá de las apariencias intentará hacer todo lo posible para que John se aleje de ella, lo que llevará a una inevitable guerra en la que obviamente John tiene todas las de perder. Este argumento tan propio de una comedia romántica al uso se convierte de la mano de los hermanos Duplass en una entretenida película cuyo valor más seguro es un excelente trabajo de todos y cada uno de los miembros de su reparto, que le confieren una enorme credibilidad.



Así, ese extraño triángulo amoroso formado por John C. Reilly, magnífico en su papel de perdedor que ve la luz de la esperanza al final del túnel y que hará lo que sea para no perderla, una Marisa Tomei que con cada nueva película que hace sigue creciendo como actriz y que disfruta de una esplendida madurez tanto física como interpretativa y ese cabroncete de hijo al que da cuerpo (nunca mejor dicho) ese excelente comediante llamado Jonah Hill forjado en la factoría de Judd Apatow (¿recuerdan al gordo amigo de Michael Cera en Supersalidos?) alcanza momentos de gran comicidad y humanidad mientras se desarrolla una lucha soterrada que resultará familiar para cualquiera que haya tenido una relación con alguien que tenga hijos ya creciditos de su anterior pareja. Aunque es cierto que aquí resulta algo más desmedida de lo habitual.

Cyrus es una obra inteligente en su construcción y desarrollo, bien dialogada, previsible en cierta forma y complaciente en su tramo final – claro que era eso o convertirlo en una tragedia griega con sangre y algún asesinato de por medio – pero que resulta sumamente divertida especialmente en su tramo inicial cuando John y Molly van desarrollando su relación y según ves venir a esa enorme fuente de problemas que es Cyrus. Si a la mezcla sumamos a la siempre efectiva Catherine Keener y una puesta en escena que remite de forma evidente a los códigos visuales del cine indie aunque en rigor de eso tenga más bien poco, el resultado es una película que se deja ver con agrado y una sonrisa permanente, con un humor a medio camino entre Woody Allen y el propio Judd Appatow, que mira a las relaciones personales con una mezcla de patetismo y ternura por la que resulta sencillo dejarse seducir.



EL ORIGEN DE UN GRITO Padres e Hijos

Una película que se inicia con una terrorífica y perturbadora secuencia en off en la que somos testigos impotentes de unos abusos sexuales a un niño de pocos años y en la que a los diez minutos de película un viudo destrozado por el dolor desentierra a su esposa recién fallecida para iniciar con su cadáver un viaje al parecer a ninguna parte por moteles de todo el país prometía emociones fuertes. Sin embargo la película del canadiense Romain Aubert se va rapidamente por otros caminos igual de pedregosos pero menos sórdidos: las siempre difíciles relaciones entre padres e hijos. Y es que la desaparición del viudo con el cadáver hace que por encargo de la sección femenina de la familia el padre de éste, un jubilado con bastante mala leche de vuelta de todo que es todo un personaje, y su nieto e hijo del desaparecido, un tipo cargado de rabia y violencia – la victima de los abusos sexuales de la primera escena – se embarquen en un viaje siguiendo los pasos de éste por todo tipo de moteles decrépitos, carreteras secundarias y pueblos dejados de la mano de dios, una suerte de road movie en la que abuelo y nieto estarán condenados a entenderse y en cierta forma redescubrirse.


Hay elementos muy interesantes en la película de Aubert, algunos francamente bien desarrollados a través de las relaciones que se establecen entre esas tres generaciones de borrachos, pendencieros y balas perdidas, padres que transmiten sus valores y al mismo tiempo sus defectos a unos hijos que constantemente tratan de rehuir el convertirse en la imagen de los mismos pero que buscan al tiempo su comprensión y aprobación. Aunque empieza de una forma algo deslavazada, la película gana enteros según va desarrollando de forma paralela el viaje del viudo con la búsqueda del mismo por parte de ese inefable abuelo – de lejos, lo mejor del filme – y el hijo perdido que tendrá ocasión a lo largo del itinerario de resolver cuentas pendientes.

