lunes, abril 26, 2010

ALICIA Tim Burton en el Pais de las Maravillas

Resulta curioso y en mi experiencia bastante inusual que una película pueda resultar a un tiempo seductora e irritante, hipnótica y decepcionante, deslumbrante y fallida. Sin embargo uno se siente inclinado a afirmar que Tim Burton tiene el mérito – o la responsabilidad, según se mire – de haber conseguido todo eso a la vez en su esperada Alicia en el País de las Maravillas, enésima revisión del clásico de Lewis Carroll que uno sabe de antemano que tiene numerosos puntos de contacto con el amor por la fantasía, la anormalidad, los mundos mágicos que se ocultan más allá de éste con un punto tenebroso que tanto gustan al realizador de Burbank.

No es una novedad. Al fin y al cabo tras la maravillosa Big Fish, tanto Charlie y la Fábrica de Chocolate como Sweeney Todd son películas basadas en obras anteriores de otros autores en las que Burton encontró un vehículo ideal para desplegar su universo sin tener que hacer el duro esfuerzo de inventarlo de nuevo. Dicho de otro modo, su creatividad se halla hace tiempo al servicio de la reformulación de lo existente y es su talento el que le permite salir bien parado de unos trabajos en los que, por más que nos siga maravillando su personal forma de ilustrar historias, estamos lejos de poder sentirnos tan deslumbrados como lo fuimos en el pasado.


Su Alicia es la evolución lógica de esta trayectoria: nadie osaría poner en duda que el iconográfico mundo de Carroll es plenamente burtoniano y desde ahí el reto del realizador consistía en mi opinión en conseguir que su visión lo enriqueciera de alguna forma, que el rehacer una vez más la historia de la niña que cae por el agujero y descubre un mundo alternativo de maravillas y fantasía que tanto se asemeja a un sueño nos pareciera tan reconocible como nuevo, que consiguiera hacernos vibrar con un material tan proclive al claroscuro, al surrealismo, las dobles lecturas y las cargas de profundidad que en tantas obras posteriores ha influido. Pero Burton solo lo consigue a medias, o si se prefiere, de forma desigual.


La brillantez incuestionable a la hora de reflejar ese mundo – la película merece la pena verse aunque solo sea por el hecho del inmenso placer estético que supone redescubrir ese universo con los ojos de Burton – choca de frente con un guión timorato de Linda Woolverton que pese a una idea magnífica, que su Alicia no sea ya una niña sino una mujer casadera que no recuerda en absoluto sus primeras visitas a ese mundo y que vive la experiencia con una mezcla de incredulidad, escepticismo y lucha interior por recuperar esas sensaciones de la infancia a punto de desaparecer, se despeña en cuanto ésta se ve forzada a asumir un rol adulto de salvadora o mesías que para mi resulta incompatible con la magia perversa de Carroll: su Alicia era un personaje a la deriva en un mundo fantástico cuyas reglas, lecturas desviadas de su propia realidad, se esforzaba en comprender para sobrevivir mientras era arrastrada por la deriva de los acontecimientos.

La Alicia de Burton, por el contrario, toma las riendas y acaba convertida en improbable paladín con armadura, enfrentamiento con monstruo y batalla final incluida que emparenta a la película con otras conocidas obras recientes en una suerte de uniformidad indeseable del fantástico actual. Un peaje tal vez demasiado caro para que Burton consiguiera llevar a cabo su visión de la historia.


Porque, no nos engañemos, pese a todo lo dicho su Alicia es un verdadero festín visual repleto de momentos maravillosos. Burton aprovecha que iconografía y personajes nos resultan reconocibles pero a la vez nos provocan extrañeza porque la historia es muy distinta. Y ese extrañamiento corre paralelo al de la misma Alicia con lo que el juego cobra sentido: podemos dejarnos seducir por su brillante recreación de personajes estrafalarios y situaciones delirantes, por la sugerente música de Danny Elfman y la siempre apabullante puesta en escena, podemos meternos tan de lleno en ese fantástico mundo que por momentos lleguemos a olvidar todo reparo. O quizás no. Dependerá de cuánto quiera profundizar uno en la madriguera del conejo.



