lunes, abril 20, 2009

MALAGA 2009 II: Agallas, El Buen Hombre, La Vergüenza

Entiendo y aprecio los esfuerzos que está haciendo el guaperas Hugo Silva para deshacerse de su pasado televisivo y tratar de encauzar su carrera en el cine por derroteros algo más serios: en Mentiras y Gordas intentaba – sin demasiado éxito, todo hay que decirlo – componer un personaje enganchado al mundo de la noche y las drogas bastante pasadito de vueltas y ahora en Agallas, con el padrinazgo de Carmelo Gómez como pareja de baile de lujo, lo intenta por segunda vez con la historia de un quinqui desastrado, avispado y trepa que gracias a una mezcla de casualidades y morro consigue catapultarse al interior de un grupo de narcotraficantes galegos. La primera impresión que produce la película es la de un cierto terror: ver a Hugo Silva en su intento de resultar convincente a base de imitar las poses y las voces de aquel personaje de Jordi Mollá en La Buena Estrella provoca algún que otro escalofrío. Sin embargo hay que reconocer que la cosa mejora un poco cuando la acción se traslada a los parajes gallegos, aunque no deja de resultar un tanto complicado creerse la facilidad con la que este tirado consigue ganarse la confianza primero del servil empleado interpretado de forma notable por Celso Bugallo y del mismísimo capo de la organización, un Carmelo Gómez que encarna con notable convicción a uno de esos nuevos ricos capaz de cualquier cosa para mantener su privilegiado estatus.Agallas es una película extraña: resulta cuanto menos curioso que tenga sus momentos más salvables en ese tramo central en el que se describe el proceso de acercamiento y posterior adiestramiento del personaje de Hugo Silva a ese mundo que le proporcionará dinero y respeto, mientras que tanto el inicio como la resolución del filme resultan de muy poco interés. Y es que por más que se esfuerce el reparto – y Hugo Silva sobre todo, intentando sobreponerse a sus limitadas facultades interpretativas – lo cierto es que Agallas no resulta demasiado convincente en ningún momento. Es más, afinando un poco uno aventura que hay cierta sorna gallega en la forma en la que algunos de sus actores se acercan a sus personajes que impide que te los tomes demasiado en serio. Como quiera que tanto el devenir de la trama como su resolución resultan de lo más previsible – pese a un desafortunado e innecesario giro final que sus autores deberían haberse ahorrado – Agallas queda como una película que no molesta demasiado pero que provoca la más absoluta indiferencia, olvidándose incluso antes de que desaparezcan los títulos de crédito finales de la pantalla.Un Buen Hombre es una película que, a priori, tenía una serie de elementos que podrían haber desembocado en una película sumamente atractiva: Vicente (Tristán Ulloa) y Fernando (Emilio Gutierrez Caba) son amigos íntimos y profesores en la Facultad de Derecho. Fernando, es catedrático y una figura paternal en la vida de Vicente, al que ha ayudado no poco en su carrera profesional. Una tarde, de forma casual, Vicente es testigo de cómo Fernando mata a su mujer. Poco a poco, Vicente se verá envuelto en una situación insostenible que le obligará a reconsiderar sus hasta entonces férreos principios morales: le resulta imposible denunciar a su amigo y mentor a la policía pero al mismo tiempo su religiosidad y su rigidez moral le impiden perdonarlo, con lo que Vicente se debate en un caos que afecta a su trabajo y a su matrimonio.La película de Juan Martínez Moreno tiene un argumento interesante que podría haber explorado a fondo esa sorprendente capacidad humana de hacer sumamente flexibles los más rígidos principios morales cuando la situación lo exige sin dejar por ello de mirarnos al espejo y seguir adelante con nuestras vidas, un cuarteto de actores solventes entre los que destacan Emilio Gutierrez Caba y una sobresaliente Natalie Poza que es de lejos lo mejor de la función y una sobria puesta en escena que se apoya en un más que correcto trabajo de fotografía de Gonzalo Berrido. Sin embargo, es una película terriblemente fallida por una razón muy sencilla: su guión contiene dos o tres agujeros imperdonables que afectan de forma tremenda a su credibilidad, hasta tal punto que llegado uno de los momentos culminantes de la trama, aquel en el que cambia definitivamente el rumbo del personaje de Tristán Ulloa en una secuencia clave que se presupone tensa y dramática... la mayor parte del público asistente al pase de prensa se echó a reír alegremente. Como pueden ustedes imaginar, de ahí hasta el final, por mucho que se esfuercen director y actores, no hay nada que hacer: el naufragio es totalUn thriller, incluso uno con pretensiones tan intimistas como éste, ha de cumplir con unas reglas bastante estrictas. Cuando esas reglas saltan por los