Es una verdadera lástima que la película se alargue de forma interminable en su tramo final, subrayando de forma innecesaria cosas que ya habían quedado lo suficientemente claras para el espectador y que la extraña poética que a veces consigue Aubert se convierta por reiteración en blandenguería porque si nos hubiera ahorrado esa desacertadísima media hora final estaríamos hablando de una película muy notable. Pero ya se sabe que uno de los grandes males del cine de nuestro tiempo es no saber cómo cortar a tiempo o resolver a la altura de las expectativas iniciales creadas.

domingo, octubre 24, 2010

SEMINCI 2010 J02 Copia Certificada y La Mosquitera



COPIA CERTIFICADA, El Viaggio In Italia de Kiarostami.

Primera película rodada fuera de Irán por el prestigioso realizador, Abbas Kiarostami ha conseguido una obra tan interesante como personal con esta Copia Certificada que hemos podido disfrutar esta mañana en el Calderón. Arranca con una disquisición sobre el arte que ya de por sí suscita un especial interés: el valor intrínseco que pueda tener o no una buena copia respecto a la obra original en el mundo del arte, donde se da la paradoja de que se valora enormemente el trabajo primigenio pero que sin embargo es campo abonado para las reproducciones, falsificaciones, reinterpretaciones (o remakes) y donde la línea que separa la inspiración del plagio a menudo es tan difusa que cuesta horrores encontrarla. La tesis de la película se desarrolla a varios niveles. Para empezar la pareja protagonista del filme está compuesta por un atractivo escritor inglés que ha publicado un premiado ensayo en el que defiende la validez de una buena reproducción respecto a la obra original y una galerista francesa afincada en la Toscana que, muy interesada en discutir las tesis del libro, se ofrece a ejercer de guía del primero por los hermosos parajes de la zona en lo que luego será una jornada particular.

La tan inevitable como muy peculiar historia de amor que se desarrolla entre ambos personajes a lo largo de ese día – esta es una de esas maravillosas películas cuyo motor es el tema más viejo y a la vez más inagotable del mundo: un hombre, una mujer y tiempo por delante para conocerse y quien sabe, quizás amarse mientras se relacionan el uno con el otro e intercambian los argumentos y reproches propios de la interminable y bendita guerra de sexos – nos lleva directamente a territorio conocido cuando Kiarostami plantea un juego de representación entre ambos que tiene mucho que ver con aquella maravillosa película de Rosellini llamada Viaggio in Italia (Te Querré Siempre) en la que una pareja en crisis encontraba la forma de superar sus problemas a lo largo de un viaje por la belleza de ese museo al aire libre que es Italia.


Sin embargo, que nadie se llame a engaño: Kiarostami no está haciendo un remake de la película de Rosellini. Lo que el iraní está planteando es una especie de ambicioso y arriesgado ejercicio de abstracción (que uno no ha de cometer el error de interpretar como demasiado anclado en la realidad so pena de perderse el inteligente juego que propone) en el que desarrollar todas y cada una de las etapas que comprende la relación amorosa en unas pocas horas, desde la fascinación inicial del uno por el otro y el deseo hasta la aparición del tedio y la monotonía que lleva a la irascibilidad y la separación e incluso quizás los intentos de reconciliación posteriores que lleven al afecto que según Kiarostami parece ser lo único que hace una relación duradera.


Copia Certificada es una película fascinante con multitud de lecturas sobre el tema principal - ¿no es acaso el juego de representación en el que participan ambos otra copia elaborada de una relación real? – en el que destaca sobremanera el impresionante trabajo de una actriz maravillosa, debilidad personal y confesa del que escribe estas líneas, Juliette Binoche, que hace toda una exhibición en una interpretación en la que conjuga su madurez interpretativa - ¡que primeros planos aguanta la actriz en esta película y como es capaz de subyugar por completo al espectador con ellos! – con una belleza serena, desafiante al paso del tiempo, que resulta una mezcla irresistible. A su lado el británico William Shimell, un debutante en el cine que es algo así como un imposible cruce entre David Strathairn y el entrenador Mourinho, aguanta bien el tipo y ambos consiguen eso tan difícil de conseguir y definir pero que el espectador siente inmediatamente en una pantalla llamado química. Si a eso sumamos momentos como la maravillosa conversación de Binoche con la dueña de la taberna, la estelar aparición del veterano guionista Jean Claude Carriere dando un acertado consejo al escritor o el emocionante tramo final del filme en el hotel, tenemos una película de esas que tratando el tema único, a nadie puede dejar del todo indiferente.