Este artículo se publicó el Lunes 26 de Abril en el Periódico Gratuito Voz Emérita

lunes, abril 05, 2010

EL ESCRITOR La Soledad del Escritor de Fondo

Sería interesante averiguar de donde viene la expresión “negro” que define a esas personas que escriben de forma anónima libros por encargo de otros que serán los que lo acaben firmando con su nombre. El equivalente en inglés de esa expresión tan políticamente incorrecta es “ghost writer” o sea, un escritor fantasma, título original y personaje alrededor del cual se urde la trama de la última película de Roman Polanski que en su versión española ha perdido tan sugerente calificativo para quedarse en ese aséptico El Escritor detrás del cual se esconde una de las películas más turbias y maliciosamente juguetonas de los últimos tiempos.

El negro en cuestión es un aplicado profesional, apolítico y discreto – nótese que ni siquiera llegaremos a conocer su nombre – al que le cae encima el regalito de pulir las memorias de Adam Lang, ex premier británico, entusiasta colaborador del amigo americano en la aventura de invadir Irak al que acusan públicamente ante el Tribunal de La Haya de haber colaborado en el secuestro ilegal y posterior entrega a la CIA de varios sospechosos de terrorismo que fueron después sometidos a torturas. Lang es un evidente trasunto de Tony Blair y el fino trabajo de Pierce Brosnan interpretándolo, huyendo de la caricatura y poniendo el acento en su incuestionable carisma, no deja mucho lugar para el equívoco.

Si a lo dicho sumamos que el antecesor del negro en el puesto murió en extrañas circunstancias y que todo lo que rodea tanto al manuscrito original como a la propia figura del político está envuelto en una red de sombríos intereses y ocultaciones de lo más malsana, estamos ante un terreno en el que Hitchcock sin duda se habría sentido a sus anchas. Más que nada porque en realidad lo que menos importancia tiene es el argumento, apenas un McGuffin de libro para desarrollar no ya un thriller político sino un drama acerca de la soledad y la traición disfrazado de tenso relato de suspense.


De hecho, no cabe duda que lo que más le interesa a Polanski es mostrar las relaciones entre los personajes que pueblan la historia y poner todo su talento al servicio de transmitirle al espectador esa atmósfera turbia, ese clima plagado de amenazas veladas y atrayentes enigmas de una ficción inquietante que tiene el atractivo añadido de hablar de intrigas e intereses que uno sabe reales: a nadie sorprenderá a estas alturas las revelaciones de la trama, algo que ya ocurría desde una óptica distinta en la reciente Green Zone: Distrito Protegido de Paul Greengrass.


La película es una impresionante exhibición del dominio que tiene Polanski de la puesta en escena y su capacidad para generar inquietud: solo hay que fijarse en su uso de tomas generales para integrar tanto el inhóspito paraje costero como esa peculiar casa donde se desarrolla la mayor parte de la trama cuyo diseño, por más ventanales y espacios abiertos que tenga, transmite una sensación de frialdad y aislamiento mayor que la de cualquier prisión, algo en lo que muchos verán un guiño a la propia situación personal del director, bajo arresto domiciliario en Suiza.

Polanski ha conseguido además reunir a un plantel extraordinario en el que todos cumplen a la perfección, desde ese atribulado y muy hitchcockiano escritor interpretado por Ewan Mc Gregor envuelto en una situación cada vez más angustiosa hasta ese político frustrado que añora los privilegios y el poder de su antiguo cargo que clava, insisto, un magnífico Pierce Brosnan, pasando por Kim Catrall – su asesora tiene el mezcla justa de seducción y eficiencia capaz de desatar algunos de los diálogos y situaciones más mordaces – y la verdadera estrella de la función, una Olivia Williams que consigue encajar a la perfección en su rol de primera dama el dolor y la soledad de una mujer abandonada junto a la mente preclara y ambiciosa que uno intuye necesaria detrás de cada gran político.

Es El Escritor una muy entretenida película que lleva en volandas al espectador en todo momento, atrapándolo con una lograda mezcla de poderío visual, malicia e inteligencia. Por cierto, presten atención al plano final del filme. Hace falta ser un genio como Polanski para acabar una película de forma semejante, con esa toma estática perfecta en su sencillez y en su capacidad de sugerencia.

Este artículo, levemente modificado, se publicó el lunes 04 de Abril en el periódico gratuito Voz Emérita

Días de cine: El escritor