miércoles, octubre 13, 2010

SITGES 2010 J04 I Want to be a Soldier, 13 Asesinos, 14 Blades, Stake Land

I WANT TO BE A SOLDIER, Vergonzoso panfleto

Si existiera en Sitges algo así como un buzón de reclamaciones dirigido a los programadores, tengo la certeza que esta mañana un buen puñado de nosotros habríamos hecho buen uso de él: con la inacabable y variada oferta de títulos que hay en las Secciones Oficiales – sí, en plural, es que hay más de una – parece una broma pesada que el día que más nos han hecho madrugar para asistir a un pase de prensa haya sido para ver algo tan abominable y moralizante como I Want To Be a Soldier, tercera película perpetrada –el adjetivo dirigida le queda sin duda demasiado grande – por Christian Molina, aquel lumbrera que ya nos martirizó hace unos años con la horrenda Rojo Sangre y su aburridísima adaptación de Diario de una Ninfómana y que ahora nos alerta, cielo santo, sobre los peligros de dejar a nuestros niños expuestos sin control a las violentas influencias de la televisión y los videojuegos, presentándonos a un tierno infante de nueve años de lo más normal y feliz de la vida con sus estupendos padres que un día cometen el gravísimo error de ponerle una tele en su cuarto, con lo que el niño se empapa en los telediarios y documentales – como todo el mundo sabe, los niños quieren una tele en su cuarto precisamente para encerrarse a ver telediarios y documentales – de las diversas guerras que hay en el mundo y a base de deglutir imágenes violentas pasa de desear ser de mayor astronauta a soldado profesional, decorar su cuarto con banderas neonazis (se lo juro) y por supuesto, convertirse en un pequeño hijodeputa gamberro y violento en el colegio, donde hace la vida imposible a profesores y compañeros entrando en una espiral de violencia imparable.


Miren ustedes, esta es una de esas películas bienintencionadas que pretende denunciar un tema – el escaso control sobre los contenidos y lo que los niños ven en televisión y su impacto en el supuesto crecimiento de la violencia infantil – y lo hace de forma tan chapucera, panfletaria y moralista que dan ganas de coger a tu hijo de ocho años y meterle las seis partes de Saw seguidas. Quien más quien menos todos nos hemos criado viendo violencia a granel en televisión y no vamos por ahí con semiautomáticas por la calle, invadiendo países de Oriente Medio o vistiendo uniformes de camuflaje en el trabajo. La película es de un maniqueo y un simplismo sonrojantes, causa perplejidad su insólita presencia en Sitges e indignación absoluta que fuera el primer pase de prensa (en mi caso particular el único) de hoy. La anecdótica presencia de actores como Ben Temple haciendo lo que puede – en un doble papel de amigos imaginarios del chaval, agárrense: un astronauta más bueno que el pan al que dan ganas de darle un buen par de hostias para que se espabile y un sargento con más mala leche que Robert Lee Emery en La Naranja Mecánica al que dan ganas de fusilar varias veces más que por reaccionario por pesado – , Robert Englund soltando perogrulladas seudo psicológicas como psicológo del colegio y Danny Glover paseandose por allí como despistado director del colegio no consiguen evitar que este engendro sea una de esas películas que se deberían quemar directamente por la posibilidad de que provoque un efecto contrario al que pretende. Que a estas alturas no estamos ya para según qué gilipolleces.



13 ASSASSINS, Takashi Miike versiona libremente a Kurosawa

Otra cosa no, pero hay que reconocer que Takashi Miike los tiene cuadrados. Posiblemente uno de los directores más prolíficos e irregulares de la faz de la tierra, un tipo capaz de rodar varias películas al año y que se ha permitido el lujo este mismo año de hacer doblete tanto en Sitges como en Venecia con dos películas imposibles de creer que hayan sido realizadas por el mismo sujeto, la delirante Zebraman 2 y esta 13 Asesinos que nos ocupa, alguien capaz de crear la brillante Ichi the Killer y helarnos la sangre con Audition a la vez que pare un bodrio tras otro en tres de cada cuatro películas, va el tío y se saca de la manga un remake de una película de samuráis en la época del Japón feudal que hizo Eichi Kudo en 1963 y que no era sino una versión muy libre de la emblemática Los Siete Samuráis de Kurosawa, posiblemente surgida a la sombra de ésta. Vale que el argumento no es exactamente el mismo – aquí los 13 asesinos del título son samuráis sin amo a los que le encargan cargarse a un posible sucesor del Shogun que traería la guerra y desgracias varias en lugar de defender un poblado… pero el lugar donde llevan a cabo su plan es… lo han adivinado: un poblado – pero las similitudes resultan tan evidentes y a la vez la película se aleja tanto de la obra maestra de Kurosawa, sin que por ello deje de resultar una propuesta interesante, que uno no puede hacer otra cosa que quitarse el sombrero ante la libérrima desfachatez de este sujeto.


