lunes, febrero 25, 2008

OSCARS 2008: Los Coen triunfan en medio del tedio

No sé si será un efecto colateral de esa prolongada huelga de guionistas finalizada in extremis para los Oscars, pero el caso es que la 80ª Edición de los Premios de la Academia resultó ser una de las más rutinarias y soporíferas que recuerdo haber visto en años. Se notaba en exceso que la organización había decidido cubrirse bien las espaldas para un hipotético escenario en el que los guionistas no dieran su brazo a torcer con un recurso que acabó por estrangular el ritmo de la gala: una sobredosis de videos enlatados, montajes preparados que antecedían a la concesión de cada premio importante rememorando las estrellas que lo habían recogido en los últimos veinte o treinta años, acabó convirtiendo la ceremonia en un tedioso ejercicio de repetición capaz de desanimar al más entusiasta.

Jon Stewart inició su labor como presentador con un monólogo más o menos inspirado en el que deslizó alguna que otra perla sobre las elecciones de este año (“Lejos de Ella va sobre una mujer que va progresivamente olvidándose de su marido. Hillary Clinton la considera la película buen rollito del año” o “Cuando uno ve a un negro o a una mujer como presidente de los EE.UU. sabes que lo siguiente va a ser un meteorito estrellándose contra la Estatua de la Libertad”) pero lo cierto es que fue desinflándose progresivamente y excepto algún que otro momento aislado apenas dejó notar la afilada ironía que le ha hecho famoso (de hecho, alguno de sus gags, como el referido a las embarazadas Cate Blanchett, Jessica Alba y Nicole Kidman fue de dudoso gusto), quedando muy lejos del buen sabor de boca que nos dejó hace apenas dos años y haciendo añorar, quien lo diría, a Ellen DeGeneres. Era como si la Gala pretendiera ser lo más aséptica y funcional posible, como si no hubiera dado tiempo a montar un buen espectáculo como los americanos saben y se hubieran limitado a cubrir el expediente.

Claro, tampoco ayudaba que cada cierto tiempo se escuchara alguna de las horripilantes y muy cursis canciones nominadas que con la excepción de la justa ganadora Falling Slowly, la única decente del quinteto, provocaban en el sufrido espectador continuos deseos de perforarse los tímpanos. O que los premios fueran desgranándose sin apenas sorpresas. Más allá del momentazo Bardem – espléndido en su discurso, por cierto – o la anécdota de que los cuatro premios de interpretación fueran este año a parar a manos de actores europeos (¿acaso importa tanto?), la verdad es que una desganada atonía fue apoderándose poco a poco de la ceremonia. Sin sobresaltos, se desgranaban los premios con justicia: Dirección artística para Sweeney Todd – de lejos, lo mejor del filme -; Vestuario para Elisabeth – ídem -; un pleno de oscars técnicos para la estupenda El Ultimátum de Bourne por aquí, el cantado Oscar a la mejor peli de animación para Ratatouille por allá, los efectos visuales de La Brújula Dorada imponiéndose a la hormonada chatarra metálica de la muy horrenda Transformers, un justo reconocimiento a quienes fueron capaces de convertir a la hermosísima Marion Cotillard (¡Como le sentaba ese Gaultier escamado!) en la piltrafa de Edith Piaf...

Faltaba por saber qué pasaba con los contendientes más poderosos de la noche. Expiación tenía que contentarse con un muy justo Oscar a la hermosa BSO de Dario Marianelli para desgracia de las Cometas en el Cielo de Alberto Iglesias. Y se acabó. Misma suerte para Michael Clayton, que vio sus siete nominaciones reducidas a un en realidad no demasiado sorprendente Oscar a Tilda Swinton que sonó más a reconocimiento a una trayectoria por parte de sus colegas de profesión (al fin y al cabo la Blanchett ya tenía ese Oscar por hacer de Katherine Hepburn en El Aviador) que a premiar a su arpía abogada. Una petarda Diablo Cody que parecía vestida por su peor enemigo se podía dar por más que satisfecha con otro Oscar cantado: el de Guión Original para Juno – servidor, la verdad, hubiera preferido Ratatouille pero vaya – que cubría el expediente indie. La fotografía de Robert Elswit y el Mejor Actor para Daniel Day Lewis animaron un poco las posibilidades de Pozos de Ambición, pero los que somos perros viejos en esto ya nos olimos por dónde iban a ir los tiros cuando mucho antes de lo que siempre ha sido habitual (¿por qué ese cambio? Restó no poca emoción...) se concedió el Oscar al Mejor Guión Adaptado y los Coen subieron por primera vez al escenario en detrimento de un Paul Thomas Anderson cuyo lenguaje corporal parecía transmitir cierto aire de sobrado.

