Hollywood ha tenido desde siempre una curiosa forma de importar talentos procedentes de otras cinematografías. El proceso suele ser el siguiente: joven realizador consigue impresionar a los ejecutivos de las majors con alguna película de género brillante, original y/o poseedora de un estilo personal que la hace diferente a lo que pulula por las pantallas. A continuación le ofrecen un proyecto que case más o menos bien con su estilo – a ser posible una secuela de un éxito menor, un remake, un guión que lleve algunos años cogiendo polvo en algún cajón – con un presupuesto mareante y algunas estrellas en el reparto. A partir de aquí suelen pasar dos cosas: o bien los ejecutivos le dan manga ancha, el realizador se mantiene fiel a sí mismo y a menudo la productora se encuentra con un producto que tendrá dificultades para vender ya que se sale de la norma establecida o bien los ejecutivos imponen su visión del proyecto, el realizador hace malabares para equilibrar su personal estilo con lo que se espera de él – en el peor de los casos traga y se despersonaliza hasta resultar irreconocible – y la película resultante suele ser, salvo raros milagros, una más del montón. Por supuesto, hay de todo: desde los que exprimen hasta la saciedad la receta que les abrió las puertas de Hollywood (Takashi Shimizu y y sus dos remakes/copias USA de La Maldición son el ejemplo más sangrante) hasta los que se lo toman por el lado más práctico (Haneke rehaciendo plano a plano Funny Games para llegar al público americano que jamás vería su original alemana) y también los que consiguen el milagro de mantener una envidiable libertad creativa (Del Toro y sus dos Hellboy son un buen ejemplo, aunque antes tuvo que pagar peajes como Mimic y en menor medida Blade II)
Valga esta introducción para analizar el caso de Alexandre Aja: alcanzó justa notoriedad con su segundo filme, Alta Tensión, un espeluznante ejercicio de tensión sostenida con retruécano final que no dejaba indiferente a nadie y de ahí dio el salto a Hollywood para hacerse cargo de un esplendido remake, Las Colinas Tienen Ojos, al que tuvo la inteligencia de aportar un punto de sordidez malsano y un inquietante descenso personal a los infiernos que entroncaba directamente con Alta Tensión con resultados más que notables, lo que generó unas muy altas expectativas: llegó a decirse que Aja podría ser uno de los renovadores del género de horror contemporáneo, algo quizás un tanto excesivo pero comprensible dado el decaimiento general del género. Sin embargo, creo que muchos olvidaban que más que en el horror propiamente dicho, el terreno en el que Aja se maneja mejor es el de la inquietud, ese suelo frágil que se pisa cuando se perturba el natural devenir de las cosas por la intervención de un elemento extraño, amenazador. El cine de Aja hasta la fecha siempre ha perseguido más esa incomodidad que sobresaltar al espectador.
Por eso creo que el realizador francés ha llegado a una encrucijada en su carrera con Reflejos (Mirrors), un nuevo remake en esta ocasión de una casi desconocida película coreana que no tengo el gusto de conocer (Into the Mirror, Geoul Sokeuro, Kim SPNG-ho, 2003) pero que como curiosidad podemos decir que se presentó en Stiges el mismo año que Aja ganó cuatro premios con Alta Tensión. Reflejos cuenta la historia de un ex-policía en crisis que acepta el trabajo de vigilante de un enorme centro comercial en ruinas tras un terrible incendio en el que los espíritus del otro lado afectan nuestro mundo utilizando como medio para ello los espejos. El reto para Aja consistía en esta ocasión en conseguir que una historia típica de fantasmas y espíritus con ganas de venganza que cuenta con multitud de elementos recurrentes del género - el edificio abandonado e inquietante, la sórdida historia del pasado que se revelará según avance la trama, la redención del vigilante en crisis atrapado sin comerlo ni beberlo en algo que le supera, etc – estuviera contada con cierta originalidad o al menos con la suficiente brillantez como para mantener las altas expectativas generadas por el realizador.
Y hay que decir que Aja no lo consigue del todo, y no porque no lo intente con todas sus fuerzas. Su propuesta se sigue con interés en su primera parte, especialmente gracias a la medida forma en la que el realizador va introduciendo poco a poco los elementos perturbadores, generando una considerable inquietud en el espectador (“Están por todas partes” dice el protagonista refiriéndose a la imposibilidad de escapar de las superficies reflectantes que nos rodean, ya reveladas como puertas de acceso de los espíritus a nuestro mundo) y alcanzando algunas cotas de brillantez – lo que sucede con uno de los personajes en una bañera es uno de los momentos más desasosegantes y a la vez álgidos que ha dado el género en este año, una escena que vale por sí sola el precio de la entrada – mientras el sufrido Kiefer Sutherland (que no consigue del todo deshacerse de su alter ego televisivo de 24, componiendo una especie de Jack Bauer de lo paranormal) asume las terribles implicaciones del fregado en el que está inmerso.
Aja se complace en no esquivar ninguna referencia tratando a la vez de aportar un toque distintivo. Pero fracasa, ya que es inevitable que por la mente del espectador pasen todo tipo de películas, desde las manidas historias de fantasmas asiáticas que han dominado la pasada década hasta el gusto por la perturbación del Kubrick de El Resplandor, pasando por el agobiante acoso al desprotegido ámbito familiar de Poltergeist o la utilización de la mansión encantada de pasado ominoso, aunque hay que reconocer que el hecho de que se trate de un centro comercial le permite al realizador jugar a su favor con una fantasmagórica ambientación que huye del trillado gótico habitual dejando intacta su capacidad de sugerencia.
Con todo, el problema principal de Reflejos aflora en cuanto Aja abandona ese terreno de la sugerencia para adentrarse de una forma tan abierta como en el fondo suicida por los caminos del exceso según avanza la trama, rematando con una resolución pirotécnica y desmadrada que casa francamente mal con todo lo que hasta ahora habíamos podido admirar en su cine, deslizándose por la pendiente de los recursos más burdos y manidos del género para sobresaltar al personal. Tan extraño abandono de esas señas de identidad propias de su estilo solo se redime en parte con un logrado epílogo que al menos consigue dejar un buen sabor de boca en el espectador, ya que valorando la propuesta en conjunto y aun siendo con mucho la película menos interesante de su corta filmografía, puede decirse que Reflejos es una propuesta lograda y razonablemente entretenida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario