sábado, octubre 16, 2010

SITGES 2010 J07 Let Me In, Tio Boonmee, Rubber, Tucker and Dale Vs Evil

Pues se acabó lo que se daba. Ya se han proyectado todas las películas de las Secciones Oficiales – lo que no equivale a decir que se hayan visto todas: estoy por asegurar que incluso algún miembro despistado de algún Jurado se ha comido alguna – y mañana conoceremos el Palmarés que según me comentan los expertos, siempre es recibido con los consabidos abucheos por parte del público asistente a la lectura. Normal: si en festivales con menor oferta de títulos ya cuesta dios y ayuda que el Jurado tenga la clarividencia de premiar a la Mejor Película con el premio gordo, aquí que se multiplican las candidatas las posibilidades de cagarla se disparan…

LET ME IN, Prueba Superada.

Un remake se enfoque como se enfoque, siempre tiene algo de trampa. Si eres demasiado fiel al original, inevitablemente surgirá la cuestión de por qué demonios se ha llevado a cabo cuando apenas se ha modificado nada de la versión antigua. Por el contrario, si a uno se le va la mano con el toque personal, añadiendole cosas de tu propia cosecha, inevitablemente surgirá el purista de turno quejándose amargamente de que han pervertido la esencia del original hasta dejarlo irreconocible. Si encima estamos hablando de la que es en mi opinión una de las joyas del fantástico reciente, ese delicioso cuento de hadas glacial llamado Dejame Entrar, su remake americano Let Me In tenía todas las papeletas para estrellarse.

Pero hete aquí que hay dos factores fundamentales que juegan a favor del proyecto. El primero es que Let Me In es la primera producción de la renacida Hammer, compañía emblemática del terror y el fantástico durante los 60 y 70 – recuerden aquellos inolvidables títulos protagonizados por Christopher Lee y Peter Cushing entre otros – que resurge de sus cenizas manteniendo el nombre y con voluntad no de reeditar viejos éxitos sino de insuflar, con mucho más presupuesto y medios que la antigua productora británica, sangre nueva al género. El segundo es un tipo de indiscutible talento llamado Matt Reeves, que hace unos años ya nos regaló una brillante historia de amor disfrazada de película con monstruo enorme (Cloverfield, que aquí se llamó Monstruoso) y que ha conseguido algo esencial con cualquier remake: encontrar la forma perfecta de llevárselo a terreno conocido, pero respetando en su mayor parte aquello que hacía única y preciosa a la película original, ese difícil equilibrio entre poesía y horror que surge del primer amor entre un niño muy perdido de 12 años y una vampiro que, en afortunada frase que se mantiene de una película a otra, lleva teniendo 12 años desde hace muchísimo tiempo.


Para los que conozcan la película de Tomás Alfredson baste decir que Reeves se ha limitado a tomar el original y adaptarlo a la realidad norteamericana que él conoce de primera mano – de hecho, la película está ambientada en Nuevo Mexico, lo que le permite jugar de nuevo con los parajes helados y durante los primeros 80, cuando el propio Reeves tenía exactamente la edad del protagonista – con lo que las diferencias esenciales podrían resumirse en una mayor espectacularidad y violencia de las escenas de horror – con efectos visuales y maquillaje de por medio – alguna variación respecto a los métodos de caza del primer sirviente – con un espectacular accidente de coche rodado en plano fijo desde el interior del mismo que es una virguería técnica de primer orden – un intento de dotar de mayor calidez a ese incipiente primer amor – con una Bso de Michael Giacchino tan hermosa como intrusiva, omnipresente en el metraje – y lo que a mi juicio es el defecto más gordo del filme, la inclusión de un revelador plano que subestima la inteligencia del espectador, explicitando de forma innecesaria algo que nunca hacía Déjame Entrar y que se deducía de forma lógica por parte del espectador.


Pero si obviamos ese evitable fallo, hay que reconocer que Reeves consigue un remake casi modélico, en el que se podrán reconocer tanto los entusiastas del primer filme como aquellos a los que no les convencía demasiado – y es que Reeves tampoco ha aprovechado para corregir algunos de los puntos débiles del original, que haberlos haylos – en el que los actores resultan convincentes y la mezcla entre horror y poesía funciona con la misma precisión que en el original. Y a los que opinen que aun así es un remake innecesario, yo defiendo que si esta Let Me In sirve para que todos aquellos jóvenes que nunca descubrieron la belleza de Dejame Entrar se la encuentren de sopetón en su centro comercial más cercano, pues mira, bienvenido sea. Y que esta sea solo la primera de las muchas alegrías que nos depare la nueva Hammer en el futuro. Desde luego, ha empezado su nueva andadura con tan buen pie como gusto.

TIO BOONMEE VE LAS VIDAS PASADAS, Los monos de los ojos rojos.

Una vez vista la flamante Palma de Oro de Cannes de este año, la última propuesta del impronunciable director tailandés y niña de los ojos de la crítica internacional Apichatpong Weerasethakul – al que de ahora en adelante llamaré Joe para abreviar – es bastante comprensible aquello que declaró en su momento el entonces presidente del Jurado Tim Burton de que una cosa en la que estaban todos de acuerdo es que nunca habían visto el género fantástico retratado de esa forma. Es verdad que el gran mérito de Joe consiste precisamente en haber hecho una película de fantasmas de una forma incuestionablemente original y conseguir el mas difícil todavía de que esta película no desentone demasiado con anteriores obras suyas como Tropical Malady o Síndromes and a Century. Su estilo está ahí, es claramente reconocible tanto en su peculiar ritmo como esa manera de contemplar e introducirse en la naturaleza hasta el punto de que ella se arremolina alrededor del espectador como si fuera un personaje más.


De hecho, cuando a los quince minutos de película, en el transcurso de una apacible cena, se aparece primero el fantasma de la difunta mujer del protagonista, próximo él mismo también a morir por una enfermedad y poco después una especie de simio gigante recubierto de pelo con dos ojos rojos como brasas surge entre las sombras de una escalera – en uno de los planos más inquietantes y perturbadores vistos este festival – proclamando ser el hijo perdido de Boonmee y ambos se sientan a la mesa como si tal cosa y son recibidos con la familiaridad de unos parientes cercanos a los que no se ha visto en años, sin apenas causar extrañeza, Joe consigue que todo espectador se dé perfecta cuenta que está asistiendo a algo diferente, mágico, único. Podrá gustar más o menos, que eso allá cada uno, pero de lo que no cabe duda es que Joe no se anda precisamente con chiquitas: demuestra ser un autor con universo propio desde la primera escena.


Tio Boonmee es una sucesión de breves historias vertebradas alrededor de los últimos días del protagonista, leyendas que él conoce y vestigios de su propio pasado. Por las hipnóticas imágenes forjadas por el tailandés se suceden una princesa enamorada de un esclavo que sufre por su juventud y belleza perdidas y que acabará siendo violada en un idilico lago por un pez gato (?) un chico tan obsesionado con ver de cerca a un espíritu del bosque que acaba por convertirse en uno de ellos, el fantasma de una mujer que vuelve con su marido a tiempo de ayudarle en el tránsito al más allá, cuevas profundas de bosques antiguos que se asemejan al vientre materno al que volver y aspirantes a monje capaces de salir de su propio cuerpo e irse a cenar a un restaurante mientras su yo físico se queda viendo la tele tranquilamente. Y todo esto, que así contado podría dar lugar a una película ridícula por completo, pues tiene las dosis de poesía y belleza justas para no solo escapar a ese destino sino resultar por momentos sublime y conmovedora.

Eso sí: Joe sigue siendo Joe aunque ésta sea de lejos su película más accesible para el espectador medio – que es algo así como decir que el balcón de un primer piso de un edificio es más accesible saltando que el de un quinto – y su ritmo contemplativo, sus tiempos muertos, sus personajes soltando despacio sus frases pueden echar a empujones de la propuesta a más de uno. A mi me gustó y me convenció. Pero es creo la primera vez que me pasa con el amigo Joe. Y entiendo a la perfección a los que no comulgan con su cine y no le ven por ningún lado la gracia al tailandés. Pero nadie de atreverá a decir que esa especie de Chewbaccas oscuros de ojos rojos no serán una de las imágenes más recordadas de esta edición de Sitges. Un acercamiento al fantástico sin duda muy diferente.


RUBBER, El neumático y el metacine

No podía irme de Sitges sin recuperar aunque fuera en la sala de visionados – bendito invento para aquellos que nos incorporamos tarde al festival o simplemente, las numerosas incompatibilidades de los horarios nos hubieran jugado una mala pasada – la película que muchos comentaban como una de las propuestas más frescas, divertidas e irreverentes de este año, Rubber, opera prima del francés Quentin Dupieux rodada en EE.UU cuya premisa inicial era, simplemente, irresistible: un neumático que cobraba vida en un paraje desértico y tras encapricharse de una atractiva moza que se cruza en su camino, la persigue en una suerte de versión delirante de El Diablo Sobre Ruedas allá donde ésta va.

Ah, se me olvidaba un detallito: el neumático en cuestión ha desarrollado poderes telekinéticos y va por ahí explotando la cabeza de la gente que lo maltrata, lo incomoda o simplemente pone trabas en su camino. Si esto les parece surrealista, esperen que aun falta lo mejor: mientras este neumático nace y se lanza a su aventura, un grupo de supuestos turistas a los que antes uno de los protagonistas mirando a cámara les ha lanzado un elaborado discurso sobre el absurdo y el sentido de muchas de las convenciones aceptadas y asumidas por los espectadores en el cine, se disponen armados con unos prismáticos a seguir la peripecia del neumático como si de nosotros los espectadores se trataran.