En realidad, no hubo color. Yo diría que hasta se recibieron con cierta desgana los premios a la Mejor Dirección y a la Mejor Película. Nadie tenía a esas alturas muchas dudas de cómo acabaría la cosa. La genuina emoción de Marion Cotillard al recoger su Oscar y la simpatía y humildad de Glen Hansard y Marieta Irglova con su Oscar a la Mejor Canción en la mano – el más justo de la noche, cualquier otra decisión hubiera sido una necedad de pésimo gusto - fueron míseras gotas en un océano de tedio. Hasta el Oscar Honorífico tuvo un cierto aire de “¿Quién será el tipo este?” Seguro que más de uno en esa platea hasta anoche no tenía ni idea de quién demonios era ese viejecito tan simpático que había sido director artístico y de producción con Hitchcock y que se llamaba... que se llamaba... Bueno, como fuera.

En fin. A falta de algunas de las mejores propuestas de la temporada en la carrera (la falta de Deseo, Peligro de Ang Lee es poco entendible pero la de En el Valle de Elah, esa joya de Paul Haggis, es sangrante y una mancha en el expediente de la Academia este año: ni Tommy Lee Jones pudo ganar un Oscar al Mejor Actor que nadie hubiera discutido) la resolución de los Oscars fue posiblemente la más lógica. Entre lo premiable, No Es País para Viejos era la mejor opción o quizás simplemente la película capaz de suscitar un mayor consenso.

Para la retina se queda esa imagen de Javier Bardem sentado en primera fila con Jack Nicholson a su derecha. La leche. Si eso no es conquistar Hollywood venga Wilder y lo vea. O la belleza sempiterna de la gran Diane Lane, deslumbrando desde el patio de butacas incluso cuando aparecía en segunda fila. O la elegancia acostumbrada de Hillary Swank, embutida en un Valentino que le sentaba de muerte. O lo divertido que fue ver sobre el escenario de forma consecutiva a dos bellezones (Anna Hathaway y Katherine Heigl) con dos vestidos rojo pasión casi idénticos. O lo cutre que fue darse cuenta por televisión que el montaje repaso a los 80 filmes premiados con el Oscar a la Mejor Película veían su año recortado tras el 19 de 1985, con lo que desde casa uno no tenía más remedio que fiarse de su memoria.

Una ceremonia pues en la que no hubo estridencias pero que tampoco andó precisamente obrada de emoción y mucho menos de momentos brillantes, una de esas que les dan la razón a los que consideran que los que sacrificamos nuestro justo sueño por seguir la gala hasta el final somos unos auténticos gilipollas. La verdad sea dicha, este año no me siento con demasiados argumentos para discutir con ellos, por más que esté bastante de acuerdo con los premios otorgados.

viernes, febrero 22, 2008

A nadie le amarga un San Pancracio

Pues resulta que los amigos de la asociación cultural Re-Bross de Cáceres, sin duda el mayor de los referentes en lo que a la difusión del cine se refiere en Extremadura, han tenido a bien concedernos este año uno de sus famosos premios San Pancracio. En concreto, han concedido al Festival de Cine Inédito de Mérida el Premio a la promoción del Cine en Extremadura. Engrosamos así una lista de instituciones premiadas a lo largo de estos últimos quince años en la que se encuentran Días de Cine – Antonio Gasset siempre fue uno de los mayores valedores de los San Pancracio, dándoles cancha en sus presentaciones siempre que tenía ocasión – El Séptimo Vicio de Radio 3 o los programas Versión Española y Cartelera de RTVE.

La verdad es que estoy encantado y, por qué no decirlo, un poco perplejo. Recibir una distinción semejante cuando nuestro pequeño festival tiene apenas dos años de existencia es por un lado un reconocimiento al trabajo bien hecho por parte de todos los implicados en el Festival y por otro un nuevo aliciente para seguir trabajando en la misma línea, no bajar la guardia ni por un instante y seguir creciendo, siempre seguir creciendo.

