lunes, enero 25, 2010

NINE Sombrio musical sobre un creador en crisis

Siempre me ha parecido magistral la forma en la que Federico Fellini consiguió allá por 1963 utilizar a su favor un descomunal bloqueo creativo para crear una obra tan desmadrada como genial sobre las tribulaciones de un cineasta presionado por todos los lados para sacar adelante una película cuando su antaño fértil creatividad parecía no dar más de sí. El punto de partida de Ocho y Medio, dolorosamente familiar para todo aquel que alguna vez haya sentido la inseguridad y el terrible miedo al vacío que impone el inicio de cualquier proceso creativo ha inspirado con el paso del tiempo a tanta gente como para dar lugar a un remake más o menos inconfeso plenamente inscrito en el género musical (Empieza el Espectáculo, All That Jazz, Bob Fosse, 1979) y a un musical de gran éxito en Broadway, Nine, que tuvo a dos actores como Raúl Julia y en Antonio Banderas como sus principales valedores.
Con la carta blanca entre las manos que le proporcionó su arrolladora Chicago, Rob Marshall se ha metido de cabeza en el embrollo que supone convertir Nine en película insistiendo para ello en su fórmula de contar con un reparto de lujo obligado a sobreponerse a sus limitadas habilidades vocales protegido por una espectacular puesta en escena en los números musicales cuya única finalidad es deslumbrar al espectador con una potente mezcla de sensualidad y elegancia. Sin embargo y a diferencia de aquella película energética, ligera y complaciente que era Chicago, Nine es un musical mucho más sombrío e introspectivo en el centro del cual se halla un personaje respulsivo, ese Guido Contini egoísta, mentiroso y manipulador que usa y abusa de las mujeres que lo rodean hasta tal punto que, lejos de la comprensión que sí conseguía Mastroianni en la película de Fellini, el espectador opta por poner la mayor distancia posible entre él mismo y semejante bicho. Nine adquiere así un tono áspero, amargo que solo se dulcifica de vez en cuando gracias al trabajo de las actrices y a la potencia y espectacularidad visual de algunos números.
Nine tiene a su favor que es dinámica y fluye con facilidad gracias a su alternancia entre realidad y ficción y aunque es inevitable que haya números que destaquen muy por encima de otros – siendo los más efectivos “Be Italian” con una sorprendente Fergie felliniana a más no poder y “A Call from the Vatican” con una sensual Penélope Cruz dándolo todo en un número repleto de erotismo y los más desangelados los dos cantados por Day Lewis y esa especie de forzadísimo anuncio Martini que es el “Cinema Italiano” de Kate Hudson, el único tema de la película inexistente en el musical original – la sensación general que desprende el conjunto es el de estar asistiendo a un festín visual en el que hay un excepcional trabajo de montaje y fotografía, una cuidada puesta en escena que si no nos sumerge por completo en el filme es por la dificultad que supone estar siguiendo constantemente las tribulaciones de un personaje tan antipático cono poco fascinante.
En cualquier caso hay en Nine momentos de pura magia y emoción: cuando Marion Cotillard – de lejos, lo mejor del filme – entona “My Husband Makes Movies” basta una mirada sostenida en un plano maravilloso para hacernos comprender tanto lo enamorada que está de su marido como el enorme dolor que siente en su interior. Es uno de esos momentos inolvidables que compensan por si solos el precio de la entrada. También funciona bastante bien la breve aparición de Nicole Kidman como musa que reniega de su papel – en una escena que es un nada disimulado homenaje a otra de las películas más emblemáticas de Fellini, La Dolce Vita - dejando a Guido sin uno de sus últimos asideros o esa socarrona Judi Dench cómplice pero fustigadora de conciencias de la que se echa de menos algo más de presencia en pantalla.
Cine dentro del cine (que siempre es divertido de ver), recreación de una Italia soñada o imaginada, reivindicación de la creación como un acto si no coral sí al menos compartido y brillante artificio con ambiciones, Nine juega a fondo la carta de agradecer a Fellini su legado aprovechando para sí misma muchos de los aciertos de aquel filme esplendido. Y por momentos lo consigue, especialmente en esa última secuencia – que hermosa es esa imagen de Guido preparando el rodaje con todas las mujeres de su vida tomando posiciones a sus espaldas, que homenajea Ocho y Medio a la vez que toma distancia respecto a ella – rematada con un precioso plano final que es verdadera poesía.


No hay comentarios: