jueves, septiembre 23, 2010

SAN SEBASTIAN 2010 J06 AMIGO AITA APART TOGETHER



Imagino que sabrán ustedes que uno de los movimientos más interesantes que están teniendo lugar en el mundo del cine contemporáneo ocurre en las Islas Filipinas, donde una serie de nuevos y brillantes realizadores como Brillante Mendoza, Raya Martin (por cierto, miembro del Jurado este año), etc parecen haberse convertido en los últimos años en los nuevos niños mimados de la cinefilia moderna, tal y como antes lo fueron los realizadores iraníes o coreanos. No sé hasta qué punto esto es sintomático o no de una realidad pero tengo claro que estas súbitas pasiones desatadas suelen ser pasajeras, debilidades momentáneas que pasan al olvido tan rapidamente como surgieron. El caso es que parece que hoy en día no se entiende un gran festival sin una obra representativa de esta novedosa tendencia de moda.

Pues el caso es que a San Sebastián no ha debido llegar ninguna película filipina rompedora de moldes, pero eso no parece haber detenido a sus responsables: resulta que uno de los visitantes habituales del Festival, John Sayles, ha ambientado su última película precisamente en las Filipinas y algún avispado programador ha debido decirse pues mira ya que estamos la pillo y mato dos pájaros de un tiro. Les cuento todo esto porque estoy intentando buscarle alguna explicación razonable a lo que me parece una de las decisiones más incomprensibles de esta Sección Oficial. Y es que por mucho que sea John Sayles el que firme esta película ambientada en 1900 en la convulsa ex-colonia española con los yanquis metiéndose hasta el fondo con la excusa de la guerra de Cuba contra España, la simple verdad es que esta película no reúne ni de lejos los méritos necesarios para formar parte de un Festival de clase A como éste.


La historia de Amigo (en español en el original) se centra en un grupo de soldados norteamericanos que toma posesión de un pequeño pueblo, San Isidro, donde se acuartela tratando de hacer frente a la guerrilla local que una vez liberados del yugo español no ven con demasiados buenos ojos cambiar unos amos por otros, ya que los yanquis no se han revelado precisamente como los liberadores que prometían ser, sino que sus intenciones son bien distintas. En el pueblo, a cuyo frente se halla Rafael, una especie de alcalde local, liberan a un fraile español con bastante mala leche y resentido hacia los que le encerraron que hace de intérprete y se instalan a costa de la población local mientras preparan su inevitable enfrentamiento con las tropas filipinas. Las dos partes se ven obligadas a convivir aunque ninguna se molesta en entender demasiado a la otra. Pronto el tedio se apodera de los soldados (y del espectador de paso, todo sea dicho) y entre idas y venidas, pequeñas refriegas y entradas y salidas de la cárcel de Rafael, que se tira toda la película dando tumbos según sopla el viento de un lado o de otro, va transcurriendo una película infumable en la que no existe un solo personaje interesante al que agarrarse (y eso que por ahí anda el siempre eficaz Chris Cooper haciendo de coronel chungo) ni tampoco un conflicto dramático que haga progresar la historia hacia algún lado.

Amigo está realizada con tal desgana que uno, que conoce la filmografía de John Sayles, empieza a preguntarse si es posible que, a diferencia de lo que ocurre con el montar en bicicleta, uno pueda llegar a olvidarse de cómo se debe hacer una película. Es más, si no fuera por los súbitos aumentos desmesurados de volumen que tuvimos que sufrir en el pase de prensa debido a una copia defectuosa, habríamos podido dejarnos invadir por un plácido sopor y pasar esas dos horas largas mucho más relajados. Pero es que ni eso. Como ya le pasara también a Ken Loach, el viejo izquierdista que es Sayles se pierde muchísimo fuera de su país y uno no acierta a comprender los motivos por los que se decidió a contar esta aburrida historia en la que lo único salvable son algunas afiladas reflexiones sobre la cosa esa de llevar por obligación la democracia como forma de gobierno a aquellos pueblos que jamás la han practicado y jugar a las inevitables comparaciones con la película de inauguración Chicogrande con la que guarda más de un parecido razonable. Y no precisamente para bien, no.


En San Sebastián, como en cualquier otro Festival, hay días tontos. Y no cupo ninguna duda que éste tocaba hoy cuando vimos Aita, la última película española a concurso de la Sección Oficial, producida por Luis Miñarro – un francotirador de moral envidiable que este año ya ha pillado cacho en Cannes con El Tio Boonmee, la última peli de Apichatpong Weerasethakul y en Karlovy Vary con La Mosquitera – y dirigida por Jose Mª Orbe. ¿Me dejan ustedes que les plante la sinopsis de la película tal y como aparece en las notas de prensa? Ahí va: “Una vieja casa deshabitada. El guarda que la cuida. El cura del pueblo. Los espacios, los sonidos, las luces y las sombras. El paso del tiempo (…) El cine que entra como un fantasma dentro de la ficción de la película”

Pues eso es Aita, mismamente. Un monumento a la nada, al vacío, repleto de planos de puertas, ventanas, paredes, desconchados, repisas y pasillos por los que de vez en cuando se mueve el viejo guarda del lugar haciendo chapuzas o recopilando cosas. De vez en cuando aparece el cura y tienen conversaciones surrealistas sobre muertos y luces imaginarias, dignas de La Hora Chanante. Y vuelta a los planos fijos de desconchados y puertas. Se hace de noche y Orbe proyecta sobre las paredes de la casa abandonada viejas películas sacadas de la Filmoteca Vasca, que o son los sueños y recuerdos del viejo guarda o proyecciones del pasado. Entran unos gamberros rompiendo una puerta y se van antes de que les atrape el tedio que invade hace rato al espectador, en estado comatoso tras semejante homenaje al cine contemplativo, a la nada más absoluta. Como la casa está pegada a una iglesia de vez en cuando se oye el Ave Maria de Schubert. Y el guarda lo escucha con la cabeza pegada a la pared. Y más planos fijos de la casa deteriorada. Un plano del cura con la mirada perdida que te dan ganas de buscar el mando para darle al play porque parece que se ha quedado pillado. Piensas que igual ha palmado el guarda porque justo antes han salido muchas imágenes de películas antiguas llenando la pantalla. Pero no, ahí está de nuevo, abriendo una botella de txacolí en silencio y sirviéndole al cura. Aparece un rótulo “A mi hijo Marco” Y tú te preguntas que crimen habrá cometido ese pobre crío para que el padre le dedique semejante engendro.


