Pero habrá que dar una oportunidad al certamen, esperar que pasen un par de días y que todo se asiente un poco. Vayamos con el cine que es lo que verdaderamente importa: la película de inauguración, Capitán Abu Raed, tenía de entrada un par de cosas que la hacían cuanto menos curiosa: un Premio del Público del pasado Festival de Sundance y ser la primera película producida en Jordania en los últimos 50 años, más o menos. Cuenta la historia de un viudo, limpiador en el aeropuerto de Ammán, que un buen día rescata una gorra de piloto de la basura y vuelve a su humilde casa en uno de los barrios más pobres de la ciudad con la gorra puesta. Inmediatamente es tomado por un piloto por uno de los chavales del barrio, que pese a las negativas del viejo, hace correr la voz y al cabo de unos días, decenas de niños se agolpan a las puertas del hombre para que este les cuente las aventuras de sus viajes por el mundo. El viejo accede y se gana su confianza inventando historias y estimulando la capacidad de soñar de los chavales, incluso de aquellos como el hijo maltratado de la familia desestructurada que vive en la casa de enfrente de su hogar, conocedor de la verdad.
Lo primero que me pasó por la cabeza mientras veía Capitán Abu Raed es que nuestro Antonio Mercero había cruzado fronteras e inspirado a Armin Matalqa, director formado en los USA de esta sencilla película repleta de buenas intenciones meloso sentimentalismo y buen rollito general. Es más, por momentos aquello se asemeja demasiado a Verano Azul con un Chanquete jordano de protagonista y hasta un Piraña entre el reparto de crios que aprenderán a su lado. Todo en Capitán Abu Raed es previsible, y todo está trufado de tanta sensiblería, tanto deseo de agradar al público occidental con su exotismo y sus denuncias del maltrato de género que ante las posibilidades de criticarla que se abren al cronista, uno se siente poco más o menos que como un cazador ante la perspectiva de pegarle un tiro a una vaca: resultaría tan fácil que no merece la pena.
Mucho menos seductora e interesante que Caramel y muchísimo menos inteligente y divertida que la estupenda La Banda nos Visita que disfrutamos el año pasado, Capitán Abu Raed se queda en poco más que un ejercicio de cine bienintencionado y facilón – eso que los americanos denominan una feel-good movie, de la que sales reconfortado por la plena identificación con sus habitualmente beatificos personajes o por no ser un cabronazo maltratador – en el que, eso sí, conviene destacar el buen trabajo de interpretación de su protagonista Nadim Sawalha y la extraordinaria belleza de una actriz que interpreta a una piloto que cumplidos los 30 pasa de las imposiciones de su adinerada familia para que se case de una vez y solo encuentra comprensión en la sabiduría del viejo Abu Raed, una historia anodina y algo metida con calzador en la película pero que al menos sirve para, con su sola presencia en pantalla, evitar que el espectador se duerma. Esta tal Rana Sultan – asi se llama la susodicha – es de lejos el anfibio más hermoso que he visto en mi vida. Ah, una cosa más: Capitan Abu Raed es la representante Jordana a los Oscar de este año. No se extrañen si consigue una nominación: su combinación de niños, sensiblería y mensaje buenrollista estilo Los Chicos del Coro es de las que hacen furor entre los académicos.
A pesar de que su título hacía temer lo peor, lo cierto es que Los Momentos Eternos de Maria Larsson, la primera propuesta a concurso de la Sección Oficial, ha resultado ser una película magnífica y ha puesto el nivel de exigencia de este año muy alto. Ambientada a principios del siglo XX, al parecer esta película se inspira en parte en la vida de la abuela de la esposa de su director, el sueco Jan Troell, y cuenta la historia de una familia muy humilde compuesta por la María del título, una mujer trabajadora e inteligente, su marido Sigge, un patán bebedor y ligeramente libertino que se dedica con fruición a hacerle un hijo tras otro y la numerosa prole que acaban reuniendo. La debilidad por la bebida y la falta de luces de Sigge chocan con la sensibilidad de una mujer que descubre la forma de sobrellevar su sombrío matrimonio gracias a su inesperada habilidad con la fotografía: una vieja cámara que en un principio pretendía empeñar para salir del paso en un momento bajo y que se convierte en una especie de instrumento mágico con el que escapar de la fealdad de su mundo cotidiano y descubrir cómo retratar la belleza del mundo.
No tengo empacho alguno en reconocer que desconozco la obra de Jan Troell, realizador de 77 años que al parecer tiene un par de obras magníficas en su filmografía: Los Emigrantes (de 1971, al año que yo nací) y La Nueva Tierra (1973) Lo que si les puedo asegurar es que la película que vi ayer es una maravilla: narrada a la forma clásica, con un ritmo cadencioso pero nunca aburrido y sorteando los peligros de un inicio algo dickensiano que puede hacernos creer de forma erronea que estamos ante otro relato de la miseria tipo Las Cenizas de Angela, Los Momentos Eternos de Maria Larsson es una película inteligente que sabe como construir sus personajes desde el respeto y el cariño, dotándoles de una autenticidad de lo más estimable que hacen que uno se embarque plenamente con ellos y su peripecia vital. Sin duda que cualquier amante del cine y del uso de la imagen como forma de retratar la realidad puede conmoverse con la forma en la que la película cuenta como el arte de la fotografía puede ayudar a descubrir sensibilidades ocultas y a sobrellevar las miserias del día a día, generando las siempre necesarias ilusiones por vanas que éstas puedan ser.
El trabajo de su protagonista femenina Maria Heiskanen es desde ya una candidatura muy seria a premio de interpretación. Y muy dificil lo van a tener el resto de películas de la Sección Oficial para superar el trabajo de Mischa Gavrjusjov y el propio Jan Toell: parece una obviedad en una película en la que la fotografía es en si uno de los elementos más importantes sobre los que gira la película, pero lo cierto es que la iluminación y el retrato de aquella época y esos personajes en la fotografía de esta película es simplemente portentoso.La jornada de ayer se cerró con una película de Punto de Encuentro, la israelí Noodle, que tiene un interesante punto de partida ¿Qué pasa si un día tu asistente china se va de tu casa y te deja allí a su niño de seis años que no habla una palabra de tu idioma para no volver a aparecer? Pues eso es lo que le ocurre a la sufrida azafata protagonista y a su hermana, que sin comerlo ni beberlo se ven envueltas en una peripecia para devolver al crio – que no hablará hebreo, pero listo es un rato – au su madre y de paso, arreglar sus atribuladas existencias, marcadas por unas cuantas tragedias y algún que otro desastre matrimonial. Noodle (Fideo) es una película irresistiblemente simpática y amable que consigue llegar al espectador a través de la sencillez de su propuesta, apoyándose en ciertos recursos de guión bien aprovechados - la pintada en la pared, el despertar del instinto materno de la protagonista - y también en alguna que otra licencia de guión - esos controles de aeropuertos inexistentes ¡en Tel Aviv! - que áquel debe soslayar para entrar en el juego que propone. Sin ser ninguna maravilla, lo cierto es que se trata de una película tan agradable como corta, ideal para cerrar una jornada de inauguración llena de sobresaltos e irse a la cama con un buen sabor de boca a la espera de lo que nos deparen las sucesivas jornadas.
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