Hay quien opina que Copia Certificada es un Kiarostami muy alejado de los cánones habituales a los que el realizador iraní nos tiene acostumbrados. Es cierto que puede considerarse un ejercicio de estilo distinto, algo lógico si pensamos que es la primera vez que rueda fuera de su país, pero tampoco estoy tan seguro que lo que plantea esté demasiado alejado de las innovaciones y el sentido del riesgo que han hecho famoso a Kiarostami. Es más, diría que esta variación – término mucho más amable y justo que copia – sobre las relaciones entre hombres y mujeres aporta una visión distinta y enriquecedora al tema que no debería tomarse a la ligera por más que, cosas de asumir ciertos riesgos, pueda haber algún momento en el que la propuesta rechine un poco para los puristas de lo verosímil.


LA MOSQUITERA, El desconcierto de la realidad cotidiana.

La primera escena de la nueva película de Agustí Vila, el muy personal realizador de Un Banco en el Parque, que venía con el aval del premio al mejor filme de un festival importante como es Karlovy Vary, marca a la perfección el tono surrealista que domina todo el filme: una pareja llega a su casa y muestra su desconcierto porque hay un perro nuevo en la misma que sumar a los seis que se supone que hay en la casa. Y digo se supone porque ni ellos mismos tienen claro cuantos ha llevado su hijo, una especie de San Francisco de Asís desubicado, a la casa a estas alturas. Con lo que, ni cortos ni perezosos, se ponen a buscarlos para contarlos mientras perros de todas las razas y tamaños van desfilando ante la alucinada mirada del espectador, desconcertado ya desde el mismo comienzo.

Pues así es La Mosquitera, una película que apuesta por deformar la realidad mostrándola desde parámetros reconocibles pero al mismo tiempo perversamente trastocados o subvertidos para conformar una especie de abstracción desde la cual el realizador parece querer reflejar aspectos de la misma que a la vez que son reconocibles para el espectador provocan en el mismo desde una lógica sensación de extrañeza hasta una comicidad algo cafre y despiadada. La pareja protagonista, unos entregadísimos - y es de agradecer porque sin ello no podría cobrar vida una propuesta tan bizarra - Eduard Fernandez y Emma Suarez forman una pareja en crisis que se separa dejando en mayor confusión a un ya de por sí bastante perdido adolescente apasionado por los animales y las sustancias nada recomendables mientras buscan nuevas formas de encontrarse a sí mismos y conjugar sus necesidades con los comportamientos normales de la sociedad.

O sea, que mientras Eduard pierde el oremus por una atractiva pornochacha emigrante que desea a la vez que quiere respetar profundamente, lo que provoca no pocas situaciones curiosas, Emma se encapricha del amigo adolescente de su hijo y se embarca en una sórdida relación sexual con ribetes sadomasoquistas. A todo esto rondan por ahí la hermana de la protagonista, que tiene una curiosa forma, por decir algo, de educar a su hija de diez años y los padres de él, una Geraldine Chaplin muda durante todo el metraje y cuyos pensamientos son interpretados entre dientes por su marido Fermí Reixach. Vamos, una galería de personajes que no desentonarían en una de las películas más despendoladas de David Lynch.
Reconozco el atrevimiento de una película tan personal como La Mosquitera y no me duelen prendas tampoco en confesar que ese humor absurdo y despiadado, ese intento por mezclar surrealismo con la dureza de las situaciones cotidianas me provocó en más de un momento una sensación chocante y consiguió que me riera a carcajadas con algún gag impagable – el del cigarrillo con el que la hermana ha disciplinado a su hija pequeña quemandole la mano que provoca el comentario escandalizado de Emma Suarez “Pero ¿es que has vuelto a fumar?” es magnífico – pero pese a todo he de reconocer que, analizada en serio, la película de Agustí Vila es una propuesta cuya capacidad de subversión se agota demasiado rápido, demasiado desigual en su sucesión de situaciones, casi sketches, con los que busca continuamente la complicidad del espectador pero que acaba por conformar una película arrítmica cuyo buscado sentido del absurdo puede conseguir precisamente eso, que resulte demasiado absurda para el espectador. En cualquier caso, lo que sí es reconfortante es encontrarse de vez en cuando en un Festival una película como ésta que apueste claramente por descolocarte y que de vez en cuando lo consiga, aunque no acabe de funcionar bien en su conjunto. Y siempre es saludable echarse unas risas con las miserias de la vida cotidiana vistas desde un prisma distinto…