Y es que 13 Asesinos es una película muy controlada, que durante su primera hora desarrolla con el tempo lento y la puesta en escena estática típica de este cine la presentación de los distintos personajes, las intrigas políticas de la época, las razones por las que estos samuráis deciden rebelarse ante las injusticias flagrantes del que no deja de ser en cierta forma su señor – con las terribles consecuencias que eso implica, como sabe cualquiera que conozca algo de sus costumbres – y los preparativos de la sangrienta batalla que luego se desarrollará, con un estilo visual bien distinto, durante la segunda hora del filme. Miike demuestra conocer bien a los clásicos y se fija en ellos sobre todo en el primer tramo para darle a su película una solidez narrativa que nadie que esté familiarizado solo con los delirios lisérgicos que invaden a menudo su filmografía le creería capaz de conseguir. Y además ofrece apuntes interesantes, como el de ese samurai que siguiendo su código de honor decide quedarse junto a su señor aunque sea consciente de que está sirviendo a un monstruo, consiguiendo así una relectura de esa amistad/odio que obligaba al inevitable enfrentamiento que tan bien manejaba Sam Peckinpah con los principales protagonistas de Grupo Salvaje o de Pat Garrett and Billy the Kid. Incluso hay un personaje, el bandido al que los samuráis liberan de su trampa en el camino y que acaba uniéndose a ellos que recuerda vagamente el rol de Toshiro Mifune en la película de Kurosawa, sentido del humor descacharrante incluido. Cierto que la película se le va un poco de las manos en la segunda parte, con esa batalla interminable en inferioridad de condiciones de los 13 Samurais contra el ejército del villano en ese pueblo (como no) embarrado y con un duelo final alargado en exceso, pero también es verdad que la película, con sus defectos, resulta un homenaje de lo más correcto a ese cine de samuráis que muchos llevamos bien metidos dentro de nuestra cinefilia. Eso hace que merezca la pena prestarle cierta atención. Además, que demonios: es de lo más entretenida.


14 BLADES, Un Wuxia despendolado

Les juro que ha sido una absoluta casualidad cronológica que tras comentarles 13 Asesino pase a hablarles de 14 Blades, o sea, 14 Filos. Bueno, absoluta no porque me he ahorrado comentarles la enésima tomadura de pelo, ahora en 3D, del jeta de Takashi Shimizu, ese que ha rodado entre sus versiones japonesas y americanas unas seis veces La Maldición, que nos ha castigado con la confusa The Shock Labyrinth, a la que no dedicaré una sola línea por la sencilla razón de que no se lo merece. Pues el caso es que hacía tiempo que tenía yo ganas de disfrutar de las esencias de un wuxia reciente, ya saben, ese género tan adorado en Hong Kong y China en el que épicos guerreros que pegan saltos imposibles, se pelean en complicadísimas coreografías que incluyen todo tipo de artes marciales y diversas armas cuerpo a cuerpo y que aquí en occidente solo conocemos por aquella estupenda Tigre y Dragón que hizo Ang Lee y cuya belleza y capacidad de emocionar el chino Zhang Yimou nunca ha conseguido superar a pesar de sus tres notables intentos estrenados entre nosotros: Heroe, La Casa de las Dagas Voladoras y La Maldición de la Flor Dorada. Me apetecía ver qué se cuece en este momento en el lugar de nacimiento del género.


Daniel Lee, el realizador de esta cinta protagonizada la estrella del género omnipresente este año en Sitges Donnie Yen (nada menos que un hat trick se ha marcado el colega entre ésta, Ip Man 2 y la esperada Bodyguards & Assasins todas ellas presentes en la programación de este año) se ha fijado en un hecho poco conocido de la historia de china, los Jinywei, una especie de servicio secreto del emperador formado por huerfanos y sicarios de obediencia ciega al emperador, para desarrollar una historia en realidad bastante simple de traiciones, venganzas y complots políticos que sirve como vehículo para el lucimiento de su protagonista principal, Quinlong, traicionado jefe de estos Jinywei que victima de una conspiración tendrá que enfrentarse a sus antiguos subordinados para demostrar su inocencia y salvar de paso al país de una rebelión política que, como siempre en las películas chinas, llevaría el país al desastre: ya se sabe que China siempre ha de estar unida y bien unida, ya sea bajo el Emperador o el régimen comunista, que a estos efectos es básicamente lo mismo.