Miren, yo entiendo que un festival debe dar cabida a experimentos y nuevos modelos narrativos. Si me apuran es hasta exigible. Pero el problema es que Aita no tiene absolutamente nada de novedoso: todo lo que se muestra en ella ya lo hizo antes y con mucha mejor fortuna Guerin en Tren de Sombras, película cuyos mejores logros Orbe fusila sin el menor recato. Alguna sonrisa con las tres conversaciones entre cura y guarda, algún plano hermoso gracias a la fotografía de Jimmy Gimferrer y poco más. Aita es aun menos interesante que aquella Tiro en la Cabeza con la que Jaime Rosales montó tanto pollo aquí hace dos años. Por lo menos Rosales, después de putearte de forma caprichosa durante casi una hora, acababa por perturbarte contandote una historia con imágenes. Aita no aporta nada, no mueve nada, no provoca nada. Es una pieza de videocreación, mucho más propia de un museo que de un Festival como San Sebastián. Una tomadura de pelo considerable. Y lo malo es que ya solo quedan dos películas a competición y aun no nos hemos topado con esa Still Walking o esa El Secreto de sus Ojos que redima a esta desangelada Sección Oficial.

En días aciagos como hoy siempre nos queda, eso sí, refugiarnos en las Perlas de Zabaltegui. Es lo bueno que tiene Donosti, que siempre hay una oportunidad para encontrar buen cine con el que resarcirte. El rescate de hoy ha corrido a cargo del chino Wang Quan An, el autor de La Boda de Tuya y Weaving Girl, que nos ha regalado una película deliciosa, sensible e inteligente, Apart Together, Oso de plata al mejor guión en la pasada Berlinale. El planteamiento de Apart Together no puede resultar más interesante desde su primer plano, en el que una familia reunida alrededor de una mesa escucha a la nieta leer una carta. En ella Liu, un hombre viudo que ha pasado los últimos 50 años en Taiwán, les anuncia su intención de volver a Shangai para reencontrarse con el primer amor de su vida, Qiao, a quien tuvo que dejar atrás embarazada de su hijo para huir a Taiwán por culpa de la Guerra Civil China. Por supuesto Qiao es la abuela de esa numerosa familia con lo que uno barrunta ciertos problemas en el horizonte. Aunque efectivamente Liu tiene la intención de pedirle a Qiao que vuelva con él a Taiwán para pasar juntos sus últimos años de vida, es recibido con calidez por la familia a su regreso e incluso el muy comprensivo marido de Qiao les da su bendición para que siguiendo a su corazón, se vaya con él si así lo desea. Los hijos se muestran bastante menos comprensivos ante la idea de perder a su madre pero el argumento de ella es irrebatible: ya ha trabajado suficiente y les ha dedicado gran parte de su vida. Es hora de pensar en sí misma y en recuperar aquel amor que perdió 50 años atrás.


Wang Quan An construye una película preciosa, repleta de dulzura y sutileza, certera en el retrato de sus personajes y delicada en el desarrollo del inevitable conflicto, bajo el cual resuenan claramente los ecos de tantas y tantas familias que tuvieron que separarse cuando se creó el estado de Taiwán lejos de la China continental. Resulta increíble la sencillez y la serenidad con la que se afrontan cuestiones tan serias y el director consigue transmitir una calidez conmovedora al espectador, que además tiene tiempo más que sobrado para reírse con el sinsentido de la máquina burocrática china – la peripecia para conseguir el divorcio es una genialidad tanto en su concepto como en su sorprendente desarrollo – celebrar la vida con la humanidad del trío protagonista y salivar ante esos inacabables banquetes (¡cómo se come y se disfruta comiendo en esta película!) durante los cuales evolucionan personajes y conflictos, esencia misma de las reglas de esa sociedad. Ante semejante despliegue de inteligencia lo único que cabe preguntarse es por qué, aun siendo cine del considerado minoritario, hay maravillas como ésta que no tienen distribución comercial en España mientras obras en mi opinión bastante más inferiores e incluso menos vendibles al público (estoy pensando en Miel que ganó el Oso de Oro en Berlín por delante de esta Apart Together o incluso en Poetry) sí llegarán a nuestras pantallas. Son misterios insondables de un mundo, el de la distribución, que con el paso de los años cada vez entiendo menos. En fin, si pueden háganse con ella: no se arrepentirán.

1 comentario:

Luna dijo...

¡Menudo desparpajo! Estás hecho un maestro. Vas a tener que ir pensado en dedicarnos un videoblog semanal como Oti. Particularmente, me encanta, pareces mucho más cercano. Estamos maquinando otra quedada en Madrid, mediados de octubre, que digo yo, ya que te nos vas por el Norte, por el Sur, a Valladolid, ….. lo de realizar una escapadita a Madrid puede ser, hasta relajante. Bueno, lo hablamos. Agur, para ti también.