Ahora que estamos inmersos en el diseño del III Festival, cumplimentando papeleo para solicitar las ayudas correspondientes y, sobre todo, rompiéndonos la cabeza para ver como podemos no ya estar a la altura sino superar las expectativas del personal, este premio que recibiremos el próximo sábado día 1 de Marzo Ángel Briz y yo en nombre de todos los que han trabajado en el Festival es un dulce maravilloso que además recogeremos en muy buena compañía: Jose Luis Borau como Premio a la Trayectoria Cinematográfica; Juan Sanz – con el que nos reencontraremos apenas tres meses después de su paso por el Festival de Mérida – como Mejor Actor por Lo Mejor de Mí; la gran Elvira Mínguez como Mejor Actriz por Pudor; Ray Loriga como Mejor Director por Teresa, El Cuerpo de Cristo (si, a mi también me resultó raro pero entre que el rodaje fue en Extremadura, que Gasset defendió la peli en Días de Cine y que servidor no la ha visto, pues...); Verónica Sánchez como Actriz Joven del Cine Español; el actor natural de Montánchez Juan Margallo – por cierto, visto hace poco en La Soledad – como premio Uno de los Nuestros; Ramón Monedero como Mejor Crítico de Versión original y Luis Alegre, escritor, periodista, y co-director junto a David Trueba de ese estupendo documental, La Silla de Fernando, que recibe el San Pancracio Pasión por el cine.

David Trueba, antiguo premiado y viejo amigo de los cacereños, escribe en el Hoy “La asociación cultural Re-Bross son gente que mira el cine sin los prejuicios habituales, que es constructiva, capaz, entusiasta y discreta. Que hacen una labor ejemplar para traer el cine a esos sitios de España que viven bajo el apagón (...) En los corrillos del cine español todo el mundo sabe que el San Pancracio es el premio más prestigioso del país. La categoría se establece entre tener un San Pancracio o no tener un San Pancracio. Te lo dan cuando nadie te está mirando. No te arruina la carrera y haciendo honor al santo que lo patrocina te permite encadenar trabajos sin parar hasta que otros premios con más renombre echan a perder tu prestigio. Gracias Pancracios y apasionados del cine. Aquí un amigo."

Amén. Puedo suscribir plenamente todo lo anterior, en especial las dos primeras frases, que parecen escritas para nosotros mismos.

Solo me preocupa una cosa: que cuando subamos al escenario a recoger el Premio no pase como en la edición de 1999 y tengamos a un tipo disfrazado de San Pancracio con una máscara blanca detrás nuestro mientras hacemos el discurso. Miren esta foto con el ya desaparecido Fernando Turégano y no me digan que no parece una más que inquietante versión ultracatólica del Michael Myers de Halloween ¡si hasta parece que vaya a apuñalarle de un momento a otro!

Por cierto, la gala se retransmite (¡Cielo santo, en directo!) el sábado día 1 de marzo a partir de las 21:30 por Canal Extremadura así que los de la región y quizás los que tengais acceso a a través de Canal Satélite Digital a los canales autonómicos (buscad por el canal 301 o así) igual os echais unas risas cuando hagamos el ridiculo al recoger el San Pancracio.

lunes, febrero 04, 2008

GOYAS 2008: El Triunfo de La Soledad

Anoche tuve la sensación de que la Academia del Cine Español, que lleva desarrollando una línea bastante coherente en los últimos tiempos, había alcanzado la mayoría de edad. Creo que hace solo unos pocos años hubiera sido impensable que una pequeña gran película como La Soledad, que exalta valores como la exploración de nuevos lenguajes cinematográficos al servicio de historias tan sencillas como emocionantes, que proclama orgullosa su condición de película radical, diferente, alejada de todo tipo de formulismos, cuya idea del terror no es la de una película de género sino el miedo que nos atenaza a todos en nuestro devenir diario, pudiera imponerse como mejor película a un filme tan digno de alabarse como El Orfanato (que más allá de sus muchas virtudes como producto fílmico, ha cargado con el peso de ejercer de locomotora de nuestra maltrecha cuota de pantalla), la reconstrucción histórico emocional de las Trece Rosas e incluso la tradicional película costumbrista llena de aciertos que tan bien sabemos hacer por estos pagos representada Siete Mesas de Billar Francés.