aires ni su estupenda factura visual ni el notable esfuerzo de unos actores entregados pueden salvar el desastre de Un Buen Hombre porque además cuando trata de ponerse trascendente ante la seriedad de los temas que aborda lo único que consigue es que el público se tome un poco a coña la historia y eso, por desgracia, es lo peor que podría pasarle a una película de estas características. Ayer lo comentaba a propósito de 25 Kilates: ser riguroso y coherente desde el guión es la mejor forma de enfrentarse a una película de género y por desgracia en algún momento del proceso Juan Martínez Moreno olvidó o no se dio cuenta de la debilidad de alguno de los pilares de su propuesta.Precisamente rigurosidad y coherencia es lo que le sobra a David Planell, que abrió el Festival con La Vergüenza, su primer y muy esperado largometraje después de haber creado grandes expectativas gracias a cortos tan recomendables como Carisma o Ponys y aportado su interesante visión de las relaciones personales en las películas de Gracia Querejeta Siete Mesas de Billar Francés o Héctor. La Vergüenza describe un panorama poco alentador en el que una pareja de mediana edad y bien situada económicamente se enfrenta a un serio problema: tienen serias dificultades con Manu, un chaval peruano de ocho años al que hace tiempo que tienen en régimen de acogida en espera de pasar a su adopción. No consiguen hacerse con el chaval y se hallan literalmente paralizados por el miedo: por un lado son conscientes de que quizá deberían empezar a asumir que no están preparados para ser padres; por otro, la opción de devolver a Manu resultaría doblemente terrible, pues es muy poco probable que a su edad pueda encontrar otro hogar de acogida y además tendrían que hacer frente a la vergüenza que supondría echarse atrás en ese proceso.Planell es uno de esos directores que cree a pie juntillas en el poder de los actores y de la palabra. Así pues su puesta en escena es visualmente funcional, privilegia por encima de todo seguir muy de cerca a sus actores mientras desgranan unos textos que uno intuye muy trabajados, que jamás parecen impostados y que pasan con una naturalidad desarmante de la comedia al drama. Como la vida misma. Me cuesta trabajo recordar una película donde tanto Alberto San Juan como esa estupenda actriz llamada Natalia Mateo hayan estado mejor: eso tan difícil de conseguir llamado química llena la pantalla, te los crees igual cuando discuten, cuando se engañan o cuando se sinceran. Son seres tan fuertes como frágiles, pelean constantemente por salir a flote en una situación que intuyen imposible de manejar y que quizás esconde otras debilidades menos confesables, se sienten perdidos y transmiten con notable inteligencia e ironía al espectador los claroscuros de esa aventura siempre tan difícil que es la vida en pareja, espectador al que ese agudo observador de la realidad llamado David Planell se gana desde el primer hasta el último minuto a lo largo de una película capaz de plantear unos cuantos dilemas vitales y remover a fondo un buen puñado de cosas.Habrá sin duda quien argumente que La Vergüenza se apoya demasiado en la palabra y en sus actores descuidando un lenguaje narrativo puramente visual que para algunos es la esencia del cine. Para el que escribe estas líneas lo más importante es que una película consiga hacerte vibrar contándote una historia, que te meta dentro de sus personajes y sus problemas hasta el punto de hacer un tema secundario la forma narrativa. Y La Vergüenza, pese a ciertos reparos a alguna idea de guión un poco forzada en su desarrollo – lo referente a la criada peruana contratada por los padres para cubrir a la vez sus necesidades domésticas y dotar al muchacho de un vinculo con su país de origen – me parece una película muy inteligente que sabe muy bien hacia donde se dirige y que es capaz de emocionar y hacer reír a la vez con cosas que, bien pensadas, no tienen ni puñetera gracia. Quizás ahí resida su principal atractivo.

Pues esto es lo que ha dado de sí mi ajetreado fin de semana en Málaga. Algo de buen cine si bien mucho menos de lo esperado, razonables dudas sobre el formato de un festival demasiado sometido al famoseo televisivo y al fervor de las fans y, es mi impresión, bastante menos interesado en la calidad de las propuestas de la Sección Oficial. Me gustaría pensar que quizás esta sea una conclusión apresurada y si me apuran injusta de un certamen en el que al fin y al cabo solo he pasado un fin de semana. Pero mucho me temo que así es la realidad. En fin, les invito a que sigan el resto del festival en el divertido blog Alta Definición de mi amigo y periodista de El País Jordi Minguell, que afortunadamente tiene por buena costumbre escribir no solo de cine.

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