La trama es mínima, aunque al principio pueda uno perderse un poco entre tanto nombre y reino perdido. Pero lo que importa no es otra cosa que la acción pura y dura y la verdad es que ahí no hay mucha queja. 14 Blades es una película desprejuiciada, despendolada y por momentos insensata en la que uno ha de olvidarse, como corresponde a los cánones del género, de las leyes de la física en general y de la gravedad en particular - no digamos ya de las más elementales reglas de la lógica - y disfrutar de Donnie Yen haciendo de chulazo prepotente y divertido o de la morbosa Kate Tsui haciendo de una antagonista con más peligro que Kitano en una película de Yakuzas. Las secuencias de acción, coreografiadas con sentido del espectáculo, resultan entretenidas aunque acaben por causar, como suele pasar, cierto hartazgo. Pero la peli tiene su punto, incluso aunque estomague un poco el sentimentalismo que va tiñendo el filme mientras toma cuerpo la imposible historia de amor entre sus dos protagonistas. Tan entretenida como cansina e intrascendente.

STAKE BLADE, De vuelta a La Carretera.

La propuesta más interesante del día fue sin embargo la sorprendente Stake Blade, segunda película de un tal Jim Mickle que con un presupuesto de cine independiente que luce en pantalla como si fuera veinte veces superior y actores completamente desconocidos – con la excepción de un regreso sorprendente que comentaré más tarde – ha conseguido una película sobria, efectiva y original partiendo de elementos sobradamente conocidos por el género, a saber: una América apocalíptica arrasada por una pandemia bacteriológica que ha acabado dando lugar a multitud de vampiros, que sin embargo más que como vampiros se comportan de una forma animalesca, como si fueran zombis; un mundo sin esperanza en el que nuevas formas de religión como perversiones extrañas del cristianismo evangélico empiezan a tomar el poder, canibalismo por doquier como forma de supervivencia y escasez generalizada tanto de refugios seguros como de alimentos. En medio de este paraje desolado, cruce entre Soy Leyenda y sobre todo La Carretera, en especial en su visión casi desesperada de la existencia, un hombre que se dedica a cazar vampiros como medio de subsistencia adopta a un adolescente como ayudante después de que éste se quede sin familia y ambos se lanzan a recorrer la América profunda en busca de un improbable Nuevo Edén al norte del país.


Lo interesante de Stake Land es su solidez narrativa. Jim Mickle tiene bastante claro como mezclar los reconocibles elementos que tiene a su disposición para conseguir que la propuesta funcione a varios niveles: ya sea en su afinada descripción del paraje apocalíptico, su denuncia de los fundamentalismos religiosos que no dudan en utilizar cualquier estrategia a su alcance (vampiros incluidos como arma bacteriológica) para hacerse con el poder, las relaciones entre los personajes y su progresión dramática – a los dos protagonistas se unen una monja rescatada de un intento de violación (¡Nada más y nada menos que una casi irreconocible Nelly McGillis, la protagonista de Top Gun o Único Testigo!) una joven embarazada y un ex marine desposeído - o aprovechando los espacios abiertos, abandonados, desolados, como inevitables fuentes de peligro constante, desarrollando el imprescindible sentido de la supervivencia clave en el género. Además hay un toque de horror a lo American Gothic, cierto sentido del humor a costa del personaje de Mister, por momentos un trasunto de Chuck Norris metido a cazavampiros, denuncia política y una gran habilidad por parte del realizador para hacer de lo más creíble ese costumbrismo del superviviente, esa atmósfera podrida, malsana, opresiva en la que no queda otra que apretar los dientes y salir adelante como sea. Cierto que hay alguna concesión a la esperanza en el tramo final que hace que la propuesta no sea del todo coherente con la desolación que plantea pero imagino que el tal Mickle debe haber pensado “Ey ¿Quién soy yo para llevarle la contraria en este campo al mismísimo Cormac McCarthy?” Pues eso.

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