martes, octubre 26, 2010

SEMINCI 2010 J03 La Mision del Director de RRHH Cyrus El Origen de un Grito



LA MISION DEL DIRECTOR DE RECURSOS HUMANOS, Vida a partir de la Muerte

¿Hay en estos tiempos de crisis un trabajo más impopular que el director de Recursos Humanos de cualquier empresa? Pues eso no parece preocupar mucho a Eran Riklis, director de la estupenda Los Limoneros, ya que en su última película obliga al espectador a identificarse con alguien que desempeña precisamente ese cargo en una importante panadería israelí – segunda vez en dos días que dicho negocio aparece en la Sección Oficial tras la danesa Una Familia, por cierto – aunque es de justicia decir que al tipo, separado de su mujer y más distanciado de lo que le gustaría de su hija, no es que le encante su trabajo. La cosa se complica cuando en un atentado terrorista fallece Yulia, una empleada de la panadería inmigrante rumana cuyo cuerpo nadie reclama, un diario acusa a la empresa de deshumanización en el trato e indiferencia, lo que obliga a nuestro protagonista a un peculiar trabajo detectivesco inicial y un proceso de lavado de imagen de la empresa después que por diversas circunstancias acabarán embarcándole en un viaje para devolver sus restos a Rumanía.

Eran Riklis construye así una peculiar road movie con muchos de los tópicos asociados al género pero desbordante de humanidad gracias a la evolución de la mirada de ese director de recursos humanos – estupendo Mark Ivanir - que inicialmente solo quiere deshacerse del ataúd lo antes posible para volver a casa y que según se va complicando la peripecia por tierras rumanas adquiere un compromiso personal con su misión que le permite en cierta forma redescubrirse a si mismo. El puntual sentido del humor algo absurdo que ribetea la película con el estrafalario y divertido personaje de la cónsul israelí en Rumanía o el delirante episodio del bunker militar que encuentran por el camino hacen que la propuesta, nominada por la Academia Israelí para el Oscar este año, resulte irresistiblemente simpática para el espectador. Puede que no sea una mirada tan política y comprometida a los conflictos de Israel como La Novia Siria o Los Limoneros, pero no cabe duda que Eran Riklis se acerca a otro análisis de la psicología israelí en lo que a su relación con los extranjeros se refiere que resulta sumamente interesante. Una película amable pero más profunda de lo que podría parecer a simple vista y cuya atractiva mezcla de géneros consigue enganchar al espectador.



CYRUS, Actores en estado de gracia

John, un divorciado cuya ex-mujer está a punto de casarse de nuevo, está atravesando una mala racha. En una fiesta a la que es arrastrado por su ex conoce a Molly, una mujer hermosa y divertida y en una de esas extrañas alineaciones de planetas que casi nunca ocurren, se gustan y conectan a la perfección. Tanto que John, que no termina de creerse la suerte que tiene, está más que dispuesto a embarcarse por completo en la relación. Pero la historia se complica cuando conoce a Cyrus, el obeso hijo de 22 años de Molly que tiene una relación tan cercana y obsesiva con su madre que más allá de las apariencias intentará hacer todo lo posible para que John se aleje de ella, lo que llevará a una inevitable guerra en la que obviamente John tiene todas las de perder. Este argumento tan propio de una comedia romántica al uso se convierte de la mano de los hermanos Duplass en una entretenida película cuyo valor más seguro es un excelente trabajo de todos y cada uno de los miembros de su reparto, que le confieren una enorme credibilidad.



Así, ese extraño triángulo amoroso formado por John C. Reilly, magnífico en su papel de perdedor que ve la luz de la esperanza al final del túnel y que hará lo que sea para no perderla, una Marisa Tomei que con cada nueva película que hace sigue creciendo como actriz y que disfruta de una esplendida madurez tanto física como interpretativa y ese cabroncete de hijo al que da cuerpo (nunca mejor dicho) ese excelente comediante llamado Jonah Hill forjado en la factoría de Judd Apatow (¿recuerdan al gordo amigo de Michael Cera en Supersalidos?) alcanza momentos de gran comicidad y humanidad mientras se desarrolla una lucha soterrada que resultará familiar para cualquiera que haya tenido una relación con alguien que tenga hijos ya creciditos de su anterior pareja. Aunque es cierto que aquí resulta algo más desmedida de lo habitual.

Cyrus es una obra inteligente en su construcción y desarrollo, bien dialogada, previsible en cierta forma y complaciente en su tramo final – claro que era eso o convertirlo en una tragedia griega con sangre y algún asesinato de por medio – pero que resulta sumamente divertida especialmente en su tramo inicial cuando John y Molly van desarrollando su relación y según ves venir a esa enorme fuente de problemas que es Cyrus. Si a la mezcla sumamos a la siempre efectiva Catherine Keener y una puesta en escena que remite de forma evidente a los códigos visuales del cine indie aunque en rigor de eso tenga más bien poco, el resultado es una película que se deja ver con agrado y una sonrisa permanente, con un humor a medio camino entre Woody Allen y el propio Judd Appatow, que mira a las relaciones personales con una mezcla de patetismo y ternura por la que resulta sencillo dejarse seducir.



EL ORIGEN DE UN GRITO Padres e Hijos

Una película que se inicia con una terrorífica y perturbadora secuencia en off en la que somos testigos impotentes de unos abusos sexuales a un niño de pocos años y en la que a los diez minutos de película un viudo destrozado por el dolor desentierra a su esposa recién fallecida para iniciar con su cadáver un viaje al parecer a ninguna parte por moteles de todo el país prometía emociones fuertes. Sin embargo la película del canadiense Romain Aubert se va rapidamente por otros caminos igual de pedregosos pero menos sórdidos: las siempre difíciles relaciones entre padres e hijos. Y es que la desaparición del viudo con el cadáver hace que por encargo de la sección femenina de la familia el padre de éste, un jubilado con bastante mala leche de vuelta de todo que es todo un personaje, y su nieto e hijo del desaparecido, un tipo cargado de rabia y violencia – la victima de los abusos sexuales de la primera escena – se embarquen en un viaje siguiendo los pasos de éste por todo tipo de moteles decrépitos, carreteras secundarias y pueblos dejados de la mano de dios, una suerte de road movie en la que abuelo y nieto estarán condenados a entenderse y en cierta forma redescubrirse.


Hay elementos muy interesantes en la película de Aubert, algunos francamente bien desarrollados a través de las relaciones que se establecen entre esas tres generaciones de borrachos, pendencieros y balas perdidas, padres que transmiten sus valores y al mismo tiempo sus defectos a unos hijos que constantemente tratan de rehuir el convertirse en la imagen de los mismos pero que buscan al tiempo su comprensión y aprobación. Aunque empieza de una forma algo deslavazada, la película gana enteros según va desarrollando de forma paralela el viaje del viudo con la búsqueda del mismo por parte de ese inefable abuelo – de lejos, lo mejor del filme – y el hijo perdido que tendrá ocasión a lo largo del itinerario de resolver cuentas pendientes.

Es una verdadera lástima que la película se alargue de forma interminable en su tramo final, subrayando de forma innecesaria cosas que ya habían quedado lo suficientemente claras para el espectador y que la extraña poética que a veces consigue Aubert se convierta por reiteración en blandenguería porque si nos hubiera ahorrado esa desacertadísima media hora final estaríamos hablando de una película muy notable. Pero ya se sabe que uno de los grandes males del cine de nuestro tiempo es no saber cómo cortar a tiempo o resolver a la altura de las expectativas iniciales creadas.

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