Ahí es nada el puñetazo sobre la mesa que dio ayer un colectivo tan variopinto como el de nuestro cine al coronar un filme alabadísimo por la crítica más sesuda y cinéfila de este país, que se estrenó además en las peores fechas posibles – el 1 de junio del 2007 – y que como consecuencia tuvo una distribución limitadísima entre el público que afortunadamente ahora está siendo compensada por una segunda vida en DVD y, es de esperar, por el próximo reestreno de varias copias a lo largo del territorio español. Ayer vi La Soledad en la comodidad de mi casa, unas horas antes de iniciarse la ceremonia. Me conquistó su aparente sencillez, su capacidad de emocionarme, su infinita dureza, la sensación de desaforada tristeza que produce la contemplación de esos retazos de vida de esos seres que transitan por ella sobreviviendo como pueden a sus continuas trampas, a las dificultades, a sus pequeñas o grandes tragedias cotidianas. Eso por no mencionar el arriesgado y brillante ejercicio de dirección nada convencional que despliega su artífice, un Jaime Rosales que, lo reconozco, no me había convencido en su anterior y alabado filme Las Horas del Día. Pero La Soledad es otra cosa. Vaya sí lo es.

Recuerdo haber pensado de inmediato que era muy difícil, casi imposible, que una película tan radical como La Soledad ganara el Goya a la Mejor Película. Ya ven que paradoja, incluso un servidor también puede ser victima de los perjuicios por los que demasiado a menudo nos dejamos llevar en lo que al cine español se refiere. La Academia me sacó de mi falta de fe de un plumazo y demostró haber alcanzado una madurez impensable para sus múltiples detractores: supo coronar la obra más brillante de la cosecha del 2007 sin descuidar por ello un justo reconocimiento a la variedad de películas que, una vez más, poblaban las nominaciones. El Orfanato, con sus siete Goyas a cuestas, incluyendo dirección novel y guión original, no tiene demasiados motivos para la queja ya que cada galardón era recibido como una fiesta por sus más que satisfechos artífices, que saben de sobra que han hecho una película estupenda, clave para el cine español del 2007.

Películas en principio ninguneadas desde las nominaciones como Bajo Las Estrellas (Mejor Actor para San Juan y Mejor Guión Adaptado para Viscarret) y la gran [REC] (Mejor Montaje y Mejor Actriz Revelación para una feliz Manuela Velasco) tuvieron asimismo su justo reconocimiento. Incluso una peli tan atacada - no sé si justamente o no, ya que aun no la he visto - como Las 13 Rosas vio premiada con cuatro Goyas aspectos como La fotografía de Alcaine, la hermosa BSO de un emocionadísimo Roque Baños, su impecable vestuario y, sobre todo, en un Goya al Mejor Actor de Reparto que casi sonaba de Honor por los muchos servicios prestados, el silencioso pero siempre eficaz trabajo de un profesional como José Manuel Cervino.

Era una noche de reconocimientos de viejas deudas: nadie discutirá el acierto de premiar de una maldita vez a esa pedazo de actriz llamada Maribel Verdú con un Goya que se le resistía desde hacía demasiado tiempo y Siete Mesas de Billar Francés también le valió un Goya a la Mejor Actriz de Reparto a Amparo Baró, con lo que la estimable película de Gracia Querejeta obtenía asimismo su momento de gloria en la fiesta del cine español. Hasta fue acertado que la mejor canción fuera el bellísimo Fado de Saudade de la película de Carlos Saura.

Si a todo lo anterior le sumamos que, con los naturales altibajos, Corbacho estuvo a la altura del evento – por momentos, incluso brillante – y parece plenamente consolidado como nuestro Billy Cristal particular, que no hubo ni autobombo ni lamentos en el eficaz discurso de la Presidenta, que la polémica estuvo alejada de la gala más allá de un ácido comentario de Alberto San Juan sobre la deseable desaparición de la Conferencia Episcopal que a la luz de los últimos hechos suscribo plenamente y que, descontados los anuncios, la ceremonia fue razonablemente corta (apenas dos horas y media) creo poder afirmar que ayer disfrutamos de una de las galas más satisfactorias de los últimos años. Puede que, como jocosamente dijo Corbacho al inicio de la Ceremonia, la maltrecha cuota de pantalla del cine español necesite una subvención de 400 € a cada espectador que vaya a ver una película española, pero la Academia demostró ayer crecerse ante la adversidad y recordar de nuevo a los pájaros de mal agüero que el cine español es mucho, mucho más que frías cifras y datos de asistencia a las salas. Es una muy buena noticia.

