Hay una clave, proporcionada por el mismo Paul Greengrass, que no hay que perder de vista a la hora de analizar su última película, Green Zone: Distrito Protegido, un tenso y adrenalítico thriller ambientado en la guerra de Irak El director opina que a raíz del descubrimiento de las manipulaciones cuando no engaños evidentes llevados a cabo por los dirigentes políticos para justificar la intervención militar, el desinterés generacional sobre este asunto es tan grande que es necesario hacer películas que, utilizando un lenguaje cinematográfico familiar con el que puedan conectar, haga cuestionarse a los jóvenes determinadas cosas a la hora de salir del cine además de disfrutar de una buena película de acción. Intenta así Greengrass juntar en este extraño híbrido las dos vertientes de su filmografía, la que se interesa en cuestiones políticas para realizar estremecedoras reconstrucciones de hechos históricos traumáticos con un estilo verista casi documental (Bloody Sunday y United 93) y la que aprovecha su innegable habilidad detrás de la cámara para conseguir modélicas películas de acción que han actualizado el género (El Mito y El Ultimátum de Bourne)
Green Zone arranca cuando el ejército norteamericano se hallaba inmerso en una carrera contrarreloj al comienzo de su ocupación en Irak: localizar las famosas armas de destrucción masiva que se habían usado como excusa para llevar a cabo la intervención militar. Su protagonista, el alférez Roy Miller – un ajustado Matt Damon - es uno de esos aplicados profesionales que, cansado de fracasar una y otra vez en sus intentos por localizar dichas armas y empezando a cuestionarse sobre la fiabilidad de la información que les suministra inteligencia, comienza a plantearse la mejor forma de encontrar la verdad en el entramado de mentiras que le rodea, lo que acerca la película a las tramas conspiratorias que ya denunciaba Ridley Scott en Red de Mentiras.
Pero con cada paso que da se ve cada vez más obligado a rebelarse contra el sistema, desobedecer órdenes y montárselo por su cuenta con la ayuda de un agente de la CIA experto en Oriente Medio y un iraquí contrario al régimen depuesto que cree que ayudará mejor a su país colaborando con los americanos. A diferencia de En Tierra Hostil, estamos en los prolegómenos de esa guerra sucia de resistencia a través del terror de las bombas, en el momento clave en el que, llevados por otros intereses, la administración norteamericana cometerá el error gravísimo de desbandar al vencido ejército iraquí, eliminando de un plumazo a la única institución que podía haber ayudado a estabilizar el país en su transición (¿Que creen ustedes que hicieron todos esos soldados y funcionarios una vez expulsados de su medio de subsistencia? Exacto: eso mismo que están pensando) y convocando el caos que aun perdura hoy en día. Toda la trama que rodea al General Al Rawi - al que por cierto interpreta Yigal Naor, el mismo actor que hizo del mismisimo Saddam Hussein en la interesante miniserie de Tv House of Saddam - gira alrededor de este error no demasiado conocido para el gran público.
Greengrass es consciente que Irak es un conflicto incómodo, que las películas que hasta ahora se han ambientado allí han supuesto rotundos fracasos económicos que no han hecho justicia a la notable calidad de algunas de ellas y desde ahí entiende que la mejor forma de acercarse a su objetivo de clarificar conceptos es abonar su trepidante relato de acción magníficamente rodado con una trama reduccionista y a menudo sonrojante en su simpleza cuyo centro es ese héroe intachable que fiel a sus principios es capaz de discernir lo correcto de lo injusto y llegar hasta donde sea necesario para revelar la verdad, encarnando ese concepto tan americano del individuo contra el sistema que permite descansar las conciencias sabiendo que siempre habrá alguien que encarne sus mejores valores y luche por ellos.
¿Son las buenas intenciones de Greengrass suficientes? Lo dudo: Green Zone no acaba de funcionar del todo ni cómo thriller de acción – pese a que es innegable que está hecha con el nervio y sentido del ritmo que caracterizan a su director – ni como película de denuncia política – su maniqueísmo, su simpleza de conceptos, aun proporcionando ideas interesantes a los más desinformados, lastra su credibilidad – por lo que aun siendo un producto muy digno y entretenido desde luego no ofrece lecturas novedosas ni arroja demasiada luz sobre las sombras de ese conflicto. La simplificación nunca es aconsejable si se pretende reflejar una realidad tan compleja y abstracta. Si quieren tener una mejor visión de conjunto les aconsejo que revisen la estimable Leones Por Corderos o a la magnífica Syriana. Green Zone es otra cosa.
Este artículo, levemente modificado, aparecerá en el periódico gratuito Voz Emérita el lunes 15 de Marzo
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