Semejante planteamiento permite al ocurrente director escapar al hecho de que su propuesta inicial era tan brillante como limitada y esquivar el cansino estiramiento de la misma haciendo que, en paralelo a la historia propiamente dicha, plantee a los espectadores una especie de juego del metacine – con momentos absurdos y surrealistas que habrían hecho las delicias de un Buñuel o un Lynch cualquiera – en el que, si uno acepta entrar en el mismo – la otra opción es concluir que todo es una tomadura de pelo y mandar a la mierda al director por listillo – no pare de disfrutar con una película verdaderamente original y fresca como pocas en la que uno jamás puede anticiparse a lo que vendrá en la secuencia siguiente, ya que la gracia del asunto es que todo resulta tan jodidamente delirante que puede pasar literalmente cualquier cosa. Y no deja de tener gracia ni un instante.

Hay momentos – como ese en el que el hierático protagonista observa a través de una verja la quema de cientos de sus “hermanos” neumáticos en un vertedero y sabes (SABES) que su reacción inmediata va a ser desatar el infierno con sus poderes o aquel en el que se relaja de su persecución… viendo en un motel carreras de coches por televisión – en los que uno no tiene más remedio que rendirse al atrevimiento del sujeto que ha ideado esta hora y media de entretenimiento autorreferencial e inteligente. Una película tan marciana que uno solo se la imagina aquí en Sitges. Y que lamentablemente ningún distribuidor español tendrá los cojones de comprar para que el público decida por sí mismo si está ante una genialidad o una idiotez sobrevalorada.


TUCKER & DALE Vs EVIL, Jugando con los tópicos

¿Conocen el chiste ese del granjero que estaba intentando ordeñar una vaca que le tiraba el cubo con una pata, que el granjero le ataba una pata a la pared, que entonces tiraba el cubo con la otra pata y el granjero nuevamente le ataba la pata a la otra pared y que cuando la vaca le tiraba la tercera vez el cubo con el rabo se subía a un taburete, le cogía el rabo y cuando estaba a punto de atarselo al techo se le caían los pantalones en el momento justo que pasaba un vecino por la puerta que la preguntarle “¿Se puede saber que estás haciendo?” contestaba “Pues mira: follándome a la vaca porque si te cuento lo que pasa de verdad no me vas a creer…”? Pues eso es exactamente lo que pasa en esta joyita de película, una hilarante comedia en la que dos paletos con pinta de recién escapados de La Matanza de Texas pero más buenos que el pan intentan durante sus vacaciones reparar una siniestra casa apartada del mundo que acaban de adquirir y se cruzan con un puñado de guapos universitarios de vacaciones.

O sea, la situación normal en la que los segundos acabarían perseguidos, masacrados y descuartizados por los primeros pero que en esta brillante película, por obra y gracia de una serie de catastróficas desdichas, malentendidos y equivocaciones diversas acaban por reproducir, sin pretenderlo en ningún momento, la situación descrita. Vamos, que los universitarios empiezan a palmar, los supervivientes culpan a los dos paletos y estos, completamente superados (y a veces por completo inconscientes) de todo lo que se está desatando a su alrededor asisten atónitos a como sin comerlo ni beberlo se ven envueltos en una situación en la que se verán obligados a defender sus vidas.


Esta película del debutante Eli Craig se vertebra alrededor de una de las ideas más brillantes e irreverentes que este cronista ha tenido ocasión de ver en una pantalla en años. Yendo mucho, pero que mucho mas lejos que Wes Craven en su deconstrucción de los tópicos de los slasher de los 80 en su serie Scream – y no digamos ya de las parodias de la misma en la serie Scary Movie – Craig, buen conocedor de las normas de las películas de psicópatas rústicos que masacran perdidos universitarios de ciudad lejos de su ambiente utiliza todos y cada uno de los tópicos asociados a las mismas que puedan imaginar para darle una vuelta de tuerca y, en un guión inteligentísimo que se las apaña de forma brillante para darle continuidad a la historia y que todo no quede en el chiste referencial fácil, conseguir una película tan atrevida como desenfadada en la que el espectador, si es buen aficionado al género, no podrá dejar de disfrutar tanto con la sucesión de malentendidos que llevan a los protagonistas a una espiral de violencia imparable como con la peculiar química cómica que destilan sus dos entrañables y esplendidos protagonistas (Tyler Labine y Alan Tudyk), que se mantienen el uno junto al otro contra viento y marea cuanto más extraña y surrealista se vuelve la situación que crece cada vez más incontrolable a su alrededor sin que ellos puedan hacer nada para impedirlo, victimas de los prejuicios que tendría cualquiera que haya visto La Matanza de Texas o alguna película del estilo. O sea, todo dios. De nuevo, no sé si habrá algún distribuidor valiente que se atreva con ella. Ojala. Sería una lástima que solo nosotros hayamos disfrutado de su inteligencia

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