viernes, febrero 01, 2008

DÉJATE CAER, La vida adulta acecha

El sevillano Jesús Ponce, autor de esa maravillosa película llamada 15 Días Contigo, y de un segundo filme de género, Skizo, que no he visto pero al que le cayeron en su momento no pocos palos, presenta ahora Déjate Caer, una comedia amarga alrededor del difícil tránsito a la edad adulta que encarnan una serie de jóvenes ya talluditos que poco a poco se van dando cuenta que eso de pasarse las horas muertas en una plaza bebiendo cerveza y comiendo palmeras de chocolate mientras reflexionan en voz alta sobre el sexo, el trabajo, las broncas familiares, su falta de perspectivas, en fin, sus miserias cotidianas no puede durar para siempre: ya sea porque aparece una novia en el horizonte que te obliga a replantearte tus prioridades, ya sea porque necesites independencia económica porque quieres evitar que tus padres te sigan tocando los cojones o porque hay que echar un par de ídems para conseguir a la moza que andas persiguiendo, el caso es que la vida adulta acecha a la vuelta de la esquina y no está para tonterías.

La peli de Jesús Ponce es difícil de clasificar. Por un lado posee una innegable gracia, fruto del buen oído de su director para los diálogos y las situaciones surrealistas y la vez sumamente familiares que se van desarrollando en pantalla. Por otro resulta tan voluntariamente localista – según ese viejo y muy respetable principio de tratar temas universales sin salir de tu propio barrio y de lo que mejor conoces – que su propuesta inequívocamente sevillana puede descolocar a más de uno. Al fin y al cabo, Déjate Caer se complace en perpetuar una serie de tópicos sobre los andaluces que no se yo hasta qué punto pueden ser reales o peor aún, puede provocar un cierto distanciamiento con los que vean el filme en, por ejemplo, el País Vasco o Asturias, que en virtud de ese localismo pueden cometer el error de concluir que los temas de esta película no van con ellos.

No se me escapa ni por un momento que el amargo retrato de estos tres tipos que en su vida han dado un palo al agua, que sueñan como todos nosotros con una vida mejor pero que no se mueven ni un ápice en la dirección necesaria para alcanzarla, rodeados por la falta no ya de perspectivas sino de imaginación para salir de su situación y en el fondo atrapados por el aburrimiento existencial, su tremenda soledad y su mutua dependencia es un cuadro nada localista que sin duda se repite en multitud de poblaciones españolas de hoy, algo que sin duda provoca no poco miedo. Desde ahí y pese a jugar la carta de la sonrisa cómplice, Ponce pone su película al servicio de un silencioso grito de alarma sobre una situación más frecuente de lo que pensamos.

También es verdad que la deriva de esa comedia que pretende funcionar por pura acumulación de frase divertida tras frase divertida alrededor de situaciones cotidianas fácilmente reconocibles (un poco en la línea de Tapas, por poner un ejemplo relativamente reciente) hacia temas mucho más serios como el forzado tránsito a la edad adulta que viven sus protagonistas en mi opinión no solo no acaba de cuajar en una propuesta redonda, sino que es puro desequilibrio. Déjate Caer es una montaña rusa en la que a ratos uno se lo pasa francamente bien con las cuitas de sus protagonistas – destaquemos, porque es de justicia, que Iván Massagué, Darío Paso y Juanfra Juárez están estupendos, además de muy bien acompañados por la natural Pilar Crespo y la deliciosa Ana Cuesta - y el innegable arte que tiene Jesús Ponce a ratos para arrancarte la sonrisa, pero también tiene multitud de situaciones dramáticas pésimamente resueltas, baches narrativos del tamaño de un camión y algún que otro exceso perfectamente prescindible que lastra el resultado final del filme con lo que éste se coloca bastante lejos de la brillantez de su excelente ópera prima.