viernes, octubre 22, 2010

LA RED SOCIAL La paradoja implacable

“La combinación de talentos entre Aaron Sorkin, posiblemente el mejor dialoguista del mundo, y David Fincher manejando la cámara y el montaje de forma impecable incluso en una obra a priori sencilla como ésta, convierten LA RED SOCIAL en una de las películas más interesantes del año. ¡Y como está ese reparto liderado por un gran Jesse Eisenberg! El proceso del nacimiento de Facebook da para pensar un rato...” ¿Saben lo que es este sucinto resumen de mi opinión de la película que voy a desarrollar en los siguientes párrafos? Muy sencillo: es lo que escribí en mi estado de Facebook un rato después de salir del cine. Aun a riesgo de que no tengan demasiado interés en seguir leyendo, dado que mi opinión sobre la película ha quedado suficientemente clara en esas pocas líneas, he creído necesario empezar de esta forma mi crítica de la película para subrayar con ese acto algo evidente: el simple hecho de que tan solo seis años después del nacimiento de Facebook exista una película que narre de forma tan brillante la turbulenta historia de sus creadores no es sino la prueba palpable de la cada vez más creciente importancia de las redes sociales ocupan en nuestras vidas.


La primera escena resulta fundamental para entender la terrible paradoja sobre la que se asienta toda la elaborada propuesta creada por Fincher y Sorkin. En ella vemos al joven Mark Zuckenberg charlando con su chica una noche de copas y rápidamente nos quedan claras un par de cosas: uno, Mark es un tipo brillante, uno de esos jóvenes cuya ambición se corresponde en justa medida con su talento y con unas ansias tremendas de pertenecer a ese concepto difuso de la élite, incluso dentro de una universidad tan exclusiva de por sí como Harvard. Dos, Mark es un completo gilipollas, incapaz de empatizar lo más mínimo con la chica que se supone que le importa, a la que pierde de forma irremisible sin que sepa explicar por qué. Sobre esa incapacidad para relacionarse con el otro - que por otro lado es extensiva a todo su entorno - mezclada a partes iguales con unas buenas dosis de rencor y determinación, comienza a fraguarse la idea que con el tiempo dará lugar a la más innovadora herramienta para relacionarse que existe en lo que llevamos de siglo.

Sobre esa poderosa y un tanto inexplicable paradoja, sorteando los tópicos del friki en realidad no tan desconectado del mundo por su inteligencia y el gilipollas que no lo es del todo por más que se empeñe a lo largo y ancho del filme en demostrarnos lo contrario, se mueve como un tiburón oliendo sangre la poderosa pluma de Aaron Sorkin para construir una sólida historia de ambición, traición y desolación con una atrayente estructura narrativa que mezcla de forma impecable un pasado y un presente que progresan de forma paralela, trufarla de esos inconfundibles diálogos repletos de ritmo, inteligencia y un saludable cinismo que son la marca personal del autor de la magnífica El Ala Oeste de la Casa Blanca y acaba por componer un interesante retrato, mucho menos implacable de lo que cabría esperar, de un personaje tan esquivo como ese tal Zuckerberg al que uno no acaba de pillarle las vueltas por la imposibilidad de comprender del todo lo que verdaderamente motiva sus actos: ni el éxito, ni el dinero, ni tan siquiera el poder que le permitiría franquear las puertas de esa élite a la que quiso pertenecer son claves a las que aferrarse para explicar por completo a esta especie de precoz Ciudadano Kane al borde del Asperger, en cuya esquiva personalidad – que borda un Jesse Eisenberg de lo más eficaz, uno de esos tipos que tiene el don de hacer que parezcan fáciles las cosas más complejas – reside uno de los atractivos de la película.


¿Y Fincher? Pues como ya hizo en Zodiac, Fincher se aplica en encontrar el lenguaje visual más adecuado para plasmar en pantalla el preciso retrato de una época – la nuestra, por cierto – que es caldo de cultivo para egoísmos desenfrenados, arribismos repletos de resentimiento y valores de lo más cuestionables. Con un montaje asombroso y un envidiable dominio de la puesta en escena y el ritmo, Fincher ha conseguido una obra sobre la que merece la pena reflexionar despacio, porque va mucho más allá de una simple crónica del nacimiento de Facebook: desconexión y alienación social del tipo que, paradojas de la vida, más ha contribuido a sentirnos conectados. Que no equivale necesariamente a saber conectarnos mejor con el otro.


Este artículo se publicará en el Periódico Voz Emérita el próximo Lunes 25 de Octubre


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